Nunca pensé que escribiría esto, pero la humanidad me agota y comienza a vencerme como el viento vence a las formaciones de roca arenisca del territorio que habito. Como todas las personas, como todos los seres humanos que se suceden ante mí durante mis horas de trabajo. Al final de la jornada regreso a casa caminando por la calle empapado en sangre como un legionario romano después de la batalla. Sólo las tórtolas turcas de collar oscuro y ojos rojos se apartan a mi paso.
martes, 10 de abril de 2018
domingo, 8 de abril de 2018
Muy lejos
No tengo mucho que escribir. Cociné alcachofas al horno. La noche pasada llovió abundantemente, eso me dijo mi compañera porque yo no me enteré de nada: duermo como un tronco en toda la expresión de la palabra.
Siento una felicidad tranquila, de pocos quilates, asequible a mi imaginación.
Acaso sea sencillamente cansancio. La felicidad y el cansancio se parecen mucho.
Es domingo por la noche. Cerraré los ojos y viajaré muy lejos.
sábado, 7 de abril de 2018
Es tarde
Es tarde porque estoy de vacaciones y pasado mañana volveré al trabajo. Es tarde porque me acostaré y dormiré el sueño profundo de los viajeros estelares. El río, como la nave, fluye hacia el mar. Las canas conquistan en mi cabeza los pocos milímetros que pudieran haber resistido estos últimos años. Las ojeras, como sucede desde mi adolescencia de noches furtivas leyendo durante horas sin dormir, cada día confinan mis ojos pequeños más profundamente en mi cabeza de bisonte que no sabe que lo es, haciéndolos casi invisibles. Dejé de fumar hace mucho tiempo. Engordo sin esfuerzo. Las nubes ocultan la luna mientras la sonda espacial Voyager 1 navega más allá de nuestro sistema solar a diecisiete kilómetros por segundo alejándose cada vez más de ti, de mí, de todos nosotros, llevando con ella el registro de cantos de ballena, nanas infantiles, saludos en muchos idiomas terrestres, música de Bach. Es tarde porque me acostaré y dormiré el sueño profundo y sin retorno de los viajeros del tiempo.
miércoles, 4 de abril de 2018
No es tarde
No es tarde porque estoy de vacaciones y mañana despertaré cuando mi cerebro se haya restaurado. El río fluye hacia las montañas porque estoy de vacaciones. Cada día las canas desaparecen de mi cabeza. Las ojeras desaparecen poco a poco. Vuelvo a fumar. Adelgazo sin esfuerzo. Las nubes ocultan la luna.
martes, 3 de abril de 2018
Primera vez
En agosto de dos mil diez alquilamos una casa en Irlanda y al llegar al destino me di cuenta de que había olvidado mi pequeño ajuar de afeitado, y a pesar de que fuimos varias veces al supermercado Dunnes de Galway a comprar comida y bebida, decidí dejarme barba, y así desde entonces.
Pero hoy he entrado por primera vez en una barbería de verdad, un establecimiento especializado. Mi barba es corta, la dejo crecer un mes y después la recorto con una maquinilla, no le presto más atención. Pero hoy me apetecía un pequeño lujo.
Ha sido maravilloso. Estíbaliz, mi barbera y peluquera, me ha recortado la barba con precisión, me ha dado aceites, me ha aplicado toallas de agua muy caliente sobre la cara para abrir los poros del pelo y luego toallas de agua fría, siempre con otra pequeña toalla doblada sobre mis ojos cerrados, imagino que para trabajar más relajada sobre mi rostro tumbado en posición casi horizontal. Me ha afeitado con espuma dos dedos por debajo de la mandíbula y también en la mejilla, sin exagerar. Luego me ha aplicado cosas que olían muy bien. Al salir del establecimiento me sentía feliz.
He decidido que me dejaré crecer la barba sin demasiado control, como venía haciendo hasta ahora, y cuando vuelva a Zaragoza iré a la barbería a que me mimen y la cuiden como yo no sé hacerlo. Las profesiones consisten en eso, ¿no es verdad? También la mía.
martes, 27 de marzo de 2018
Campo de minas
La muerte, nuestra antigua compañera, la que nunca ronda lejos de nuestra sombra, ha hecho acto de aparición en las ondas concéntricas de piedras que golpearon el agua de personas cercanas que me importan mucho.
El pasado jueves murió un amigo de mi hermano Carlos Miramón. Hablamos de un hombre de cuarenta y siete o cuarenta y ocho años. No entraré en detalles porque es algo demasiado íntimo, pero Carlos y él eran amigos desde la adolescencia.
Hoy mi otro hermano Carlos (Carlus, Carles, cada quien le llamamos como nos apetece y a él le da igual), mi mejor amigo durante más de treinta años desde que llegué a Girona, me ha contado que esta mañana se enteró de que una antigua novia suya había fallecido hace casi tres años sin él saberlo. Hemos hablado un rato. Yo la había conocido como conocí también al amigo de mi hermano carnal.
