Hace pocas horas tu avión aterrizó en tierra de vikingos. Una de sus universidades te ha dado la oportunidad de seguir convirtiéndote en la científica que siempre quisiste ser. De acuerdo, es una desgracia que nuestro país sufra esta sangría que parece no tener fin, pero yo, como padre, me alegro de que el mundo entero se abra ante ti, mi pequeña ratoncita.
miércoles, 17 de febrero de 2016
Antártida
Mis vecinos se mudaron. Me encontré con él en el garaje mientras cargaba cajas en su coche, me dijo que el apartamento era demasiado pequeño y habían buscado un piso más grande. Ya no escucho los llantos del bebé ni la voz alegre de su hermana mayor; tampoco las canciones de la madre.
Vivo en un bloque donde todos sus habitáculos son de alquiler y las personas vienen y van, un edificio especial en ese sentido. El otro día me crucé con el nuevo inquilino, un joven de gesto adusto y, por la experiencia de estos pocos días, absolutamente silencioso.
Esta mañana ha helado en serio por primera vez en lo que llevamos de invierno. Como he vuelto a fumar quité la calefacción antes de irme a dormir y dejé el salón abierto al exterior para ventilar la casa durante la noche. Cuando sonó el despertador fue como despertar en la Antártida, y no me disgustó. Para personas como yo, con cierto sobrepeso, depresivas y ansiosas, el frío es lo mejor: nos resucita.
Amanecía sobre los coches cubiertos de hielo cuando me asomé a la calle en calzoncillos. Todo mi cuerpo se estremeció diciéndole a mi cerebro: "Mira: también existo yo".
lunes, 8 de febrero de 2016
Un galope desenfrenado
Para empezar está el dimorfismo sexual: los hombres somos, mayoritariamente, más grandes y fuertes que las mujeres. No es un mérito ni tampoco un pecado, sólo el resultado de millones de años de evolución en los mamíferos. Estamos diseñados para la caza, la lujuria, el asesinato.
Yo, que peleo con uñas y dientes contra todo, incluso contra mí mismo (con irrisorios resultados), me reconozco en esa caricatura. Porque las caricaturas en el fondo siempre son el fruto de una verdad, a veces por fortuna y a veces por desgracia.
Dentro de cada hombre hay una locura sin motivo, un galope desenfrenado, un sinsentido de furia e ignorancia y esperanza. Yo lo siento en mi interior: el valor y el miedo se mezclan en mi corazón en una especie de afán puramente físico, palpitante, ciego, sexual.
domingo, 7 de febrero de 2016
A miles de kilómetros por segundo
La rejilla de ventilación del cuarto de baño de mi apartamento, por algún misterio de su diseño arquitectónico, es el mejor chivato meteorológico. Hoy era un instrumento musical de viento huracanado. A juzgar por su sonido mi pequeña casa era una nave espacial precipitándose a miles de kilómetros por segundo a través de la atmósfera de otro planeta.
miércoles, 3 de febrero de 2016
Algo increíble de creer
Me llama la atención lo poco que he aprendido a lo largo de todos estos años. Es algo casi increíble de creer.
viernes, 29 de enero de 2016
Nostalgia del frío
Donde yo vivo todavía no ha habido una helada de verdad. Algunas mañanas los charcos del canal por donde suelo ir a pasear sí se habían convertido en hielo, pero sólo en las zonas de sombra. Si hubieran abierto las compuertas dejando correr el agua estoy seguro de que ni eso hubiera sucedido.
Este invierno está siendo un desastre para la naturaleza que conocíamos: los campos de cebada tienen el verdor de la primavera y la procesionaria campa a sus anchas por todas partes. Los almendros han florecido antes de tiempo. Los agricultores que atiendo en el trabajo están asustados. Para ellos el invierno siempre había sido un instrumento de limpieza, un reinicio natural que eliminaba insectos y larvas dañinas para sus cultivos, pero esta vez no está haciendo el frío suficiente. Quienes dudan de la realidad del cambio climático deberían hablar con los trabajadores del campo. Ellos saben lo que está pasando.
