martes, 6 de julio de 2010

Hacer kilómetros

Esta semana estoy de vacaciones y ayer llevé a Paula a Segur de Calafell, donde mis padres, mi hermana y sus hijos están pasando unos días; estará con ellos hasta el viernes, cuando vayamos a buscarla. Creo que apenas pasaron cinco minutos desde que descendí del coche, besé a los yayos, mi hermana y mis sobrinas, que nos esperaban en la playa, y me lancé al agua del mediterráneo, que en esta época todavía está fresca. Ah, cuánto echaba de menos bañarme en el mar. Claro que, como cada verano, hoy me he levantado rojo cual turista germánico. Siempre me pasa lo mismo.

El caso es que estos días no paro de hacer kilómetros de un sitio a otro: si no es para ir a buscar a uno es para llevar a otra o para acudir a un compromiso o qué se yo. Suerte que me encanta conducir. De hecho las dos actividades que más me relajan, dejando aparte el sexo, son cocinar y conducir. Si estoy nervioso por cualquier motivo no existe mejor remedio para mí que ponerme a preparar comida o subirme al coche y perderme por carreteras y caminos. Y por cierto, hablando de sexo y verano... pero no, de eso mejor escribiré otro día.

domingo, 4 de julio de 2010

Una cena en Zaragoza

Anoche cenamos en un restaurante de Zaragoza, un sitio muy bonito al lado del río y frente a la basílica del Pilar. Habíamos acudido allí invitados por una amiga que se casó el viernes. Mi mujer y ella son íntimas desde que tenían siete años. Siempre me han llamado la atención estas amistades de toda la vida porque yo no guardo ninguna tan lejana. La novia estaba radiante, feliz, y me emocionó mucho volver a verla. Fue una cena un tanto especial porque nos habíamos reunido por un lado los amigos de la novia y por el otro los del novio, sin conocernos previamente, pero el ambiente fue estupendo (no negaré que, además del cariño fluyendo de aquí para allá y de allá para aquí, probablemente tuviese algo que ver la noticia que anunciaba que España se había clasificado para las semifinales del campeonato del mundo de fútbol). Comimos muy bien y después de los postres y el café subimos a la terraza del local, un lugar que ofrecía unas vistas absolutamente espectaculares del río y la basílica. Allí tomamos unas copas y charlamos a la fresca que una oportuna tormenta de verano, caída mientras cenábamos, nos había dejado como último regalo.

viernes, 2 de julio de 2010

Dos salamanquesas

Estábamos José Luis y yo hablando amigablemente en la terraza del Chanti cuando de pronto, plaf, a uno o dos metros de distancia de nuestra mesa han caído del cielo dos salamanquesas. Una se ha dirigido rápidamente hacia la cercana pared azul y la otra, algo más aturdida por el golpe, se ha quedado en la acera, recuperándose. Tras la sorpresa inicial mi amigo y yo hemos bebido un sorbo de nuestras respectivas copas, me he levantado un momento para hacer una fotografía con el móvil, y a continuación hemos seguido charlando sobre esto y sobre lo otro: fotografías, literatura, música, internet, exploración, consciencia.

