domingo, 29 de enero de 2023

Meteoritos

Ni el hielo ni la arena ni
el viento, la lluvia,
terremotos, erupciones
volcánicas, meteoritos: nada
supera al pequeño tiempo,
el pequeño amor.

domingo, 1 de enero de 2023

Nochevieja

Maite, Paula y yo volvemos de casa de mis padres atravesando las calles de Zaragoza. Somos caminantes del tiempo en una ciudad en la que grupos de personas, tiernamente vestidos de gala, vuelven o se dirigen a alguna parte. No hace frío en este lento fin del mundo.

domingo, 24 de julio de 2022

Que nada pesa

Por si muero esta noche o mañana
aquí traigo mi alma, que nada pesa.
He amado mucho y, para mi sorpresa,
he sido amado.

Los pájaros duermen
en la oscuridad.

Mi alma es esto:
cuatro palabras.

No me recordéis:
el mundo amanece,
la noche siempre
pierde la batalla.

miércoles, 13 de julio de 2022

Infierno

Las aspas del ventilador giran mecánicamente pero ya casi me dan ganas de ponerles un nombre y quererlas como se quiere a una novia. Veintiséis grados de temperatura a la una de la mañana. Me ducharé y acostaré sin secarme del todo. Esto es el verano que tantas y tantas personas esperan todo el año, algo que nunca entenderé en este país, que se transforma en un infierno.

El año que viene se jubila mi compañera, profesora, y por fin podremos irnos de vacaciones en marzo, o en octubre, o en febrero. Llevo media vida esperando eso. El verano es una soberana mierda pinchada en un palo. Y cada vez será peor, año tras año. Época de recogerse, como pasaba antaño con los inviernos antiguos. El calor me vuelve loco, afecta a mi cerebro. Voy a ducharme y acostarme mojado sobre la cama. Mañana será otro día.

jueves, 7 de julio de 2022

Vencejos

Los vencejos volando en el cielo a muchos metros de altura parecen insectos bajo las nubes negras de tormenta. No hay aves que vuelen como ellas y sus alas en forma de guadaña, cambiando de dirección a cada momento, más veloces que mi pensamiento que las mira.

Días de tormentas de verano pasajeras, escandalosas, buscando llamar la atención y nada más -es un decir: las tormentas no piensan, sólo existen ajenas a nuestra existencia.

En mi corazón los sentimientos permanecen durante días, durante meses. No lo puedo evitar. Al marido de una amiga mía muy íntima le han diagnosticado una enfermedad incurable que avanza a toda velocidad, y lloramos abrazados ella y yo, y después lloro en silencio al otro lado de mi mesa de trabajo, bajo una sonrisa profesional. Otra amiga, víctima del porcentaje de personas que desarrollan patologías poco conocidas tras haber sufrido el COVID, está desesperada, sin poder recuperar su vida previa, otra amiga a la que quiero muchísimo.

Siento que la muerte y la enfermedad me rodean y acepto cualquier accidente que pueda sucederme mientras contemplo a los vencejos volar frente a nuestro apartamento junto al río. Vuelan a toda velocidad, quebrando su rumbo en una milésima de segundo, girando en el cielo bajo las nubes oscuras que luego descargarán fugazmente su tímida y adolescente tormenta de verano. Acepto lo que venga no por valor, el valor es absurdo fuera de la guerra; acepto lo que venga porque, es algo que he aprendido, no habrá otro remedio, no lo hay. Y no pasa nada. Cuando esta ciudad sea un cúmulo de ruinas los vencejos seguirán volando como insectos en el cielo, haciendo increíbles cabriolas bajo las nubes, volando como sólo ellos saben hacerlo, ajenos a la lejana memoria de nosotros.

martes, 28 de junio de 2022

Algo así como una mentira

Una serie de acontecimientos a mi alrededor en las últimas semanas y meses me han hecho darme cuenta de la fugacidad de nuestras certezas: todo puede cambiar en unos días, en unas horas, en unos minutos. Y debemos aceptarlo como aceptamos las tormentas y la lluvia. Más allá de esa aceptación por otra parte inevitable no hay mucho más que aprender. La fuerza del amor, siempre, y la inutilidad de las cosas futiles, las posesiones, las ambiciones mundanas.