Mi daño es mucho más modesto: amo el frío. La lluvia. La niebla. La escarcha. Las heladas que convertían el paisaje en un lugar puro y silencioso.
martes, 26 de enero de 2016
Lluvia invisible
El de hoy ha sido un día húmedo, gris y extraño. No ha llovido de verdad pero la ciudad entera ha permanecido empapada durante todo el tiempo. Los coches que salían de sus aparcamientos junto a las aceras dejaban atrás su silueta seca sobre el asfalto mojado. Y no era niebla, puedo jurarlo, sólo una lluvia invisible en este invierno inexistente.
lunes, 25 de enero de 2016
Minúsculo
Después de casi dos meses de baja laboral mañana vuelvo a trabajar en nuestra pequeña agencia comarcal de la Seguridad Social de Barbastro. Mentiría si dijese que no estoy nervioso, que no tengo miedo, pero es un miedo que tengo que enfrentar dejándolo atrás, cada vez más lejano en el espejo retrovisor. Porque el hecho es que me gusta mucho mi oficio, y al decir esto sé lo valioso, casi lo insólito que es, el privilegio que supone; porque necesito volver a sentirme útil para los demás, escuchar, ayudar en lo posible a las personas que se sientan al otro lado de mi mesa, cada una de ellas única e irrepetible en la diminuta historia de este minúsculo mundo que gira alrededor del sol.
lunes, 18 de enero de 2016
Comienza otro tiempo
Algo ha cambiado en los últimos meses, algo importante. Mi colapso mental y el posterior accidente de tráfico de mis padres, al que afortunadamente sobrevivieron, son palabras de una frase que comenzó a escribirse antes.
El otro día a primera hora acompañé a mi madre a hacerse un análisis de sangre. Una mujer de setenta y seis años del brazo de su hijo de cincuenta y dos. En cierto momento resbaló en la acera y no cayó al suelo gracias a la fuerza de la gravedad que mis noventa y ocho kilos ejercen sobre el núcleo de nuestro planeta. ¿Ves como no tenías que venir sola?, le dije. Si hubiera venido sola hubiera tenido más cuidado, dijo, tan pequeña a mi lado.
Nunca pude ni podré descubrir cuándo se hace exactamente de noche. Sucede tan despacio. Sucede tan deprisa. Es posible que esté equivocado, pero creo que en el trópico es distinto: en algunos libros leí que allí es como si se apagara la luz (y de pronto la jungla cobra vida, se llena de sonidos, chirridos, zumbido de insectos, el crujido de las ramas bajo las blandas zarpas de los depredadores).
Las edades llegan lentamente. Las edades se precipitan a toda velocidad. Mi madre está más delgada que nunca desde que nací. Mi padre conserva el porte patricio que le caracteriza, pero su rodilla operada, sobre todo cuando ha estado sentado mucho rato, le hace cojear hasta que se calienta y deja de dolerle más de lo necesario.
Comienza otro tiempo, otro tempo (cuánto echo de menos las partituras, el coro, el Chanti). El accidente de tráfico de mis padres vino con un regalo maravilloso: sus cuatro hijos y sus respectivas parejas, coordinados como nunca lo hubiera podido imaginar, los tomamos en nuestros brazos y les devolvimos, en una pequeña parte, todo el amor que ellos nos habían y todavía nos siguen dando. Así será en el futuro que se escapa, más deprisa para ellos que para nosotros.
