lunes, 18 de noviembre de 2019

Dieciocho de noviembre

Siento que me acerco a alguna parte. He tomado decisiones estos últimos días. Decisiones pequeñas, íntimas, invisibles fuera de mi casa, pero enormes para mí y quienes me quieren. Algo parecido a, siendo un guerrero asesino, decidir convertirte en un sacerdote budista, o al revés; algo parecido a ir en contra de mi naturaleza para regenerarla. Algo parecido a descubrir, a estas alturas, cosas sobre mí que espero que todavía estén ahí.

Oigo que Carlos ha llegado a casa. Nuestro hijo, de veintidós años, es como tifón, un toro bravo atravesando un apartamento de tamaño mediado intentando no tirar ni romper nada.  Es todo pasión, vida efervescente.  Ahora voy a dejar de escribir para estar con ellos y cenar, como siempre, cualquier cosa.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Diecisiete de noviembre

Hoy no hemos salido de casa en todo el día. Me he quedado en la cama un buen rato recostado contra la almohada, el portátil en el regazo, y luego, después de desayunar, he pasado el aspirador y el polvo y me he puesto a cocinar comida para varios días. Mientras el cocido de hoy se terminaba de hacer hemos tomado un vermú, que es una de las comidas que más nos gusta tomar: mejillones en escabeche, patatas fritas, pepinillos en vinagre... guarrerías varias.

Ha sido un domingo tranquilo, de navegación sostenida y sin marejada, aunque, si pongo el oído en la pared, puedo escuchar perfectamente cómo la proa continúa abriéndose paso a través del agua.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Dieciséis de noviembre

Están haciendo obras en el canal por el que solemos pasear y todo está hecho un desastre. Las excavadoras han arrancado mucha vegetación, incluyendo árboles. Creo que quieren ensanchar algunos tramos de la pequeña carretera y también arreglar el hormigón armado del cauce, muy deteriorado por el paso del agua y los años. En cualquier caso he caminado los seis kilómetros de rigor mientras Maite trabajaba en casa rodeada de exámenes y trabajos de sus alumnos. Los únicos pájaros que se han cruzado en mi camino han sido tres cuervos. Hoy no había nubes, sólo un cielo glauco y liso al que se asomaba un sol borroso, desvaído y sin forma, lejano, ausente. El otoño ha durado tres o cuatro semanas. No me importa porque amo el frío, pero también amaba la lentitud gradual con la que nosotros y la naturaleza pasaba del calor del verano al frío intenso del invierno tiempo atrás, hace mucho tiempo.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Quince de noviembre

Esta mañana, al sonar el despertador, he esperado un rato y le he dicho a mi compañera que me tomaba un día libre de los siete que todavía me quedan este año. Otras semanas hubiera sido imposible porque sólo estamos tres trabajadores, y en cuanto uno coge vacaciones, somos dos y no puede quedarse sólo uno, se volvería loco. Pero hoy estábamos los tres, así que aprovechando esa circunstancia he disfrutado de un día de fiesta de los que yo llamo robados, inesperados. Me he vuelto a dormir hasta las diez y luego he hecho mis cosas tranquilamente, sin prisa, y he salido a hacer algunos recados. El aire llegaba con el frío de la nieve en las montañas. Como pasaba por delante de la Agencia comarcal he entrado a saludar y ver cómo andaban: me ha tranquilizado no ver largas colas. He vuelto a casa caminando junto al río. Los días "robados" son los que mejor saben, no sé por qué.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Catorce de noviembre

Por la mañana, al despertar, llovía un poco. El cielo era gris y el suelo brillaba como mercurio pálido. Mientras me dirigía hacia el trabajo, las manos en los bolsillos, paso tras paso, recordé cuando días así me hacían feliz. Ahora puedo decir que me gustan mucho pero, desafortunadamente, no le vienen bien a mi química cerebral. Ahora comprendo aquel antiguo dicho: "Estoy como el día". Me gusta mucho la lluvia pero me afecta negativamente. Mi cerebro un poco enfermo necesita luz.

martes, 12 de noviembre de 2019

Doce de noviembre

Estoy tan cansado que no sé ni pensar. Sólo quiero dormir pero al mismo tiempo en el cielo brilla una luna llena brillante como pocas he visto. Qué misterio el juego de la vida de no querer perderse nada y al mismo tiempo necesitar descansar, permitir que el cerebro se limpie para iniciar un nuevo día.