lunes, 28 de junio de 2010

Un viaje inesperado

A media mañana Carlos me llama al teléfono móvil desde el hotel cercano al cámping donde pasa unos días de campamento. Me dice que se encuentra mal, que le duele la tripa, que ha vomitado durante toda la noche, que vaya a buscarlo. Salgo del trabajo, subo al coche y enfilo la carretera que lleva a las montañas. Kilómetro a kilómetro voy dejando atrás viñedos, campos de cebada y olivos. Los embalses están llenos y las copas de los árboles asoman en el agua. Pronto el verdor de los pinos y los abetos da paso a congostos de roca negra rezumante de humedad, tras los cuales se abren pequeños valles surcados por ríos a cuyas orillas florecen negocios turísticos de rafting y piragüismo. Localidades poco pobladas, algunos restaurantes a pie de carretera, bellísimas casas de piedra, prados con vacas y caballos. En algunas zonas de las cumbres todavía brilla la nieve. Atravieso Benasque, dejo atrás el desvío a Cerler y las estaciones de esquí, continúo en dirección a los Llanos del Hospital y me desvío en el Hotel Turpi, junto al cual está instalado el campamento donde mi hijo lleva una semana. Él, muy pálido y con gesto serio, me espera en la recepción. «¿Qué tal estás, cariño mío?», le digo. Se acerca a mí, sus ojos azules brillando no sé si de emoción o de fiebre, y nos abrazamos. Comunico a los monitores nuestra partida, les doy las gracias, subimos el equipaje al coche y emprendo el viaje de vuelta. El adolescente-niño de trece años se duerme enseguida, agotado por una gastroenteritis común, y yo conduzco dejando atrás los deliciosos dieciséis grados de temperatura para acercarme kilómetro a kilómetro a los treinta y tres terribles grados del lugar donde vivimos.

domingo, 27 de junio de 2010

Tormenta de verano

La tormenta que el calor presagiaba ha llegado al fin, acompañada de aparatosos truenos infantiles. Me gusta la lluvia a la luz del sol.

miércoles, 23 de junio de 2010

Casa de guardacostas

Mientras guardo las cosas de la compra en la despensa de la galería echo un vistazo al otro lado de la calle y veo a nuestra vecina de enfrente poniendo la lavadora al tiempo que habla por teléfono, el aparato sujeto entre la cabeza inclinada y el hombro derecho. Es una chica muy joven que se instaló a mediados del año pasado. Tiene la costumbre, como nosotros, de no bajar la persiana, así que es frecuente, aún sin querer, ver su mesa de la cocina dispuesta con los platos de la cena, normalmente para ella sola, en ocasiones para sus amigos, algunos de los cuales salen al balcón a fumar. Supongo que también ella nos habrá mirado sin querer alguna vez, yo en la cocina atareado entre ollas y sartenes, Maite corrigiendo exámenes y trabajos, mi hijo conectado al messenger en el ordenador del salón.

Hoy mi joven vecina estaba poniendo la lavadora mientras hablaba por teléfono; hace unos meses la sorprendí colocando en la barandilla un macetero con flores que al cabo del tiempo murieron por falta de riego; el otro día vi cómo extendía con cierta dificultad un tendedero plegable para secar la ropa, y juro que a punto estuve de llamarla para ofrecerle mi ayuda.

Es curioso pero, no sé, creo que he desarrollado cierta inexistente e invisible relación con esa chica que no me conoce. Me recuerda a mí mismo cuando con veintipocos años fui a vivir a Gerona y tuve que aprender a toda prisa los rigores cotidianos de la supervivencia: cocinar, poner lavadoras, limpiar, tratar de que creciera alguna planta a mi alrededor, ordenar los libros en unas estanterías recién compradas, colgar en la pequeña sala aquella lámina de Edward Hopper en la que aparecía una casa de guardacostas junto al mar.

sábado, 19 de junio de 2010

Descalzos

El fallecimiento de José Saramago trae un inmenso alud de epitafios, panegíricos, elegías y artículos. Entre los que he leído hay uno que narra un viaje que el escritor hizo por Portugal el año pasado. Saramago tenía ochenta y seis años y, en un momento dado, le cuenta al periodista lo siguiente:

«El recuerdo más dulce de mi vida es el del momento de volver a mi pueblo cuando se acababa el curso en Lisboa. Tomaba el tren de las 5,55 horas en el Rossio y, a mediodía, estaba en Mato do Miranda. En el mismo salto que daba para salir del tren, me descalzaba, y no volvía a ponerme los zapatos hasta que volvía a Lisboa».