Todo comenzó a escribirse antes y continuará escribiéndose después. Quienes tecleamos palabras sólo somos instrumentos, la herramienta que esta inverosímil aventura utiliza para expresarse. Lo verdaderamente importante es el viaje, las estaciones, la consciencia.
viernes, 8 de enero de 2016
miércoles, 6 de enero de 2016
Reyes magos
Dos hombres y un perro se han acercado a un coche. La calle estaba desierta. Han abierto el maletero y han comenzado a sacar objetos y cajas que introducían en grandes bolsas reciclables de las que se venden en las superficies comerciales. Yo observaba silenciosamente desde arriba, intrigado. Eran las dos de la madrugada. Por un momento he sentido miedo de que alzaran la vista y me sorprendieran allí, testigo de algo que no debería estar viendo. Luego, cargados con las bolsas y seguidos por el perro, han desaparecido de mi campo de visión hacia la derecha, riendo.
lunes, 4 de enero de 2016
Tiempos remotos
Llueve sin parar desde ayer o, lo que es lo mismo, llueve desde hace miles de años. Todo el mundo lo sabe: amo, adoro la lluvia, aunque me gustaba más antes, cuando no tenía efectos secundarios en mi química cerebral.
Por fin ha nevado en el Pirineo y todo el mundo está contento. Yo también. Conozco a muchas personas que, como lo agricultores, dependen de la nieve para sobrevivir en primavera.
Yo vuelvo a escribir o, lo que es lo mismo, poso mi mano en la pared de la cueva y escupo sobre ella para dejar alguna huella de este tiempo remoto.
viernes, 1 de enero de 2016
Seis kilómetros por hora
Ha llovido un poco, muy poco, casi nada en realidad. Me he dado cuenta cuando después de cenar he salido un momento a la galería a fumar. Los escuálidos árboles de la acera, desnudos de hojas, eran de nuevo mapas vasculares inversos: riñones, pulmones, manos, tobillos.
Por la mañana fuimos a pasear por el campo. Dos aves grandes cruzaron el cielo sobre un almacén en ruinas y se alejaron sin esfuerzo, absolutamente ajenas al primer día del año de otra especie, otra religión, otro calendario; ajenas al pasado y el presente. En un momento, pensé, estarían sobre el lejano Monasterio del Pueyo, y poco después sobre la sierra de Guara, y más allá, sin esfuerzo aparente, sobrevolarían las altas montañas donde todavía no ha nevado.
Nosotros caminábamos junto al canal a seis kilómetros por hora. A veces hablábamos y a veces callábamos. Bandadas de pajarillos iban de un grupo de arbustos a otro delante de nosotros, como si jugaran a espantarse.
jueves, 31 de diciembre de 2015
lunes, 21 de diciembre de 2015
Esperanza
Hoy he conducido hasta Barbastro, donde estamos empadronados mi hijo y yo, para votar en las elecciones generales. Era su primera vez y me hacía ilusión que lo hiciésemos juntos. Pensé que algún día, dentro de muchos años, tal vez recordaría que la primera vez que votó lo hizo a mi lado.
Antes de ir a ejercer nuestro derecho hemos ido a comer al restaurante El trasiego. Era también la primera vez que comíamos juntos, solos él y yo, en un buen restaurante, y hemos disfrutado mucho. Ha sido un día muy especial para los dos.
No importa el voto que hayamos elegido cada uno de nosotros frente a la mesa de las papeletas, lo que me ha emocionado es que dos generaciones exactas, yo y mi hijo, estábamos haciendo uso de un derecho que ha costado mucha tortura y muerte a lo largo de los siglos, un derecho que todavía hoy no existe en muchos lugares de nuestro planeta. Quería que él fuera consciente de ese privilegio, fuesen cuales fuesen los resultados del escrutinio.
Es cierto que yo no tengo sus dieciocho años. Sé que la democracia no es perfecta, sé que existen intereses financieros capaces de poner de rodillas a países enteros, como vimos recientemente en Grecia. La edad me ha convertido en cínico a mi pesar, pero no en cruel, tampoco en un pesimista sin remedio. Me niego a ello. Creo en las mejores virtudes de nuestra especie y, como padre, mi voluntad es legar esa esperanza.
jueves, 17 de diciembre de 2015
Soy el caballo
Debemos tomar las riendas de nuestra vida. Recuerdo la primera vez que escuché esta frase, hace dos o tres años, cuando comenzaron mis comunes problemas mentales. Ni ansiedad ni depresiones ni pollas: tenemos que tomar las riendas de nuestra vida, y ya está.
