Telefoneamos a Mrs. Cathy Molloy y quedamos con ella pasado mañana por la tarde en la iglesia de Lettermore, desde donde volveremos a llamarla para que nos guíe hasta la casa y nos entregue las llaves. En la iglesia de Lettermore, condado de Galway, Irlanda, pasado mañana. Casi no puedo creerlo.
jueves, 5 de agosto de 2010
sábado, 31 de julio de 2010
miércoles, 28 de julio de 2010
Evolución ética
La prohibición de las corridas de toros en Cataluña, promovida por una iniciativa legislativa popular tras la necesaria recogida de firmas, desata un alud de reacciones que, en su inmensa mayoría, no tienen nada que ver con la pregunta de fondo: ¿el maltrato, sufrimiento y muerte de un animal puede ser considerado y respetado como espectáculo cultural en pleno siglo veintiuno? Yo, que no soy ni catalán ni independentista, pienso que se trata de una auténtica salvajada, por mucho que su violencia y su sofisticada liturgia logren agitar ocultos resortes de mi instinto, los mismos, imagino, que conmovían a los asistentes de los espectáculos del circo romano.
He leído el debate del diario El País en el que ha intervenido el filósofo Jesús Mosterín, a quien admiro mucho, y me identifico con casi todas sus intervenciones contestando a otros participantes. Algunos ejemplos:
Las flores no sufren, pues carecen de sistema nervioso. Respecto a las langostas, entendemos mal su psicología, pero tampoco hay razón alguna para maltratarlas. Los toros seguro que sí sufren. De todos modos, se puede vivir perfectamente sin maltratar ni torturar a nadie.
La libertad es un valor político irrenunciable. Pero la libertad se extiende a las interacciones voluntarias entre seres humanos, no al maltrato de los demás. El que a algunos les guste algo no es razón suficiente para permitirlo, si implica maltrato ajeno, como en la pederastia.
No hay razón para prohibir una afición por ser minoritaria; la razón para prohibir la tauromaquia es por ser gratuitamente cruel y sanguinaria. Todas las prácticas crueles y sanguinarias merecen ser prohibidas, con independencia de que sean mayoritarias o minoritarias.
No, todavía no se ha abolido la tauromaquia en general, pero se acabará haciendo, en todas partes y en los pocos países donde aún colea. Lo de hoy en Cataluña es un primer paso. Ojalá pronto no necesitemos darle más vueltas a este tema, como ya no lo hacemos con los gladiadores.
La cultura española (es decir, de los españoles) abarca muchas cosas, unas admirables, otras abominables, otras neutrales. Ojalá se corten menos orejas y rabos y se ganen más premios Nobel. La tauromaquia es una porción ínfima del acervo cultural español.
Me congratulo de que en Cataluña se haya dado este paso, ojalá otras regiones hagan lo mismo, y si es a través de iniciativas legislativas populares, mucho mejor.
domingo, 25 de julio de 2010
Otro no soy
Soy el padre que se despistó y dejó a su hijo sentado en su sillita dentro del coche a pleno sol durante ocho horas. Soy la novia de uno de los chicos que atropelló un tren junto a la playa cuando cruzábamos la vía. Soy el hermano mayor que jugaba a cavar un túnel en la duna donde entró mi hermano pequeño. Soy la madre del niño que se extravió en el campo y murió de sed. Soy el padre de la estudiante universitaria que falleció víctima de una avalancha durante un festival musical. Otro no soy.