Esta mañana, a eso de las siete, cuando amanecía, una tormenta ha roto sobre Barbastro y ha empezado a llover. Ha llovido durante toda la mañana hasta la tarde. El olor de las calles y los jardines y el río no puedo definirlo salvo con una palabra: felicidad. Al mismo tiempo hay personas cercanas a mí que sufren y día a día se aproximan al mar que es el morir, mientras llueve y yo inhalo el aroma de la lluvia tras semanas de temperaturas extremas. La vida es algo muy extraño, algo así como una mentira, un sueño -lo sé: se dijo y escribió muchas veces.

Voy a acostarme. Ya son más de las doce y mañana trabajo. Cerraré los ojos y moriré sin morir de verdad. O tal vez sí.

jueves, 23 de junio de 2022

La brisa de la noche

La brisa de la noche entra en mi apartamento a través de todas las ventanas abiertas e intenta, sin ser consciente de ello, insuflarme cierta esperanza en el futuro. Me gustan las metáforas desde que, a los doce años, comprendí lo que eran, el mágico artefacto. Es bonito tener recursos para expresar lo que no podríamos expresar de otra manera. La brisa de la noche me convierte en un ser humano posible, sonriente y bueno.

sábado, 18 de junio de 2022

Un hidroavión canadiense

Son las doce y cuarto de la madrugada. Las hélices del ventilador giran como los restos de un hidroavión canadiense estrellado en los bosques del ártico. Por un momento pienso en ese edén congelado. Ahora mismo hay veintiocho grados en esta habitación. Me tiendo desnudo sobre la sábana con el ventilador girando sin cesar. Sólo quiero soñar con lo que imagino que me haría feliz, nada más.

sábado, 11 de junio de 2022

Si es por amor

No quiero ir a Zaragoza mañana. No quiero que mi madre padezca de Alzheimer y mi padre esté cada día más agotado, más consumido. No quiero demorar más acostarme y dormir a pesar de estar a veintidos grados de temperatura. No quiero sufrir, no quiero sentir dolor. No quiero saber.

Mañana iremos a Zaragoza y saldremos con mi madre y mi padre a tomar un vermú. Por la tarde volveré a su casa a eso de las siete. Y el domingo otra vez por la mañana. Mis dos hermanos que viven en Zaragoza se ocupan cada día. Quienes vivimos fuera, mi hermana pequeña y yo, nos turnamos. Todo está bien salvo la dureza de lo que nos ha tocado como familia, lo que les ha tocado a miles, seguramente millones de familias en el mundo. No voy a quejarme: mis padres, hasta la aparición de la enfermedad, han tenido una vida maravillosa, llena de alegrías y regalos: diez nietos, cuatro hijos que se aman.

Sí quiero ir a Zaragoza mañana. Sí quiero sufrir, sí quiero sentir dolor, sí quiero saber, si es por amor.

jueves, 9 de junio de 2022

Insectos

Este jueves tan normal y extraordinario como cualquier otro llega hasta la orilla de la noche. Se retirará empujado por el viernes y, detrás, el sábado y más allá el domingo y todas las olas que vendrán. Los insectos vuelan alrededor de la luz hipnótica de las farolas. Escucho el ruido de una moto al otro lado del río. Me siento bien en mis circunstancias actuales. Cansado, pero el cansancio me gusta, es como un anestésico, una prueba física de que el día existió y me consumió. Dormiré y mi cuerpo inerte y muerto se recuperará al margen de mi voluntad. Todo lo que nos sucede es, en cierta manera, mágico e inexplicable.

martes, 7 de junio de 2022

Migas en el bosque

Un nuevo día termina poco a poco. Ya he cenado. Una ensalada de judías verdes francesas, patata, tomate, huevo duro y anchoas. La llamamos "Ensalada del Molí" porque la primera vez que la comimos fue hace treinta años en un restaurante que se llamaba así en un pequeño pueblo de Girona.

Me he servido un whisky con mucho hielo. Hace calor. Ayer por la tarde casi noche salí al exterior, cerca del río, y estoy cubierto de picaduras de mosquito. Nunca he comprendido que a alguien le guste el verano, pero mi mujer es profesora y sólo tiene vacaciones en esa estación. Cuando se jubile nos iremos de vacaciones en marzo, en octubre, y al verano sobreviviremos con el aire acondicionado de casa y mi trabajo.