A veces me siento viviendo en un sueño ni siquiera mío, el sueño de alguien, de otra persona. Sé cómo suena, lo sé, tal vez estoy loco. Pero a veces me abordan ideas así.

Aunque sé cuál es mi objetivo en este planeta: la belleza, la belleza en cualquier sitio: en ruinas, en basura, en el pasado y en el futuro, en la música, en la poesía, en las relaciones sociales, en los paseos junto al canal de los fines de semana, en mi trabajo maravilloso, en todo lugar y situación. Creo que mi ADN me empuja a buscarla y articularla, darle voz y sentido, convertirla en algo que brille y se apague en la oscuridad, como así ha de ser.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Once de noviembre

Escribo recién salido de la ducha. Huelo muy bien. He cocinado para cenar lomos de lubina a la plancha con pimientos verdes fritos, y no podía acostarme con ese aroma que, por otra parte, me encanta en una playa en verano, antes de ir a bucear.

Las segundas elecciones generales españolas no han resuelto nada, de hecho los acuerdos políticos están más difíciles que antes. No sé qué pensar. Al fin y al cabo, como sucede en el futbol con los futbolistas, en las elecciones votamos nosotros. ¿Acaso votamos mal? La ultraderecha española se ha convertido, desde la irrelevancia de anteayer, en la tercera fuerza política de España. Resulta que no somos distintos de Polonia, Hungría o Austria. El monstruo está ahí, respirando y sonriendo, sin prisa. El racismo, la homofobia, el nacionalismo español siempre estuvo allí, esperando su momento. La situación en Cataluña le ha venido que ni pintada. Cuántos miles no habrán votado a la ultraderecha pensando que defendían a España como los nacionalistas independentistas votan y cortan carreteras y autopistas pensando que defienden a Cataluña. Son, exactamente, las dos caras de la misma moneda. El nacionalismo es una mierda, atenta a la inteligencia humana y global. Atenta al único futuro posible.

Pero me centro en lo que puedo controlar, no en lo que no puedo controlar de ninguna manera. Me he duchado antes de irme a dormir en vez de esperar a mañana por la mañana porque olía a pescado a la plancha. Me he servido un whisky con hielo. Escribo exactamente lo que quiero, exactamente lo que me apetece escribir. Soy un ser humano muy afortunado por poder hacerlo. Hay países donde no podría. Después de las elecciones sigo sintiéndome un hombre libre y afortunado de, por absoluta casualidad, haber nacido aquí y no en otro lugar. El mundo -Chile, Bolivia, Siria, Afganistán, Turquía, Hong-Kong- está revuelto.

Por la mañana, camino del trabajo, miro las nubes a kilómetros de altura en el cielo y, no sé por qué, me dan calma. No sé por qué.  Mucha calma.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Diez de noviembre

Los canelones me han salido exactamente como quería. Sin tonterías, como los hacía mi querida suegra Josefina. Sin queso, sin tomate, sin hierbas, sin nada. Carne picada, bechamel, unos trozos de mantequilla y al horno. En su simplicidad residía su secreto. Su hija y yo, comiendo, nos hemos mirado y hemos afirmado con la cabeza. Ese premio me llevo. Los próximos los haré con su tomate triturado y su foie. Y su queso rallado sobre la bechamel. Aunque los de hoy estaban tan buenos que no sé. Podremos elegir.

Fui a votar por la mañana. Enfadado, muy enfadado por el estéril resultado de la última vez que fui a votar, hace cuatro días; enfadado después de decir en público y en privado que si no se ponían de acuerdo yo ya no votaba más, pero he ido a votar. En un viejo colegio infantil ahora cerrado a la docencia. No he ocultado mi voto en las cabinas. Lo tenía clarísimo.

Luego, antes de volver a casa, he ido a una tienda donde venden comida preparada y he comprado seis empanadillas y seis croquetas. Para el vermú. El vermú es sagrado en esta familia. Sagrado.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Nueve de noviembre

He puesto una bandeja de patatas en el horno con sus correspondientes hierbas provenzales, su sal, su aceite, su agua, su soja, y ahora sólo queda esperar. Cuando estén hechas pondré la cola de salmón sobre ellas y en cinco minutos estaremos cenando.