La muerte posee de modo natural los conocimientos técnicos que los fotógrafos de Lenin o Stalin trabajaban a conciencia: hacer desaparecer a los seres humanos de las fotografías. Hoy aparecían en un mitin en la plaza roja de Moscú y una década después, en la misma imagen, habían desaparecido como por arte de magia. No lo hacían del mundo pues en muchos casos (estoy pensando en Trotsky) su huella perduró, pero en otros casos sí que desaparecieron como desapareceremos todos, incluso el mismo Trotsky, Shakespeare, Manrique y todas, absolutamente todas nuestras personas queridas y desqueridas.
Lo único bueno de la muerte, además de hacer sitio en un planeta limitado, es que no hace distinciones, nos iguala a todos sin discriminación de ninguna clase; lo malo y lo triste es la desolación que causa a su paso, el estupor ante la evidencia de que algo que palpitaba y exploraba y reía y comía y follaba y leía libros en el sofá, de pronto ya no exista.
A mi amigo entristecido le he dicho que la vida es un campo de minas y la obligación de nosotros, seres humanos más o menos inteligentes y dotados, todos sin distinción, del milagro de la poesía, es atravesarlo cantando, riendo, bailando, amando, desamando y explorando como si caminásemos sobre puras nubes de cielo, césped de terciopelo, el agua inmaculada de un riachuelo. Esa es nuestra única opción si no queremos encerrarnos en casa esperando que llegue nuestro momento con la mirada que tienen las vacas mirando pasar un tren (y esta frase no es mía, pero no recuerdo dónde la leí).
La vida no es un combate contra la muerte: nacemos con esa batalla perdida desde que empezamos a llorar en el paritorio después de la bofetada de la enfermera en el trasero. A partir de ese mismo instante cada día es un regalo, un milagro. Primero sin consciencia alguna y a partir de cierta edad con ella, aunque no importe.
Escucho los tambores de Semana Santa en Barbastro. Me doy cuenta de que sus redobles acompasados no son otra cosa sino el remedo del latido de nuestros corazones.
miércoles, 21 de marzo de 2018
En voz muy baja
Escribo esto en voz muy baja. Maite habla por teléfono con nuestra hija Paula en el salón. Puedo oír parte de su conversación. El río fluye cada día -cada día, cada noche, interminablemente- hacia el mar, pero sólo puedo escucharlo si abro la ventana, que ahora está cerrada.
Oigo risas de Maite, lo cual significa que todo va bien. Yo estoy aquí, en mi pequeño rincón junto a la cama, escribiendo en voz baja, asombrado de mi vida y de la vida de quienes me rodean e incluso de quienes viven al otro lado del planeta. Asombrado de la Luna y las nubes y la noche; asombrado de que mi corazón palpite como el motor de un coche sin la más mínima vacilación, preciso, sin errores; asombrado de haber nacido y amar y sentir esperanza sabiendo que moriré cualquier día de estos.
Escribo esto en voz muy baja. Realmente no comprendo nada y me doy cuenta de que escribo por eso. En mi viaje breve me acompañan los testimonios de otros que ya no existen, la maravillosa música de otros; las pinturas, sobre todo los retratos, de personas que ya no existen; las siluetas de manos en cuevas de hace miles y miles y miles de años.
Maite y nuestra hija han terminado de hablar y reír. Mi compañera pronto asomará en esta habitación para contarme lo que han hablado. Seguro que tendrá algo que ver con el amor. Regreso al mundo. Corto y cierro.
lunes, 19 de marzo de 2018
Xim-xim
El lunes de la semana pasada, aprovechando que llevé a mi hijo al aeropuerto de Barcelona para que emprendiese el viaje a Italia de su beca Erasmus, subí un poco más hacia Girona y quedé a comer con mi mejor amigo.
Le esperé frente al edificio de la Seguridad Social donde trabajé hace muchos años y nos abrazamos y nos dimos dos besos al vernos, y volvimos a abrazarnos.
Paseamos por el barrio medieval de Girona y descubrí que lo están restaurando, con más o menos gusto, para construir pisos y apartamentos de lujo, alejándolo urbanísticamente de lo que siempre fue. En cualquier caso las callejuelas y escaleras del barrio judío, así como los porches de la rambla, seguían siendo los mismos que descubrí un invierno de hace muchos muchos años, recién arribado a la ciudad con veintidós o veintitrés años.
Después fuimos a comer a un restaurante de Canet d'adri, a pocos kilómetros de la ciudad. El local estaba lleno de gente, más de lo que mi amigo esperaba, así que nos tocó hacer cola hasta que quedó libre una mesa. Observé a la clientela y durante unos segundos regresé a mi recuerdo de esa Cataluña profunda, las mejillas rojas, la ropa de trabajo, el catalán cerrado que aprendí y cuando trabajé en Lleida tanto les sorprendía. La camarera cantaba el menú a toda velocidad (después de nosotros había más gente esperando) y a esa misma velocidad nos sirvió la comida. Comida de rancho, de currantes que tenían que volver al tajo, comida de la clase social a la que Carlos y yo y nuestros padres siempre pertenecimos. La comida estaba muy mala -tal vez ya no somos como nuestros padres- pero nos reímos, charlamos y disfrutamos de la compañía mutua. Él bebió vino peleón; yo, como tenía que regresar en coche a mi casa, cerveza sin alcohol.
