1.
En septiembre de 1851 la nave Investigator, comandada por el capitán Robert McClure, quedó bloqueada por el hielo en la bahía que él mismo bautizó con el nombre de la Misericordia Divina, en la isla de Banks, en el círculo polar ártico. Allí pasó el invierno con su tripulación. El verano siguiente los hielos no abandonaron la zona y se vieron obligados a soportar un invierno más en terribles circunstancias. Afortunadamente en primavera de 1853 fueron hallados por una expedición de rescate enviada por su nave gemela, el Resolute, que había pasado el invierno en la isla de Melville. Ambos barcos formaban parte de la fuerza expedicionaria británica que había partido en busca de la desaparecida expedición Franklin. Fue muy duro para McClure abandonar el Investigator, un navío de 450 toneladas cubierto de planchas de cobre, pero finalmente los hombres y sus rescatadores se fueron de allí dejando atrás el buque atrapado en el hielo.
2.
Nadie sabe quién fue el primer kanghiryuakmiut que avistó aquella enorme sombra entre la niebla, lo más probable es que se tratase de un cazador especialmente osado, pues nunca la gente de su tribu había llegado tan lejos en el norte. Para aquel hombre la aparición del Investigator entre los bloques de hielo tuvo que ser todo un acontecimiento, tal vez terrorífico. Nunca antes había visto obra alguna de hombres blancos, ni siquiera conocía de su existencia, suceso que acontecería en 1906 al contactar con balleneros norteamericanos, así que aquella gran nave cubierta de metal debió de ser para el cazador inuit una experiencia semejante a la que sería hoy para nosotros encontrar un flamante vehículo espacial cargado de tesoros misteriosos.
Los kanghiryuakmiut y kanghiryuachiakmiut, que vivían en la isla Victoria, comenzaron a organizar excursiones anuales hasta la bahía de la Misericordia. Viajaban con poca carga en sus trineos para reservar espacio y acarrear la mayor cantidad posible de materiales del Investigator. Era un largo viaje durante el cual se alimentaban de las presas que cazaban en el camino: caribúes y bueyes almizcleros al principio, en el valle del río Thomsen, donde los arqueólogos estudian hoy los restos de los campamentos de aquellas expediciones, y ánsares, peces y focas más al norte. El destino merecía la pena: bandas de hierro, maderas blandas, lonas de vela, tejidos diversos, planchas de cobre, cabos de cáñamo, lana, utensilios metálicos, clavos, herramientas, cuero… la enigmática ballena de madera y metal parecía inagotable.
Los esquimales recorrieron aquella ruta hasta 1890, fecha en la que el buque debió de hundirse en la bahía o acaso se alejó a la deriva. Nunca fue encontrado.
miércoles, 13 de febrero de 2008
Un cuento esquimal
martes, 12 de febrero de 2008
En el ambulatorio
La inmensa mayoría de personas que vienen al ambulatorio tienen más de sesenta y muchos años y miden menos de un metro sesenta de estatura. Las señoras llevan el pelo cardado como nubes de azúcar; los hombres visten todos, sin excepción, pantalones de tergal con la raya de la plancha bien recta y marcada. Ellos, de rostro curtido y moreno, perfectamente podrían ser italianos, o turcos, o portugueses, o griegos; entre las pequeñas mujeres, sin embargo, abundan los ojos claros y la piel pálida.
Miro con disimulo a la gente para entretenerme, para que corran mejor los minutos que quedan hasta que me haga pasar el doctor. Siempre hay retraso sobre la cita previa, media hora como mínimo, pero no me fío de llegar tarde y cada vez que vengo me toca esperar un buen rato. Claro que en esta ocasión espero no regresar por aquí en mucho tiempo: hoy vengo a por el alta médica. Cuando vine en lo peor de la gripe, hace una semana, también tuve que esperar mucho tiempo. Recuerdo que sudaba a mares, se me iba un poco la cabeza y tenía la sensación de que todos los que me rodeaban se encontraban maravillosamente bien de salud. A pesar de mi lamentable aspecto nadie me dijo que pasase delante, probablemente ni se fijaron en mí. No todo el mundo tiene la costumbre de observar a los demás.