Estas frases me han conmovido. Tengo la intuición de que en los últimos días eran ese tipo de imágenes las que resucitaban en su memoria, por encima de premios, condecoraciones y reconocimientos. He recordado algo que el abuelo Antonio comentó cuando ya estaba muy enfermo, pocos meses antes de morir, algo que escribí en «Innisfree» el 21 de agosto de 2004:

Esta semana le daban la tercera sesión al abuelo. El martes se fueron los dos, padre e hija, a Zaragoza, y el jueves fui a buscarlos después del trabajo para traerlos a casa en el coche. Regresábamos a Binéfar por la carretera a través de los campos amarillos. De vez en cuando yo echaba un vistazo al espejo interior: el hombre miraba a través de la ventanilla con ojos perdidos. Maite ponía su mano izquierda en mi pierna derecha, contenta de volver a verme, contenta de regresar. También yo estaba contento de volver a estar con ella. Junto al arcén corría el agua de una acequia. El abuelo dijo: «Cuántas veces no me habré bañado yo en una acequia». Volví a echar un vistazo al retrovisor: Antonio seguía mirando con sus ojos muy azules a través de la ventanilla. Durante unos segundos sentí que había escuchado sus pensamientos, pero abrió levemente la boca para continuar: «En verano, cuando el calor apretaba como hoy, me bañaba en las acequias, así me refrescaba. Me desnudaba y me metía en el agua». El coche ronroneaba a cien kilómetros por hora. «Yo entonces era un crío». Lo pronunció sin ninguna entonación especial, impertérrito, mientras en un segundo regresaba a su infancia de pastor, su niñez única e irrepetible, lejana, insólita, inimaginable; un tiempo anterior a la supervivencia, al festejo, al traslado a Zaragoza en busca de mejores oportunidades; un tiempo anterior a los días felices de la madurez, la paternidad, los nietos; una época anterior a los tristes días de la enfermedad y la muerte de su mujer, y ahora su propia decadencia. El agua de la acequia fluía bajo la luz del sol junto a la carretera. «Yo entonces era un crío», dijo, y no volvió a decir nada más durante el resto del viaje.

Dicen que al final de la vida recuerdas con más exactitud cómo era la cocina de tu niñez que el menú que comiste ayer. Las frases de José Saramago y Antonio Puértolas, uno escritor galardonado con el premio Nobel y otro jubilado de la Red Nacional de Ferrocarriles, enlazan directamente con la nota que se encontró en la cartera de Antonio Machado tras su muerte, aquella tan famosa que decía:

Estos días azules y este sol de la infancia.

Descansen en paz todos ellos como descansaremos nosotros, descalzos para siempre, los pies sumergidos en el agua clara de las acequias bajo el sol.

Viaje relámpago

El viernes por la tarde emprendo un viaje relámpago de ida y vuelta a Zaragoza. Los campos verdes ahora son dorados. La periferia de la gran ciudad es deprimente: paisajes posnucleares, apocalípticos. Recojo a Paula y sus amigas en la residencia y vuelvo a la carretera. Ellas duermen, agotadas tras su semana de inmersión en la facultad de ciencias. Las despierto al llegar a Binéfar, dejo en sus respectivas casas a A. y L. y al cruzar el umbral de la mía me doy cuenta de lo agotado que estoy. Me tenderé en la cama con la intención de descansar un poco y me dormiré en el acto. Cuando despierte será demasiado tarde para acudir al ensayo con el coro, noche cerrada en la claraboya del techo, los horarios echados a perder.

jueves, 17 de junio de 2010

Un patán

El otro día una compañera de trabajo me dijo lo siguiente: «Tu aspecto no tiene nada que ver con tu manera de ser». Durante un instante me quedé sin saber qué decir. «¿A qué te refieres exactamente?», le pregunté. «A que no tienes la constitución de alguien sensible», contestó. «¿Quieres decir que parezco un patán, un bruto sin sentimientos, sólo porque soy grande y fuerte?», volví a preguntar. «Exactamente», contestó ella, riendo. Entonces contemplé mi reflejo en el cristal de un armario y comprendí lo que quería decir.

sábado, 12 de junio de 2010

Antes del concierto

Despierto de la siesta, casi siempre una siesta un poco inquieta, desvelada, y vuelvo a ducharme; después me afeito, me lavo los dientes a conciencia y me aplico desodorante en las axilas y el pecho; luego me visto tranquilamente con el pantalón negro, la camisa negra, los calcetines negros y los zapatos negros; a continuación me pongo bajo el brazo la carpeta con las partituras del concierto convenientemente ordenadas y así, limpio, oliendo a aftershave, el pelo todavía húmedo, salgo a la calle.

