La casualidad ha querido que hoy, el mismo día, vinieran a casa mi hija desde Noruega y mi hijo desde Italia. Mi proverbial capacidad para perderme y despistarme ha hecho que hayamos equivocado la terminal de ella en el aeropuerto de Barcelona, pero al final se ha reunido con nosotros. El vuelo de mi hijo desde Roma ha llegado con hora y media de retraso, pero al fin, por primera vez en mucho tiempo, nos hemos reunido toda la familia (y Claudia, la encantadora compañera de la beca Erasmus de Carlos).
Debo decirlo: odio los aeropuertos. Sus múltiples accesos, sus terminales, sus ascensores, sus escaleras mecánicas, sus compañías aéreas. Yo iría en mi vieja Picasso a todas partes. A Roma. A Bergen. A la antártida. Lo que más odio de los aeropuertos es el tiempo que se pierde, los precios abusivos de las cafeterías y restaurantes, que los horarios previstos carezcan de importancia, la aglomeración de personas como nosotros esperando frente a la puerta de llegada, minuto a minuto, cada vez más impacientes.
Los odio y por eso lo digo: odio ese laberinto de señales luminosas, flechas, horarios en paneles electrónicos. Eso sí: el vuelo es distinto, viaja a través de miles de kilómetros en poco tiempo y te deposita en lugares lejanos. Pero los aeropuertos no, los aeropuertos no me gustan nada. Aunque estoy dándome cuenta de que las estaciones de autobuses tampoco, ni los andenes de las estaciones del tren.
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Por primera vez en muchos meses toda mi pequeña familia está reunida. Es bonito, insólito e improbable (aterrizaban hoy, el mismo día, de pura casualidad, no estaba planificado). Soy feliz.
sábado, 26 de mayo de 2018
El vuelo es distinto
miércoles, 23 de mayo de 2018
Sirenas de Ulises
Ayer me dormí en el sofá a las diez de la noche, algo insólito en mí. Mi compañera me dijo: "Anda, cariño, vete a la cama y descansa en condiciones", y le hice caso y, nada más depositar mi cabeza sobre la almohada, caí en un sueño profundo.
Hoy creo que también me acostaré temprano, noto el peso de los años en que mi trabajo cada vez me agota más a nivel mental. Es como si el lugar donde despierto al dormir profundamente me llamara cada vez con más fuerza, como las sirenas a Ulises.
Aquí, en este lado, a estas horas de la noche, llueve. Quién sabe qué sucederá cuando cierre los ojos, pero me gustaría regresar a casa.
sábado, 19 de mayo de 2018
Pianos desafinados y rocas lunares
Cuando por la mañana fuimos a pasear junto al canal éste bajaba hasta arriba de agua. En las lindes de la estrecha carretera las diminutas flores amarillas parecían flotar sobre el suelo.
Hoy nuestro camino habitualmente solitario estaba muy concurrido: nos hemos cruzado con una familia con niños en bicicleta, con otra con dos perros muy alegres, uno de ellos un poco asustadizo, y con dos o tres ciclistas solitarios más.
Desde la copa de una encina, con gran ruido de alas batiendo el aire, huyeron dos palomas torcaces. Vimos el primer abejaruco de la temporada, y también dos pequeñas lagartijas que huyeron a nuestro paso.
Por la tarde, mientras dormía la siesta, se desató una tormenta con granizo que me despertó. Me acosté en el otro lugar, me asomé a la ventana de éste y disfruté de las vistas desde mi refugio seguro, asombrado y a salvo. El cielo se desmoronaba como si dejase caer, no sé, excavadoras gigantes, pianos desafinados, rocas lunares.
viernes, 18 de mayo de 2018
Llegamos a casa de noche
Arribem a casa de nit,
la lluna groga i plena i grossa
alçant-se
entre núvols negres.
Tristos dies
d'esllavissada i neguit,
el món trencant-se
per l'orgull i la supèrbia
i el fum d'il·lusionistes.
Vinc invocant
la indifèrencia de les vaques
i una alegría infantil,
que se m'escapa,
de ser viva i prou.
A mi m'importa
el benestar i la pau,
la meva pàtria es allà
on oneja la bandera blanca.
6.10.17
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Llegamos a casa de noche,
la luna amarilla y llena y grande
alzándose
entre nubes negras.