Del consultorio sale un matrimonio de ancianos, ella con su cabello rubio flotando alrededor de la cabeza y él con el rostro cobrizo surcado de arrugas, a continuación se asoma el médico, dice mi nombre y primer apellido, y vuelve a desaparecer.
sábado, 9 de febrero de 2008
Una victoria
Poco a poco regresa de la fiebre
y las noches en vela,
más delgado y más pálido.
Algo que es él y al mismo tiempo
es más antiguo que él
triunfa en el caudal de su sangre.
lunes, 4 de febrero de 2008
Los primeros brotes
En los campos de cebada han comenzado a asomar los primeros brotes verdes. Desde lejos parecen suaves alfombras de tacto blando y delicado, mas si uno se acerca se da cuenta de que las yemas están separadas entre sí por tormos de tierra roja y piedras pequeñas.
domingo, 3 de febrero de 2008
Días de radio
Durante una temporada, en dos mil dos o tal vez en dos mil tres, tuve un programa semanal en Radio Barbastro. Era la época en la que había obtenido un premio literario, había publicado un libro de poemas y era miembro del jurado de aquel mismo concurso. El programa duraba aproximadamente media hora y versaba sobre poesía y literatura. Yo escribía el guión, seleccionaba los textos, buscaba la música y leía y recitaba en el micrófono. Excepto por la presencia de la chica que se ocupaba de la mesa de control yo me lo guisaba y yo me lo comía. Era una tarea que requería trabajo, siempre he sido muy meticuloso y obsesivo para estas cosas y quería hacer un programa con un mínimo nivel de exigencia y de calidad. Eso sí, no cobraba: lo hacía absolutamente gratis, por amor al arte, como suele decirse. Hasta que me cansé y decidí que la emisora debía pagar algo, siquiera fuese simbólico, por el esfuerzo. Me reuní con el director y no hubo manera, me dijo que no pagaba a ninguno de sus colaboradores y que no podía hacer una excepción conmigo -aunque él ganaba dinero en forma de publicidad con el trabajo de esos colaboradores. Claro que, por supuesto, no se trataba de dinero, sólo de reconocimiento: cien u ochenta euros al mes hubiesen bastado, incluso menos, qué se yo; no se trataba de dinero sino de romper la puta costumbre de que la poesía siempre salga gratis ¡y suerte que tienes! A pesar de lo mucho que me gustaba hacerlo, abandoné la radio. Ah, por cierto, el programa llevaba como título LAS CINCO ESTACIONES.
viernes, 1 de febrero de 2008
Sin título
Me he tendido en la cama y he dormido una siesta de casi dos horas, a pesar de que ayer me acosté temprano. Persisten los mareos y me duelen las muñecas y las piernas. Tal vez lo que sucede en realidad es que las nuevas gafas han coincidido con otra cosa.
Tarde fría, de lluvia. En días así el pueblo parece un lugar triste para vivir, y el espíritu se siente tentado a dejarse llevar mansamente por la corriente de la aflicción. El único modo de escapar es dejar de escribir y leer un poco, tomar un café, mirar una película.
miércoles, 30 de enero de 2008
Ojo de pez
La presbicia ha hecho aparición en mi existencia, y con ella unos cristales progresivos que me hacen vivir en un estado permanente de psicodelia. Como las gafas son las mismas que utilizaba antes, aparentemente todo sigue igual, pero la realidad es que deambulo por los sitios como si estuviese drogado, la visión distorsionada. Los ópticos hablan de inevitables aberraciones de las lentes, e insisten en que con el tiempo los ojos y el cerebro acaban acostumbrándose y buscan automáticamente, de modo inconsciente, las zonas precisas del cristal. A mí, después de cuatro días de dolor de cabeza y visión de ojo de pez, me cuesta creerlo.
lunes, 28 de enero de 2008
Una escena doméstica
Vienes a la cama y te tumbas detrás de mí,
el pecho contra mi espalda,
las ingles contra mi culo.
Luego pones la mano en mi paquete
y empiezas a tocarme,
me das la vuelta,
te sientas encima,
flexiono las piernas para apoyarme mejor,
me pongo a tu servicio.
En pocos minutos ya has llegado,
me dices al oído: “¿Vamos a por ti?”.