jueves, 22 de julio de 2010
Kinda y Mahamadou
Conozco a Kinda desde hace mucho tiempo. Él obtuvo la nacionalidad española pero sus hijos siguen siendo gambianos. Viene con Mahamadou, que acaba de cumplir dieciséis años, para que le asigne un número de Seguridad Social y puedan darle de alta en su primer empleo como temporero en las viñas. «Ya es hora de que se ponga a trabajar», dice Kinda. «Bueno», le digo, «si no le gusta estudiar es la mejor opción, desde luego». «Ah, Jesús, pero él es un buen estudiante, sacaba muy buenas notas, ¿verdad?», dice el padre dirigiéndose al hijo, un joven de mirada inteligente que se encoge de hombros con gesto tímido. «Kinda, si es buen estudiante ¿no sería mejor que hiciese una carrera?». Me giro hacia el adolescente. «A ver, Mahamadou, ¿qué asignaturas se te daban mejor?». El chico, un poco incómodo junto a su padre, contesta: «Las de ciencias». Kinda ríe y dice: «¡Él quería ser médico! ¿Te imaginas?». Y yo me lo imagino, desde luego que me lo imagino, veo a Mahamadou estudiando en la Universidad, doctorándose en medicina y volando muy alto y muy lejos. Su padre y yo nos miramos a los ojos. Él dice: «La universidad cuesta mucho dinero, no puedo permitírmelo». «¿Y las becas?», le digo yo, que conozco perfectamente los ingresos de Kinda; «te las concederían todas». «No, no, Jesús, él tiene que trabajar y ayudar a su familia, es su obligación», dice con un gesto serio que de inmediato pasa a convertirse en una sonrisa. Kinda es un buen hombre, lo es, sucede que sencillamente no es capaz de comprender que su hijo tiene derecho a una vida mejor, que algo así es posible. Cuando se levantan para marcharse no puedo evitar sentir una mezcla de lástima y frustración.
Anotado por Jesús Miramón a las 12:38 | Diario , Vida laboral
viernes, 16 de julio de 2010
Sin título
Túmbate en la cama y permite que el aire entre y salga de tu pecho al ritmo de la luna, de pie en medio de la nieve de la antártida o en la orilla calcinada de la costa de los esqueletos. Milímetro a milímetro crecerá tu cabello sobre la almohada, náufrago.
miércoles, 14 de julio de 2010
Campeones mundiales
Han pasado dos días desde la gran hazaña y supongo que a partir de ahora la histeria colectiva se irá apagando poco a poco. Yo, a mi manera, participé de esa histeria y confieso que cuando Iniesta metió el gol de la victoria salté como un poseso. Puede haber quien, no sin sentido común, diga que todo eso son tonterías, que el fútbol es un mero negocio, una pueril distracción de los verdaderos problemas del mundo. No lo sé. Sí sé que precisamente en estos tiempos no deberíamos despreciar la más pequeña migaja de felicidad.
martes, 13 de julio de 2010
Calor extremo
El calor extremo vacía mi cerebro, espesa la sangre, paraliza el entendimiento. Mi mente sólo se preocupa de estar fresco y mover mi cuerpo del aire acondicionado del salón al del coche, del coche al trabajo, del trabajo al aire acondicionado del supermercado, del supermercado al coche en una huida permanente. En la aplicación de predicciones meteorológicas de mi teléfono móvil consulto de vez en cuando el tiempo en Lettermore y suspiro de impaciencia: hoy comunica aguaceros pasajeros, ratos soleados a última hora, clima templado, dieciocho grados.
viernes, 9 de julio de 2010
Tan fácil ahora
Flotas haciéndote el muerto. No recuerdas con exactitud cuándo lo aprendiste pero el caso es que sabes hacerlo. Piensas en ello mientras flotas con los pies por delante, subiendo y bajando a merced de las olas. El mar suena en los oídos sumergidos y el sol quema en silencio el rostro que asoma. Tu técnica, reconócelo, es un poco defectuosa y debes ayudarte discretamente con los brazos. Cierras los ojos. La playa y sus habitantes, así como el paseo marítimo y los edificios, dejan de existir. ¿Cuándo aprendiste a hacerte el muerto? Parece tan fácil ahora.
miércoles, 7 de julio de 2010
Rugido menguante
Salgo a la terraza en busca de un poco de aire fresco. Las campanadas eléctricas de la iglesia de San Pedro resuenan impertérritas en medio de la noche, ajenas a la gente que duerme y las ignora por costumbre. Hay estrellas en el cielo, las veía claramente hasta que encendí la luz. El aire fresco es escaso, por no decir inexistente: la brisa que sopla esta noche no lograría hacer bailar la llama de una cerilla. Recuerdo que en Zaragoza había personas que en noches como ésta dormían en los balcones. Yo ronco demasiado para permitírmelo, ¡despertaría rodeado por una furiosa horda de vecinos asesinos armados con antorchas y escopetas!
