Salgo del salón donde me he sometido a los diez minutos de rigor de rayos UVA y descubro que junto a la iglesia de San Francisco hay un tiovivo, y al otro lado del puente una churrería en este momento sin clientes. La supero, me detengo como si me llamaran por teléfono y hago una fotografía. Siempre disimulo cuando hago fotos de personas o negocios. No estoy seguro de que sea legal hacerlo sin pedir permiso, pero en fin, no voy a lucrarme con ello.
Hay un experimento que nunca podré llevar a cabo pero en el que he pensado muchas veces: hacer un retrato de cada uno de los rostros que atiendo cada día al otro lado de la mesa. Creo que el resultado sería fascinante: colores y orígenes distintos, sexos distintos, edades distintas y siempre la mirada, esa vulnerabilidad.
He dejado atrás la churrería y su olor a aceite de freír y he caminado hasta casa bajo las luces navideñas. La luna llena era un capullo de seda borroso en el cielo negro. Al entrar en el recibidor y colgar el abrigo en la percha he olido el aroma familiar de este piso que ya hemos hecho nuestro. El número quince en nuestras vidas nómadas, y los recuerdo uno por uno. Todos los hicimos nuestros, en todos fuimos felices casi siempre. Le he dado un beso a mi compañera y he venido a este mismo dormitorio en el que ahora escribo para ponerme la ropa cómoda y vieja de andar por casa. Mi favorita entre toda la que tengo. Es ponérmela y creo que mis pulsaciones descienden a la mitad.
martes, 10 de diciembre de 2019
Diez de diciembre
lunes, 9 de diciembre de 2019
Nueve de diciembre
Dos mil diecinueve
ya comienza a
parecerse más
al pasado que al futuro.
domingo, 8 de diciembre de 2019
Ocho de diciembre
La primera evaluación siempre es antes de Navidad, y para una profesora de Lengua y Literatura eso significa decenas y decenas de exámenes y trabajos por corregir, que es lo que Maite está haciendo a dos metros de mí mientras escribo estas líneas.
La niebla cerrada de esta mañana se disolvió hacia el mediodía y ahora, a pesar de ser ya noche cerrada, continúa desaparecida.
Todo va y viene hasta acabar yéndose para siempre, pero me prometo a mí mismo no olvidar estos momentos de paz y tranquila felicidad, que también se disolverán y desaparecerán.
sábado, 7 de diciembre de 2019
Siete de diciembre
Nos hemos acercado a un gran centro comercial, hay quien dice que uno de los más grandes de Europa, para recoger un producto que compramos hace unos días por internet. A pesar de que el puente laboral invitaba a los zaragozanos a irse a esquiar o a cualquier otro sitio, la cantidad de personas que había en ese centro comercial era algo inimaginable. Villancicos norteamericanos a todo volumen, luces de navidad por todas partes, y gente, muchísima gente (como nosotros, claro). En otro tiempo no lo hubiera soportado, lo cual indica cuánto he mejorado.
viernes, 6 de diciembre de 2019
Seis de diciembre
La tierra estaba fría y musgosa a primera hora de la mañana, cuando hemos empezado a varear los olivos de mi padre. La de este año ha sido una mala cosecha, el fruto era pequeño y muy difícil de soltar de las ramas, pero hemos reído, hemos hecho bromas sobre lo primitivo de nuestra tecnología y finalmente hemos llevado a la almazara unos cuantos sacos. Hemos tenido que esperar nuestro turno y luego, aprovechando el viaje, hemos comprado en la tienda aceite sin filtrar, puro zumo de aceite de oliva virgen extra de color amarillo, opaco a la luz, que la chica nos ha llenado directamente de la linea de circulación del aceite recién exprimido. Al salir al aparcamiento con las bolsas de papel en las manos hacía frío a pesar de la lejana presencia de un sol incapaz de impedirlo.
jueves, 5 de diciembre de 2019
Cinco de diciembre
Ya en Zaragoza, dos huevos a la plancha y a dormir. Mañana toca coger olivas en el huerto de mis padres en el pueblo navarro del que provengo, y madrugar.
miércoles, 4 de diciembre de 2019
Cuatro de diciembre
Preocupaciones mundanas: tengo el coche en el taller por un ruido extraño en el motor, probablemente una correa de transmisión, bueno, en realidad no tengo ni idea, y mañana por la tarde vamos a Zaragoza para, a su vez, madrugar el viernes e ir al pueblo a recoger olivas. Espero que mañana esté arreglado, si no pediré que me dejen uno de sustitución.