martes, 8 de junio de 2010

La virgen de la cueva

Los medios de comunicación anuncian que las temperaturas descenderán hasta diez grados y se avecinan chubascos. Yo caigo de rodillas, levanto los brazos al cielo y, con lágrimas idénticas al sudor, doy gracias a Buda, Manitú, Yahvé, Alá, Zeus, Rá, Jesucristo, Mahoma, Pachamama, la virgen de la cueva.

domingo, 6 de junio de 2010

La luz del flexo

La estación de los insectos diversos, zumbadores, múltiples, merodeadores, ha comenzado. Alrededor de la luz del flexo encendido sobre mi mesa revolotean dos palometas de alas triangulares y un compañero de largas antenas que no sé identificar. Por fuerza han tenido que entrar a través de la puerta abierta de la terraza, superando la nube de olor del jazmín; son más valientes que las moscas, que no se atreven. Mientras escribo estas palabras el insecto de largas antenas se traslada despacio por el marco de la pantalla del MacBook. Yo continúo tecleando y la aparición de signos negros sobre fondo blanco a medio centímetro de su diminuto cuerpo no parece afectarle. ¿Qué significado tiene su indiferencia? En el exterior retumban los truenos de la tormenta que está a punto de alcanzarnos. El ventilador gira de izquierda a derecha. Comienza a llover.

jueves, 3 de junio de 2010

Encuentro con Berna

Apoyado en uno de los soportales de piedra de la plaza mayor de Graus espero a Berna, una amiga de la red a la que hoy conoceré personalmente por primera vez. Estoy nervioso y trato de calmarme mirando el vuelo de los pájaros que chillan en el espacio rectangular. Como Berna, a pesar de ser madrileña de nacimiento, es de origen chino, yo tendré ventaja a la hora de identificarla, pues ella ignora mi aspecto. ¿Por qué estoy tan nervioso? Hemos hablado varias veces por teléfono y nos hemos escrito, así que en cierto modo ya nos conocemos. Supongo que lo que me pasa, por infantil que resulte, es que temo decepcionarla.

Cuando ella aparece mira durante unos instantes a su alrededor. Me acerco, le digo: «Hola, Berna», reímos, nos damos dos besos y de pronto, como por arte de magia, la tensión desaparece. Le cuento que el corazón me latía a toda velocidad. Nos sentamos a la mesa de una terraza y pedimos unas cañas. Ella ha traído su último libro para regalármelo. Durante dos horas hablaremos de nosotros, de literatura, de familia, del campo, de la ciudad. Comprobaré una vez más que las personas que conocemos a través de internet son tan interesantes y generosas en un lado de la pantalla como en el otro, y también apasionadas, inocentes y dotadas de una genuina curiosidad.

viernes, 28 de mayo de 2010

Cuarenta y siete

Nunca imaginé que cumpliría cuarenta y siete años. Nunca imaginé que llegaría a pesar más de cien kilos, que tendría el pelo blanco, que tras veintiocho años seguiría enamorado de la misma mujer.

Imaginé que moriría joven, delgado y maldito tras recorrer medio mundo. Imaginé que me acostaría con centenares de mujeres de todas las razas. Imaginé que mi especie colonizaría el espacio y yo, antes de morir dramáticamente joven y maldito, estaría allí para verlo.