Yo digo: “Sí”. Oh, rápido placer
del amor conocido, del húmedo
amor sin ceremonias. Y ahora
sé lo que pasará: te sentirás
inquieta y nerviosa,
te levantarás y después de ducharte
encenderás la radio en la cocina,
te servirás un café con leche,
te pondrás en movimiento.
Sé lo que pasará ahora:
cuando te hayas marchado
volveré a girarme en la cama y,
empapado del olor de tu cuerpo,
dormiré como un tronco,
ajeno al amanecer y su lenta
reconstrucción del mundo.
sábado, 26 de enero de 2008
Después del ensayo
Cuando voy a pagar me siento un poco culpable al ver a las camareras del Chanti apoyadas en la barra con gesto cansado y aburrido, esperando. Les pido disculpas por cerrar el bar un viernes más y ellas, que ya nos conocen después de tantos años, me sonríen y me dicen que no pasa nada. Claro, qué van a decir.
Antes de ese instante hemos estado charlando sobre esto y sobre lo otro, sobre la necesidad o no de los viajes de estudios en los institutos, sobre nuestra dependencia actual de la tecnología, sobre si el oído musical es algo con lo que se nace o se puede aprender, sobre la dificultad del repertorio que estamos preparando.
Y antes estábamos cantando en el local de ensayo: todos juntos, por cuerdas, ahora sólo mujeres, ahora hombres, ahora tenores y contraltos, ahora bajos y tenores, ahora sopranos y contraltos repitiendo los nuevos pentagramas una y otra vez hasta aprenderlos y hacerlos nuestros.
Y antes me ponía la chaqueta y el abrigo delante de la puerta de mi casa, me despedía de mi familia, bajaba las escaleras de dos en dos, salía a la calle con las carpetas debajo del brazo y me dirigía a cantar, a cantar.
Anotado por Jesús Miramón a las 02:03 | Después del ensayo
viernes, 25 de enero de 2008
Paisaje
Entra un hombrecillo pequeño, de no más de metro y medio de estatura, y se acerca titubeante a mi mesa. Habla de un modo tan extraño que apenas logro comprender lo que quiere decir: algo referente a la injusticia social y la tuberculosis. Sobre su rostro arrugado tiemblan ligeramente unos rizos engominados.
Llega una señora elegante que camina apoyándose en un bastón. Tiene sesenta y cinco años y es de una belleza imposible de ignorar. Tras la consulta se aleja dejando tras de sí un tenue aroma a perfume bueno.
Se acerca un hombretón de casi metro noventa, jersey de lana y pantalón de tergal un poco corto. Habla gritando y cuando le pido por favor que baje un poco la voz me dice que le disculpe, que no se da cuenta de que habla fuerte porque lleva viviendo toda la vida con su madre sorda, que murió hace pocos días. Me cuenta que mientras sus hermanos se casaban y se iban a Barcelona y Zaragoza él se quedó en el pueblo a cargo de la madre, las tierras y el ganado. El cuello de su camisa de franela está tan rozado que ha perdido el color.
Entra una joven negra con tres niños pequeños. Es muy guapa, viste ropa de dibujos brillantes y huele a mantequilla de canela. Mientras hablamos no puedo evitar fijarme disimuladamente en sus dedos largos y estilizados, a pesar de que sus hijos no me quitan los blanquísimos ojos de encima.
Viene un hombre que padece obesidad mórbida. Se sienta jadeando en la silla y me mira con ojos sufrientes y diminutos. Vive de subsidios sociales y está enfermo del corazón. En una pulcra carpeta azul de cartón trae su historial médico, compuesto por unas setenta o noventa páginas, que procede a mostrarme.
Se acercan dos adolescentes de larga melena, rostros resplandecientes y mirada atolondrada. Vienen porque van a presentar sus datos en la oferta de trabajo del próximo supermercado Mercadona que van a abrir en Barbastro. Ríen y hacen comentarios mientras les facilito sus números de la Seguridad Social. La frescura que inconscientemente transmiten hace que el aire continúe vibrando incluso cuando se han ido.
Anotado por Jesús Miramón a las 19:24 | Diario , Vida laboral
martes, 22 de enero de 2008
Resignación
La casa se cae a trozos, el agua desciende a raudales por las paredes y en el suelo de algunas habitaciones hay agujeros a través de los cuales puede verse la planta inferior. Ignoro por qué vivimos en un lugar así, pero flota en el aire una resignación antigua, doméstica, sufrida durante generaciones. El sentimiento de infortunio es tan intenso que me ahogo, estoy a punto de asfixiarme cuando, salvándome, suena el despertador y el sueño se disuelve y desaparece.
lunes, 21 de enero de 2008
Bienvenidas
1.