Tristes días
de desmoronamiento y angustia,
el mundo rompiéndose
por culpa del orgullo y la soberbia
y el humo de los ilusionistas.
Vengo invocando
la indiferencia de las vacas
y una alegría infantil,
que se me escapa,
de estar viva y nada más.
A mí me importa
el bienestar y la paz,
mi patria reside
donde ondea la bandera blanca.
6/10/2017
Silvia Castelló Masip
Quadern de la bauma (inédito)
(Más poemas de Silvia)
Anotado por Jesús Miramón a las 23:33 | Nombres propios
martes, 15 de mayo de 2018
Tanatorio
Hacerse mayor es saber que acudir a un tanatorio a abrazar a alguien a quien quieres es muy importante. Sentir su tristeza contra tu pecho y, a la vez, el efecto de tu modesto consuelo a través de la ropa, la piel, el cariño. Es una experiencia única. Amistad o, lo que es lo mismo: amor.
miércoles, 9 de mayo de 2018
Riendas
Esta noche voy a irme a la cama temprano, justo cuando termine de escribir este testimonio no solicitado.
Estoy muy cansado y necesito dormir. A veces, como hoy, siento que transporto el mundo entero sobre mis espaldas. Otras veces, ojalá mañana, siento que cabalgo sobre él con las riendas en mi mano izquierda como aprendí hace tantos años en Tudela.
Me acostaré, cerraré los ojos y quién sabe lo que me espera al otro lado, a dónde iré, de dónde volveré. Todo es posible.
martes, 8 de mayo de 2018
Rodadas
Son más de las doce. Me dispongo a acostarme sabiendo acaso un poco menos que ayer. Comienzo a desistir de mis lejanos objetivos juveniles, aunque no de los caminos: me gustan mucho los caminos del campo, sobre todo después de la lluvia, las rodadas convertidas en charcos pasajeros reflejando nubes navegando a kilómetros de altura, más cerca del espacio que de mi corazón.
viernes, 4 de mayo de 2018
Nuevas cordilleras en el horizonte
A estas alturas debería saber algo. Comprender alguna cosa. He consumido millones de horas de mi vida en intentar alcanzar siquiera, no sé, algún atisbo de ese objetivo. Escribiendo, leyendo, cantando. Pero me siento igual que al principio, allí, tan lejos, cuando entre los doce y trece años comencé a hacerme preguntas.
Mientras tanto ha ido pasando el tiempo. Logré, no sé de qué modo, que una mujer mil veces más inteligente que yo se enamorase de mí y con ella fundé una familia. Una hija. Un hijo.
Me gusta mucho mi trabajo. Cada día conozco a seres humanos nuevos con su pasado, sus expectativas, su carácter, su belleza, sus traumas. Es un trabajo que me apasiona a pesar de que algunos días me destruya un poco por dentro. Más o menos he aprendido a convivir con ese precio por hacer algo que me fascina.
Lo que no entiendo es que a estas alturas, a punto de cumplir cincuenta y cinco años, todavía no comprenda gran cosa de toda esta pequeña aventura, este parpadeo nuestro, tuyo y mío, en la historia del mundo. Hubo un momento, cuando era apenas un niño haciéndose mayor, en el que creí que leyendo y estudiando y explorando encontraría respuestas. No sabía que la exploración no ofrece respuestas sino nuevas cordilleras en el horizonte, nuevos ríos, valles, planetas; nuevas preguntas.
miércoles, 2 de mayo de 2018
Como si supiera
Esta mañana temprano la temperatura era de siete grados en Barbastro. Mis compañeras de trabajo han dicho que hacía frío y yo les he contestado lo siguiente: "cada día de frío es un día robado al infierno que vendrá".
Que vendrá, he dicho, como si supiera algo.
martes, 1 de mayo de 2018
Para mí el amor es eso
Dos días de sol con altos, inmensos y lejanos cumulonimbos en el intenso cielo azul que mi hija echa tanto de menos en Bergen.
Paseando esta mañana junto al canal he pensado y comentado en voz alta que los primeros humanos que vivan en Marte echarán terriblemente de menos -yo lo haría- todo lo que vemos y oímos en cada uno de nuestros paseos cotidianos: el cielo azul, los distintos tipos de nubes, el color verde, el canto de los pajaricos entre los árboles, las pequeñas flores silvestres que aparecen en primavera, las amapolas, los lirios silvestres, el romero, el tomillo.