Estoy muy cansado. Tengo la cabeza llena de voces, de rostros, de preguntas, de problemas, también de alegrías, bebés recien nacidos, jubilados, y viudedades, invalideces, enfermedades y sufrimiento. Soy informador desde hace muchos, muchos años, y creo que, en general, las personas a las que he atendido me respetan e incluso me quieren un poco porque me dejo el alma en ellos, pero empiezo a estar muy cansado. Me acostaré temprano (para mí) y ojalá pueda dormir siete horas seguidas. Es cuanto necesito.

Mi hija me regaló unos cascos maravillosos, que eliminan el ruido exterior. Los utilizo mucho para oír música e incluso sólo para aislarme del exterior. Lo necesito, aunque todavía necesito más darle un abrazo. Ella vive en Noruega y no la hemos visto desde las navidades. Necesito verla y darle uno de mis abrazos de oso cuidadoso -ella es muy delgada y podría hacerle daño.

Leí ayer o antesdeayer que los blogs, estos diarios literarios en la red, están muertos, que no los lee nadie. Lo leí en un blog de una maravillosa autora a quien, por lo que sea, no le caigo bien, pero sus textos me gustan mucho. Yo no sé si están muertos, sé que, de quienes comenzamos, en mi caso en 2004 con "Innisfree", cada vez quedamos menos. Pero ¿qué importancia tiene eso realmente? No me gano la vida escribiendo. Me quité el capricho ganando un premio literario y publicando un minúsculo librito de poemas. Fui jurado de ese premio durante unos pocos años y salí huyendo de toda esa mierda. Si los diarios en la red están muertos o no, si son un ejercicio de narcisismo o un acto de comunión (que es lo que los míos pretenden ser), si algún día una tormenta solar hace desaparecer todos los satélites e internet se va a la mierda, en el fondo, ¿qué más da? No pasa nada, soy un adulto que escribe en internet las cosas que piensa y le suceden, una persona común y corriente que se siente unida a un río de millones de personas como él. Hago mapas en servilletas de bar, nada más. Migas en el bosque.

lunes, 6 de junio de 2022

Pardina

Sí que hay cosas nuevas bajo el sol. Bueno, en realidad no son cosas: son personas únicas e irrepetibles. Una de las ventajas de seguir vivo es que te permite conocer humanos que no conocías, seres dotados de un atractivo especial, una inteligencia en su mirada, una sonrisa, una bonhomía maravillosa. A mí me ha pasado hoy. Me ha pasado muchas veces en el trabajo, ante mí desfilan decenas de congéneres cada día, pero ha sido por la tarde, con un compañero de mi hijo, actualmente bombero forestal interino cubriendo un permiso de paternidad. Un compañero suyo que tiene mi edad. Hemos conectado, no puede decirse de otra manera. Somos muy distintos, o tal vez no (esto lo diría Carlos Miramón: no sois tan distintos, en absoluto lo sois, y tendría razón). Sí que hay cosas y descubrimientos y mundos nuevos y personas nuevas bajo el sol. Pardina, me has caído muy bien y te agradezo mucho que encontraras en el monte las llaves del coche que mi hijo perdió ayer. Eres especial, y lo sabes. Vivir es esto: la posibilidad de descubrir pequeños tesoros, personas nuevas, rostros y sonrisas nuevas.

lunes, 30 de mayo de 2022

Manrique

Me dejo llevar flotando boca arriba, los ojos cerrados aunque de color naranja por la luz del sol que se filtra a través de los párpados; los brazos y las piernas abiertas, el agua fresca bajo la parte inferior de mi cuerpo, mi cuerpo gordo y vivo flotando río abajo hacia el mar que es el morir.

sábado, 28 de mayo de 2022

Mortal

El verano se acerca prácticamente desnudo, gordo y descalzo sobre las calles, vestido con unos viejos pantalones cortos, sin camiseta, con gafas de sol, sudando impertérrito y con una sonrisa irónica dirigida directamente a mí.

Volvieron los aviones comunes y los vencejos con sus alas de guadaña y su vuelo acrobático en las tardes absurdas de un mundo absurdo.