La noche ofrece su eco a los sonidos: cerca de aquí gira una lavadora y más allá, en la carretera, algunos vehículos transportan a sus conductores dejando atrás el rugido menguante de sus motores. ¿A dónde se dirigen atravesando el canto de los grillos?
martes, 6 de julio de 2010
Hacer kilómetros
Esta semana estoy de vacaciones y ayer llevé a Paula a Segur de Calafell, donde mis padres, mi hermana y sus hijos están pasando unos días; estará con ellos hasta el viernes, cuando vayamos a buscarla. Creo que apenas pasaron cinco minutos desde que descendí del coche, besé a los yayos, mi hermana y mis sobrinas, que nos esperaban en la playa, y me lancé al agua del mediterráneo, que en esta época todavía está fresca. Ah, cuánto echaba de menos bañarme en el mar. Claro que, como cada verano, hoy me he levantado rojo cual turista germánico. Siempre me pasa lo mismo.
El caso es que estos días no paro de hacer kilómetros de un sitio a otro: si no es para ir a buscar a uno es para llevar a otra o para acudir a un compromiso o qué se yo. Suerte que me encanta conducir. De hecho las dos actividades que más me relajan, dejando aparte el sexo, son cocinar y conducir. Si estoy nervioso por cualquier motivo no existe mejor remedio para mí que ponerme a preparar comida o subirme al coche y perderme por carreteras y caminos. Y por cierto, hablando de sexo y verano... pero no, de eso mejor escribiré otro día.
domingo, 4 de julio de 2010
Una cena en Zaragoza
Anoche cenamos en un restaurante de Zaragoza, un sitio muy bonito al lado del río y frente a la basílica del Pilar. Habíamos acudido allí invitados por una amiga que se casó el viernes. Mi mujer y ella son íntimas desde que tenían siete años. Siempre me han llamado la atención estas amistades de toda la vida porque yo no guardo ninguna tan lejana. La novia estaba radiante, feliz, y me emocionó mucho volver a verla. Fue una cena un tanto especial porque nos habíamos reunido por un lado los amigos de la novia y por el otro los del novio, sin conocernos previamente, pero el ambiente fue estupendo (no negaré que, además del cariño fluyendo de aquí para allá y de allá para aquí, probablemente tuviese algo que ver la noticia que anunciaba que España se había clasificado para las semifinales del campeonato del mundo de fútbol). Comimos muy bien y después de los postres y el café subimos a la terraza del local, un lugar que ofrecía unas vistas absolutamente espectaculares del río y la basílica. Allí tomamos unas copas y charlamos a la fresca que una oportuna tormenta de verano, caída mientras cenábamos, nos había dejado como último regalo.
viernes, 2 de julio de 2010
Dos salamanquesas
Estábamos José Luis y yo hablando amigablemente en la terraza del Chanti cuando de pronto, plaf, a uno o dos metros de distancia de nuestra mesa han caído del cielo dos salamanquesas. Una se ha dirigido rápidamente hacia la cercana pared azul y la otra, algo más aturdida por el golpe, se ha quedado en la acera, recuperándose. Tras la sorpresa inicial mi amigo y yo hemos bebido un sorbo de nuestras respectivas copas, me he levantado un momento para hacer una fotografía con el móvil, y a continuación hemos seguido charlando sobre esto y sobre lo otro: fotografías, literatura, música, internet, exploración, consciencia.