A ratos caminábamos a buen paso sin decir nada, cada uno de los dos inmersos en nuestros propios pensamientos.
Para mí el amor es eso.
domingo, 29 de abril de 2018
Un mal día
Un día malo. La tormenta me despertó de madrugada, dormí mal, volví a dormir pero ya soñaba sólo pesadillas de corta duración. A las seis y media, cuando volví a despertarme, llovía. Comprendí la famosa expresión: "estoy como el día". A lo largo de la jornada he repuntado en momentos precisos -al pasear por el campo bajo el paraguas junto a Maite, al cocinar, al conducir el coche- pero la conclusión final es la siguiente: hoy ha sido un domingo de mierda. Y me da pena porque sé que era el último de abril del año dos mil dieciocho, y eso no es algo que pase todos los días. Pero por mucho que lo he intentado no he conseguido despegar. Ahora voy a leer en la cama un libro que me dejó una amiga sobre las pinturas rupestres y espero que el sueño venga rápido a sellar mis ojos como se sellan los ojos de los muertos, con esa piedad.
jueves, 26 de abril de 2018
Líneas de comunicación
Mis dos hijos cuentan con dos líneas de comunicación: su madre, que es puro sentido común, tranquilidad, paz, rechazo al conflicto y, en fin, inteligencia; y por otra parte su padre, es decir, yo, que soy impulsivo, alguien incapaz de calibrar las consecuencias de sus decisiones en el instante de decidirlas, alguien compulsivo y, en fin, todo lo contrario de su madre.
Por eso, en situaciones difíciles, le llaman a ella. Son tan listos. Me siento orgulloso.
martes, 24 de abril de 2018
Evaporación
Estoy tan cansado que dormiría en el suelo, al pie de la mesa principal del banquete en el castillo o en la cumbre del Olimpo, perro y dios.
Ayer grabé un vídeo donde las gotas de la escasa lluvia caían en el alféizar de la ventana de la cocina para evaporarse casi inmediatamente.
Me hago un poco más viejo cada día y así, de esta manera, soy más y más consciente de mi ignorancia. También de mi curiosidad, que late igual que a los doce años. Querré explorar todo este absurdo mundo hasta que mi cerebro desfallezca, no lo podré evitar. No quiero evitarlo.
miércoles, 18 de abril de 2018
Cuatro amigas
Hoy he comido con cuatro amigas en un restaurante de Barbastro. Los nombres de los platos eran más bonitos y ricos que lo que contenían pero ha estado bien, sobre todo por la compañía y la alegría de reunirnos.
Nunca he pensado que la amistad fuese algo inferior al amor romántico -ni falta que le hace. Lo que sé es que la amistad tiene cualidades que no tiene aquel. Es una expresión diferente del amor y, en ciertos aspectos anecdóticos, mejor.
La amistad sencilla, lo que todos entendemos cuando hablamos de amistad es, para mí, una de las formas más puras del amor porque carece de cualquier interés. Aprender y disfrutar de la mera existencia del otro, quererle, y nada más.
Hoy he comido con cuatro seres humanos, casualmente todas ellas mujeres maravillosas, y he disfrutado y aprendido mucho, y me voy a dormir con la sensación de haber recibido un regalo muy especial. Amor sin aspavientos y sin tonterías. Amistad. Libertad para expresarme como soy sin barrera alguna. Qué más puedo pedir. Soy afortunado y, en su compañía, libre.
lunes, 16 de abril de 2018
Antes
La tierra está saturada de agua. El río Vero corre frente a mi casa hace muchos días muy por encima del cauce de hormigón armado que en su día se construyó para domarlo; fluye arrastrando ramas de quién sabe qué lugar, dónde cayeron, qué árbol cedió en la orilla, cuan lejos está de aquí corriente arriba, acaso un pequeño bosque rodeado de nieve.
Cuando contemplo un río siempre pienso en su viaje hacia el mar, así de profundamente estamos marcados por la poesía de Manrique, pero ¿qué sucedió antes?