Hoy cumplo cincuenta y nueve años. Nunca pensé que viviría tanto tiempo. Creo que moriré pronto, no sé por qué, aunque sé que lo que yo crea o deje de creer da exactamente igual. Pero si lo pienso en serio me digo a mí mismo que he vivido muy bien, que he amado y me han amado mucho, me aman todavía de hecho. En la edad media sería un anciano. En el futuro de los bebés que nacen ahora tal vez un hombre de mediana edad.

Últimamente rondan, en personas muy cercanas a mí, la tristeza, la muerte y la enfermedad. Me doy cuenta de que caminamos sobre un campo de minas. No sabemos si el próximo paso será el último. Pero no pasa nada: acepto lo que venga: he sido y soy aproximadamente feliz: me río en la cara del peligro. Creo en el amor y sí, joder: me río en la cara del peligro. Soy amado y amo. Feliz cumpleaños, tonto del higo, idiota, absurdo ser humano afortunado.

martes, 17 de mayo de 2022

Inmortal

Hoy Maite ha cumplido cincuenta y nueve años. Yo los cumpliré el próximo veintiocho de mayo. Nunca le hemos dado demasiada importancia a estas fechas, más allá de las felicitaciones y sentirnos queridos, que ya es muchísimo y precioso -creo que haber vivido bien es eso.

El verano se ha adelantado y las temperaturas han comenzado a subir y subir y subir en mayo, igual que en abril bajaron hasta nevar y helar y destrozar hectáreas de frutales. Todo está cambiando, muta, el clima camina hacia adelante con sus sandalias de granizo, inmune incluso a quienes pudieron hacerle cambiar el paso en algún momento. Los hormigueros sufrirán sus pasos.

Maite y yo, tranquilamente, sin aspavientos, nos sometemos al flujo del tiempo o, lo que es lo mismo: a nosotros mismos. Ahora hace mucho calor, la semana que viene tal vez bajen las temperaturas, el verano está a la vuelta de la esquina y será, como siempre en estas tierras, duro, pero nuestro cuerpo ya se habrá aclimatado. Y luego vendrá el precioso otoño y el tesoro del invierno y nuestro aliento convertido en humo al respirar caminando por la acera.

Nadie sabe si estaremos vivos por entonces, si nuestros hijos amados lo estarán, si el planeta mismo existirá. El conmovedor milagro de mi especie es vivir como si todo fuese inmortal, como si fuese inmortal este segundo, como si este punto fuese un punto y aparte.

martes, 26 de abril de 2022

Costumbre

El mes próximo cumpliré cincuenta y nueve años y sigo sin comprender absolutamente nada. Y sí, digo absolutamente y digo nada y digo bien, pues cuando parece que comprendo algo es exactamente eso: una apariencia. Sobrevivo lo mejor que sé, improvisando y cuidando de mi tribu, que se extiende miles de kilómetros a mi alrededor. Continúo explorando día a día y, en consecuencia, asombrándome. Aunque algo comienzo a saber: esa sorpresa sólo terminará cuando, mañana o dentro de treinta años, mi cerebro se apague. Es mi enfermedad y mi pasión desde los once o doce años. Ha pasado mucho tiempo. Seguramente esta estupefacción contenida y serena es la evolución de la curiosidad original. Conozco dónde terminará el suelo que piso, la luna que veo por la mañana, ya de día, cuando camino hacia el trabajo. Y sin embargo sitúo un pie delante del otro y siempre así, hacia adelante, el corazón latiendo detrás mis costillas, la brisa fresca acariciando mi rostro con la costumbre de la esperanza.

lunes, 18 de abril de 2022

Una oruga

Días de calor incipiente que me asustan, pero todavía lloverá e incluso nevará en los próximos días allí arriba, en las montañas. Vivo como sin querer y sigo adelante, movido básicamente por el amor y la curiosidad. O, lo que es lo mismo: soy un ser humano común que igual que escribo esto en mi dormitorio podría pensarlo en la jungla de Nueva Guinea mirando las brasas del fuego comunal junto a mi cabaña.

La primavera se abre paso en el tiempo como las orugas que comen la madera muerta de los árboles enfermos. A mí nunca me gustó y ahora, con la edad, la necesito. Soy una oruga que se alimenta de la visión de los árboles verdes, los campos de cebada resplandecientes, los lirios silvestres, el canto de los pájaros que buscan pareja, el cielo azul que generosamente nos oculta la oscuridad del espacio estelar.