Los vencejos giran sobre los tejados en el aire cargado de electricidad que precede a la tormenta. Ellos, como las hileras de hormigas que cruzan los caminos o las campanadas de la iglesia de San Pedro, son piezas imprescindibles en el mecanismo que da cuerda a este mundo. A estas alturas de mi vida, qué paradoja, me gustaría imaginar algo verdaderamente imposible: que dispondré del tiempo necesario para enumerarlas, para describirlas todas.

domingo, 23 de mayo de 2010

Vino con gaseosa

Fuimos a visitar a mis padres y volví a disfrutar de su vitalidad y su sentido del humor. Sentado a la mesa los veía reír y, cómo explicarlo, sentí que todo encajaba suavemente en mi interior.

jueves, 20 de mayo de 2010

Guijarros

En medio de la noche caminas sobre la nieve, tus botas rellenas de paja hundiéndose hasta el tobillo en cada paso. Al amanecer el hielo se derrite y crecen los bosques, las ardillas son borrones cobrizos en la corteza de los árboles, las truchas iridiscentes se funden en la corriente del río. Por la tarde disminuye la espesura, se esconden los lagartos y se levanta la tormenta de arena. El anochecer te encuentra en una playa de guijarros, de pie frente al océano. Reúnes leña arrojada por el mar, enciendes una fogata, te acuestas junto al fuego, cierras los ojos, comienzas a caminar sobre la nieve.

lunes, 17 de mayo de 2010

Primavera

Lunes radiante, luminoso. Mientras conduzco de vuelta a casa contemplo el campo verde, las flores, los caminos, las nubes blancas. ¿Cómo es posible que cada año me entusiasme como si fuese la primera vez? No lo entiendo. Y al momento de escribir «no lo entiendo» pienso: ¿eres idiota? No hay nada que entender.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Salarios

A lo largo de una mañana de trabajo especialmente intensa varias personas me han informado, algunas con media sonrisa bailando en los labios, de que iban a rebajarme el salario para hacer frente al déficit de mi país, acuciado por la crisis económica mundial. Pero lo que yo me he traído a casa son las lágrimas de Adriana, la hija de M. A., una mujer rumana enferma terminal de cáncer. En su país era veterinaria y tenía a su cargo las granjas de una región montañosa; en España trabajaba de empleada de hogar hasta que cayó enferma. Estamos tramitando para ella una pensión de Incapacidad Permanente por Reglamentos Comunitarios, a la espera tan sólo de los informes laborales de Rumanía, que no llegan. Adriana, que como cada semana me traía los partes de confirmación de la baja laboral de su madre, rompe a llorar al darse cuenta de que ésta morirá antes de que su país de origen envíe la documentación. «Allí todo funciona muy despacio», afirma, «y mi madre no aguantará demasiado», y añade: «lo peor es que no puedo hacer nada». Tampoco yo puedo hacer nada. Pongo mi mano izquierda sobre sus manos y mirándola a los ojos le digo que lo siento mucho. Ella afirma con la cabeza varias veces, se seca las lágrimas, me pide perdón y se va. Otra persona se sienta delante de mí, una anciana que necesita un certificado para presentarlo en el Ayuntamiento. Pasarán varios minutos antes de que el dolor de Adriana se disuelva lentamente en mis pulmones.

viernes, 7 de mayo de 2010

Neandertales

Leo que en el ADN de los seres humanos modernos, exceptuando las poblaciones subsaharianas, existe entre un uno y un cuatro por ciento de información genética neandertal. Así pues nuestros antecesores tuvieron relaciones sexuales con los neandertales dando a luz híbridos fértiles. Es una información que, no sé por qué, me conmueve especialmente. Qué apropiada noticia hubiera sido para el Cuaderno de un hombre de cromañón.

lunes, 3 de mayo de 2010

Y llueve

Llueve sobre el tejado de mi casa, sobre la calle, sobre la chapa de los coches aparcados junto a la acera; llueve sobre el pueblo y el asfalto de las carreteras, llueve suavemente sobre la claraboya de la buhardilla donde duermo.

Llueve también sobre este lugar antes de que existiesen casas, calles y carreteras; antes de que desapareciesen los bosques y, más atrás, antes de que apareciesen; llueve antes de los grandes rebaños y antes del blanco meteorito.