Yo y tú sucedimos antes, todos nosotros sucedimos antes.
martes, 10 de abril de 2018
Un legionario romano después de la batalla
Nunca pensé que escribiría esto, pero la humanidad me agota y comienza a vencerme como el viento vence a las formaciones de roca arenisca del territorio que habito. Como todas las personas, como todos los seres humanos que se suceden ante mí durante mis horas de trabajo. Al final de la jornada regreso a casa caminando por la calle empapado en sangre como un legionario romano después de la batalla. Sólo las tórtolas turcas de collar oscuro y ojos rojos se apartan a mi paso.
domingo, 8 de abril de 2018
Muy lejos
No tengo mucho que escribir. Cociné alcachofas al horno. La noche pasada llovió abundantemente, eso me dijo mi compañera porque yo no me enteré de nada: duermo como un tronco en toda la expresión de la palabra.
Siento una felicidad tranquila, de pocos quilates, asequible a mi imaginación.
Acaso sea sencillamente cansancio. La felicidad y el cansancio se parecen mucho.
Es domingo por la noche. Cerraré los ojos y viajaré muy lejos.
sábado, 7 de abril de 2018
Es tarde
Es tarde porque estoy de vacaciones y pasado mañana volveré al trabajo. Es tarde porque me acostaré y dormiré el sueño profundo de los viajeros estelares. El río, como la nave, fluye hacia el mar. Las canas conquistan en mi cabeza los pocos milímetros que pudieran haber resistido estos últimos años. Las ojeras, como sucede desde mi adolescencia de noches furtivas leyendo durante horas sin dormir, cada día confinan mis ojos pequeños más profundamente en mi cabeza de bisonte que no sabe que lo es, haciéndolos casi invisibles. Dejé de fumar hace mucho tiempo. Engordo sin esfuerzo. Las nubes ocultan la luna mientras la sonda espacial Voyager 1 navega más allá de nuestro sistema solar a diecisiete kilómetros por segundo alejándose cada vez más de ti, de mí, de todos nosotros, llevando con ella el registro de cantos de ballena, nanas infantiles, saludos en muchos idiomas terrestres, música de Bach. Es tarde porque me acostaré y dormiré el sueño profundo y sin retorno de los viajeros del tiempo.
miércoles, 4 de abril de 2018
No es tarde
No es tarde porque estoy de vacaciones y mañana despertaré cuando mi cerebro se haya restaurado. El río fluye hacia las montañas porque estoy de vacaciones. Cada día las canas desaparecen de mi cabeza. Las ojeras desaparecen poco a poco. Vuelvo a fumar. Adelgazo sin esfuerzo. Las nubes ocultan la luna.
martes, 3 de abril de 2018
Primera vez
En agosto de dos mil diez alquilamos una casa en Irlanda y al llegar al destino me di cuenta de que había olvidado mi pequeño ajuar de afeitado, y a pesar de que fuimos varias veces al supermercado Dunnes de Galway a comprar comida y bebida, decidí dejarme barba, y así desde entonces.
Pero hoy he entrado por primera vez en una barbería de verdad, un establecimiento especializado. Mi barba es corta, la dejo crecer un mes y después la recorto con una maquinilla, no le presto más atención. Pero hoy me apetecía un pequeño lujo.
Ha sido maravilloso. Estíbaliz, mi barbera y peluquera, me ha recortado la barba con precisión, me ha dado aceites, me ha aplicado toallas de agua muy caliente sobre la cara para abrir los poros del pelo y luego toallas de agua fría, siempre con otra pequeña toalla doblada sobre mis ojos cerrados, imagino que para trabajar más relajada sobre mi rostro tumbado en posición casi horizontal. Me ha afeitado con espuma dos dedos por debajo de la mandíbula y también en la mejilla, sin exagerar. Luego me ha aplicado cosas que olían muy bien. Al salir del establecimiento me sentía feliz.
He decidido que me dejaré crecer la barba sin demasiado control, como venía haciendo hasta ahora, y cuando vuelva a Zaragoza iré a la barbería a que me mimen y la cuiden como yo no sé hacerlo. Las profesiones consisten en eso, ¿no es verdad? También la mía.
martes, 27 de marzo de 2018
Campo de minas
La muerte, nuestra antigua compañera, la que nunca ronda lejos de nuestra sombra, ha hecho acto de aparición en las ondas concéntricas de piedras que golpearon el agua de personas cercanas que me importan mucho.
El pasado jueves murió un amigo de mi hermano Carlos Miramón. Hablamos de un hombre de cuarenta y siete o cuarenta y ocho años. No entraré en detalles porque es algo demasiado íntimo, pero Carlos y él eran amigos desde la adolescencia.
