martes, 20 de octubre de 2009

Llueve suavemente

Es de noche y llueve suavemente. Se formarán charcos en las rodadas de los caminos del campo. Las hojas de los árboles adelantarán su descenso hacia la tierra atravesando la oscuridad.

lunes, 19 de octubre de 2009

Los cuervos

A las ocho de la mañana el termómetro del coche señala tres grados. Los cuervos apostados sobre los tubos de riego de los campos de maíz parecen anunciar la llegada del frío. Definitivamente el largo, larguísimo verano de dos mil nueve, pertenece ya al pasado.

jueves, 15 de octubre de 2009

Castañas amargas

Como cada año algunos peatones recogen del suelo las castañas de los árboles que rodean el edificio donde trabajo. Como cada año me abstengo de abrir la ventana para advertirles de que son amargas, que no se pueden comer. ¡Las recogen con tanta ilusión, adultos y niños se llenan los bolsillos de ellas! Por otra parte, ¿cómo sé que este otoño siguen siendo amargas? Yo las probé una sola vez, hace mucho tiempo, y nunca más desde entonces.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Y lo hacemos

Hablamos del futuro, decimos: «Cuando nos jubilemos nos alejaremos del desierto, nos alejaremos de estos veranos que duran seis meses».

Hablamos del futuro y nos imaginamos paseando de la mano a lo largo de playas azotadas por el viento del norte, protegidos por pesadas parkas amarillas.

La arena es oscura, igual que los bosques que se recortan contra el cielo gris. Dices o digo: «Se está haciendo tarde, volvamos a casa», y lo hacemos.

martes, 13 de octubre de 2009

Galletas

Por la mañana salgo a la galería para tirar a la basura los restos de la preparación de los bocadillos de mi familia. En el paisaje todavía oscuro la ventana de una cocina del edificio de enfrente, potentemente iluminada, brilla como el escenario de una pantalla de cine. Allí una joven dispone un mantel individual de color naranja en la mesa de madera, y sobre él un tazón de color azul, y al lado, cuidadosamente, un plato con galletas. A continuación se sienta, la espalda bien apoyada en el respaldo de la silla, y procede a desayunar lenta y meticulosamente uniendo dos o tres galletas, ablandándolas en el café con leche y, acercando la boca a la taza, comiéndolas de dos mordiscos. Cuando termina se levanta y recoge las cosas: las galletas en un armario, el mantel en un cajón, la taza, el plato y la cucharilla en el lavaplatos. Al salir de la cocina apaga la luz y la fachada queda envuelta en sombras. Sobre el tejado del edificio el cielo comienza a clarear débilmente.

lunes, 12 de octubre de 2009

Ojos pequeños

El hecho es que jamás imaginé que me convertiría en el hombre que soy. Que me haría tan grande, que pesaría tantos kilos, que tendría tantas canas. Me miro en el espejo y no me reconozco. ¿Esconden alguna verdad esos ojos pequeños en el rostro tumefacto?

viernes, 9 de octubre de 2009

Cuarentena

Cuando caí enfermo de gripe, algo relativamente previsible teniendo en cuenta mi trabajo, decidí ponerme en cuarentena y mudarme al dormitorio de invitados de la buhardilla. Allí he pasado los tres últimos días, calenturiento y pasivo espectador del funcionamiento autónomo de mi organismo. Siempre me ha fascinado la distancia que existe entre nuestro pensamiento y nuestro cuerpo: mientras yo bebía litros de agua, dormitaba de día y leía de noche, mi sistema inmune, imperturbable y ajeno a los sentimientos, combatía con éxito contra el virus que se había infiltrado en mis células.

El verano no termina de acabar, sigue haciendo calor, las plantas florecen una y otra vez, los insectos van de aquí para allá sin saber a qué atenerse, quienes se precipitaron a cambiar la ropa de los armarios han tenido que volver a sacar las camisetas de manga corta. Yo no le digo nada a nadie, pero en mi interior siento un poco de miedo.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Que mi cuerpo luche

Dos días postrado en la cama con gripe. No recordaba lo mal que se pasa. Escalofríos, dolor de huesos, de cabeza, de garganta, debilidad, mareos. Duermo, me despierto y vuelvo a dormir. El tiempo adquiere otra densidad. Me ducho y a los pocos minutos ya estoy sudando otra vez. No puedo hacer nada salvo dejar que mi cuerpo luche.

domingo, 4 de octubre de 2009

Escardar

Escribir es como cultivar un huerto: a veces hay que podar y escardar. Es el único modo.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Opulencia

Los agujeros de mi vieja, suave, preferida camiseta azul de algodón. Media calabaza del huerto de un amigo asándose en el horno con aceite, sal y pimienta. La palmada de mi mujer en el culo al pasar detrás de mí. El enérgico comienzo del tercer concierto de Brandemburgo. Un whisky con hielo, ni el más caro ni el más barato. Esta inesperada y absurda sensación, clara, sencilla, de que el tiempo me pertenece.