Antes de despedirnos condujo delante de mí en dirección a la autovía que me devolvería a Barbastro, pero previamente nos detuvimos para hacer una pequeña excursión en el volcán de la Crosa, cuyo gran diámetro de bosques envuelve un campo de cultivo de color verde esmeralda y un horrible pozo de ladrillos industriales en su centro. Había también algunas plantaciones de nogales y avellanos. Llovía un poco, casi nada, xim-xim. Caminando por un sendero entre robles, encinas y alcornoques, un bosque antiguo de ramas caídas, musgo y espesura salvaje, regresamos al parking y allí nos despedimos hasta las próxima ocasión. Él regresó a su pequeña y cercana casa en el bosque y yo emprendí carretera adelante hacia mi hogar frente al río Vero.
jueves, 15 de marzo de 2018
Un poema de Silvia
La mare
feia un ram
de flors silvestres
per guarnir
la taula de càmping
quan esmorzàvem
en aquells estius eterns.
M'ensenyava el luxe.
10.8.17
Silvia Castelló Masip
---
Mamá
hacía un ramo
de flores silvestres
para adornar
la mesa de camping
cuando comíamos
en aquellos veranos eternos.
Me enseñaba el lujo.
Traduciré más poemas de Quadern de la Bauma, el libro inédito de Silvia. Tengo muchas esquinas dobladas en sus páginas. Sirva este como entrada. Tan sencillo, tan aparentemente fácil pero con una verdad que te golpea. Poesía de verdad. Un lujo. La admiro mucho.
Anotado por Jesús Miramón a las 23:27 | Nombres propios
sábado, 10 de marzo de 2018
La nueva revolución francesa
Ya no me gusta discutir. Aprendí hace mucho tiempo que nadie convence de nada a nadie. En mi juventud me batí el cobre a muerte por asuntos de los que ahora ni siquiera me acuerdo.
Ayer en las redes alguien a quien tenía por, no sé, un desconocido inteligente, escribió que las movilizaciones feministas que ayer se manifestaron en toda España eran "buenas intenciones". No actos, no consecuencias, sólo buenas intenciones. Por supuesto, me fue imposible hacerle cambiar de opinión. Cuando mi paciencia se agotó, casi al mismo tiempo que la suya, lo dejé estar (aunque yo no me burlé nunca de él). Da igual.
Aquí en mi casa, en mi cuaderno, digo que lo que sucedió el pasado ocho de marzo no fueron buenas intenciones sino un cambio de paradigma. Desde adolescentes hasta ancianas dijeron "basta". Y al decirlo no atacaban a las mujeres que afortunadamente no han sufrido ninguna de las lacras que se denunciaban, ¿cómo pensar semejante cosa? Lo que hacían simplemente y con una asistencia masiva era apoyar a las miles y miles que siguen sufriendo el estigma de ser mujer.
Yo, como sabéis, trabajo en una pequeña agencia comarcal de la Seguridad Social atendiendo al público. La vida pasa ante mí en lo bueno y en lo malo. Las personas me cuentan sus vidas así, literalmente. Yo las bebo. Sé lo que sucede con las mujeres que trabajan en la hostelería (dadas de alta a media jornada y trabajando catorce horas al día), sé lo que sucede con tantas cuidadoras de ancianos y empleadas de hogar trabajando sin estar de alta. Yo lo denunciaría todo, como es mi obligación, pero si ellas me piden por favor que no lo haga porque perderían su único recurso para sacar adelante a su familia, no lo hago. ¿Hombres en esas situaciones? No recuerdo haber atendido a ninguno. Siempre son mujeres, como siempre son mujeres quienes al quedarse embarazadas son despedidas con contratos por obra, por temporada, etcétera. Yo sé lo que pasa. Cada día la realidad se asoma al otro lado de mi mesa de trabajo. Por eso cuando alguien el jueves hablaba de "buenas intenciones" tuve que contenerme mucho durante la discusión, y lo hice, para no dejarle en evidencia.
El feminismo es la nueva revolución francesa. Si progresa política y legislativamente, también y sobre todo en las costumbres y usos, supondrá un cambio fundamental en el futuro de nuestra especie y, añadiría, de nuestro planeta. Este mundo necesita urgentemente a las mujeres y las necesita libres, sin miedo y dueñas de su destino. Son, como mínimo, la mitad de la población mundial, y yo añadiría: la mejor mitad. Es mi opinión después de cincuenta y cuatro años conviviendo con ellas y con ellos. Es mi conclusión.
lunes, 5 de marzo de 2018
Un eco del placer
El cansancio tiene un eco del placer. Dejarse llevar. No aguantar más y dejarse llevar, rendirse. Escribo estas palabras mientras el sueño, a pesar de que no son siquiera las diez de la noche, me somete a un asedio sin piedad, armado de altas torres de madera que alcanzan las nubes y y de las que surgen flechas blandas como el algodón.