lunes, 28 de junio de 2010
Un viaje inesperado
A media mañana Carlos me llama al teléfono móvil desde el hotel cercano al cámping donde pasa unos días de campamento. Me dice que se encuentra mal, que le duele la tripa, que ha vomitado durante toda la noche, que vaya a buscarlo. Salgo del trabajo, subo al coche y enfilo la carretera que lleva a las montañas. Kilómetro a kilómetro voy dejando atrás viñedos, campos de cebada y olivos. Los embalses están llenos y las copas de los árboles asoman en el agua. Pronto el verdor de los pinos y los abetos da paso a congostos de roca negra rezumante de humedad, tras los cuales se abren pequeños valles surcados por ríos a cuyas orillas florecen negocios turísticos de rafting y piragüismo. Localidades poco pobladas, algunos restaurantes a pie de carretera, bellísimas casas de piedra, prados con vacas y caballos. En algunas zonas de las cumbres todavía brilla la nieve. Atravieso Benasque, dejo atrás el desvío a Cerler y las estaciones de esquí, continúo en dirección a los Llanos del Hospital y me desvío en el Hotel Turpi, junto al cual está instalado el campamento donde mi hijo lleva una semana. Él, muy pálido y con gesto serio, me espera en la recepción. «¿Qué tal estás, cariño mío?», le digo. Se acerca a mí, sus ojos azules brillando no sé si de emoción o de fiebre, y nos abrazamos. Comunico a los monitores nuestra partida, les doy las gracias, subimos el equipaje al coche y emprendo el viaje de vuelta. El adolescente-niño de trece años se duerme enseguida, agotado por una gastroenteritis común, y yo conduzco dejando atrás los deliciosos dieciséis grados de temperatura para acercarme kilómetro a kilómetro a los treinta y tres terribles grados del lugar donde vivimos.
domingo, 27 de junio de 2010
Tormenta de verano
La tormenta que el calor presagiaba ha llegado al fin, acompañada de aparatosos truenos infantiles. Me gusta la lluvia a la luz del sol.
miércoles, 23 de junio de 2010
Casa de guardacostas
Mientras guardo las cosas de la compra en la despensa de la galería echo un vistazo al otro lado de la calle y veo a nuestra vecina de enfrente poniendo la lavadora al tiempo que habla por teléfono, el aparato sujeto entre la cabeza inclinada y el hombro derecho. Es una chica muy joven que se instaló a mediados del año pasado. Tiene la costumbre, como nosotros, de no bajar la persiana, así que es frecuente, aún sin querer, ver su mesa de la cocina dispuesta con los platos de la cena, normalmente para ella sola, en ocasiones para sus amigos, algunos de los cuales salen al balcón a fumar. Supongo que también ella nos habrá mirado sin querer alguna vez, yo en la cocina atareado entre ollas y sartenes, Maite corrigiendo exámenes y trabajos, mi hijo conectado al messenger en el ordenador del salón.
Hoy mi joven vecina estaba poniendo la lavadora mientras hablaba por teléfono; hace unos meses la sorprendí colocando en la barandilla un macetero con flores que al cabo del tiempo murieron por falta de riego; el otro día vi cómo extendía con cierta dificultad un tendedero plegable para secar la ropa, y juro que a punto estuve de llamarla para ofrecerle mi ayuda.
Es curioso pero, no sé, creo que he desarrollado cierta inexistente e invisible relación con esa chica que no me conoce. Me recuerda a mí mismo cuando con veintipocos años fui a vivir a Gerona y tuve que aprender a toda prisa los rigores cotidianos de la supervivencia: cocinar, poner lavadoras, limpiar, tratar de que creciera alguna planta a mi alrededor, ordenar los libros en unas estanterías recién compradas, colgar en la pequeña sala aquella lámina de Edward Hopper en la que aparecía una casa de guardacostas junto al mar.
sábado, 19 de junio de 2010
Descalzos
El fallecimiento de José Saramago trae un inmenso alud de epitafios, panegíricos, elegías y artículos. Entre los que he leído hay uno que narra un viaje que el escritor hizo por Portugal el año pasado. Saramago tenía ochenta y seis años y, en un momento dado, le cuenta al periodista lo siguiente:
«El recuerdo más dulce de mi vida es el del momento de volver a mi pueblo cuando se acababa el curso en Lisboa. Tomaba el tren de las 5,55 horas en el Rossio y, a mediodía, estaba en Mato do Miranda. En el mismo salto que daba para salir del tren, me descalzaba, y no volvía a ponerme los zapatos hasta que volvía a Lisboa».
