Después del ensayo vamos al Chanti a tomar una copa. Hace mucho frío en la calle. Me doy cuenta, sin decir nada, de que la iluminación navideña es más austera que otros años. No se me quita de la cabeza la historia de L., una mujer de cuarenta y pocos años a quien le van a quitar la casa, el coche y la furgoneta de trabajo de su marido, que ahora mismo anda buscando trabajo en Suiza. Pienso en sus dos hijos adolescentes, uno de ellos, por cierto, muy buen estudiante. Van a quitarles la casa por no poder pagar la hipoteca. Van a quitarles el coche familiar y la furgoneta de trabajo por no haber podido pagar la seguridad social en los estertores de una pequeña empresa de escayolistas que la crisis arrastró al precipicio. No dejo de pensar en sus dos hijos, en el mayor, que es un poco desastre y nunca se le han dado bien los estudios, y en el pequeño, que es un estudiante extraordinario y el año que viene no podrá ir a la universidad porque sus padres ni siquiera podrían pagar los costes iniciales de los viajes, el piso, la residencia, antes de poder solicitar una beca que cobrarían quién sabe cuándo, si la cobran.
Después del ensayo vamos al Chanti a tomar una copa. De algunos bares y restaurantes salen al frío de la calle quienes esta noche celebraban la cena de navidad de sus empresas. ¡Qué distancias hay entre nosotros, entre todos nosotros! Hay abismos, desiertos, océanos.
sábado, 18 de diciembre de 2010
Después del ensayo
Anotado por Jesús Miramón a las 03:56 | Después del ensayo , Diario , Vida laboral
martes, 14 de diciembre de 2010
sábado, 11 de diciembre de 2010
Niebla cerrada
Sábado de niebla cerrada, tan característica de este territorio que ya casi empezaba a echarla de menos; una niebla que invita a quedarse en casa y encender la chimenea, leer, tomar una bebida caliente. No pido ni quiero nada más.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Años luz
Es puente y no queda nadie. Unos esquían y otros duermen en las salas de espera de los aeropuertos (a mil años luz de lo que existe a mil años luz de aquí). Las olas lamen las playas del norte y del sur. Nieva en las montañas del este y el oeste. Silencio. Es puente y no queda nadie. Sólo tú, a un millón de años luz de lo que existe a un millón de años luz de aquí.
jueves, 2 de diciembre de 2010
Una liebre en el jardín
Anteayer por la mañana había una liebre en el jardín que rodea el pequeño edificio donde trabajo. Al principio pensamos que era un conejo común pero no, era una liebre con las características manchas oscuras en la punta de las orejas, una verdadera y esbelta liebre de ojos como uvas de moscatel. Tras los primeros instantes de perplejidad imaginé que alguien la habría encontrado en el campo en primavera, cuando era un adorable lebrato, y al hacerse adulta en la casa, sin ánimo para matarla y comérsela, pensó, por absurdo que parezca, que sería una buena idea dejarla en nuestro jardín antes del amanecer. Esas cosas suceden. Ahora, mientras algunos peatones la señalaban con asombro, la liebre corría de un lado a otro tratando de esconderse bajo los arbustos, detrás de las escaleras contra incendios, entre el contenedor de basura y la pared. Dejé de mirar un instante y cuando volví a hacerlo el animal se había esfumado como si nunca hubiera existido. Todo el día estuve atento a los ventanales por si acaso volvía a aparecer, también ayer de vez en cuando, y hoy también ya un poco menos, ya casi nada.
domingo, 28 de noviembre de 2010
Para Teresa
Pasad, nubes, pasad
ingrávidas y veloces sobre mí,
no llegaréis a tiempo
al sitio del que vengo.
Cantad la canción,
hojas del bosque,
sobre la tierra que
eternamente rueda.
Cruje, nieve, buscando el atajo.
Brilla, sol, antes de tu hora.
Navega, nube, sobre la sombra de mi alma
y sigue tu camino, pues yo
encontré lo que buscaba.
sábado, 27 de noviembre de 2010
Después del ensayo
Después del ensayo salimos a la calle y hace mucho frío. En las cálidas capillas de nuestros cráneos suena todavía la música, las partituras de una navidad que ahí se acerca con la misma inocencia con la que nosotros nos precipitamos cada día hacia la noche oscura.