Así, de primeras, suena muy bien. Nada puede objetarse a semejante propuesta: tomar (de una puta vez) las riendas de tu vida (para que desaparezcan la puta ansiedad, la puta depresión y todas las demás posibles putas cosas que te impiden ser feliz). Fin de la coletilla.
Pero se da la circunstancia de que yo sé montar a caballo. Aprendí muy joven en Tudela, cuando era un adolescente, y muchos años más tarde, en Bañolas, salía a pasear dos veces por semana con una preciosa yegua que se llamaba LLivia. Sé lo que son unas riendas, sé para lo que sirven y sé que pueden utilizarse mal, muy mal, o con sentido común -sabiendo siempre que unas riendas son lo que son: un instrumento para dar órdenes.
Soy, a mi pesar, poeta, y comprendo que la frase "Debemos tomar las riendas de nuestra vida" es una metáfora de la peor especie, pero como además fui jinete de verdad esa metáfora precisamente, y no otra, no me sirve. O sí me sirve, pero para darle la vuelta: la vida, nuestra vida, no puede ser sometida fácilmente. No sirve la fuerza bruta, no sirven los tirones. Necesitamos aire, sentir que de algún modo todavía somos libres, ese es el secreto para que un animal de quinientos kilos no te envíe volando a Saturno.
Tengo cincuenta y dos años y no soy dócil: eso complica las cosas. Tengo tendencia a las adicciones y eso complica (mucho) las cosas. Mis riendas, las que yo mismo habría de tomar en mis manos, según parece, deberían estar construidas de un material eléctrico y paralizante, algo en cualquier caso rotundo, aniquilador, para que tuviera un efecto duradero en el tiempo. Esto es algo que todavía no se ha inventado.
¿Debo tomar las riendas de mi vida? Seguramente, lo que sucede es que me reconozco en el caballo, no en el jinete.
lunes, 14 de diciembre de 2015
Un milagro
Debes imaginar que tienes setenta y nueve años y conduces, en compañía de tu esposa de setenta y seis, por una carretera que has recorrido no cien veces sino mil, miles de veces entre el pueblo navarro donde naciste y la ciudad aragonesa en la que sacaste adelante a tu familia. Es un día más, el primero de diciembre de un dos mil quince que ya comienza a terminar. En la parte de atrás del coche viajan convenientemente ancladas y desiertas las sillas para niños que utilizas para llevar a tus nietos. En el maletero una bolsa de plástico llena a rebosar de pimientos del huerto que regalarás a tus hijos. Quedan pocos kilómetros para llegar a Zaragoza, el tráfico en el que estás inmerso fluye pacíficamente en caravana a unos ochenta o noventa kilómetros por hora cuando de repente, en unos segundos, todo sucede: interpretas que el coche que se incorpora a la carretera nacional desde la derecha va demasiado deprisa, crees que vas a impactar con él e inconscientemente te desvías a la izquierda para chocar contra un camión conducido por un joven rumano que nada ha podido hacer para evitarlo. Los cinturones de seguridad se tensan sobre tu cuerpo y el de tu mujer fijándolos al asiento; los airbags estallan impidiendo la colisión de vuestras cabezas contra el volante y la guantera del coche; el vehículo, ya destrozado en tan breve lapso de tiempo, rebota en la rueda izquierda del camión y gira sobre el asfalto hasta quedar orientado en dirección contraria a la que hasta hace un instante conducías tranquilamente.