El sábado fui a visitar a mi mejor amigo. En Binéfar había mucha niebla y el termómetro del coche señalaba cuatro grados, pero en Gerona marcaba dieciocho y un sol radiante brillaba en el cielo cuando C. vino a buscarme en su moto a la salida de la autopista.
Después de comer estuvimos paseando por el Call, el viejo barrio judío. Al contrario que la periferia, que ha crecido desmesuradamente, la ciudad medieval estaba igual que aquellos lejanos y lluviosos días de diciembre en los que la recorrí por primera vez, recién llegado y solo.
Tras tomar un café en un bar junto a las escaleras de la catedral nos fuimos a la preciosa casa que F., la amiga de C., tiene en Canet d'Adri, el lugar donde íbamos a preparar una cena para dieciocho personas.
2.
A pesar de que nos habíamos acostado pasadas las cuatro de la madrugada no pude evitar despertarme a las ocho y media de la mañana del domingo. Una luz clara y verdosa entraba a raudales a través del cristal, iluminando el suelo de la habitación.
Antes de mi partida fuimos los tres a caminar un rato por un bosque cercano. El olor de los robles, la hierba y los helechos me hizo casi tan feliz como la compañía. A la vuelta nos despedimos en la calle, subí al coche y regresé a la autopista.
Persistía la niebla cuando entré en Binéfar, pero al abrir la puerta de mi casa el frío y la humedad de la calle quedaron inmediatamente atrás. Aunque sólo había estado fuera una noche el calor de la bienvenida fue el mismo que si hubiese faltado durante mucho tiempo.
jueves, 17 de enero de 2008
martes, 15 de enero de 2008
Un final feliz
El niño es pequeño y tiene tres años y medio. Su madre tiene cuarenta y cuatro. Se quedó embarazada de uno de sus secuestradores y dio a luz en un campamento en medio de la selva. No se ven desde que el bebé tenía ocho meses, cuando los guerrilleros se lo llevaron para impedir que muriese a causa de las condiciones deplorables en las que vivían. Ella, la mujer flaca de pelo oscuro, podría haber muerto durante su cautiverio, víctima de enfermedades infecciosas o en una escaramuza con el ejército. De haber sucedido eso el niño nunca hubiera podido abrazar a su madre, a quien no recuerda, ni tener la posibilidad de crecer arropado por una familia. Pero por una vez la historia acaba bien. La mujer que para sobrevivir se agarró durante años a la esperanza de volver a estar con su hijo finalmente ha sobrevivido, y el niño que hubiera podido perderse en el océano de los orfanatos fue encontrado. Ya están juntos. Ella lo envuelve entre sus delgados brazos y el pequeño, esa figurita repeinada, se deja abrazar dándose cuenta de lo mucho que también su mamá le necesitaba a él.
domingo, 13 de enero de 2008
Bum, bum, bum
Llegan con sus ojos bajo las cejas
y se sientan frente a mí.
Con los labios y la lengua
articulan preguntas cuya respuesta
he de conocer. Sus orejas
me escuchan, asienten moviendo
los músculos del cuello
y después se levantan y se alejan
con sus muslos, sus riñones, sus nucas,
sus brazos, las manos al final de sus brazos,
los dedos, las yemas de los dedos,
sus corazones haciendo
bum, bum, bum.
Anotado por Jesús Miramón a las 18:34 | Poemas , Vida laboral
sábado, 12 de enero de 2008
Ángel González
He aquí que, tras la noche,
llegas, día.
Golpea hoy con tu gran aldaba de luz mi pecho,
entra con todo tu espacio azul en mi corazón ensombrecido.
Que levanten el vuelo los pájaros dormidos de mi alma,
que llenen con su alegre griterío la mañana del mundo,
de mi mundo cerrado
los domingos y fiestas de guardar
secretos indecibles.
Hágase hoy en mí tu transparencia,
sea yo tu claridad.
Y todo vuelva a ser igual que entonces,
cuando tu llegada
no era el final del sueño,
sino su deslumbrante epifanía.