Dormir. Olvidarse de todo lo que nuestro cerebro contiene salvo los residuos del día que utilizará para construir nuestros sueños. Dormir. Despertar en otro lugar, fresco, despejado, sin recordar nada de este otro lado de la cama. Despertar como un pastor de camellos de doce años, despertar como la inmediata víctima de un bombardeo en Siria, despertar como uno de los futuros colonizadores de Marte.
La vida es un misterio muy difícil de comprender, y las religiones no son la respuesta, sólo un consuelo triste e infantil y muy, muy cruel y sanguinario; un consuelo oportunista que se nutre del analfabetismo científico y la ausencia de la más mínima curiosidad natural de sus acólitos.
La vida es un misterio y lo mejor es que su exploración sólo depende de nosotros. De nada ni nadie más.
Incluso en el cansancio extremo que tiene un eco del placer sexual nuestra vida es lo único que poseemos de verdad en este mundo. Yo todavía no la he explorado toda. Pensaba que era una isla pero ha resultado ser un continente. Pensaba que se trataba del presente pero mi imaginación la proyecta hacia el futuro más lejano, más allá de Marte, más allá incluso de nuestro sistema solar, más allá de nuestra segura extinción.
viernes, 2 de marzo de 2018
Manrique
A veces me parece escuchar
el llanto de un bebé
o los maullidos de un gato,
ladridos de perros todos los días
a las seis de la mañana,
el agua de otras duchas,
la orina de otras personas,
las televisiones de otras personas.
El río Vero, después de la nieve
del miércoles y la lluvia del jueves,
ha crecido tres metros
y se precipita hacia el lejano mar
convertido en chocolate que
arrastra ramas, troncos, objetos
flotantes. Tú y yo
compartimos ese viaje.
miércoles, 28 de febrero de 2018
martes, 27 de febrero de 2018
Aguanieve
Es verdad que nieva en Barbastro desde hace algunas horas pero son copos muy muy livianos, a medio camino entre la lluvia y el aguanieve. Y además es de noche y no me apetece salir a girar sobre mí mismo en medio de la calle con los brazos extendidos, los ojos cerrados y una sonrisa en la boca, sintiendo tantos besos helados sobre mi rostro derritiéndose al instante. Me iré a dormir y lo primero que haré mañana por la mañana será mirar por la ventana.
lunes, 26 de febrero de 2018
Tambores lejanos
A poca distancia de mi apartamento las cofradías de Semana Santa ensayan sus tamborradas. Tambores y bombos dale que te pego durante horas. Más cerca, en la calle bajo mi ventana, llora un niño pequeño aunque no un bebé; reconozco el sonido: es una rabieta a la que sus padres, con buen criterio, no hacen ni caso: se le pasará. En algún piso vecino, tal vez en el de arriba pero no sobre mí sino al lado, están escuchando un partido de fútbol a todo volumen. Cierro la puerta del baño del dormitorio y su sonido se amortigua.
Pronto prepararé la cena para tres. Carlos ha terminado el curso lectivo. Si todo sale como esperamos, dentro de unas semanas volverá a Italia con una beca Erasmus a hacer las prácticas de agente forestal en un parque cerca de Roma. Poco a poco todo va llegando.
Hoy Paula nos ha enviado unas fotografías de Bergen nevada, tomadas, creo, desde el laboratorio.
Maite y yo tenemos muchas ganas de que nuestro hijo menor se emancipe e inicie su propio vuelo. Nunca hemos sentido el síndrome del nido vacío. En realidad tenemos muchas ganas de estar solos y disponer de todo nuestro dinero para nosotros y nuestras causas perdidas. Es posible que esto que acabo de escribir suene horrible pero es la verdad.
Los tambores lejanos (qué gran película, qué indios semínolas más postizos, qué escenas de interior de los pantanos de Florida tan enternecedoras) han cesado. Mañana volverán a sonar. Leí una vez que aquí en Aragón, y supongo que también en otros lugares, se celebra la Semana Santa con tambores y bombos, con sonidos ensordecedores, para recrear la leyenda de que cuando Jesucristo exhaló su último aliento en la cruz los cielos se abrieron y hubo terremotos y no sé cuántas cosas más. Sobre el Jesús palestino nunca he tenido una opinión clara, y eso que he leído algunos libros sobre su posible existencia real en este planeta. Últimamente mi mermada inteligencia me empuja a creer que es el constructo de dos mil años de la férrea voluntad de miles de personas; el constructo, el fruto, de una vertiente del judaísmo arcaico que triunfó en el mundo de un modo inimaginable incluso para sus creadores. Pero mi imaginación de antiguo alumno de Dominicos de Zaragoza me hace no dudar de la existencia de aquel ser humano, y lo imagino como cuando tenía diez años y quería ser sacerdote y todavía no sabía del placer sexual y el aspecto y sabor de los genitales femeninos: un hombre de pelo largo, barba y ojos bondadosos que había venido al mundo (a través de la vagina de una mujer virgen, ahí ya debí haber dudado) para salvar a la humanidad de su pecado original (existir, ir tirando).