Anotado por Jesús Miramón a las 02:29 | Después del ensayo
domingo, 21 de noviembre de 2010
A chimenea
Mientras subimos al coche ella me dice que le encanta el olor de Binéfar en esta época del año, que sólo huele así aquí. Yo, que carezco de olfato por culpa de la rinitis, le pregunto a qué huele y ella me contesta que huele a chimenea, a leña ardiendo en una chimenea. La llevo a la estación y me quedo en el andén hasta que el autobús, que tiene los cristales tintados, maniobra y se aleja en dirección a Barcelona.
viernes, 19 de noviembre de 2010
Zarzas y enredaderas
Las noticias sobre la crisis económica en Irlanda, una de las últimas víctimas del robo del siglo, me hacen recordar la amabilidad de sus habitantes, la belleza de Connemara, el olor de sus playas invadidas por las algas, las casas abandonadas cubiertas de zarzas y enredaderas.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Lunes por la noche
Sopla un viento frío,
vanguardia del invierno,
exploradores a cuyos ojos
nada escapa.
jueves, 11 de noviembre de 2010
lunes, 8 de noviembre de 2010
Borrador
Sueño con una almazara cerca de la playa. En alguna parte hay un campamento de jóvenes. Conozco a unas chicas, hablamos junto al mar. Yo también soy mucho más joven, tal vez adolescente. La Playa. La costa. Casas de pescadores. Una plaza. La prensa comprime las olivas. El aceite virgen cae en un depósito de plástico. Una voz adulta dice detrás de mí: «¡Es extraordinario!».
viernes, 5 de noviembre de 2010
La primera estación
Se encontraba en medio de un pequeño bosque. El viento agitaba las copas de hojas amarillas convirtiéndolas en un gran sonajero y haciendo que algunas de ellas se desprendiesen y cayesen sobre él. Podía sentir el olor del suelo de hierba cubierto de hojarasca. Cantó un pájaro.
Despertó. Abrió los ojos a la tenue oscuridad de la cabina e inmediatamente volvió a cerrarlos tratando de recuperar el sueño durante unos segundos más, siquiera un instante, pero ya era demasiado tarde, los árboles y el viento se habían desvanecido. Se irguió en la cama y contempló el cosmos a través del ojo de buey. Ni él ni sus padres habían conocido los viejos bosques de la tierra, ¿de dónde provenían aquellos sueños, unas imágenes tan vívidas? Consultó la hora. Pronto entraría de guardia en uno de los puentes de proa. Qué destino tan amargo era el suyo, haber nacido y estar condenado a morir en una de las arcas, prisionero y esperanza al mismo tiempo. Serían sus tataranietos quienes tuviesen el privilegio de llegar a un mundo nuevo en el que les esperaban los descendientes de los colonos exploradores que habían partido antes que ellos, dos siglos atrás. Por lo que sabía no se encontrarían con bosques de hojas amarillas agitadas por el viento, aunque sí con inmensos océanos de un azul que no podía imaginar pero sí soñar. Se puso en pie, se dio una ducha seca y, dando la espalda a la oscuridad y las estrellas, salió del camarote rumbo a sus obligaciones.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
martes, 2 de noviembre de 2010
Todos los santos
El sol lucía en todo su otoñal esplendor sobre los nichos, los árboles de las aceras y la multitud que pululaba entre las calles armados de flores nuevas y productos de limpieza. La policía local regulaba el tráfico y, en general, se respiraba un ambiente de fiesta y celebración, casi de verbena.
Por nuestra parte no hicimos nada diferente a lo que hacían miles de personas a nuestro alrededor: limpiamos con un limpiacristales el frío mármol, sustituimos las flores, pensamos en nuestros muertos durante unos minutos, volvimos a verles en nuestra memoria tal y como eran, nos despedimos de ellos y nos fuimos. A la salida del cementerio había un atasco considerable, pero ningún conductor tocó el claxon ni manifestó prisa o enfado.
domingo, 31 de octubre de 2010
Último día
El grillo que cantaba a comienzos de octubre calló al cabo de pocos días, probablemente sin haber logrado reproducirse a esas alturas del año. Ahora hiberna en la profundidad de su agujero, inmóvil como una pieza de orfebrería. A miles de metros de altitud los aviones de pasajeros surcan el cielo nocturno. Alguien que vuelve a casa duerme en su asiento junto a la ventanilla, y sueña.