Tú no lo sabes, pero durante un instante has perdido el conocimiento y algunos cristales se han clavado en tu rostro. Tu esposa no está a tu lado, su asiento ligeramente desplazado por el impacto está vacío y no consigues abrir tu puerta destrozada. Cuando logras salir por el otro lado la ves sentada en el suelo junto a un hombre que se ha puesto el preceptivo chaleco fluorescente. Te dices que todo lo que está pasando es imposible, te dices que finalmente la tragedia os ha alcanzado, que lo que siempre les sucedía a otros finalmente os ha pasado a vosotros, y mientras lloras sin saber siquiera que estás llorando va a suceder algo increíble, algo estadísticamente imposible: uno de tus cuatro hijos aparecerá en medio del caos; uno de vuestros hijos, Carlos Miramón Arcos, profesor de matemáticas que casualmente conducía hacia el instituto donde había sido convocado a una reunión de evaluación esa misma tarde y no otra, a esa misma hora y no a otra, aparecerá antes de que lleguen las primeras ambulancias y la Guardia Civil de tráfico, antes de todo lo que va a desencadenarse; uno de vuestros hijos estará a vuestro lado y comenzará a tomar decisiones, comenzará a calmar vuestra ansiedad sobreponiéndose a la suya, comenzará a daros todo su angustiado y puro amor.
Horas, días más tarde, en el hospital, en la UCI, contaréis que cuando lo visteis aparecer en medio del accidente pensasteis que estabais soñando, que se trataba de una epifanía, ¿de qué otro modo entender que estuviese allí en ese preciso instante?
Mi hermano me telefoneó mientras viajaba con vosotros en la ambulancia. No era consciente del milagro que estaba protagonizando. ¿Cómo podía serlo? Pero sucedió. En eso consisten los milagros. El azar. La ignorancia.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Como ningún tesoro pueda serlo
Hoy he pasado el día en Binéfar. Por la mañana había quedado con un amigo a quien no veía, imperdonablemente, desde hace mucho tiempo. Hemos dado un paseo por el camino del penchat, el territorio en el que ha creado muchas de sus fotografías. Siempre que hablo con él aprendo mucho, más aún: me cura en cierto sentido. Para quienes os preguntéis cómo es José Luis sólo diré una cosa: es una de las personas más buenas, inteligentes y afables que he conocido en mi vida. No, no dejaré que vuelva a pasar tanto tiempo sin quedar con él.
Al mediodía había quedado a comer con unas amigas. Las quiero tanto. Nos conocimos en la coral hace muchos años pero la relación ha ido más allá. Los amores. Los hijos. La vida. Ellas me conocen, han visto el fondo de mi corazón, me han escuchado hablar sin ambages, sin defensas, abierto en canal. Me han conocido cuando estaba en la cima y cuando estaba abajo, y yo las he conocido así también. Al lado, en el mismo parámetro del amor sexual, el amor conyugal, sitúo la amistad: inmune al tiempo transcurrido entre reunión y reunión, valioso como ningún tesoro pueda serlo.
Hablo de fortuna. Debería recordarlo cuando la ansiedad me asedia y empuja al precipicio, debería recordarlo cuando el zumbido de mi cerebro crece y crece diciéndome que la vida desafina, que todo está fuera de sitio, que ha comenzado la cuenta atrás, que todo lo que consideraba sólido empieza a descomponerse. Debería recordar la fortuna de que tantas personas maravillosas me quieran. El amor, la amistad, es el mejor chaleco salvavidas ante el tsunami. El mío es grande y fuerte. Conduciendo de Binéfar a Barbastro caí en la cuenta. Al atravesar uno de los puentes de la autovía cerca de Monzón vi a un hombre paseando por un camino en medio del campo de vuelta a casa. Se avecinaba la noche. Me reconocí en sus pasos, uno detrás del otro.
lunes, 23 de noviembre de 2015
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Intimidad
Vivo, como tantas personas de este país, en un apartamento de tabiques escuálidos. Hará dos o tres meses que llegaron mis nuevos vecinos, una joven pareja con una niña pequeña y otra a punto de salir al mundo. Cuando semejante milagro sucedió yo les tramité las prestaciones de maternidad y paternidad. Les dije que éramos vecinos. Ellos me dijeron que venían de Zaragoza.
No les dije que ya les conocía por la voz alegre de su hija mayor, una niña feliz a todas luces. No les dije que escuchar involuntariamente sus gritos de gozo cuando jugaban con ella me llenaba de felicidad a mí también.
Ahora se filtra a veces el llanto de la pequeña recién llegada. La felicidad de la hermana repentinamente mayor no parece haber disminuido, su voz aguda continúa alegrando el silencio de mi casa de soltero.