El sábado por la noche, desde que era pequeño y vivía con mis padres, es sinónimo de tranquilidad, seguridad, felicidad. Un sitio seguro. Lo sigue siendo.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Ocho de noviembre

Al fin ha llegado el frío, ese fenómeno últimamente desconocido, y todo se ha vuelto del revés. Parece mentira. En eso se nota lo primates que somos, como cuando llueve y de repente todo se convierte en caos. Llevamos el impulso histérico adherido a nuestra inteligencia, dispuesto a anularla con entusiasmo a la mínima ocasión.

Yo, como quienes me seguís desde hace tiempo ya podéis imaginar, soy feliz: frío. El frío. La lluvia. Ha nevado mucho en el Pirineo y nevará más. Se siente en el viento, que nos llega helado desde allí. Soy feliz. Se acabó temporalmente la tortura del "buen tiempo". Adiós al calor, al sudor, a lo que no puede evitarse ni quedándose desnudo. Es el tiempo de ir añadiendo ropa, algo que sí funciona, algo que sí es útil.

Anhelo expirar el humo cálido de mi boca como si fumara. Sentir en mi rostro el frío que lo estimula y tensa y revive. Soy más Neandertal que Cromañón. Amo el frío. El frío me despierta de la cada vez más larga y sudorosa noche del verano. Asomo mi cabeza de oso polar. Ha llegado el momento.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Siete de noviembre

Desperté de la siesta sin la sensación de resucitar de la muerte o regresar de un pozo negro, lo cual ya es una novedad. Bien. Equilibrio. Armonía. El día continúa. Cenaremos pulpo a feira con patatas y tostadas con crema de queso de cabrales (brutal). Tengo que cortarme las uñas de los pies. Ahora que ya no utilizo sandalias me he descuidado un poco. Hoy fui a la peluquería: parezco un marine recién llegado al cuartel. Es lo que quiero: tres meses sin volver a cortarme el pelo. Es de noche. Dos mil diecinueve comienza a tomar velocidad, se precipita hacia el ojo de la aguja. No sabe, como yo, que al otro lado hay una playa donde las olas llegan por primera vez una y otra vez, por primera vez una y otra vez, y así siempre. Por primera vez una y otra y otra y otra y otra vez.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Seis de noviembre

Hace mucho tiempo que ya es de noche. Las doce de la madrugada, mi frontera, se acerca lenta y rápidamente a la vez. No pasa nada, tengo oficio más que suficiente no ya para escribir sino para decir la verdad: la vida es algo maravilloso, una oportunidad, luz.

Y lo digo yo, que cada mañana me tomo mi antidepresivo y mis ansiolíticos. La vida es algo maravilloso, y acaso quienes necesitamos una ayuda química para darnos cuenta somos más conscientes de ello.

Tú que me estas leyendo ahora date cuenta, por favor. Tú que no necesitas ayuda química, tú que sencillamente existes sin ningún esfuerzo: existir es algo absolutamente insólito en el universo. Explora. Vive. No ignores ese privilegio. Yo intento no hacerlo cada día.

martes, 5 de noviembre de 2019

Cinco de noviembre

Hoy me he pasado el día en el Aeropuerto del Prat de Barcelona. Mi hijo volvía de Chile a las tres y treinta y cinco minutos de la tarde, pero anoche me mandó un mensaje diciéndome que, por el cambio horario, en realidad llegaba a España a las once y treinta y cinco de la mañana. Total, que hoy he madrugado un poquitín y a las diez y media ya estaba en el Aeropuerto del Prat de Barcelona, pero resulta que no, que la hora real de llegada era la inicial: las tres treinta y cinco de la tarde que han terminado siendo las tres cincuenta. ¿Qué he hecho durante todo ese tiempo perdido? Por hacer tiempo he querido ir a la playa de la Barceloneta, pero el atasco de tráfico era tan grande que al final he desistido y he regresado al Aeropuerto. Allí he caminado, según mi teléfono móvil, seis kilómetros. Puedo decir que ahora me conozco cada rincón y lavabo del Aeroport Josep Tarradellas de Barcelona. He visto llegar a centenares de pasajeros, he escuchado un montón de idiomas, me he dejado un pastón en un bocadillo de tortilla de patatas a las once y en una focaccia de pollo, mozarella y albahaca a las tres de la tarde. Precios obscenos, pero ya todos sabemos que en los aeropuertos es así, no hay otra.