sábado, 30 de octubre de 2010
Trigésimo día
En Zaragoza ya es navidad, si uno ha de fiarse de algunos escaparates donde se exponen árboles cubiertos de nieve artificial, espumillón, bolas de colores, lazos rojos y dorados. Es sábado por la tarde y el centro comercial está tan lleno de gente que se han agotado los carros de la compra. Yo me obligo a conservar la calma y, por una vez, lo consigo, lo que me permite observar sin palpitaciones la amplia variedad genética que me rodea: íberos, aztecas, bereberes, caucásicos, nilóticos, cosacos; hombres y mujeres del desierto, de la montaña, de las estepas y los bosques. Todavía recuerdo cuando el paseo de un soldado negro de la base militar norteamericana hacía que todos los niños nos volviésemos a mirar, asombrados. Salimos de Babel, regresamos al piso que fue de mis suegros y ponemos en marcha la calefacción. Pronto hará seis años que los yayos de Zaragoza murieron, ella en enero y él en diciembre de dos mil cuatro. Si pudieran contemplar ahora a sus nietos qué orgullosos se sentirían de ellos. Carlos hace los deberes que ha traído aquí para tener libre la tarde de mañana y el lunes entero en Binéfar, y Paula, que llegó ayer de Barcelona después de tres semanas de ausencia, descansa tendida en el sofá Ektorp, guapísima y un poco acatarrada. Poco a poco la vivienda va entrando en calor. Sí, más pronto de lo que parece llegará la navidad, esa tenue frontera donde se reúnen el final y el comienzo, los muertos y los vivos, los niños que fuimos y quienes somos ahora.
viernes, 29 de octubre de 2010
Vigesimonoveno día
Conduzco de noche detrás de otros coches y furgonetas y camiones que también acuden al trabajo. Al girar en la primera rotonda para entrar en la autovía me sitúo durante un momento frente al Este, donde el cielo comienza a clarear débilmente sobre la línea del horizonte anunciando un nuevo día -y esto es una gran verdad- nunca antes repetido en la historia del mundo; un nuevo día todo entero para mí.
jueves, 28 de octubre de 2010
miércoles, 27 de octubre de 2010
Vigesimoséptimo día
Octubre continúa avanzando hacia noviembre, insensible a nuestras dudas y nuestras certezas. Nada le detendrá, ni el amor ni el miedo ni el cansancio ni el frío, ni tampoco esa fragilidad que de improviso se instala en nuestro corazón como un pájaro. No, nada le detendrá, pues el verdadero motivo de su existencia es no detenerse nunca.
martes, 26 de octubre de 2010
Vigesimosexto día
Atenuar el miedo, expulsar el sufrimiento. La melancolía. Bach. En una ventana de Leipzig se apaga la luz de un candil. La biblioteca ha caído sobre un fondo de silencio. Los instrumentos reposan en sus cuerdas. Un hombre cansado y de vista tenue se dirige a la cama, ha releído, más allá de las páginas, un mundo al que volverá mañana. La nada le ha sido concedida como un don. La nada es un bien. Por eso reza. De cada día surge una melodía: le pondrá un contrapunto. Mientras llega el sueño, piensa en los que yacen. Oye la vida en lo inaudible. Quizá la música consista en eso, en revelar las cosas antes de que adquieran nombre. Si ha quedado un libro abierto sobre el escritorio, el universo seguirá teniendo un espejo en la tierra.
Ramón Andrés, de Johann Sebastian Bach - Los días, las ideas y los libros, Acantilado, 2005.
lunes, 25 de octubre de 2010
Vigesimoquinto día
Por la mañana alguien me dice que en las montañas han caído las primeras nieves. En el llano sopla un viento furioso que inclina los chopos y álamos junto a las acequias. Los campos de maíz que quedan sin cosechar tienen el color del bronce antiguo. Ayer desmonté el sistema de riego automático para guardarlo en el interior de mi casa hasta la próxima primavera. Hasta la próxima primavera, escribo, y me estremezco.
domingo, 24 de octubre de 2010
Vigesimocuarto día
Hoy he cantado con mi coral en Pla de la Font, un pueblo de colonización cerca de Lérida cuyo ayuntamiento nos ha contratado en las celebraciones del quincuagésimo aniversario de su creación. ¡Cincuenta años solamente! Pocos años antes de que yo naciese este lugar no existía.
En un acto protocolario previo a la misa y el concierto su alcalde ha hablado de aquellos primeros colonos, provenientes de Cataluña, Aragón, Andalucía, Valencia, Castilla, que llegaron al territorio para comenzar una nueva vida, agricultores a quienes se les concedían unas parcelas para que las trabajaran y pudieran labrarse un futuro. Desde el coro de la iglesia escuchaba sus palabras y me parecía estar en una película del oeste americano o de Siberia.
Al terminar nuestra actuación y recoger los bártulos hemos salido a la calle, lucía el sol y una rondalla cantaba una albada en homenaje al pueblo y sus fundadores. Algunos de sus versos me han emocionado:
Han pasado cincuenta años
desde que vinimos a estas tierras
con los bolsillos vacíos
y el alma llena de pena.