¿Cómo podría explicárselo sin que pareciese una perversión? A veces, sin poder evitarlo por culpa del grosor de las paredes, escucho las canciones que la madre le canta al bebé recién nacido. Me hacen llorar. ¿Cómo podría explicárselo?
martes, 17 de noviembre de 2015
Mentiroso
Poco a poco me alejo. Siento que me alejo. Hubo un tiempo en el que pretendí escribir la verdad y nada más que la verdad. Mentiroso: sabes que la única manera de escribir la verdad es callarse. El mundo sucede y nada más. Es sólido como tú. Te arrasa. No necesita que nadie lo escriba. Pesa y huele.
lunes, 16 de noviembre de 2015
Fuurin
FUURIN
La pequeña campana cuelga en el picaporte de la puerta del salón, así que cada vez que entro y salgo su sonido inocente aleja de la casa cualquier atisbo de desesperanza. Es pequeña, de bronce, muy bonita, un regalo de Paula cuando volvió de Japón. Se llama fuurin, «campanilla de viento». Existe la creencia de que allí donde suena nunca sucederán catástrofes.
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Cuando Carlos regresó a casa de madrugada, tan tarde como cualquier otro viernes, yo todavía estaba despierto. En realidad me había acostado muy pronto, hacia las diez y media o las once de la noche, pero antes de dormir había querido leer las últimas noticias y esa decisión me había mantenido despierto siguiendo los trágicos acontecimientos. Le dije: «Los yihadistas han atentado en París, han asesinado a mucha gente». Mi hijo me miró con sus ojos brillantes de viernes por la noche y rápidamente se dirigió al ordenador para informarse de lo que había sucedido.
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Por la mañana fui a buscar a Maite a la estación de autobuses. Caminaba a través de la pacífica y provinciana ciudad, mal dormido y sin dejar de pensar en lo que había sucedido en el corazón de Europa. En la plaza del Mercado, como cada sábado, se habían instalado las pintorescas paradas de verduras de los hortelanos de la zona, una costumbre mantenida milagrosamente, semana tras semana, siglo tras siglo, desde la Edad Media.
Ella llegó y la abracé como un oso, besándola y tratando de disimular inútilmente mi angustia –pero ella me conoce demasiado bien. Después volvimos a casa, bueno: a una de las dos casas que actualmente podemos considerar nuestras mientras las circunstancias nos impiden reagruparnos.
Al entrar al salón del pequeño apartamento de Barbastro la campanilla japonesa nos puso inmediatamente a salvo.
GUERRA
Hace muchos años que estamos en guerra, y lo que nos enfrenta es tan terrible, tan cruel hasta niveles caricaturescos, tan obsceno, pornográfico, sanguinario, surrealista, que nuestro sentido de la realidad se empeña en negarlo, se empeña en buscar argumentos políticos, sociológicos, económicos, antropológicos. Religiosos.
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Un hombre camina pausadamente por el centro de una calle europea disparando a diestro y siniestro, deteniéndose a rematar a los heridos. Su dios es el único dios. Si muere irá al paraíso y, mientras tanto, su deber es ejecutar al máximo número de inocentes posibles. Idólatras. Cruzados. Apóstatas.
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No ignoro las pocilgas de polvo y hormigón en las que son sometidos los palestinos. Territorios de escombro y basura. Niños disfrazados de soldados con ametralladoras de juguete y pañuelos negros en la frente. Nunca se sabrá cuántos de los muertos en París apoyaban la causa palestina. Están muertos.