Finalmente Carlos Miramón ha aterrizado tras catorce horas de vuelo directo desde Santiago de Chile, nos hemos abrazado y besado, y, oh, al regresar a Barbastro, la quinta marcha de la caja de cambios de nuestra Picasso de catorce años y trescientos cuarenta mil kilómetros no engranaba. He conducido en cuarta todo el tiempo. Sería una buena noticia para otro: ¡coche nuevo! Pero estoy enamorado de mi preciosa Picasso. Soy animista, qué se le va a hacer. Les cojo cariño a los objetos. No lo puedo evitar. No quiero dejarles ir.

Mañana la llevaré al taller a ver qué se puede hacer. Lo importante es que Carlos Miramón está en casa -miento, ya está con sus amigos viendo el partido del Barça- y todos estamos bien. Las cosas tienen la importancia que tienen, ya lo escribí ayer. Yo lo que tengo es mucho sueño, pero no quiero acostarme pronto porque después a las cuatro me despierto y ya no sé volver a dormirme. Tengo que aguantar despierto al menos hasta las once para poder dormir bien. Es curioso: él ha venido desde Chile y está con sus amigos, pero el jet lag lo tengo yo.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Cuatro de noviembre

A ver, voy a contar lo que pasó ayer. Yo y Maite estábamos convencidos de que nuestro hijo Carlos aterrizaba hoy -no mañana- en Barcelona proveniente de Santiago de Chile. Total y absolutamente convencidos porque así nos lo había informado él e incluso lo habíamos señalado en el calendario de la cocina. Pero, afortunadamente, a su madre se le ocurrió llamarle por teléfono para saber si ya estaba en el aeropuerto anoche y, de pronto, descubrimos que no, que despegaba esta noche de lunes y aterrizaba en Barcelona mañana a las tres y media de la tarde. Todo fue casual o, por qué no decirlo, fruto de las preocupaciones maternas (yo nunca le hubiera llamado, daba la información incorrecta por buena). Hoy hubiese conducido hasta el aeropuerto de Barcelona para nada porque aterriza mañana.

Sí, sé que a efectos logísticos somos una familia un poco desastre pero nos queremos mucho. Menos mal que su madre le llamó. Aunque, ahora que lo pienso, en nuestra existencia pueden suceder un millón de cosas peores que hacer un viaje en balde a Barcelona. Las veo cada día al otro lado de la mesa de mi trabajo. Un viaje en balde es una tontería, aunque me alegro de habérmelo ahorrado.

¿Sabes qué te digo? Vive, vive cada día tranquilamente pero sabiendo, tratando de saber, sé que me entiendes. Si me has leído durante algún tiempo comprendes perfectamente lo que quiero decir: vive, es sencillo, nada más. Probablemente nuestra propia vida es en balde, y qué más da.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Tres de noviembre

Llevo sin dormir desde las cuatro de la madrugada. No me quejo. A mí me sucede muy de vez en cuando, hay a quien le pasa cada noche, y cómo les compadezco. Después de escribir estas palabras me acostaré e intentar dormir una pequeña siesta fuera de hora, pero es que, a pesar del cansancio, no tengo sueño. Es algo extraño: uno se siente muy cansado pero no es capaz de cerrar los párpados y dormir. Vale, es verdad: se llama insomnio.

Pasado mañana voy a Barcelona a buscar a mi hijo Carlos, que regresa de Chile. El vuelo llega al Prat a las tres y treinta y cinco de la tarde, así que iré sobrado de tiempo. Ahora allí son las dos menos cuarto de ayer, la hora de comer. Cuando despegue será mañana por la noche y cuando aterrice en Europa será el cinco de noviembre pero varias horas antes. Viajará en el tiempo hacia atrás. Deberá enfrentarse de nuevo al jet lag.