Hoy mi otro hermano Carlos (Carlus, Carles, cada quien le llamamos como nos apetece y a él le da igual), mi mejor amigo durante más de treinta años desde que llegué a Girona, me ha contado que esta mañana se enteró de que una antigua novia suya había fallecido hace casi tres años sin él saberlo. Hemos hablado un rato. Yo la había conocido como conocí también al amigo de mi hermano carnal.
La muerte posee de modo natural los conocimientos técnicos que los fotógrafos de Lenin o Stalin trabajaban a conciencia: hacer desaparecer a los seres humanos de las fotografías. Hoy aparecían en un mitin en la plaza roja de Moscú y una década después, en la misma imagen, habían desaparecido como por arte de magia. No lo hacían del mundo pues en muchos casos (estoy pensando en Trotsky) su huella perduró, pero en otros casos sí que desaparecieron como desapareceremos todos, incluso el mismo Trotsky, Shakespeare, Manrique y todas, absolutamente todas nuestras personas queridas y desqueridas.
Lo único bueno de la muerte, además de hacer sitio en un planeta limitado, es que no hace distinciones, nos iguala a todos sin discriminación de ninguna clase; lo malo y lo triste es la desolación que causa a su paso, el estupor ante la evidencia de que algo que palpitaba y exploraba y reía y comía y follaba y leía libros en el sofá, de pronto ya no exista.
A mi amigo entristecido le he dicho que la vida es un campo de minas y la obligación de nosotros, seres humanos más o menos inteligentes y dotados, todos sin distinción, del milagro de la poesía, es atravesarlo cantando, riendo, bailando, amando, desamando y explorando como si caminásemos sobre puras nubes de cielo, césped de terciopelo, el agua inmaculada de un riachuelo. Esa es nuestra única opción si no queremos encerrarnos en casa esperando que llegue nuestro momento con la mirada que tienen las vacas mirando pasar un tren (y esta frase no es mía, pero no recuerdo dónde la leí).
La vida no es un combate contra la muerte: nacemos con esa batalla perdida desde que empezamos a llorar en el paritorio después de la bofetada de la enfermera en el trasero. A partir de ese mismo instante cada día es un regalo, un milagro. Primero sin consciencia alguna y a partir de cierta edad con ella, aunque no importe.
Escucho los tambores de Semana Santa en Barbastro. Me doy cuenta de que sus redobles acompasados no son otra cosa sino el remedo del latido de nuestros corazones.
miércoles, 21 de marzo de 2018
En voz muy baja
Escribo esto en voz muy baja. Maite habla por teléfono con nuestra hija Paula en el salón. Puedo oír parte de su conversación. El río fluye cada día -cada día, cada noche, interminablemente- hacia el mar, pero sólo puedo escucharlo si abro la ventana, que ahora está cerrada.
Oigo risas de Maite, lo cual significa que todo va bien. Yo estoy aquí, en mi pequeño rincón junto a la cama, escribiendo en voz baja, asombrado de mi vida y de la vida de quienes me rodean e incluso de quienes viven al otro lado del planeta. Asombrado de la Luna y las nubes y la noche; asombrado de que mi corazón palpite como el motor de un coche sin la más mínima vacilación, preciso, sin errores; asombrado de haber nacido y amar y sentir esperanza sabiendo que moriré cualquier día de estos.
Escribo esto en voz muy baja. Realmente no comprendo nada y me doy cuenta de que escribo por eso. En mi viaje breve me acompañan los testimonios de otros que ya no existen, la maravillosa música de otros; las pinturas, sobre todo los retratos, de personas que ya no existen; las siluetas de manos en cuevas de hace miles y miles y miles de años.
Maite y nuestra hija han terminado de hablar y reír. Mi compañera pronto asomará en esta habitación para contarme lo que han hablado. Seguro que tendrá algo que ver con el amor. Regreso al mundo. Corto y cierro.
lunes, 19 de marzo de 2018
Xim-xim
El lunes de la semana pasada, aprovechando que llevé a mi hijo al aeropuerto de Barcelona para que emprendiese el viaje a Italia de su beca Erasmus, subí un poco más hacia Girona y quedé a comer con mi mejor amigo.
Le esperé frente al edificio de la Seguridad Social donde trabajé hace muchos años y nos abrazamos y nos dimos dos besos al vernos, y volvimos a abrazarnos.