Hará un año o así leí un libro muy interesante de Emmanuel Carrère titulado "El reino". Me interesó mucho. Analiza los evangelios para explorar lo que sucedió "de verdad", escenas nimias que no aportan nada al texto y sin embargo se repiten en todos, incluso, sino más, en los apócrifos. Él sostiene que ello da testimonio de la existencia de un Jesús verdadero, de carne y hueso. Y mi corazón de niño educado en Dominicos se expande como unos pulmones sanos y agradece que eso sea así, más allá de que al hacerse mayor y descubrir que había otras religiones reveladas tan potentes como la suya, se convirtiese en ateo. Si los pies del ser humano que acabó haciendo que las cofradías de Barbastro me den la tabarra con sus ensayos de tambores pisaron efectivamente, carnalmente, el suelo polvoriento de este mundo, les perdono.
Aunque no se puede ser hijo de Dios como no se puede ser hijo de un pulsar o de un agujero negro que engulle materia y tiempo sin límite. Prefiero pensar en un hombre que saca adelante a su familia en Bangladesh, un voluntario musulmán que arriesga su vida internándose en un colegio bombardeado para salvar a los posibles supervivientes, el matrimonio de pensionistas que ayuda a sus hijos y nietos quitándose de comer carne y pescado sin decirles nada.
Mi puesto de trabajo se parece a una iglesia más que muchas iglesias, así lo siento y lo vivo día a día.
Finalmente aquel niño que estudiaba en dominicos e incluso se planteó ser sacerdote hasta que descubrió el milagro maravilloso de la masturbación y la belleza de las mujeres, ha encontrado su sitio: escribir en medio del espacio vacío donde se cruzan ondas wifi, microondas, rayos gamma, neutrinos y bosones de higins.
Sin título
Me muero de sueño,
aunque no solamente de eso.
domingo, 25 de febrero de 2018
De los bosques y las nubes
Bosques salvajes a vista de dron. Desde una avioneta. Imágenes de bosques vírgenes. Me gustará verlas en la televisión toda la vida porque no tienen edad. Soy consciente de estar viendo un paisaje de hace siglos y también, cuando nos hayamos extinguido, el de dentro de miles o millones de años.
Porque los bosques viven al margen del Románico o la existencia y desaparición de los neandertales; porque los bosques existen al margen de nuestra consciencia, aunque a menudo perezcan bajo su codicia.
Aquí en Aragón, debido a la despoblación del mundo rural, los bosques han ido recuperando paso a paso, en silencio, los espacios que en su día les fueron arrebatados.
También las nubes son ajenas a nuestra breve historia. Lo pensaba esta mañana durante el paseo en el campo. Ellas viajaron en el cielo sobre todos los seres humanos que me han precedido y lo seguirán haciendo hasta el final, bellas y, al mismo tiempo, absolutamente ajenas a la belleza.
miércoles, 21 de febrero de 2018
Cómo nos alejamos
Muchas mañanas, atravesando el gran patio interior del edificio donde vivo ahora, los plumosos y redondos gorriones que buscan y picotean nuestras migas y restos de comida me dan sin darse cuenta los buenos días con su alegría habitual, sin descubrir jamás su secreto para sobrevivir, ellas, unas aves tan pequeñas, a noches de temperaturas bajo cero.
Amo a los gorriones que todavía son tan abundantes aquí en Barbastro. Despiertan en mí un profundo sentimiento a medio camino entre la ternura y la admiración.
Leí hace tiempo que se habían extinguido en Londres. Ojalá fuese una noticia falsa.
Una vez, en Londres, paseando por el centro de la ciudad, ya noche cerrada, vimos una raposa buscando comida entre la basura. ¿Cómo es posible que los zorros prosperen en las aceras entre coches aparcados y los gorriones desaparezcan?
Ignoro qué nuevos tiempos se precipitan a toda velocidad hacia nosotros, e ignoro todavía más hasta cuándo podré dar testimonio de todo esto, pero quiero expresar ahora, antes de que todo suceda, que los humildes gorriones alcanzan mi corazón como no lo hacen otras aves. Son pequeños, casi invisibles y, sin embargo, resistentes y despiertos. Se alejan de nosotros unos pocos metros saltando sobre el suelo helado y luego contemplan cómo nos alejamos.
domingo, 18 de febrero de 2018
Afortunadamente
Una semana sin escribir y no ha pasado nada. La estación espacial no ha caído hacia la tierra convirtiéndose en una nube de meteoritos de objetos científicos y astronautas muriendo y deshaciéndose al chocar contra la tenue línea de nuestra atmósfera. Ninguna especie supuestamente extinguida ha reaparecido en lo más profundo de las pocas junglas que quedan por explorar. Así de desagradecido es el mundo con mi inmenso talento: una semana sin escribir y la luna no se ha alejado de la tierra convirtiéndola en una peonza girando sin ancla alrededor del sol, condenando a una muerte instantánea a todos sus pasajeros.
Sí, el mundo es muy desagradecido.
Afortunadamente yo no practico el rencor.
domingo, 11 de febrero de 2018
La belleza
El domingo acaricia la orilla donde dormiré y, no sé por qué, recuerdo la playa de Ampurias en invierno, hace treinta años. En aquella época los restos del muelle griego todavía no estaban protegidos de los curiosos, y uno podía dar la vuelta sobre sus sillares para contemplar el mar.