Los años inclinan mi cuerpo hacia el núcleo de la tierra pero mi mirada sigue tan expectante e impresionable y maravillada como cuanto tenía trece años, exactamente igual. Me siento, más que humano, como un animal de madriguera. Salgo y entro, entro y salgo, husmeando. A veces a la luz de la luna.

domingo, 17 de abril de 2022

Demasiada luz

Hoy mi madre estaba tranquila, a veces dulce. Salimos por la mañana y fuimos hasta el final del Paseo de la Independencia de Zaragoza, que luego retrocedimos. Hacía calor, sobre todo para mí, que empujaba la silla de ruedas. Tomamos un vermú.

Por la tarde regresamos a su casa caminando a paso ligero. Tres kilómetros y medio por el camino más largo, pero bien: si mi mujer es feliz yo soy feliz. Fuimos a la Gran Vía con mis padres y llegamos hasta la plaza de San Franscisco para regresar al principio. Tomamos unas cañas con una bolsa de patatas fritas. La calle estaba llena de gente de todos los sexos, tamaños, aspectos, edades, yendo y viniendo. Mascotas, bicicletas por el carril bici, patines eléctricos, el cielo apagándose poco a poco.

De vuelta en la casa donde me crié dimos a mi madre la medicación y logramos ponerle el pijama a pesar de su resistencia inicial. Cenó bien. Maite y yo volvimos a nuestro apartamento caminando. Soplaba un cierzo fresco pero el ejercicio nos impedía sentir frío. Nos adelantó un camión de bomberos con las sirenas más agudas que yo hubiera escuchado nunca. Paso a paso dejábamos algo atrás y nos acercabámos al futuro. Levanté la mirada al cielo y no se veía una sola estrella. Zaragoza. Demasiada luz.

sábado, 9 de abril de 2022

Balada

La melancolía, como la tristeza, no lleva a ninguna parte, pero durante el viaje tiene el poder de producir cierto placer, un sometimiento emocional, un dejarse llevar, una entrega sensual. Es algo que saben bien las obras de ficción y también nuestra memoria. Es por eso que triunfan las baladas musicales y los poemas de amor no correspondido. Racionalmente no tiene mucho sentido pero, al mismo tiempo, analizándolo desde mi ignorancia infinita, ¿qué mejor modo que afrontar la insensatez de nuestra existencia, nuestras frustraciones y fracasos, que hallando cierto placer absurdo en el proceso? Nuestro cerebro sabe más que nosotros.

miércoles, 6 de abril de 2022

Nubes, olas, ríos

Los días fluyen mansamente, como el agua del río frente a mi apartamento. Los días fluyen mansamente a través de nuestras figuras y vidas invisibles. Y las nubes, a miles de metros de altura sobre este lugar en el mundo. Y los recuerdos. Nada quedará al final de todo. Pienso en una playa y en el sonido de las olas que llegan y se retiran dando paso a las que vienen detrás. Nubes. Olas. Ríos. Siento cierta nostalgia infantil de la edad en la que desconocía lo que ahora sé y, al mismo tiempo, agradezco la fortuna de haber llegado hasta aquí, a esta preciosa y anónima noche.

lunes, 4 de abril de 2022

Sin culpa

Son las once y cuarto de la noche y me siento normal. Disfruto de esta sensación, de la que me he dado cuenta antes de empezar de escribir: de hecho ha sido el motivo de comenzar a escribir, y es una sensación maravillosa. La noche gira lentamente hacia el día sobre esta pequeña ciudad, los perros de la vecina del piso debajo del nuestro dejaron de ladrar. Todo está bien. No soy un forastero ni nada semejante: pertenezco a esta realidad que no siempre comprendo del todo. Mis amores duermen. Los que sé que lo hacen y los que imagino que lo hacen. Yo me acostaré pronto, cuando haya terminado de escribir esta página de mi diario. Son las once y veinte de la noche y me siento bien, sin culpa, tranquilo. Ya casi había olvidado este milagro.