Paseamos por el barrio medieval de Girona y descubrí que lo están restaurando, con más o menos gusto, para construir pisos y apartamentos de lujo, alejándolo urbanísticamente de lo que siempre fue. En cualquier caso las callejuelas y escaleras del barrio judío, así como los porches de la rambla, seguían siendo los mismos que descubrí un invierno de hace muchos muchos años, recién arribado a la ciudad con veintidós o veintitrés años.
Después fuimos a comer a un restaurante de Canet d'adri, a pocos kilómetros de la ciudad. El local estaba lleno de gente, más de lo que mi amigo esperaba, así que nos tocó hacer cola hasta que quedó libre una mesa. Observé a la clientela y durante unos segundos regresé a mi recuerdo de esa Cataluña profunda, las mejillas rojas, la ropa de trabajo, el catalán cerrado que aprendí y cuando trabajé en Lleida tanto les sorprendía. La camarera cantaba el menú a toda velocidad (después de nosotros había más gente esperando) y a esa misma velocidad nos sirvió la comida. Comida de rancho, de currantes que tenían que volver al tajo, comida de la clase social a la que Carlos y yo y nuestros padres siempre pertenecimos. La comida estaba muy mala -tal vez ya no somos como nuestros padres- pero nos reímos, charlamos y disfrutamos de la compañía mutua. Él bebió vino peleón; yo, como tenía que regresar en coche a mi casa, cerveza sin alcohol.
Antes de despedirnos condujo delante de mí en dirección a la autovía que me devolvería a Barbastro, pero previamente nos detuvimos para hacer una pequeña excursión en el volcán de la Crosa, cuyo gran diámetro de bosques envuelve un campo de cultivo de color verde esmeralda y un horrible pozo de ladrillos industriales en su centro. Había también algunas plantaciones de nogales y avellanos. Llovía un poco, casi nada, xim-xim. Caminando por un sendero entre robles, encinas y alcornoques, un bosque antiguo de ramas caídas, musgo y espesura salvaje, regresamos al parking y allí nos despedimos hasta las próxima ocasión. Él regresó a su pequeña y cercana casa en el bosque y yo emprendí carretera adelante hacia mi hogar frente al río Vero.
jueves, 15 de marzo de 2018
Un poema de Silvia
La mare
feia un ram
de flors silvestres
per guarnir
la taula de càmping
quan esmorzàvem
en aquells estius eterns.
M'ensenyava el luxe.
10.8.17
Silvia Castelló Masip
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Mamá
hacía un ramo
de flores silvestres
para adornar
la mesa de camping
cuando comíamos
en aquellos veranos eternos.
Me enseñaba el lujo.
Traduciré más poemas de Quadern de la Bauma, el libro inédito de Silvia. Tengo muchas esquinas dobladas en sus páginas. Sirva este como entrada. Tan sencillo, tan aparentemente fácil pero con una verdad que te golpea. Poesía de verdad. Un lujo. La admiro mucho.
Anotado por Jesús Miramón a las 23:27 | Nombres propios
sábado, 10 de marzo de 2018
La nueva revolución francesa
Ya no me gusta discutir. Aprendí hace mucho tiempo que nadie convence de nada a nadie. En mi juventud me batí el cobre a muerte por asuntos de los que ahora ni siquiera me acuerdo.
Ayer en las redes alguien a quien tenía por, no sé, un desconocido inteligente, escribió que las movilizaciones feministas que ayer se manifestaron en toda España eran "buenas intenciones". No actos, no consecuencias, sólo buenas intenciones. Por supuesto, me fue imposible hacerle cambiar de opinión. Cuando mi paciencia se agotó, casi al mismo tiempo que la suya, lo dejé estar (aunque yo no me burlé nunca de él). Da igual.
Aquí en mi casa, en mi cuaderno, digo que lo que sucedió el pasado ocho de marzo no fueron buenas intenciones sino un cambio de paradigma. Desde adolescentes hasta ancianas dijeron "basta". Y al decirlo no atacaban a las mujeres que afortunadamente no han sufrido ninguna de las lacras que se denunciaban, ¿cómo pensar semejante cosa? Lo que hacían simplemente y con una asistencia masiva era apoyar a las miles y miles que siguen sufriendo el estigma de ser mujer.