La carretera entre Bañolas y Ampurias era preciosa, pequeña, comarcal, la carretera de Orriols. Nuestro Alfa Romeo sonaba como una orquesta de música clásica mientras tomaba una curva tras otra entre los campos de cereal y los bosques.
No hay nada como las playas en invierno. Recuerdo que todavía no habían acontecido las olimpiadas de Barcelona y uno podía llegar en coche hasta la misma playa desierta, descendiendo por un camino de tierra y piedras.
Creo que fue en aquellos años cuando el sonido de las olas rompiendo una y otra vez en la arena se fijó en mi cerebro para siempre. Y con él todas sus manidas metáforas, todos sus significados. Cierro los ojos a muchos años y centenares de kilómetros de allí y puedo escucharlo intacto, perfecto. El sonido de las olas, junto al de la lluvia o el crepitar del fuego, viajarán conmigo hasta mi desaparición.
La belleza, no nos engañemos, no sirve de nada en nuestra ausencia eterna, pero ahora, en nuestra presencia eterna, es, después del amor, lo mejor de este sueño absurdo.
sábado, 10 de febrero de 2018
Carne de ciervo
No he sabido nada de la persona que escribió el comentario que da título a mi entrada anterior, ni siquiera en privado. Continúo sin saber sus motivos ni su identidad. Pero no puedo permitirme perder más tiempo ni pensamientos en algo sobre lo que no tengo ningún poder de actuación, y continúo viviendo mi existencia normal y corriente.
Por la mañana fuimos a dar un paseo junto al canal. Vi un jilguero y un petirrojo, además de las habituales bandadas de gorriones moriscos, una pareja de cuervos, una urraca y las habituales palomas torcaces, cuyo ruidoso aleteo al emprender la huida entre las ramas de las encinas a veces nos asusta.
Los campos de cebada verdeaban como si estuviésemos a principios de primavera, la tierra empapada de la lluvia de los últimos días. Al fondo del paisaje la cordillera de cumbres cubiertas de nieve resplandeciente bajo el sol. Hace años que descubrí que ninguna fotografía les hace justicia -en las imágenes aparece mucho más lejana que en la realidad, pequeña, casi insignificante- pero ante las lentes de los ojos humanos es una imagen cercana cargada de belleza, casi al alcance de la mano.
Hoy hemos comido calçots al horno con salsa romesco y lomo de ciervo. Nunca había comido ciervo salvaje y me ha sorprendido maravillosamente su sabor. Lo he marcado en la sartén dejándolo un poco crudo en el centro, como hago con el buey y la ternera, añadiendo después la sal gruesa y la pimienta negra, y me ha gustado mucho. Mientras mi hijo Carlos y yo masticábamos con placer -Maite cada día es más vegetariana- no he podido evitar pensar que durante miles y miles de años nuestros antepasados comieron esta carne sin antibióticos ni hormonas, carne silvestre cazada por ellos mismos en los bosques. Yo la compré en un supermercado. Ya he descubierto varias páginas de internet donde venden carne de caza, y creo que quiero probar todas las especies antes de que esté prohibido. Jamás he dejado de ser un hombre de cromañón.
miércoles, 7 de febrero de 2018
Ayudaste a destruir a mi familia
"Jesús, escribes muy bien, pero ayudaste a destruir a mi familia", escribió un autor o autora anónima en los comentarios del texto anterior.
Confieso que al principio no supe cómo reaccionar. Publico en internet desde mayo de dos mil cuatro, es decir, desde hace muchos años, y nunca me había encontrado con un comentario así. Anónimo o anónima, si tu atención era perturbarme te diré que lo has conseguido, aunque a medias, porque es más curiosidad que inquietud lo que siento por lo que escribiste. Yo sé perfectamente lo que he hecho y no he hecho a lo largo de mi vida, y si algo sé es que nunca he destruido conscientemente ninguna familia.
Eso sí, como escritor me siento atraído magnéticamente por tu comentario. ¿Y si lo hice sin darme cuenta? ¿Destruir una familia? Hace falta mucha fuerza, mucha voluntad, mucha consistencia para perpetrar semejante tragedia. Y reconozco que yo tengo todo eso, aunque nunca lo haya manifestado públicamente. Soy como un superhéroe en la sombra esperando su momento, y todavía no ha llegado.
Esta noche voy a dormir muy bien, y si no aclaras el sentido de tu comentario éste se perderá entre los cientos o miles que arrastra este cometa raro que es mi diario desde hace tanto tiempo. Sólo de ti depende querer aclarar por qué escribiste eso, o guardar silencio. Yo sólo puedo jurarte que no censuraré nada. Nada de nada. En tus manos dejo mi espíritu.
lunes, 5 de febrero de 2018
Se resquebraja
Aventuraron tormentas de nieve, situaciones de alerta meteorológica, y en los noticiarios de las televisiones todas las jóvenes y bellas periodistas aparecen dando su crónica en medio de temporales terribles.