Estas frases me han conmovido. Tengo la intuición de que en los últimos días eran ese tipo de imágenes las que resucitaban en su memoria, por encima de premios, condecoraciones y reconocimientos. He recordado algo que el abuelo Antonio comentó cuando ya estaba muy enfermo, pocos meses antes de morir, algo que escribí en «Innisfree» el 21 de agosto de 2004:
Esta semana le daban la tercera sesión al abuelo. El martes se fueron los dos, padre e hija, a Zaragoza, y el jueves fui a buscarlos después del trabajo para traerlos a casa en el coche. Regresábamos a Binéfar por la carretera a través de los campos amarillos. De vez en cuando yo echaba un vistazo al espejo interior: el hombre miraba a través de la ventanilla con ojos perdidos. Maite ponía su mano izquierda en mi pierna derecha, contenta de volver a verme, contenta de regresar. También yo estaba contento de volver a estar con ella. Junto al arcén corría el agua de una acequia. El abuelo dijo: «Cuántas veces no me habré bañado yo en una acequia». Volví a echar un vistazo al retrovisor: Antonio seguía mirando con sus ojos muy azules a través de la ventanilla. Durante unos segundos sentí que había escuchado sus pensamientos, pero abrió levemente la boca para continuar: «En verano, cuando el calor apretaba como hoy, me bañaba en las acequias, así me refrescaba. Me desnudaba y me metía en el agua». El coche ronroneaba a cien kilómetros por hora. «Yo entonces era un crío». Lo pronunció sin ninguna entonación especial, impertérrito, mientras en un segundo regresaba a su infancia de pastor, su niñez única e irrepetible, lejana, insólita, inimaginable; un tiempo anterior a la supervivencia, al festejo, al traslado a Zaragoza en busca de mejores oportunidades; un tiempo anterior a los días felices de la madurez, la paternidad, los nietos; una época anterior a los tristes días de la enfermedad y la muerte de su mujer, y ahora su propia decadencia. El agua de la acequia fluía bajo la luz del sol junto a la carretera. «Yo entonces era un crío», dijo, y no volvió a decir nada más durante el resto del viaje.
Dicen que al final de la vida recuerdas con más exactitud cómo era la cocina de tu niñez que el menú que comiste ayer. Las frases de José Saramago y Antonio Puértolas, uno escritor galardonado con el premio Nobel y otro jubilado de la Red Nacional de Ferrocarriles, enlazan directamente con la nota que se encontró en la cartera de Antonio Machado tras su muerte, aquella tan famosa que decía:
Estos días azules y este sol de la infancia.
Descansen en paz todos ellos como descansaremos nosotros, descalzos para siempre, los pies sumergidos en el agua clara de las acequias bajo el sol.
Viaje relámpago
El viernes por la tarde emprendo un viaje relámpago de ida y vuelta a Zaragoza. Los campos verdes ahora son dorados. La periferia de la gran ciudad es deprimente: paisajes posnucleares, apocalípticos. Recojo a Paula y sus amigas en la residencia y vuelvo a la carretera. Ellas duermen, agotadas tras su semana de inmersión en la facultad de ciencias. Las despierto al llegar a Binéfar, dejo en sus respectivas casas a A. y L. y al cruzar el umbral de la mía me doy cuenta de lo agotado que estoy. Me tenderé en la cama con la intención de descansar un poco y me dormiré en el acto. Cuando despierte será demasiado tarde para acudir al ensayo con el coro, noche cerrada en la claraboya del techo, los horarios echados a perder.