En cuanto a mí, no me da ninguna pereza subirme al coche y, tranquilamente, sin prisas, ir al aeropuerto de Barcelona a recoger a mi hijo. Lo he hecho otras veces. Me gusta muchísimo conducir. Conducir y cocinar alivian mi ansiedad siempre palpitante e hija de puta. Espero no tener ningún problema para acceder a los sitios, estoy seguro de que no los habrá. Me da más miedo lo que les pueda pasar a Carlos y Raquel allí, en Santiago, porque el vuelo sale a una hora posterior al toque de queda. Me gustaría mucho que aterrizase con ella a su lado. Sé que sus prácticas de enfermería son lo primero, pero también sufrimos. La queremos mucho.

El domingo avanza a velocidad de crucero. Creo que voy a acostarme un poco, apagar la luz y dejar descansar mi cerebro, si todavía queda algo sin consumir.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Dos de noviembre

Debo cambiar muchas cosas. Este año es complicado por los compromisos personales adquiridos el primer día de dos mil diecinueve, pero el uno de enero de dos mil veinte, si todavía estoy vivo, será distinto. La escritura o la vida. La escritura o la salud. Tengo proyectos importantísimos para el futuro pero no serán públicos. Nadie, salvo mis personas más íntimas, sabrán.

Pero todavía falta algo menos de dos meses para eso. Confío en ser tan fuerte en esos propósitos como lo he sido, como lo estoy siendo durante este año, también casi solo. Creo que desde que escribo en internet, y comencé en dos mil cuatro, jamás había tenido tan pocos comentarios en mis diarios. No me importa, lo he dicho muchas veces, de hecho eso me anima a lo que se aproxima: no existirán ni textos ni comentarios. No son necesarios. Uno escribe o fotografía o mira a su alrededor para intentar comprender lo que sucede, no para que nadie comente sus resultados. O tal vez me estoy mintiendo a mí mismo y sí me importa, mucho, mucho más de lo que, por orgullo, estoy dispuesto a aceptar. O tal vez no. No lo sé. Hace años hubiese sufrido mucho por esta soledad en la red, ahora quiero pensar que no pero es sólo eso, querer pensar, un deseo: quiero pensar que no, quiero pensar que soy una persona fuerte.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Uno de noviembre

Ningún santo está muerto. Los santos muertos desaparecieron, ya no existen salvo en la huella que pudieron dejar en quienes les conocieron y sus sucesores durante una o dos generaciones.

Los verdaderos santos siempre pertenecen al presente, a la vida, y nos rodean por todas partes. Es L. quien, fuera del horario de su trabajo y sin percibir nada a cambio, ayuda a que los inmigrantes recién llegados aprendan español. Es la señora que pagó anónimamente, y esta era una garantía inquebrantable, la deuda a la Seguridad Social que tenía un extranjero y de la que dependía que le renovaran el permiso de residencia y de trabajo. Los santos son los pensionistas que durante estos años de crisis han ayudado a sus hijos con sus pensiones; es D., la gitana que durante los años en los que su hijo estuvo en la cárcel sólo comía espaguetis con tomate para que él pudiera comprarse tabaco y otros caprichos en el economato. Conozco santos y santas todos los días, todos los días. Nos rodean por todas partes y no siempre son cristianos, a menudo ni siquiera son creyentes. Pero están vivos. Por eso son santos, porque están vivos y su existencia altera favorablemente el destino de los demás.

¿Los muertos? Habrá de todo. Yo ya tengo unos cuantos. Seres humanos a quienes quise mucho y todavía quiero (lo escribí arriba: desaparecerán del mundo en una o dos generaciones, como yo mismo). Algunos fueron santos en vida porque sólo generaban felicidad y bienestar a su alrededor, pero ya no lo son porque están muertos. Está bien recordarles, no hoy especialmente sino de vez en cuando -de acuerdo, en caso de personas muy cercanas todos los días, es cierto, pero sin aspavientos, sobre todo sin aspavientos. Odio los aspavientos tanto como amo la normalidad, porque puedo jurar que en ella anida lo extraordinario.