Llueve sobre el planeta desierto, un lugar en el que hace mucho tiempo que no habita la raza humana; llueve sobre sus mares poco profundos, llueve suavemente sobre la roca desnuda haciendo el mismo ruido que si pudiésemos escucharlo, llueve dentro de cien millones de años, y llueve.

viernes, 30 de abril de 2010

Oidio

Estoy podando de urgencia una de las dos enredaderas de la terraza cuando mi madre me llama por teléfono desde su hotel en O Grove. Tiene la voz alegre. Me cuenta que el viaje a Galicia, uno de esos que se organizan para los pensionistas y al que han acudido con sus amigos de toda la vida, les está gustando mucho. ¿Habéis comido marisco?, le pregunto. El martes hicimos una mariscada y esta noche haremos otra para despedirnos, me contesta. ¡Ya podéis hacer dieta cuando volváis!, le digo tomándole un poco el pelo. Qué va, dice ella, si no paramos de caminar en todo el día, mira, ayer fuimos a Santiago, dios mío qué ciudad más bonita, qué preciosidad. Recordando nuestro viaje a esos mismos lugares hace más de veinte años me muestro de acuerdo con ella y le digo que es una de las ciudades más hermosas de España. ¿Qué tal está el papá?, le pregunto. ¿Tu padre? ¡De maravilla! Cada mediodía él y A. se toman dos whiskys, y otros dos por la noche, ¿tú te crees que hay derecho? Bah, mamá, que estáis de vacaciones y, además, ¿tú no sabes que el whisky es bueno para la salud? Ya, ya, bueno, cariño, ¿Maite y los niños están bien? Todos muy bien, mamá, ¿a qué hora llegáis mañana a casa? ¿A qué hora llegamos mañana, Jesús?, escucho que le pregunta a mi padre, quien contesta que más pronto de las seis o las siete de la tarde seguro que no. Le pido que nos llamen cuando lleguen, aunque si no se acuerdan les llamaré yo. Nos enviamos besos y nos despedimos.

En el cielo el sol es un disco borroso. El tiempo ha cambiado. Va a llover. Me concentro en lo que estaba haciendo y continúo podando la madreselva, enferma de oidio. Las ramas secas y las frescas pero ya contagiadas van cayendo no sin ofrecer cierta resistencia, agarradas a la celosía. Mientras las desenredo procuro que no se agiten mucho para no esparcir el hongo, introduciéndolas enseguida en una bolsa grande de basura. Me da pena someter a la planta a semejante cirugía pero creo que es lo mejor, no quiero que la enfermedad pase a los hibiscos y el jazmín. Poco a poco la gran masa vegetal va desapareciendo hasta quedar reducida al cogollo. Durante unos segundos me planteo la posibilidad de arrancarlo pero, observando que los pequeños brotes que quedan están limpios, decido darle otra oportunidad. Antes de cerrar la gran bolsa de basura tomo en mis manos una rama infectada y observo la difusa blancura del hongo sobre las hojas. Pienso en Tolo Calafat, el alpinista mallorquín que murió ayer en el Annapurna, a siete mil seiscientos metros de altura, cubierto por la nevada nocturna.

lunes, 26 de abril de 2010

Veintisiete grados

Primeros calores de la temporada. Veintisiete grados en el termómetro del coche al salir del trabajo. Primeros ababoles, tan rojos sobre la cebada crecida. El color verde acaricia mi cerebro mientras las ruedas giran a toda velocidad sobre el asfalto. El aire acondicionado sopla suavemente a través de las rejillas de plástico. Cirros en el cielo azul.

jueves, 22 de abril de 2010

Edificios

1.

Hoy Carlos cumple trece años (oh, dios mío). ¡Y el próximo curso su hermana, de diecisiete, se va a Barcelona, a la Universidad! Claro que yo mismo cumpliré cuarenta y siete el mes que viene. ¡Cuarenta y siete! ¿Puedes creerlo?

2.