Aquí sólo llueve o, mejor dicho, llueve felizmente. Aunque no a gusto de todos. Hoy en el trabajo han venido muchos trabajadores agrarios por cuenta ajena que cobran por las jornadas reales que realizan (sí, eso es legal en nuestro país), y la lluvia de un día les arrebata el jornal de ese día. Todos eran extranjeros y a casi todos los conozco desde hace muchos años, como ellos a mí y por mi nombre.
A mí me gustaría que todo el año fuese así: mansa lluvia, días gélidos con un sol frío brillando en el cielo, coches y plantas heladas, cuervos en el campo, bandadas de decenas de pequeños gorriones moriscos volando de un arbusto a otro a nuestro paso, poder habitar el submarino de mi casa llevando una vieja, viejísima chaqueta de lana. Olvidar temporalmente, como un cobarde, que nuestro futuro es todo lo contrario a este frío maravilloso, limpio, transparente, este frío que limpia nuestros pecados y los convierte en hielo que, al caminar, se resquebraja y desaparece.
miércoles, 31 de enero de 2018
Nana
Ahora, justo ahora, al depositar el peso de tu cabeza en la almohada y comenzar a sentir cómo el resto de tu cuerpo se relaja y disuelve en el cansancio del día, piensa durante un instante en todos los seres humanos que te precedieron; piensa en tantos que brillaron fugazmente y se apagaron tan anónimos como tú, piensa en palacios y cabañas y batallas y venganzas palaciegas y epidemias de peste. Tantos que cantaron canciones alegres a la luz del hogar, aquellos que lloraron tal vez exageradamente en las muestras de duelo en pequeñas capillas de piedra. Piensa durante un instante en que tú eres el extremo de algo, el último centímetro de una raíz que lenta y suavemente penetra en el futuro del tiempo, y duerme, duerme, duerme. Mañana, contigo, despertará el mundo entero.
martes, 30 de enero de 2018
Huellas
Hoy en la agencia comarcal de la seguridad social he conocido a una bella mujer nacida en Barbastro que vive en Italia, concretamente en Florencia, desde hace más de veinte años. Ha venido para acompañar a su madre tras la muerte de su padre y ayudar a tramitar su pensión de viudedad y demás papeleos. Enseguida hemos conectado a nivel empleado público/cliente; algo que, no porque me suceda relativamente a menudo, deja de gustarme mucho. Hemos terminado compartiendo nuestros correos personales porque mi hijo Carlos, si aprueba finalmente el Grado Superior de Agente Forestal, regresará a Italia a hacer sus prácticas con Andrea, el director del Parque cerca de Pisa donde hizo las prácticas del Grado Medio. Ella, Pilar, se ha empeñado: "Si necesita cualquier cosa, cualquier ayuda, me lo dices, estaré encantada de ayudarle", me ha dicho. Mi trabajo no siempre es ingrato.
Siempre he creído firmemente que todos los trabajos son importantes. Nosotros, quienes los ejercemos, somos o deberíamos ser los primeros en hacerlos importantes, en dignificarlos. Barrer bien una acera es lo mismo que descubrir una vacuna, y esto es algo que pienso y escribo muy en serio. Hacer un buen pan, honesto, poniendo todo tu amor en su concepción, no tiene nada que envidiar a diseñar un avión comercial. Dar clase de Lengua y Literatura con vocación de transmitir conocimientos no es mejor que limpiar los sedimentos de un canal de riego con palas y cubos con la intención real de despejarlo. Porque todo, absolutamente todo, es lo mismo: la huella de nosotros, la huella de nuestra voluntad, la huella de nuestra inteligencia.
viernes, 26 de enero de 2018
El inmenso poder
Toco la mesa: esto es el presente. Si diera un manotazo a mi vaso de whisky y lo tirara al suelo y se rompiera esparciendo su preciado líquido por el suelo salpicando la pared sucedería un pasado imposible de recomponer. Miro mi pobre guitarra olvidada, sus trastes, imagino los dedos de mi mano izquierda sobre su mástil y los de mi mano derecha haciendo vibrar sus cuerdas: eso es el futuro.
Ahora mismo escribo en mi portátil y, evidentemente, esto es el presente, aunque por un instante, durante el párrafo anterior, conseguí algo: presente, pasado y futuro fueron expresados en un tiempo coincidente. Éste es, entre miles, el inmenso poder de la literatura.
jueves, 25 de enero de 2018
Emprendo el descenso
A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en un planeta como Marte, árido, seco, casi sin atmósfera, y muero al instante.
A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en un planeta de cielo azul y bosques perfectos y campos de cultivo. Los seres humanos que encuentro, en un inglés muy contaminado de otras lenguas pero comprensible en su contexto, me cuentan que nuestra especie hace siglos que se dio cuenta de que debía frenar su crecimiento demográfico y limitar al máximo el consumo de animales. Con la llegada de la revolución de las células madre las empresas que mataban terneros, cerdos y corderos pasaron a crear carne con su mismo sabor y propiedades, y así el veganismo triunfó en el mundo. Pruebo un entrecot. No sabe igual que el que me comí con unos pimientos de piquillo confitados el día anterior a mi viaje, pero reconozco sus ventajas ecológicas. Qué bien, el planeta supo cambiar su trayectoria hacia el precipicio, existe esperanza, pienso. Entonces pido amablemente que me muestren una imagen del mundo y descubro que África y grandes zonas de Asia son campos de cultivo sin presencia de población humana. Pregunto: "¿Qué pasó allí?" Me contestan: "Hace siglos tuvimos que frenar el crecimiento demográfico mundial y actuamos en sus nidos fundamentales, que eran África y Asia". Digo: "¿Actuaron? ¿Qué quiere decir eso?". "Lo que le estoy diciendo, debería saberlo, se estudia en los colegios, ¿de qué planeta se ha caído?". Y comprendo.