Del mundo

Que el mundo esté al revés no me sorprende porque yo siempre me he sentido al revés del mundo. Nieva en plena primavera en media España, una guerra europea resucita atrocidades que algunos habían olvidado. Pero debo acostarme porque mañana volveré a prostituir mi inteligencia y mi memoria legislativa, y mis emociones también. Mis emociones. Mis sentimientos. Inevitablemente.

sábado, 2 de abril de 2022

Abril

El viento nos trae el frío helado de las montañas nevadas en abril. Todos lo comentamos ignorando absolutamente el futuro.

lunes, 28 de marzo de 2022

Que brilla

A pesar del cambio de hora del último fin de semana la noche cubre el campo. Los jabalíes y garduñas y zorros cuyas huellas quedarán registradas en los charcos secos de los caminos, salen de sus madrigueras mientras en el cielo oscuro navegan las nubes que cubren la luz de la luna. Un poco más lejos, en la lejana y pequeña ciudad que brilla, en uno de sus edificios, un ser humano escribe estas palabras como si supiera algo.

domingo, 27 de marzo de 2022

Mar de los sargazos

Qué verdes están los campos de cebada junto a la autovía regresando de Zaragoza. El cielo está nublado. Todos los almendros transformaron sus flores en hojas y futuros frutos. El coche devora los kilómetros prácticamente solo mientras Maite corrige exámenes a mi lado sin marearse (tiene ese superpoder, entre otros). De vez en cuando una rapaz perfila su silueta en el cielo, las alas abiertas, mi ignorancia incapaz de darle un nombre. En el otro lado de la carretera grandes coches regresan con cosas en el techo. Vienen de las montañas donde todavía hay nieve. Es el mundo, no hay más misterio. El fin de semana en Zaragoza fue bien, mi madre estuvo dulce, su agresividad desaparecida, como su memoria. Un tranquilo mar de los sargazos. Qué bien dentro de la desgracia. Cómo somos capaces de adaptarnos casi a cualquier cosa y qué poder inmenso, aunque a veces tiemble débilmente, el del amor.

jueves, 24 de marzo de 2022

Debo dejarme atrás

He abortado el proyecto de escribir cada día. Me generaba estrés y ansiedad, algo de lo que voy sobrado desde hace unos años.

No sé por qué me propongo estas cosas: ni siquiera gano dinero con ellas y, respecto a lo demás, todo me importa una mierda, una mierda, en serio. Bueno, realmente todo no me importa una mierda, ¡pero sí casi todo!

Debo liberarme de mí mismo, debo dejarme atrás poco a poco, debo verme cada vez más pequeño en el horizonte del pasado hasta desaparecer.

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Actualización: es al revés, todo me importa muchísimo, de ahí la ansiedad y el sufrimiento.

viernes, 18 de marzo de 2022

Plutón

El eco del ataque de ayer permanece pero se va amortiguando poco a poco. Pasé una noche terrible, apenas dormí cuatro horas, y desperté cansado, que es una de las cosas peores que le pueden pasar a uno: despertar como si toda la noche hubiera estado luchando a muerte contra un oso de humo negro. Pero aguanté bien la mañana en el trabajo, atendí a una veintena de personas y, poco a poco, fui recuperando confianza.

El problema de los ataques o preataques de pánico es que pierdes confianza en tus herramientas mentales para hacer frente al estrés y el sufrimiento de los demás, y cuesta recuperarla después. Afortunadamente hoy es viernes y, a pesar de todo, podré domir un poco más y, sobre todo, serán dos días sin escuchar a decenas y decenas de personas con sus problemas y consultas individuales, todas muy importantes para cada uno de ellos y ellas, algo que comprendo perfectamente.

En temporadas así no siento que vivo sino que sobrevivo. Probablemente a lo largo de la historia de mi especie no ha existido ninguna diferencia entre una y otra cosa, pero ahora sí, y es algo que todos podemos percibir, al menos en los países del llamado "primer mundo". Sobrevivo.

Por otra parte soy tan feliz cuando me siento querido, y eso es algo que sucede cada día también. Mi mujer, mi hijo que vuelve de Zaragoza, mi hija a través del vídeo desde su apartamento en Bergen. Me quieren a pesar de ser quien y como soy, este nudo de emociones, contradicciones y sufrimiento por cosas que no deberían rozarme.