Esto era casi un desierto,
no había agua ni luz,
pero lo más importante
es lo que trajiste tú,
lo más importante es
lo que trajiste tú.
sábado, 23 de octubre de 2010
Vigesimotercer día
¡Las nueve de la noche y todavía no he hecho mis ejercicios! Ahora me pondré a ello porque desde hace un tiempo faig bondat, que en catalán quiere decir cuidarse, portarse bien, adelgazar incluso como, poco a poco, estoy haciendo yo. Me gusta mucho el catalán y siempre que puedo aprovecho para practicarlo. Hay una palabra que me encanta: tardor, la tardor, que se pronuncia sin la erre final: la tardó, y significa otoño, un otoño femenino.
viernes, 22 de octubre de 2010
Vigesimosegundo día
Después de hablar por teléfono con mi amigo me preparo un té rojo y ordeno las partituras del concierto del domingo. Poco a poco la noche cubre con su manto el pueblo iluminado con farolas. El frío ha llegado para quedarse. La taza de té está caliente. La voz de mi amigo siempre es música para mi corazón.
jueves, 21 de octubre de 2010
miércoles, 20 de octubre de 2010
Vigésimo día
MI MUERTE
Si tengo suerte, estaré conectado
a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos.
Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final.
Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, "¡ven rápido, se está yendo!"
Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo.
Si tengo suerte, darán un paso adelante
para que pueda verles por última vez
y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren,
me cogerán la mano y me dirán "Valor"
o "Todo va a ir bien".
Y tienen razón. Todo va a ir bien.
Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento.
Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
"Sí, te escucho. Te entiendo".
Incluso que pueda llegar a decir algo así:
"También yo te quiero. Sé feliz".
¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.
Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso,
no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo.
Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.
Raymond Carver,
de Todos nosotros, 4ª edición, septiembre de 2007.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:12 | Nombres propios
martes, 19 de octubre de 2010
Decimonoveno día
Una vez el marido de esta mujer la agarró de los pelos y golpeó su cabeza contra el suelo. Cuando estaba embarazada la amenazaba con las jeringuillas que utilizaba para vacunar a los tocinos, le decía que iba a ponerle la inyección que les ponía a las cerdas para que pariesen. La trataba como si fuese un animal o, sabe usted, peor que a los animales de la granja. En el pueblo nadie le quería y todos le temían, cuando bebía se pegaba con el primero que se encontraba por la calle. Al hijo lo sacó del colegio en cuanto cumplió quince años y le hacía trabajar con él de sol a sol, no le permitía salir por ahí con otros jóvenes de su edad. Durante años ella nunca se atrevió a denunciarlo porque sabía que el monstruo era capaz de matarles a los dos, pero cuando el chico intentó suicidarse se dio cuenta de que debía ser valiente, si no por ella, por su hijo. Puso una denuncia en la guardia civil y los dos se fueron a vivir a casa de su hermana en Barbastro. El juez impuso una orden de alejamiento que, afortunadamente, el ogro cumplió. Se divorciaron sin la presencia de él, que no quiso saber nada. Ella renunció a cualquier pensión compensatoria, a la aislada casa junto a la granja, a todo lo que tuviese que ver con aquel hombre y las cosas que le hacía. Comenzó una nueva vida. Se puso a limpiar para varias empresas en bancos, oficinas y colegios. El hijo se hizo mayor y se fue lejos con la traumática carga de su infancia en la memoria. Ella se compró un piso pequeño en la ciudad. Cuando a finales de septiembre de dos mil diez supo que su marido había muerto sintió un gran alivio, yo sé que está mal, sabe usted, pero no pude evitarlo, por fin podía respirar tranquila, por primera vez podía caminar por la calle sin esa sensación de temor permanente a la que nunca había llegado a acostumbrarse. Le hemos tramitado una pensión de viudedad especial para casos de violencia de género, una modalidad que elude la obligatoriedad de que la viuda percibiese pensión compensatoria del excónyuge. No es mucho dinero pero ella está satisfecha, lo ve como una especie de indemnización por haber aguantado tantos años a aquel hombre que conoció muy jovencita y la engañó. Me da las gracias, se levanta sonriendo y sale a la calle donde hace frío, el aire es transparente, las hojas de los castaños de indias se secan lentamente.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:20 | Diario , Vida laboral
lunes, 18 de octubre de 2010
Decimoctavo día
Este granjero de terneros se parece muchísimo a Sidney Pollack. La joven de la gestoría es el vivo retrato de Anaïs Nin. Tengo un amigo en Binéfar que es clavado a Harrison Ford. En un planeta con una población de casi siete mil millones de seres humanos resulta imposible que cada uno de nosotros no tenga más de un sosias. Alguien idéntico a ti sale ahora de su casa en las antípodas, sube a una bicicleta y se aleja pedaleando sobre el asfalto mojado.
domingo, 17 de octubre de 2010
Decimoséptimo día
Anotar algo en este cuaderno cada día durante un mes no tendría ningún sentido si no fuese por la voluntad de hacerlo. A veces basta con eso.