jueves, 17 de junio de 2010
Un patán
El otro día una compañera de trabajo me dijo lo siguiente: «Tu aspecto no tiene nada que ver con tu manera de ser». Durante un instante me quedé sin saber qué decir. «¿A qué te refieres exactamente?», le pregunté. «A que no tienes la constitución de alguien sensible», contestó. «¿Quieres decir que parezco un patán, un bruto sin sentimientos, sólo porque soy grande y fuerte?», volví a preguntar. «Exactamente», contestó ella, riendo. Entonces contemplé mi reflejo en el cristal de un armario y comprendí lo que quería decir.
sábado, 12 de junio de 2010
Antes del concierto
Despierto de la siesta, casi siempre una siesta un poco inquieta, desvelada, y vuelvo a ducharme; después me afeito, me lavo los dientes a conciencia y me aplico desodorante en las axilas y el pecho; luego me visto tranquilamente con el pantalón negro, la camisa negra, los calcetines negros y los zapatos negros; a continuación me pongo bajo el brazo la carpeta con las partituras del concierto convenientemente ordenadas y así, limpio, oliendo a aftershave, el pelo todavía húmedo, salgo a la calle.
martes, 8 de junio de 2010
La virgen de la cueva
Los medios de comunicación anuncian que las temperaturas descenderán hasta diez grados y se avecinan chubascos. Yo caigo de rodillas, levanto los brazos al cielo y, con lágrimas idénticas al sudor, doy gracias a Buda, Manitú, Yahvé, Alá, Zeus, Rá, Jesucristo, Mahoma, Pachamama, la virgen de la cueva.
domingo, 6 de junio de 2010
La luz del flexo
La estación de los insectos diversos, zumbadores, múltiples, merodeadores, ha comenzado. Alrededor de la luz del flexo encendido sobre mi mesa revolotean dos palometas de alas triangulares y un compañero de largas antenas que no sé identificar. Por fuerza han tenido que entrar a través de la puerta abierta de la terraza, superando la nube de olor del jazmín; son más valientes que las moscas, que no se atreven. Mientras escribo estas palabras el insecto de largas antenas se traslada despacio por el marco de la pantalla del MacBook. Yo continúo tecleando y la aparición de signos negros sobre fondo blanco a medio centímetro de su diminuto cuerpo no parece afectarle. ¿Qué significado tiene su indiferencia? En el exterior retumban los truenos de la tormenta que está a punto de alcanzarnos. El ventilador gira de izquierda a derecha. Comienza a llover.
jueves, 3 de junio de 2010
Encuentro con Berna
Apoyado en uno de los soportales de piedra de la plaza mayor de Graus espero a Berna, una amiga de la red a la que hoy conoceré personalmente por primera vez. Estoy nervioso y trato de calmarme mirando el vuelo de los pájaros que chillan en el espacio rectangular. Como Berna, a pesar de ser madrileña de nacimiento, es de origen chino, yo tendré ventaja a la hora de identificarla, pues ella ignora mi aspecto. ¿Por qué estoy tan nervioso? Hemos hablado varias veces por teléfono y nos hemos escrito, así que en cierto modo ya nos conocemos. Supongo que lo que me pasa, por infantil que resulte, es que temo decepcionarla.
Cuando ella aparece mira durante unos instantes a su alrededor. Me acerco, le digo: «Hola, Berna», reímos, nos damos dos besos y de pronto, como por arte de magia, la tensión desaparece. Le cuento que el corazón me latía a toda velocidad. Nos sentamos a la mesa de una terraza y pedimos unas cañas. Ella ha traído su último libro para regalármelo. Durante dos horas hablaremos de nosotros, de literatura, de familia, del campo, de la ciudad. Comprobaré una vez más que las personas que conocemos a través de internet son tan interesantes y generosas en un lado de la pantalla como en el otro, y también apasionadas, inocentes y dotadas de una genuina curiosidad.
domingo, 30 de mayo de 2010
viernes, 28 de mayo de 2010
Cuarenta y siete
Nunca imaginé que cumpliría cuarenta y siete años. Nunca imaginé que llegaría a pesar más de cien kilos, que tendría el pelo blanco, que tras veintiocho años seguiría enamorado de la misma mujer.