Ángel González (6/9/1925-12/1/2008),
de Otoños y otras luces.
Anotado por Jesús Miramón a las 11:57 | Nombres propios
jueves, 10 de enero de 2008
Patatín y patatán
A menudo me asombra el aplomo con el que algunas personas deponen sus sentencias. Esto es así, esto es asá; patatín y patatán. En general resulta curioso, y cuando de temas literarios se trata ya es la hostia. Un ejemplo que siempre me viene a la mente: el escritor que en la radio o en la televisión afirma levantando una ceja que "en España se publica demasiado"... ¡Joder, pues no publiques, capullo! En un momento de mi vida pude echar un vistazo a ese mundillo, y lo que vi me espantó de tal modo que todavía estoy corriendo. ¿Realmente era obligatorio comportarse como una petulante cacatúa para ser tomado en serio? Cuando descubrí este territorio, esta posibilidad de publicar a gusto del autor, sin intermediarios, sin cobrar, sin pagar, sin tener que soportar pelmazos ni tener que chuparle el culo a nadie, creí haber descubierto el paraíso. Y lo es. Aunque, como ya digo, a menudo me haga gracia el aplomo con el que éste dice: "los blogs son un ejercicio de narcisismo", o aquel otro afirma preguntando: "¿qué sentido tiene publicar cada día si no se gana dinero con ello?", y patatín y patatán.
Hay algo muy poderoso en esta nueva manera de escribir para ser leído (por uno, por ocho, por cuarenta, por dos): la absoluta libertad de ambas partes: nadie está obligado a escribir, nadie está obligado a leer; nadie cobra ni paga por ello; pasar de largo o regresar es igual de fácil. Por eso pienso que los blogs son una de las prolongaciones naturales de la primera internet, aquella en la que lo sustancial era compartir. Y lo mejor de todo es la emancipación, la absoluta desfachatez, esta sensación, cierta y verdadera, de escribir lo que uno quiere y como quiere, lejos de los patéticos "vinos españoles" y las palmadas en la espalda, libre y obsceno en el paraíso.
martes, 8 de enero de 2008
Suele pasar
Ayer, preparando un cocido para comer, recordé de pronto a Marina y Nacho. ¿Cuánto tiempo hacía que no pensaba en ellos? ¿Diez, quince años? ¿Cuánto hacía que no pensaba en Bañolas? En un instante vinieron a mi memoria imágenes de aquella época. Ella era de Santoña y él de Valladolid. En una ocasión nos invitaron a comer cocido en su vieja casa alquilada de techos muy altos y suelo de cerámica hidráulica. La cocina tenía una ventana que daba al pasillo. Bebimos vino de Ribera de Duero. Tenían un hijo precioso que se llamaba Aitor, y durante unas semanas en las que su madre estuvo escayolada por una mala caída yo me ocupé de llevarle después de clase a la piscina cubierta donde hacía natación. Los paseos junto al lago, los grandes plátanos de la orilla, las casetas de baño noucentistas y decadentes. El bosque mágico de Can Ginebreda. La muralla medieval frente a nuestro balcón del carrer Pia Almoina. Marina era compañera de M. en el seminario de Lengua y Literatura Castellana del instituto. Cenábamos juntos muchas veces, a menudo pizzas de un establecimiento próximo cuyo cocinero era italiano (mi preferida era la de cebolla con olivas negras). Se fueron trasladados a un instituto de Santander antes de que nosotros, cursos después, hiciésemos lo mismo hacia Aragón. Al principio nos llamábamos de vez en cuando, después nada. Perdimos el contacto. Suele pasar. Sin embargo ayer, después de tanto tiempo, recordé con exactitud el domingo en que nos invitaron a comer cocido en su casa hace casi veinte años, y durante unos segundos recuperé aquel cariño, aquella luz, incluso me sentí un poco dueño de algo.
lunes, 7 de enero de 2008
Buenos propósitos
Caminar más. Tomarme las cosas con tranquilidad. Continuar siendo sensato respecto a mi salud. Hacer más el amor. Escribir más. No tolerar a los intolerantes, sobre todo si son liberales (en el sentido español de la palabra, no en el norteamericano). No olvidar decirles a las personas que quiero que les quiero. No dejarme embaucar por la ambición. Intentar encontrar mi propio camino. Cerrar los ojos sólo para dormir.