Regresaron los aviones comunes que anidan en el alero de mi casa, los pequeños vecinos que durante años confundí con vencejos. Todavía no hay muchos, son la vanguardia de los que vendrán. Sus chillidos aéreos se mezclan con los gritos de los niños que juegan en el parque de atrás, el eco aumentado por las sólidas fachadas de los edificios.

sábado, 17 de abril de 2010

Después del ensayo

Pido un gin-tonic en el Chanti. ¿Cuántos viernes hemos venido aquí después de cantar? Centenares. La música dando vueltas en la cabeza, el hielo tintineando en el vaso. Hablamos y hablamos. Miro a mis amigas y soy consciente del afecto que siento por ellas. Qué cosas. De no ser por el coro nunca nos hubiésemos conocido. Todo esto lo trajo la corriente.

martes, 13 de abril de 2010

Eres la raposa

Eres la raposa que abre los ojos en el cálido interior de su guarida. Eres las raíces del tomillo y el romero. Eres los charcos de lluvia. Eres el cercano camino que, a través del campo, desemboca en la carretera que lleva al pueblo donde casi todos duermen. Eres el murciélago que caza en la oscuridad. Eres la nube que, a miles de kilómetros de altura, se hace y se deshace. Eres la rítmica respiración de un bebé acostado boca abajo en una cuna. Eres la única ventana encendida en el edificio a altas horas de la madrugada. Eres el tren que pasa de largo más allá de los silos y los almacenes. Eres los pies de una figura erosionados por los leves besos de miles de personas muertas. Eres el familiar que duerme en la incómoda butaca de un hospital junto a la cama de un ser querido. Eres el sagrado silencio que precede a los aplausos tras la interpretación de una obra musical. Eres el vencejo que después del invierno regresa a su nido en el alero sin sorprenderse de que siga allí.

jueves, 8 de abril de 2010

Piel de pescado

Yo, devorador de animales, ogro, hipopótamo, cavernícola, limpiaba bajo el grifo medio lomo de salmón, su brillante y hermosa carne de color salmón, cuando al darle la vuelta y contemplar el agua fluyendo sobre las prodigiosas escamas plateadas recordé los siguientes versos:

Me prometiste algo que no es posible,
que me regalarías unos guantes de piel de pescado,
que me regalarías unos zapatos de piel de pájaro

y un vestido de la mejor seda de Irlanda.


miércoles, 7 de abril de 2010

Vivo en un país

Vivo en un país donde el albañil que arregla tu casa se lleva las manos a la cabeza si le pides factura; vivo en un país donde algunos médicos sólo cobran sus consultas privadas en efectivo y, por supuesto, sin recibo de ninguna clase; vivo en un país donde miles y miles de trabajadores perciben gran parte de su sueldo en clandestinos sobres de papel; vivo en un país donde los empresarios declaran rentas inferiores a las de sus empleados. Lo más gracioso, por decir algo, es que frecuentemente son esos mismos individuos los que, apoyados en la barra del bar, se permiten criticar gobiernos y políticas económicas; ellos, auténticos delincuentes que, lejos de sentirse como tales, se tienen por los chavales más listos del pueblo. Y lo más triste es que a menudo son realmente admirados: vivo en un país donde los impuestos los pagan los tontos, un país donde al dinero negro se le llama «dinero B» para concederle cierta pátina de normalidad, un país, en definitiva, extraordinariamente acostumbrado al delito fiscal y, en lo social, carente de principios éticos. Así pues, ¿debería sorprenderme la corrupción que existe en los partidos políticos? No. En absoluto. Ni siquiera debería sorprenderme, aunque esto no puedo evitarlo, la chabacanería y el mal gusto que suele formar parte de ese mundo cutre, cegado por los productos de lujo y los fajos de billetes. Eso sí, no olvido que entre la famosa pregunta «¿Con IVA o sin IVA?» y el vuelo en avión privado a un paraíso fiscal con bolsas cargadas de dinero no hay más distancia, en mi país, que la oportunidad.

domingo, 4 de abril de 2010

Alto Ampurdán

Días en una masía del alto Ampurdán: lluvia, sol, nubes, el mar liso como una laguna, bosques de árboles derribados por las feroces tormentas del invierno, una agradable comida en el patio con mi amigo y su amiga. Ampurias griega y romana, las calas de Begur, Calella de Palafrugell, las antiguas calles adoquinadas del call de Girona, aquellas por las que yo paseaba en diciembre de mil novecientos ochenta y ocho, recién llegado para ocupar mi plaza. Entonces todo era nuevo para mí.