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Estamos en guerra. En guerra contra los decapitadores, en guerra contra quienes venden como esclavas a las mujeres no musulmanas y, al mismo tiempo, convierten en esclavas de facto a las mujeres musulmanas que se ofrecen voluntariamente como ofrendas de la yihab. Estamos en guerra contra los que convierten el asesinato más abyecto en un vídeo de youtube, pensando que semejantes horrores harán que nos atemorizemos. Y sí, nos aterrorizan, su encarnizamiento no es de este mundo, pero es tanta la maldad, tanta la crueldad, que no provoca más intención en nuestro espíritu, tan poderoso como su odio, que combatirlo.
miércoles, 11 de noviembre de 2015
Qué animal tan hermoso
Después de mucho tiempo esta mañana fui a pasear por el campo antes de ir a trabajar. Cuando aparqué junto al canal de hormigón la oscuridad de la noche se retiraba del cielo. Había una niebla alta que a los pocos pasos empapó mi cabeza. Los pájaros todavía dormían en los árboles oscuros. El canal estaba vacío. Caminé a paso ligero escuchando la radio a través de los auriculares. En los márgenes arenosos del camino los animales habían dejado la huella de sus correrías nocturnas: las profundas de los jabalíes, las más livianas de zorros y garduñas, heces de pequeños frutos, cagarros caninos. Poco a poco, paso a paso, fue haciéndose de día. Cuando regresé el mundo había cambiado. Un poco más allá, en la linde de la carretera, había un pequeño zorro atropellado. Tal vez fuese uno de los que vi durante mis paseos del verano. Su cuerpo yacía de costado sobre el asfalto, inmóvil, casi intacto. Qué animal tan hermoso. No estaba allí cuando llegué, así que en algún momento debimos habernos cruzado en el camino. Lo imaginé esquivándome sigilosamente sin saber que se dirigía a la muerte. Subí al coche y volví a casa.
lunes, 9 de noviembre de 2015
Y principio
Esta es la quinta estación. Regresaron los ataques de ansiedad cuando menos lo esperaba, después de muchos meses de paz. Pero mi vida, esta vida pedestre, vulgar, diletante, parece estar hecha de guerra. Nunca tendré la paz de las hojas secas de los castaños de indias cayendo sin preguntas al otro lado del ventanal de mi lugar de trabajo. La rebeldía inflama mis venas sin ningún objetivo preciso, ciega como la furia, obscena, suicida. Es como si en estos cincuenta y dos años no hubiera aprendido nada. Nada de nada.
lunes, 2 de noviembre de 2015
sábado, 31 de octubre de 2015
Ladra un perro
Ladra un perro en la calle mientras me desangro lentamente. Qué dato sin importancia. Pero este es el momento y nada ni nadie puede cambiarlo: ladra un perro en la calle y a continuación pasa el ruidoso camión de la basura. Después se hace este falso silencio consistente en un agudo pitido permanente en mi cerebro. Toda mi energía se consume en el esfuerzo de no volverme loco.
martes, 20 de octubre de 2015
Respuesta
En cada bocanada de oxígeno sobrevivo, y en ese pequeño gesto inconsciente sobreviven las ciclópeas pirámides egipcias y el poema más pequeño de una poeta polaca, por no hablar de las recetas navarras de mi madre o el último beso que le di a alguien a quien amaba más que a nada en el mundo.
martes, 6 de octubre de 2015
Tierra de nadie
A veces echo de menos Binéfar. Echo de menos la claraboya del techo en mi dormitorio de la buhardilla y me pregunto qué habrá sido de los hibiscos y las madreselvas de la terraza, me pregunto si los siguientes inquilinos se hicieron cargo de su supervivencia.
Echo mucho de menos los ensayos de la coral y las copas en el Chanti después, fui tan feliz aquellas noches. Pero he vivido en tantos sitios, en tantos domicilios, que mi organismo ha generado una especie de escudo protector inmune al número de años, inmune al apego, inmune al pasado. Como los astronautas, en cada salto dejé una parte importante de mí flotando en tierra de nadie, una parte de mí que se aleja y aleja hasta desaparecer.
martes, 29 de septiembre de 2015
Identidad
Sobre la corteza en perpetuo movimiento
florecen y se marchitan religiones y naciones.
Ninguno de nuestros dientes fosilizados
dará cuenta de cuánto nos quisimos o nos odiamos.
Hojas de otoño, eclipses de luna, miles y miles
de eclipses de luna. Miles y miles y miles.