domingo, 6 de enero de 2008
Ojo de buey
Por primera vez en quince años los reyes magos no han venido a esta casa. Lenta pero inexorablemente nuestra nave se aleja del sistema solar de la infancia. Me asomo al ojo de buey de popa y me despido en silencio, sin aspavientos. Otros territorios inexplorados nos esperan.
martes, 25 de diciembre de 2007
Yo, por mi parte
Regreso de Zaragoza atravesando la densa niebla, concentrado en las luces traseras del vehículo que me precede. Dentro del coche todos duermen, blandamente abandonados a mi pericia. Tienen confianza en ella. Yo, por mi parte, los amo, los protejo, los traigo a casa, etcétera.
sábado, 22 de diciembre de 2007
viernes, 21 de diciembre de 2007
Cae la nieve
Monólogo final de la película Dublineses, de John Huston,
maravillosa adaptación del relato "Los muertos", de James Joyce.
Toda la película y la chica de Aughrim.
miércoles, 19 de diciembre de 2007
Comida de navidad
Después del trabajo nos vamos a comer al restaurante Bodega del Vero, que además es tienda de delicatessen. Es navidad y todos los escaparates de Barbastro están adornados. Mientras camino flanqueado por mis dos compañeras pienso en todos los giros casuales que me han traído hasta aquí, a esta ciudad, a esta compañía. Hace poco más de diez años nunca lo hubiera imaginado. Saludamos a alguien a cada paso, consecuencia de nuestro contacto diario con el público. "¡A pasar buenos días!", nos dicen; "¡Igualmente!", contestamos. Entramos en el restaurante por la zona de la tienda y bajamos a la bodega, donde nos han reservado una mesa junto a la chimenea encendida. Para abrir boca pedimos una bandeja de jamón de jabugo y pan de Azara con tomate, y continuamos con una ensalada de brotes con queso de cabra gratinado, foie a la plancha sobre tostadas con mermelada de manzana y cebolla, y para terminar cabrito guisado; el vino, por supuesto, de Somontano, una botella de Laus Tinto Roble, un crianza de dos mil cuatro. Hacía mucho tiempo que no comía tan bien. Cuando salimos son ya las cinco menos cuarto y está empezando a atardecer. Vamos a casa de R. a tomar un café. Mientras prepara las cosas en la cocina miro las fotografías de la librería del salón, en las que su familia y sus hijos van creciendo de retrato en retrato: es un recorrido enternecedor y me doy cuenta del cariño que siento por mis compañeras de trabajo, dos de las personas del mundo que más horas del día comparten conmigo. El café de la nueva cafetera Nespresso de R. está, efectivamente, riquísimo, cremoso y con un aroma increíble. Su marido me ofrece una copa pero he de conducir y la pospongo para otra ocasión. Charlamos un rato y al salir a la calle ya es de noche. Regreso a casa sin prisa, sin superar los cien kilómetros por hora. La luz de los faros ilumina la carretera.
Anotado por Jesús Miramón a las 19:22 | Diario , Vida laboral
martes, 18 de diciembre de 2007
Lluvia nocturna
Ayer estaba tan cansado que me acosté a las diez y media, así que esta madrugada, muy temprano, me he despertado en la oscuridad de la habitación. Llovía en el exterior, podía oír el ruido del agua repicando en la barandilla de la terraza. He consultado el teléfono móvil que utilizo como despertador y eran las cuatro y media. Por un momento he estado a punto de levantarme como otras veces, pero he decidido permanecer tendido en la cama sin hacer nada, sin encender la lámpara de la mesilla, sin mover un músculo, respirando sencillamente en la oscuridad, escuchando la lluvia de la calle, dejándome mecer por su rumor.