sábado, 19 de septiembre de 2009

La salamanquesa

Me has sorprendido aquí, entre el hibisco y la madreselva. Yo, guiada por un instinto millones de años más antiguo que el tuyo, me he quedado quieta, inmóvil, confiando en pasar inadvertida. Tú te has acercado lentamente hasta detenerte a una distancia prudencial, te has puesto en cuclillas para observarme mejor e, ignorando que soy un animal, has dicho: «Hola, pequeña». ¿Estás loco? ¿Acaso piensas que puedo comprenderte?

Después del ensayo

Después del ensayo con el coro vamos a tomar una copa en el Chanti. La terraza del bar está desierta y en su interior sólo hay seis o siete parroquianos. El frío que a mí me hace feliz espanta a la mayoría de la clientela.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Matinal

Las noticias en la radio de la cocina. El murmullo de las cañerías cuando se abren las duchas. El secador de cabello de Paula. El ruido del papel de aluminio al rasgarlo sobre el borde dentado de su caja de cartón. El clink del microondas. Anoche, por primera vez en dos meses, llovió durante varias horas. La luz ha cambiado.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Fuegos artificiales

Mientras escribo suenan los fuegos artificiales. Las explosiones retumban entre los edificios: ¡PUN-KA-PUM! (punkapum, punkapum, punkapum). Las hay secas y rotundas como obuses: ¡BOUM! (boum, boum, boum), y están también esos cohetes que se elevan con un silbido: FIIIIIIIIiiiiiiiiiiiiuuuuuuuu, hasta romper y abrirse silenciosamente en la oscuridad. Permanezco sentado delante de mi mesa. Los he visto muchas veces. Sin necesidad de cerrar los ojos puedo contemplar los fuegos artificiales en el interior de mi cerebro. Esto es algo que, incomprensiblemente, a todos los seres humanos nos parece natural. Cuando escucho la traca final pienso: «Ahora sonarán los aplausos», y suenan remotos, entusiasmados.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Una vida normal

Huyendo del ruido me he mudado temporalmente a la buhardilla, al dormitorio de invitados. Aunque mañana sea fiesta en Binéfar yo trabajo en Barbastro y tengo que madrugar. La cama está bajo una claraboya, y como en la planta de arriba se acumula mucho calor la tengo abierta para que se cree algo de corriente con la puerta de la terraza. El resultado es que los sonidos de las ferietas, todos esos bocinazos, micrófonos chillones y música machacona, se cuelan convertidos en un eco amorfo, indiferenciado, falsamente lejano.

Vuelvo a pensar en alguien que atendí por la mañana, una mujer que vive escondida en un pueblo del Pirineo, traumatizada y temerosa de ser encontrada por un ex marido que a punto estuvo de asesinarla. Los pequeños ojos me interpelan desde su desolación, gritan: ¿cómo ha podido pasarme algo así? ¿acaso no merezco una vida normal?

martes, 8 de septiembre de 2009

Ferietas

A pocos metros de mi casa han comenzado a instalar las ferietas de las fiestas patronales de este año, que comienzan pasado mañana, y no, esta vez no voy a dejarme llevar por la negatividad, no diré nada sobre la precariedad y la ausencia de controles de seguridad de unas instalaciones, a menudo semejantes a las de los grandes parques de atracciones, levantadas de un día para otro con ayuda de cinta aislante, cuñas de madera y unas cuantas latas de cerveza; tampoco hablaré de la flagrante lesión a los derechos elementales de los vecinos que suponen la música y las sirenas sonando hasta altas horas de la madrugada, a veces casi hasta el amanecer. No, no lo haré, este año quiero ser positivo, debo comprender que así es el mundo, que el jolgorio colectivo bien merece que no pueda dormir ni leer ni comer tranquilo ni, en fin, ser feliz, durante unos pocos días de mi vida. De hecho tanto he cambiado de actitud respecto a este asunto que he estado a punto de decir que odio las putas fiestas de los cojones y, sin embargo, he decidido callarme.

viernes, 4 de septiembre de 2009

A raudales

Despierto más tarde de lo acostumbrado. La luz entra a raudales en el dormitorio. Levanto el brazo derecho y abro la mano delante de mí, los dedos muy separados, cada milímetro de piel potentemente iluminado por el sol.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Fortuna

Hace dos semanas, caminando descalzo por casa, me golpeé los dedos más pequeños del pie izquierdo contra la pata de un sofá. Me dolió mucho.