A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en medio de un bosque de hayas y robles y, por más que busco vestigios de presencia humana, no los encuentro. Un jabalí enorme aparece en un claro entre los árboles, me mira con sus ojos tan parecidos a los de los humanos e, ignorándome sin ninguna preocupación, continúa hozando en el húmedo suelo a pocos metros de mí. Camino a través de la espesura subiendo hacia el lugar más alto a mi alcance. Llego a un repecho rocoso y contemplo el horizonte. Muy lejos el mar brilla bajo la luz del sol. Entre el mar y el lugar donde yo estoy veo los restos de una gran ciudad transformada en escombros apenas perceptibles bajo siglos de vegetación y naturaleza incontenible. No atisbo signo alguno de presencia humana, pero emprendo el descenso.
lunes, 22 de enero de 2018
Viajes en el tiempo
A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el pasado, y a menudo aparezco en medio de un bosque de hayas y robles y, por más que busco algún vestigio de presencia humana para adivinar la época, el siglo, no lo encuentro, así que me limito a caminar entre antiguas arboledas vírgenes de troncos cubiertos de musgo y un silencio absoluto ajeno a sonido humano alguno. Ninguna campana lejana. Ningún relincho de caballos. El bosque y nada más, como si hubiese viajado al comienzo de todo para nada.
sábado, 20 de enero de 2018
Rinocerontes lanudos
Me doy cuenta de que mi generación está asistiendo en directo, como pasa siempre con la realidad, a un cambio climático de consecuencias que preferiría no imaginar y sin embargo no hago sino imaginar una y otra vez con todo lujo de detalles.
Cuando logro detener a duras penas mi imaginación, nutrida desde la adolescencia con centenares de lecturas que van desde Julio Verne a Frank Herbert pasando por Asimov, Ray Bradbury y Philip K. Dick, pienso: "Espera, no te precipites a guardar en el trastero latas de comida de tamaño familiar y escopetas de caza y cajas de cartuchos".
Porque esto ha sucedido siempre. No acaso con una intervención tan directa de nuestra especie ni con tal velocidad temporal, pero los cambios climáticos forman parte de la historia de nuestro planeta, y nosotros formamos parte de él para bien y para mal, no somos marcianos llegados aquí para destruirlo, somos uno de sus problemas o, tal vez, uno de los factores de un cambio que es posible que acabe precisamente con la extinción de todos nosotros (en defensa propia).
Lo raro es asistir a ello en directo, pero imagino que eso mismo debió sucederles a nuestros antepasados que asistían estación tras estación al avance del frío y los glaciares, por no hablar del último Neandertal sentado en la entrada de su cueva en Gibraltar, cuando los mamuts y los rinocerontes lanudos formaban parte de la leyenda ya lejana de su tribu, empujada cada vez más hacia el Sur y la caza de conejos y pequeños animales indignos de los cazadores que habían sido pocas generaciones antes.
Esta mañana he visto huellas de jabalí mezcladas con las de perros. Caminábamos a paso ligero y me he quitado la ropa de abrigo. La temperatura era de quince grados según mi teléfono inteligente. He mirado al final del horizonte, a las cumbres nevadas, y por un momento me ha parecido visualizar cómo la capa blanca se desvanecía a toda velocidad, aunque no era verdad, sólo otro fruto de mi infantil imaginación.
Me ha tocado vivir a edad adulta tiempos distópicos, apocalípticos, zombis; y es verdad que las cosas están cambiando a una velocidad que nadie esperaba, es verdad que los osos polares ya están condenados, que la banquisa de la Antártida se está rompiendo en bloques de hielo tan grandes como islas enormes, que en el Sur de Inglaterra están comenzando a plantar viñas, que los árboles suben poco a poco hacia las cumbres de las montañas huyendo del calor. Yo estoy aquí, en este preciso momento de la historia de mi galaxia, y pienso describirlo lo mejor que pueda. Y al acabar escupiré pintura sobre mi mano abierta en la pared.
miércoles, 17 de enero de 2018
Abalorios
Un día más se acerca a la orilla
antes de retirarse, devolviéndome
de nuevo al hipnótico sueño del mar.
Lo más probable es que esta noche
no me deje varado en la arena,
expuesto al cruel sol del futuro amanecer,
pero ese día llegará, no lo dudo.
Mi último día alcanzará la playa
y en vez de regresar me quedaré
allí en la arena junto a las algas secas,
los restos de plástico, los pequeños trozos
de vidrio de botellas de vino y cerveza
suavemente pulidos como
el tesoro que son.