domingo, 16 de diciembre de 2007
Amenaza a los Monegros
Durante varios años residí en Zaragoza y trabajé en Lérida, así que cada día recorría, a través del desierto de los Monegros, los ciento cincuenta kilómetros que separan ambas ciudades. He disfrutado de ese paisaje único en todas las circunstancias: bajo tormentas negras que hacían brillar la blancura de los yesos del suelo; en medio de vendavales de polvo y arena al atardecer; aparcado bajo un puente durante una granizada que impedía ver en tres metros a la redonda; al amanecer con todo el inmenso paisaje cubierto de hielo; a cuarenta y cuatro grados en pleno agosto. Soy un enamorado de los Monegros, y el proyecto de crear allí una ciudad del juego, al estilo de Las Vegas, me horroriza. Diecisiete mil millones de euros, cinco parques temáticos, setenta hoteles, treinta y cinco casinos, un hipódromo, una plaza de toros, ¡un campo de golf! y no sé cuántas cosas más. ¿Cómo es posible que se autorice tal barbaridad? Y, sobre todo, ¿cómo se compadece el apoyo que presta el gobierno de Aragón con su Expo Zaragoza 2008 y la monserga sobre el agua y el desarrollo sostenible? Por acostumbrado que esté al cinismo de los políticos, este caso me subleva. Estoy indignado y dispuesto a apoyar cualquier iniciativa que se enfrente a semejante despropósito.
miércoles, 12 de diciembre de 2007
Un nuevo tiempo
Aún no es de día y, sin embargo, el aire es ahora más transparente que en cualquier otro momento. Las siete menos diez de la mañana. Vibra la realidad como lo hacen las crisálidas al regresar del sueño. De uno en uno aparecerán los tejados cubiertos de antenas de televisión; las bonitas fachadas delanteras y las feas traseras, hechas de ladrillo visto sin revocar; lenta pero decididamente se levantará el antiguo alminar de la iglesia de San Pedro, y la sierra en la lejanía, y las carreteras. Han bajado las temperaturas, puedo sentirlo en el cristal de la ventana. Un nuevo tiempo comienza.
lunes, 10 de diciembre de 2007
Anuncios por palabras
Vendo 27 corderos grandes y 10 cabritos. Se vende tractor Fiat 1000 en buen estado. Alquilo habitaciones con derecho a todo. Se vende leña de todo tipo a buen precio. Vidente de nacimiento echa las cartas. Se vende tambor de cofradía, un año de uso. Se busca señora mayor de 70 años que esté sola. Vendo bidet, bañera pequeña y lavabo Roca usado, color rosa, baratos. Divorciado de 52 años, viviendo solo y sin problemas familiares, desearía conocer a chica de entre 30 y 48 años, delgada, hogareña, cariñosa, española o extranjera, con fines serios. Chico de 18 años busca trabajo cualquier tipo. Santera brasileña echa las cartas. Vendo ático dúplex, céntrico, 170 metros cuadrados aprox., cocina, cuarto de lavar, 2 salones, 4 dormitorios, 2 baños, 3 terrazas, aire acondicionado, 32 millones de pesetas, para entrar a vivir. Se alquila almacén con cámara para fruta. Fiesta particular busca solista, dúo, trío amateur, rancheras, sudamericanas, días 22 y 23 de diciembre. Vendo armarios metálicos para guardar ropa de trabajo (taquillas). Perdido pendiente en esquina Cortes de Aragón con Avenida del Pilar, al lado de Frutería Morillo. Se necesita palista para retroexcavadora buldózer. Señora nativa alemana daría clases de alemán o trabajaría en una cocina. Desearía caballero sobre 60 años que se encuentre solo para compartir mi vida. Se matan cerdos y se hace mondongo.
viernes, 7 de diciembre de 2007
José Jiménez Lozano
Tres poemas
LAS MENINAS
Le dijiste al crítico de arte:
Está bien su explicación, pero
yo sólo vengo a ver a María Bárbola,
a Nicolasillo Pertusato, al perro,
y a ver abrir la puerta al Intendente Nieto.
Te callaste
que en aquella habitación no se respira;
la Princesita bebe agua ¡Pobre!
¿Y si me preguntase?
Yo he visto su sepulcro en Viena.
LOS OJOS
Tus ojos me faltan,
mas los míos
no los tendrá la muerte.
Tú los guardas.
DÍAS DE NIEVE
Los días de nieve son tranquilos,
avanzan en silencio. Extendido
está el blancor para unos cuantos
pobres, apresurados, gorrioncillos;
quizás algún ladrido
se oye a lo lejos. Ni más nada,
ni más nadie; pero,
si hubiera un caminante, sus pasos
hollarían el mundo.
---
José Jiménez Lozano, de Elegías menores, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2002.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:00 | Nombres propios