Creo que fue al día siguiente cuando la cartera me entregó una multa del Servei de Transit de la Generalitat, setenta euros por circular a ciento dieciocho kilómetros por hora donde la velocidad estaba limitada a cien. En la denuncia había una fotografía trasera de nuestro coche. Por la fecha dedujimos que fue una tarde que llevaba a C. al dentista en Lérida.

El pie me sigue doliendo, aunque cada vez menos. El lunes fui a pagar la multa a la Caixa de Pensions. Las vacaciones de verano se acercan a su fin.

domingo, 30 de agosto de 2009

El río

El río a cuya orilla hemos comido hoy tomates con aceite y sal, ensaladilla rusa que preparé ayer, nectarinas; el río que cantaba entre rocas blancas; el río cerca de la carretera, a ciento dieciocho kilómetros de mi casa y seis de Francia; el río de aguas transparentes, minerales, sin peces; ese río continúa cantando ahora en medio de la oscuridad, piénsalo un instante, su canción no ha cambiado en un millón de años, noches, nubes, auroras, tormentas, zumbido de insectos, el tiempo susurrando en las ramas de los árboles.

viernes, 28 de agosto de 2009

De murciélagos

Después de cenar salgo a la terraza, apoyo los codos en la barandilla y echo un vistazo a la calle. El murciélago de todas las noches revolotea de un lado a otro con una torpeza que, por el bien de su progenie, espero sea sólo aparente.

Desde la izquierda, dos portales más allá del mío, sale una vecina cargada con una bolsa de basura. Viste un conjunto corto de color claro cuya ligereza hace patente el contoneo de sus caderas. Mi teoría inicial de que las contonea debido al peso de la bolsa es respondida cuando, tras haberse deshecho de ella, regresa a su portal contoneándolas exactamente igual. Conozco a esa mujer. Es atractiva. Tiene un Citroën grande que aparca en una esquina del garaje comunitario. Es menuda, de melena azabache y rasgos de india amazónica.

Frente a mí hay dos ventanas con las persianas alzadas unos treinta o cuarenta centímetros. Pertenecen a una pareja joven que instaló mosquiteras. Ella fue alumna de M. El llanto de su bebé rompe el bochorno de la noche. Pronto se enciende la luz contigua al dormitorio del niño y se escucha una voz tranquilizadora, besos, el bebé se calma, llora entrecortadamente, se calla. Puedo imaginar a la madre quedándose un rato más, por si acaso, dándole la mano a la pequeña criatura o tal vez meciendo la cuna hasta caer también ella rendida de cansancio, el balanceo detenido.

A la derecha un padre y su hijo hablan en la acera, el adulto apoyado en un coche y el chico, de unos diez años, sentado en la escalera de la puerta de la casa. Al parecer existe algún tipo de desacuerdo acerca de la autorización para una excursión en bicicleta al día siguiente. Conozco a esa familia. Tiene una tienda de chucherías en la Plaza de España. Cuántas veces no entré allí con mis hijos, prácticamente cada día mientras fueron pequeños. Siempre nos atendía la madre, la esposa. No era ni especialmente agradable ni especialmente antipática, simplemente se limitaba a cobrar y devolver los cambios. En la época en la que mi hijo jugaba al fútbol la vi una tarde en los campos de entrenamiento. Paseaba sola y al principio no la reconocí, tan delgada estaba. Era todo huesos y pensé, pomposa ignorancia, que había caído en el pozo de la anorexia (en aquellos tiempos se hablaba mucho de esa enfermedad). Pocas semanas después murió de cáncer de estómago. Observé su foto en los carteles que la funeraria había pegado en las calles más concurridas del pueblo. Recordé el último día que la había visto con vida y me avergoncé de mí mismo. El padre y el niño hablan en la acera, éste sentado en la escalera de entrada a la casa y aquél vestido con unas bermudas y una camiseta, apoyado en un coche azul. De sus gestos y posturas corporales infiero, atrevida ignorancia, que se respetan y se aman, o acaso es lo que yo quiero pensar sabiendo que están solos.

El murciélago vuela calle arriba y calle abajo. Su técnica le hace parecer un pañuelo de papel arrastrado por un viento inexistente.

jueves, 27 de agosto de 2009

Jueves de agosto

Amanece a las siete menos cuarto. Luz pálida, los colores duermen todavía. Alguien camina enérgicamente por la calle: clok, clok, clok. La calma de la noche va quedando atrás. Durante un rato refrescará y después el calor se pondrá en pie dispuesto a recordarnos que el verano no ha terminado aún. Últimos días de vacaciones. Hoy iremos a pasar el día en la playa. Qué ganas tengo de bañarme en el mar y comer una paella en un chiringuito. Los colores empiezan a despertar.