Yo, como sabéis, trabajo en una pequeña agencia comarcal de la Seguridad Social atendiendo al público. La vida pasa ante mí en lo bueno y en lo malo. Las personas me cuentan sus vidas así, literalmente. Yo las bebo. Sé lo que sucede con las mujeres que trabajan en la hostelería (dadas de alta a media jornada y trabajando catorce horas al día), sé lo que sucede con tantas cuidadoras de ancianos y empleadas de hogar trabajando sin estar de alta. Yo lo denunciaría todo, como es mi obligación, pero si ellas me piden por favor que no lo haga porque perderían su único recurso para sacar adelante a su familia, no lo hago. ¿Hombres en esas situaciones? No recuerdo haber atendido a ninguno. Siempre son mujeres, como siempre son mujeres quienes al quedarse embarazadas son despedidas con contratos por obra, por temporada, etcétera. Yo sé lo que pasa. Cada día la realidad se asoma al otro lado de mi mesa de trabajo. Por eso cuando alguien el jueves hablaba de "buenas intenciones" tuve que contenerme mucho durante la discusión, y lo hice, para no dejarle en evidencia.
El feminismo es la nueva revolución francesa. Si progresa política y legislativamente, también y sobre todo en las costumbres y usos, supondrá un cambio fundamental en el futuro de nuestra especie y, añadiría, de nuestro planeta. Este mundo necesita urgentemente a las mujeres y las necesita libres, sin miedo y dueñas de su destino. Son, como mínimo, la mitad de la población mundial, y yo añadiría: la mejor mitad. Es mi opinión después de cincuenta y cuatro años conviviendo con ellas y con ellos. Es mi conclusión.
lunes, 5 de marzo de 2018
Un eco del placer
El cansancio tiene un eco del placer. Dejarse llevar. No aguantar más y dejarse llevar, rendirse. Escribo estas palabras mientras el sueño, a pesar de que no son siquiera las diez de la noche, me somete a un asedio sin piedad, armado de altas torres de madera que alcanzan las nubes y y de las que surgen flechas blandas como el algodón.
Dormir. Olvidarse de todo lo que nuestro cerebro contiene salvo los residuos del día que utilizará para construir nuestros sueños. Dormir. Despertar en otro lugar, fresco, despejado, sin recordar nada de este otro lado de la cama. Despertar como un pastor de camellos de doce años, despertar como la inmediata víctima de un bombardeo en Siria, despertar como uno de los futuros colonizadores de Marte.
La vida es un misterio muy difícil de comprender, y las religiones no son la respuesta, sólo un consuelo triste e infantil y muy, muy cruel y sanguinario; un consuelo oportunista que se nutre del analfabetismo científico y la ausencia de la más mínima curiosidad natural de sus acólitos.
La vida es un misterio y lo mejor es que su exploración sólo depende de nosotros. De nada ni nadie más.
Incluso en el cansancio extremo que tiene un eco del placer sexual nuestra vida es lo único que poseemos de verdad en este mundo. Yo todavía no la he explorado toda. Pensaba que era una isla pero ha resultado ser un continente. Pensaba que se trataba del presente pero mi imaginación la proyecta hacia el futuro más lejano, más allá de Marte, más allá incluso de nuestro sistema solar, más allá de nuestra segura extinción.
viernes, 2 de marzo de 2018
Manrique
A veces me parece escuchar
el llanto de un bebé
o los maullidos de un gato,
ladridos de perros todos los días
a las seis de la mañana,
el agua de otras duchas,
la orina de otras personas,
las televisiones de otras personas.
El río Vero, después de la nieve
del miércoles y la lluvia del jueves,
ha crecido tres metros
y se precipita hacia el lejano mar
convertido en chocolate que
arrastra ramas, troncos, objetos
flotantes. Tú y yo
compartimos ese viaje.
miércoles, 28 de febrero de 2018
martes, 27 de febrero de 2018
Aguanieve
Es verdad que nieva en Barbastro desde hace algunas horas pero son copos muy muy livianos, a medio camino entre la lluvia y el aguanieve. Y además es de noche y no me apetece salir a girar sobre mí mismo en medio de la calle con los brazos extendidos, los ojos cerrados y una sonrisa en la boca, sintiendo tantos besos helados sobre mi rostro derritiéndose al instante. Me iré a dormir y lo primero que haré mañana por la mañana será mirar por la ventana.
lunes, 26 de febrero de 2018
Tambores lejanos
A poca distancia de mi apartamento las cofradías de Semana Santa ensayan sus tamborradas. Tambores y bombos dale que te pego durante horas. Más cerca, en la calle bajo mi ventana, llora un niño pequeño aunque no un bebé; reconozco el sonido: es una rabieta a la que sus padres, con buen criterio, no hacen ni caso: se le pasará. En algún piso vecino, tal vez en el de arriba pero no sobre mí sino al lado, están escuchando un partido de fútbol a todo volumen. Cierro la puerta del baño del dormitorio y su sonido se amortigua.