Ya es de noche. El eco del casi ataque de pánico de ayer se disuelve poco a poco en mi cerebro, ese planeta gris tan lejano como Plutón. No sé qué quiero, no sé cómo enfrentar el día a día ni la enfermedad de mi madre. Y sé que miles y miles de personas antes que yo estuvieron en esta misma situación. Y sé que todo pasará, aunque todavía no.

jueves, 17 de marzo de 2022

Esponja

Esta mañana, en el trabajo, he sufrido el amago de un nuevo ataque de pánico. Hacía mucho tiempo que no me pasaba y ha sido terrible, aunque he podido controlarlo escondiéndome en el cuarto de baño y ejercitando los ejercicios de respiración que aprendí durante los años en los que canté en la Coral de Binéfar, los ejercicios que hacíamos antes de los ensayos y los conciertos.

El día comenzó bien, pero atendí a dos personas que estaban mal, muy mal, y me contaron por qué estaban mal, todas las desgracias, una tras otra, que les habían sucedido, su impotencia, su rendición; ella se puso a llorar y yo no podía darles ninguna buena noticia, ninguna solución verdadera, sólo apaños, el ingreso mínimo vital, esa prestación tan mal diseñada y ejecutada; desde mi lado de la mesa, a pesar de la mampara de metacrilato, podía oler y sentir su desesperación y su dolor irreal, el sitio al que les había arrastrado la vida desde la crisis económica ya lejana de dos mil ocho. Pero es que antes de ellos había atendido a una mujer más joven que yo a quien le habían hecho un trasplante de médula y estaba pendiente de quién le pagaría al agotar el año de baja. Cuando, durante unos minutos, he quedado libre, me he escondido en el báter y he respirado profundamente, como aprendí a hacerlo cuando cantaba. He llorado un poco. No soporto el dolor de los inocentes, no lo soporto.

Pero cuando he vuelto a mi puesto de trabajo he atendido a una mamá con su bebé de dieciséis semanas que me miraba todo al rato. Era, eran las dos, tan bonitas, pura esperanza, que mi acúfeno ha empezado a descender de volúmen y mi ansiedad se ha calmado para hablar con la joven madre sobre qué cosas verá su bebé, colonias en Marte, qué cosas que ahora no podemos ni imaginar. A la bebé le debía llamar la atención mi aspecto de vikingo con resaca y no me quitaba los ojos de encima. Yo le hacía muecas, le sonreía y entonces ella también lo hacía. Sus ojos glaucos achinados mientras reía me han salvado esta mañana, me han salvado literalmente, y me estoy dando cuenta de ello ahora mismo, mientras lo escribo.

Mi compañera Esther, una mujer maravillosa que trabaja mesa con mesa a mi lado, me dice que soy una esponja y tiene razón. Afortunadamente no solamente lo soy para la tristeza sino también para la inocencia y la esperanza.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Se aleja hacia el horizonte

Mañana me arrepentiré de irme tan tarde a la cama, lo sé. Aunque si cuando, tras escribir esto, me acuesto cerrando bien fuerte los puños, será como si durmiera el doble. Me lo dijeron hace muchos años, cuando era pequeño. Ignoro la base científica de algo semejante. Seguramente será mentira. Puedes dormirte apretando los puños pero, llegado el momento, los aflojarás como si murieses.

Hoy estaba, estoy, terriblemente cansado porque los martes atendemos a la gente también por la tarde y salgo reventado de la agencia comarcal. Pero es como cuando uno tiene tanto sueño que no puede dormir. A veces el cansancio excede el momento de descansar y se aleja hacia el horizonte, indemne, dejándote a ti hecho una mierda. Y con el sueño pasa lo mismo, y probablemente con más cosas en las que no hemos reparado nunca.

Voy a acostarme ahora y cerraré los ojos y, pase lo que pase, lo juro, no los abriré. Daré tiempo al tiempo. Dentro de una horas sonará el despertador. Daré tiempo al tiempo, digo, cuando es justamente al revés.

martes, 15 de marzo de 2022

Aquiles

Llovió durante casi todo el día. A mí, cuando tomo mi medicación, me gusta la lluvia porque me considero irlandés y asturiano por elección. Un día más y poco o nada puedo escribir. Atendí a personas que me hablaban y buscaban información, personas de todos los tamaños, aspectos y sexo. Siempre me conmueven, a pesar de los años que llevo ejerciendo mi profesión. De hecho cada vez me conmueven más.

Somos muy poco frente a los avatares de la fortuna, me digo, y a continuación, inmediatamente, me digo que no, que podemos cambiarla. Yo soy así: como un Aquiles gordo, viejo, un Aquiles que no hubiera muerto en el fulgor de su juventud.