sábado, 22 de agosto de 2009

Cabecera de pista

Habíamos ido a cenar a casa de mi hermano cuando le avisaron por radio. Él se puso rápidamente el uniforme de faena y me preguntó si quería acompañarle. Yo, por supuesto, le dije que sí. Condujo la furgoneta blanca a través de carreteras de curvas peraltadas. A nuestro alrededor los campos de cereal resplandecían tenuemente en la noche sin luna. A veces pasábamos junto a aparcamientos donde descansaban estilizados cazas de combate F18 y preciosos hidroaviones contraincendios Canadair de color amarillo. Al alcanzar las inmediaciones del aeropuerto mi hermano puso en funcionamiento la luz giratoria del techo de la furgoneta y comunicó con la torre de control. Nos detuvimos junto a la cabecera de pista y me pidió que mirase a la izquierda. Un punto luminoso creció en la oscuridad hasta convertirse, a quince o veinte metros de nosotros, en un coloso de dos pisos de altura volando lentamente hacia el suelo con los trenes de aterrizaje extendidos y los motores rugiendo a toda potencia. Había algo absolutamente irreal en la imagen de aquella mole de acero suspendida en el aire durante unas milésimas de segundo, casi al alcance de la mano. «Acabas de ver tomar tierra a un Jumbo, un Boeing 747, el avión comercial más grande del mundo hasta que apareció el Airbus A380», me dijo mi hermano, «¿te ha gustado?». «Me ha gustado muchísimo», contesté, y era verdad, estaba impresionado, feliz como un niño pequeño. Mientras recorríamos la pista donde acababa de aterrizar el Jumbo me sentí profundamente agradecido por el regalo. Hacía mucho tiempo que no estaba a solas con mi hermano. Por primera vez en semanas las temperaturas habían descendido y la brisa nocturna era suave y agradable. Pensé en el futuro y no tuve miedo.

domingo, 16 de agosto de 2009

Arcos

Antes de la celebración hemos venido al cementerio para recordar a Bernardo y Natividad Arcos, nuestros dos primos desaparecidos tan jóvenes, ella en mil novecientos setenta y seis, víctima de una enfermedad, y él hace pocos años en un accidente de tráfico. Aquí, entre cipreses, nos hemos ido reuniendo casi todos los que más tarde comeremos juntos, las hijas e hijos de los hermanos de mi madre. A algunos hacía treinta años que no los veía. Nos damos dos besos, nos estrechamos la mano, nos preguntamos por nuestros hijos, recordamos anécdotas de la infancia. Confieso que yo tenía mis reservas, me preguntaba si realmente era necesario un acontecimiento como este, pero ahora me alegro de haber venido: mi memoria bulle y mi corazón se conmueve. A los que residen aquí y en Tudela se han sumado los que han venido desde Zaragoza, desde Irún, desde San Sebastián, incluso desde Francia. Caigo en la cuenta de que en mi familia materna siempre han abundado los espíritus inquietos, los exploradores, y me descubro, a estas alturas, deseando haber heredado lo mejor de ese impulso. Qué fuerza la del vínculo que existe entre parentesco y naturaleza, tan ajeno a la voluntad.

viernes, 14 de agosto de 2009

La estación seca

No escribo nada. Por la mañana me despiertan los graznidos y trinos de las aves que escaparon de sus jaulas y ahora viven en los parques de la ciudad. El montaje de muebles de nombre sueco ocupa mis días. Al llegar la noche caigo rendido en la cama sin haber escrito nada. Hay muchos modos de ser feliz.

jueves, 6 de agosto de 2009

Resina

Las vacaciones y el calor transforman el tiempo en resina. Resulta tentador pensar en pulidos pedazos de ámbar removidos por las frías y oscuras corrientes del mar Báltico, pequeñas arcas de insectos extinguidos. La tarde respira con la paciencia de las tortugas gigantes. En días como estos qué agradable es olvidar.

lunes, 3 de agosto de 2009

Brevemente

A las cuatro de la madrugada volvimos a recorrer la carretera desierta. Ella, tras veintidós horas de viaje, se quedó dormida. De vez en cuando yo la contemplaba brevemente en el espejo retrovisor y era feliz.

domingo, 2 de agosto de 2009

Sin título

Entre las sombras del sueño (una cárcel o acaso un cuartel, Europa del Este, edificios de hormigón, largos pasillos, olor a tierra húmeda) se abre paso el zureo de las palomas: uh-úuuuh, uh-úuuuh, uh-uh-úuuuh; y a continuación el chirrido del parloteo de los aviones comunes que anidan en el alero del tejado. Me siento al borde de la cama y trato de recuperar de mi cerebro, antes de que se esfumen, escenas de hace un momento: calles embarradas, absurdos parterres de flores junto a los muros grises, la crueldad indiferente en los ojos del guardián que prohíbe dar sepultura al cadáver de mi hermano... Decido que no quiero recordar más y regreso a la algarabía de los pájaros, a la luz nueva. Es hora de ponerse en pie.