Pronto prepararé la cena para tres. Carlos ha terminado el curso lectivo. Si todo sale como esperamos, dentro de unas semanas volverá a Italia con una beca Erasmus a hacer las prácticas de agente forestal en un parque cerca de Roma. Poco a poco todo va llegando.
Hoy Paula nos ha enviado unas fotografías de Bergen nevada, tomadas, creo, desde el laboratorio.
Maite y yo tenemos muchas ganas de que nuestro hijo menor se emancipe e inicie su propio vuelo. Nunca hemos sentido el síndrome del nido vacío. En realidad tenemos muchas ganas de estar solos y disponer de todo nuestro dinero para nosotros y nuestras causas perdidas. Es posible que esto que acabo de escribir suene horrible pero es la verdad.
Los tambores lejanos (qué gran película, qué indios semínolas más postizos, qué escenas de interior de los pantanos de Florida tan enternecedoras) han cesado. Mañana volverán a sonar. Leí una vez que aquí en Aragón, y supongo que también en otros lugares, se celebra la Semana Santa con tambores y bombos, con sonidos ensordecedores, para recrear la leyenda de que cuando Jesucristo exhaló su último aliento en la cruz los cielos se abrieron y hubo terremotos y no sé cuántas cosas más. Sobre el Jesús palestino nunca he tenido una opinión clara, y eso que he leído algunos libros sobre su posible existencia real en este planeta. Últimamente mi mermada inteligencia me empuja a creer que es el constructo de dos mil años de la férrea voluntad de miles de personas; el constructo, el fruto, de una vertiente del judaísmo arcaico que triunfó en el mundo de un modo inimaginable incluso para sus creadores. Pero mi imaginación de antiguo alumno de Dominicos de Zaragoza me hace no dudar de la existencia de aquel ser humano, y lo imagino como cuando tenía diez años y quería ser sacerdote y todavía no sabía del placer sexual y el aspecto y sabor de los genitales femeninos: un hombre de pelo largo, barba y ojos bondadosos que había venido al mundo (a través de la vagina de una mujer virgen, ahí ya debí haber dudado) para salvar a la humanidad de su pecado original (existir, ir tirando).
Hará un año o así leí un libro muy interesante de Emmanuel Carrère titulado "El reino". Me interesó mucho. Analiza los evangelios para explorar lo que sucedió "de verdad", escenas nimias que no aportan nada al texto y sin embargo se repiten en todos, incluso, sino más, en los apócrifos. Él sostiene que ello da testimonio de la existencia de un Jesús verdadero, de carne y hueso. Y mi corazón de niño educado en Dominicos se expande como unos pulmones sanos y agradece que eso sea así, más allá de que al hacerse mayor y descubrir que había otras religiones reveladas tan potentes como la suya, se convirtiese en ateo. Si los pies del ser humano que acabó haciendo que las cofradías de Barbastro me den la tabarra con sus ensayos de tambores pisaron efectivamente, carnalmente, el suelo polvoriento de este mundo, les perdono.
Aunque no se puede ser hijo de Dios como no se puede ser hijo de un pulsar o de un agujero negro que engulle materia y tiempo sin límite. Prefiero pensar en un hombre que saca adelante a su familia en Bangladesh, un voluntario musulmán que arriesga su vida internándose en un colegio bombardeado para salvar a los posibles supervivientes, el matrimonio de pensionistas que ayuda a sus hijos y nietos quitándose de comer carne y pescado sin decirles nada.
Mi puesto de trabajo se parece a una iglesia más que muchas iglesias, así lo siento y lo vivo día a día.
Finalmente aquel niño que estudiaba en dominicos e incluso se planteó ser sacerdote hasta que descubrió el milagro maravilloso de la masturbación y la belleza de las mujeres, ha encontrado su sitio: escribir en medio del espacio vacío donde se cruzan ondas wifi, microondas, rayos gamma, neutrinos y bosones de higins.