jueves, 31 de octubre de 2019

Treinta y uno de octubre

Suena el timbre de la puerta de casa. Al otro lado un grupo de niños, entre ellos una alumna de Maite que vive en nuestro bloque de apartamentos. ¡TRUCO O TRATO! Mi compañera, que ya se lo esperaba, había comprado chucherías y se las da. ¡Te queremos, Maite! Me asomo en el salón con mi aspecto cavernario y todos me saludan con la mano. Ablandan mi cascarrabias corazón.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Treinta de octubre

Ayer por la tarde vino una chica de Binaced junto a un refugiado de Camerún para arreglar algunas cosas. Yo sabía que todos los jóvenes de Binaced estudiaron en Binéfar, donde Maite dio clase. Le dije: "Soy el marido de Maite Puértolas". Su reacción fue tan bonita que me da pudor contarla.

Esta mañana ambas se han puesto en contacto. Voy a decir algo: Maite, como las buenas profesoras, dejó una huella profunda. Me siento tan orgulloso de ella, porque no es la primera vez que me sucede algo semejante. Una buena profesora puede marcarte de por vida, y sé que Maite es de esas. Si supiera lo que estoy escribiendo vendría corriendo a intentar evitar que lo publicase. No podrá. No sabe lo que estoy haciendo en este preciso instante.

El amor también es admiración, respeto, asombro. Lo escribo yo, que llevo con ella desde los diecinueve años y tenemos cincuenta y seis. Es tan maravilloso saber que convives con alguien así.

martes, 29 de octubre de 2019

Veintinueve de octubre

He salido de trabajar a las siete de la tarde pero la luz era la de las ocho de la semana pasada. No sé de quién dependen estos cambios horarios ni si son realmente útiles para ahorrar energía, pero a las siete horas la noche cubría Barbastro como si fuesen las diez o las once. Sé también que cuando he salido estaba reventado, mi cráneo rebosante de voces, rostros, miradas, preguntas, expectativas, miedos, alegría y tristeza.

Antes de regresar a casa he ido a comprar exactamente dos cosas: papel de cocina y arroz integral. Hoy ha sido un día duro, como ayer, con algunas situaciones difíciles de aceptar. Otra vez una mujer mucho más joven que yo ha llorado frente a mí y al darle la mano he sentido todo su dolor en mi alma, atravesándome de arriba abajo. Año tras año, en vez de hacerme más fuerte, me siento más desnudo frente al sufrimiento de los demás. Tal vez ya no sirvo para este trabajo, pero es el que me gusta. No sé. Son rachas. Hay semanas y meses en los que no me veo sometido a estas realidades. Ahora han coincidido dos seguidas. Respiro hondo. No pasa nada. Debo concentrarme en ayudar y eso es todo.

Tal vez muera esta noche o dentro de diez minutos, o, como la madre de otra usuaria que he atendido hoy, a los ciento tres años (yo no apostaría por eso), pero quiero escribir del mejor modo que sepa lo siguiente: la naturaleza humana es tan fuerte como delicada, tan optimista como sensible a la lluvia; somos algo que no puedo dejar de mirar como es imposible no contemplar el fuego de una chimenea, ese baile de luz aparentemente ajeno a la vida.

lunes, 28 de octubre de 2019

Veintiocho de octubre

Querer y ser querido. Siempre he pensado que eso justificaba una vida. A pesar de que ayer tu marido de treinta y seis años muriese de un infarto de miocardio súbito frente a ti y sus hijos pequeños, entre catorce y cuatro años.

No ha sido una reacción profesional, pero se me han escapado unas lágrimas junto a la joven viuda destrozada y su prima, que, oportunamente, hacía de secretaria dura, tragando saliva a cada segundo. Pero cómo lloraba la viuda. La conocía de Barbastro. Aquí todos nos conocemos más o menos. Hoy me ha tocado asistir, como otras veces, a la pena infinita de ver cómo un futuro se truncaba de improviso.

Hace mucho rato que es de noche. Las lluvias pasadas se llevaron las algas putrefactas del río que corre frente a mi casa y ahora el agua fluye transparente y limpia. Nuestro edificio gira lentamente, tan lentamente que no nos damos cuenta, hacia el amanecer que aparecerá por el este. Vive. Carpe diem. Duerme y despierta. En realidad nada importa en serio. Amar y ser amado. Siquiera una vez.

domingo, 27 de octubre de 2019

Veintisiete de octubre

Yo soy muy sensible a los cambios horarios. Todo mi cuerpo sabe que ahora son las siete y veinte, no las seis y veinte. Me costará algunos días, muchos días, acostumbrarme. Es lo que le pasa a todo el mundo, por otra parte. Imagino.