Imaginé que moriría joven, delgado y maldito tras recorrer medio mundo. Imaginé que me acostaría con centenares de mujeres de todas las razas. Imaginé que mi especie colonizaría el espacio y yo, antes de morir dramáticamente joven y maldito, estaría allí para verlo.
Los vencejos giran sobre los tejados en el aire cargado de electricidad que precede a la tormenta. Ellos, como las hileras de hormigas que cruzan los caminos o las campanadas de la iglesia de San Pedro, son piezas imprescindibles en el mecanismo que da cuerda a este mundo. A estas alturas de mi vida, qué paradoja, me gustaría imaginar algo verdaderamente imposible: que dispondré del tiempo necesario para enumerarlas, para describirlas todas.
martes, 25 de mayo de 2010
domingo, 23 de mayo de 2010
Vino con gaseosa
Fuimos a visitar a mis padres y volví a disfrutar de su vitalidad y su sentido del humor. Sentado a la mesa los veía reír y, cómo explicarlo, sentí que todo encajaba suavemente en mi interior.
jueves, 20 de mayo de 2010
Guijarros
En medio de la noche caminas sobre la nieve, tus botas rellenas de paja hundiéndose hasta el tobillo en cada paso. Al amanecer el hielo se derrite y crecen los bosques, las ardillas son borrones cobrizos en la corteza de los árboles, las truchas iridiscentes se funden en la corriente del río. Por la tarde disminuye la espesura, se esconden los lagartos y se levanta la tormenta de arena. El anochecer te encuentra en una playa de guijarros, de pie frente al océano. Reúnes leña arrojada por el mar, enciendes una fogata, te acuestas junto al fuego, cierras los ojos, comienzas a caminar sobre la nieve.
lunes, 17 de mayo de 2010
Primavera
Lunes radiante, luminoso. Mientras conduzco de vuelta a casa contemplo el campo verde, las flores, los caminos, las nubes blancas. ¿Cómo es posible que cada año me entusiasme como si fuese la primera vez? No lo entiendo. Y al momento de escribir «no lo entiendo» pienso: ¿eres idiota? No hay nada que entender.
miércoles, 12 de mayo de 2010
Salarios
A lo largo de una mañana de trabajo especialmente intensa varias personas me han informado, algunas con media sonrisa bailando en los labios, de que iban a rebajarme el salario para hacer frente al déficit de mi país, acuciado por la crisis económica mundial. Pero lo que yo me he traído a casa son las lágrimas de Adriana, la hija de M. A., una mujer rumana enferma terminal de cáncer. En su país era veterinaria y tenía a su cargo las granjas de una región montañosa; en España trabajaba de empleada de hogar hasta que cayó enferma. Estamos tramitando para ella una pensión de Incapacidad Permanente por Reglamentos Comunitarios, a la espera tan sólo de los informes laborales de Rumanía, que no llegan. Adriana, que como cada semana me traía los partes de confirmación de la baja laboral de su madre, rompe a llorar al darse cuenta de que ésta morirá antes de que su país de origen envíe la documentación. «Allí todo funciona muy despacio», afirma, «y mi madre no aguantará demasiado», y añade: «lo peor es que no puedo hacer nada». Tampoco yo puedo hacer nada. Pongo mi mano izquierda sobre sus manos y mirándola a los ojos le digo que lo siento mucho. Ella afirma con la cabeza varias veces, se seca las lágrimas, me pide perdón y se va. Otra persona se sienta delante de mí, una anciana que necesita un certificado para presentarlo en el Ayuntamiento. Pasarán varios minutos antes de que el dolor de Adriana se disuelva lentamente en mis pulmones.
Anotado por Jesús Miramón a las 18:47 | Diario , Vida laboral