Todavía siento los efectos de la comilona de ayer. Y lo mejor es que en el frigorífico me esperan restos guardados en sus correspondientes tupperware (caldereta y caracoles). Debí engordar dos kilos.

La comida familiar se celebraba por los cumpleaños de mi padre y mi hermano Carlos, ambos en octubre, ochenta y tres y cincuenta años respectivamente (aunque aparentan setenta y cuarenta, los cabrones). Pero todos tuvimos regalo. Mi hermana Susana y nuestro querido cuñado nos regalaron a todos unas camisetas maravillosas. (A mí por otro lado mi cuñada Ana me regaló una taza muy especial que guardaré con mucho cariño). Echamos de menos a nuestros dos hijos, uno en el estrecho de Magallanes, otra volando a Bergen, pero ya somos tantas personas que resulta difícil congregar a todos. Aunque salvo ellos y la novia de nuestro sobrino Javi, un pedazo de pan de casi dos metros de altura, estuvimos todos, incluso Patricia y Marta vinieron desde Briones, en La Rioja.

Y mañana lunes. Y después martes, Y miércoles. Pero esta camiseta mítica la tenemos todos, incluso mis padres, los abuelos, y sus nietos, mis sobrinos, y sus parejas, todos. Y es maravillosa.  Gustavo, Susana, gracias. Tenemos un apellido especial porque somos especiales. ¡Garrote!

De izquierda a derecha: cincuenta y ochenta y tres años.

Carlos Miramón mi hermano y Jesús Miramón mi papá.

Todos hemos recibido una camiseta tan maravillosa como esa.

Mi esperanza reside en que comparto sus genes,
aunque no su maravilloso aspecto.

sábado, 26 de octubre de 2019

Veintiséis de octubre

Conduciendo al anochecer entre Barbastro y Zaragoza nos acompañaba Venus en el cielo. La primera y la última luz en cielo. El lucero del alba y del atardecer. Al salir de la autovía durante el tramo de Huesca ha pasado de estar a mi izquierda a brillar frente a mí ligeramente en la esquina del parabrisas. Venus. El segundo planeta más cercano al sol. No una estrella, no una fuente de energía atómica sino un planeta más o menos como el nuestro, rocoso, sólido. Veía el reflejo de la luz de nuestra estrella en su superficie, no su inexistente radiación. Estas cosas me colocan en mi sitio.

Maite, que está muy acatarrada, dormía en el asiento de al lado. Poco a poco, kilómetro a kilómetro, la noche se apropiaba del mundo. He pensado en nuestro hijo en Chile, en su jet lag; he pensado en nuestra hija en Alicante, que mañana volará a su pequeño apartamento en Bergen, en Noruega. La vida, a nada que te alejas metro y medio, es tan rara. Aunque lo que es importante saber es que, suceda lo suceda, lo hace en un planeta tan real como Venus, que brillaba en la noche mientras los faros de nuestra querida y vieja Picasso iluminaban la carretera. Quién sabe, tal vez la Tierra brilla lejana en la mirada de alguien o algo, muy lejos.

viernes, 25 de octubre de 2019

Veinticinco de octubre

Las calles se convierten en senderos, los arbolillos enjaulados en pequeños bosques domesticados. Han derribado el edificio de la calle Antonio Machado, el viejo edificio donde crecía un níspero. Era un solar codiciado. Ahora se ven paredes de papel de colores y ventanas ciegas. Paso a su lado varias veces al día. Demoliendo el edificio trabaja Kinda, un viejo amigo. Más allá el río al fin se parece a un río de verdad gracias a las lluvias de los últimos días. Yo soy alguien que observa y toma nota. No me importa el fracaso porque hay personas que me aman de verdad.

jueves, 24 de octubre de 2019

Veinticuatro de de octubre

Esta mañana a las seis de la mañana he llevado a Lérida a Carlos Miramón, mi hijo de veintidós años, para que desde allí tomara un tren a Barcelona y desde allí pudiera despegar rumbo a Chile donde Raquel, su novia, está haciendo las prácticas de enfermería.

En este mismo instante vuela sobre el océano. Quince horas de viaje. Hace cuatro días era mi hija aterrizando en Barcelona desde Noruega. Al final fue una riada antes de llegar a Cambrils, en Tarragona, la que le hizo llegar a Alicante, donde se celebraba el Congreso, a las tres de la madrugada.

Es curioso cómo funcionan las cosas. Yo las contemplo y tomo nota, dibujo. Amo, me sorprendo, vuelvo a sorprenderme y amar y observar con toda atención. Si vivir no sirviera para esto, ¿qué sentido tendría?

miércoles, 23 de octubre de 2019

Veintitrés de octubre

Al colgar el teléfono
he roto a llorar.
Ha durado poco.
Me enseñaron a
no hacerlo. El final ha sido
un respirar entrecortado
y después nada.

Sólo esta sensación
de desamparo.

martes, 22 de octubre de 2019

Veintidós de octubre

Ha llovido durante todo el día y, espera, voy a mirar por la ventana: sí, sigue lloviendo a estas horas. Puedo visualizarla en la luz de la farola. Amo la lluvia, no tanto como a la nieve, tan escasa, pero casi. Amo la lluvia tanto como odio el calor, que tanto dura y más durará todavía en el futuro de este hemisferio.

De pronto pienso, no sé por qué, en las pequeñas ermitas románicas que he tenido la oportunidad de visitar durante mi vida. Me gustan mucho. Las piedras solares gastadas por millones de pasos, los siglos atravesándolas sin destruirlas del todo.

Viajamos en el tiempo sin darnos cuenta de que la nave somos nosotros.

lunes, 21 de octubre de 2019

Veintiuno de octubre

He comenzado a pensar en lo que cocinaré para mi familia en nochebuena y navidad. La navidad en sí me da igual, pero me gusta hacer felices, siquiera a través del estómago, a algunas de las personas que más quiero en el mundo. Tengo ideas que no desvelaré salvo cuando llegue el momento. Debo jugar entre la tradición y lo que me gustaría hacer sabiendo que no les gustaría a todos, así que me quedo con la primera. Pero. Ya veremos.

La noche llegó hace ya un buen rato. Dentro de un rato me acostaré, cerraré los ojos y despertaré en otro lugar. Moriré pensando en estas cosas. Tal vez esa sea la religión verdadera: la imaginación.

Impulsado por ella me impulso hacia el cielo, atravesando los apartamentos que hay encima de mí, viendo a la gente cenar, ducharse, cocinando, y atravieso el espacio frío, las nubes a kilómetros de altura, la delgada línea que protege nuestro mundo del espacio donde no podemos vivir con nuestros pulmones, nuestro corazón y nuestro cerebro. Pero como lo estoy imaginando floto allí y miro hacia mi hogar. Azul. Mágico. Nada puede decirse que no haya sido dicho antes.

No existe nada nuevo bajo el sol. Nada puede decirse que no haya sido dicho antes aunque el asombro sea de dimensiones mayores que la primera vez. Sucede en este cuaderno de bitácora. Cuántas veces habré repetido lo mismo, en invierno, en primavera, en verano, en otoño, antes de cocinar en mi casa para la navidad. Todo lo he repetido y repetiré. Poemas, frases, pensamientos. Yo lo sé. Tú lo sabes. Pero cuando los barcos dan la vuelta al mundo una y otra vez es lo que suele suceder. Cada vez existen menos tribus caníbales, menos ballenas blancas dispuestas a hundir nuestra nave, menos paraísos vírgenes expuestos a nuestros inconscientes desmanes.

Cada palabra que escribo sé que la he escrito antes, también frases, también párrafos. Poemas también. No me torturaré por ello. La noche se acerca. Ojalá Morfeo te bendiga con siete horas seguidas de muerte y mañana la rosada aurora te resucite y acompañe lejos del puerto, las velas henchidas de viento favorable, rumbo a tu mejor destino.

domingo, 20 de octubre de 2019

Veinte de octubre

Cada domingo es un treinta
y uno de diciembre.
Cada minuto termina en
el segundo número sesenta.

Y nada se detiene.