Ando ya pensando en los menús de noche buena y navidad. Creo que los platos principales serán rape en salsa verde con almejas en noche buena y ternasco al horno con patatas el día de navidad. Nada de experimentos, a lo seguro. Y alrededor tapeo y ensaladas y jamón bueno y croquetas de mi hermano Javier, que las hace buenísimas, y, en fin: dos pequeños banquetes.
Es un poco raro que ayer escribiese sobre la muerte y hoy lo haga sobre mi coche en el taller y lo que cocinaré en navidades. Supongo que los seres humanos somos así: capaces de pasar de una situación a otra sin remordimiento alguno. Por eso somos supervivientes innatos. Explorar la vida que nos rodea incluye también ser conscientes de eso.
martes, 3 de diciembre de 2019
Tres de diciembre
Ya han encendido los adornos luminosos de navidad en las calles de Barbastro. Afortunadamente son las mismas y modestas que en años pasados, no como en Vigo, Madrid o Málaga, donde han convertido la exhibición de bombillas en un espectáculo obsceno de malgasto de dinero y energía como no se había visto antes.
Las luces navideñas siempre me deprimen. La navidad en general me deprime, me entristece, tiene ese poder sobre mí. Absorbe el color de la vida y la transforma en una fiesta en blanco y negro, un acontecimiento de otras épocas. Bueno, no sé si esto le sucede a alguien más, no tiene importancia.
Hoy ha muerto una usuaria de nuestra agencia. Ángela. Le dieron tres meses de vida y ha aguantado un año. En la foto de la esquela que he leído en la plaza de la Diputación estaba más guapa y menos flaca que la última vez que la vimos. Era una mujer de carácter fuerte pero la enfermedad ha podido más que ella. Tenía cincuenta y siete años, uno más que yo.
Creo que hacerse mayor no consiste en madurar como ser humano, en ser más sabio o tener las ideas más claras, no, en realidad hacerse mayor es comenzar a ver por el rabillo del ojo cómo personas de tu edad van cayendo en la batalla, en el campo de minas, en el bombardeo invisible. La sensación de falsa inmortalidad de la juventud desapareció para siempre y, en cierto modo, no es malo que desapareciese. Es mejor la verdad que la mentira. Caminamos sobre los huesos de los muertos y cantamos sus canciones bajo la misma luna gélida que ayer contemplaban sus ojos.
lunes, 2 de diciembre de 2019
Dos de diciembre
La semana pasada atendí a una madre que vino con una autorización y el DNI original de su hijo para que le cambiara el nombre en todas las bases de datos de la Seguridad Social. Desde hacía unos días se llamaba Andrés (nombre inventado), y antes Lucía (ídem). Diecinueve años recién cumplidos. En la fotografía del carnet de identidad aparecía un joven muy guapo y sonriente, y pensé en el largo camino que tuvo que atravesar hasta saber que en su cuerpo femenino había un chico. Pensé también en la suerte de ser hijo de unos progenitores abiertos, libres y llenos de amor hacia él, y estuve a punto de felicitar a su madre aunque, ahora me doy cuenta de que sabiamente, me contuve y simplemente, antes de que se levantara de la silla al otro lado de mi mesa de trabajo, le dije: "Ya está todo arreglado, ahora pasa al centro de salud con este documento que te doy y solicítale una nueva tarjeta sanitaria con los nuevos datos". Me miró un momento, casi emocionada, y antes de irse me dijo: "Muchísimas gracias, se va a poner muy contento". "De nada, un placer", le dije, y pensé que eso era más que suficiente para mí.
Anotado por Jesús Miramón a las 22:27 | 2019 , Diario , Vida laboral
domingo, 1 de diciembre de 2019
Uno de diciembre
Recuerdo el crujido de los peces comiendo en las rocas, mi cabeza dentro del agua respirando por el tubo unido a mis gafas de bucear este último verano, en agosto. Ese otro mundo de ingravidez mágica a pocos metros de la playa poblada de sombrillas y seres humanos como yo.
Hace mucho tiempo pude escuchar un archivo de audio en el que podía oírse el sonido de fondo del espacio profundo, y sonaba como una especie de crujido de baja frecuencia inaudible por el ser humano pero sí por las máquinas inventadas por él. Y una vez leí en alguna parte que el verdadero color del cosmos no era negro sino verde, un verde profundo y oscuro. Imagino que todas estas cosas andarán por internet, pero cuando escribo me da pereza ponerme a buscar porque eso significa dejar de escribir y no quiero.
Es fácil imaginar que así como en la playa basta con sacar la cabeza del agua para sentir el sol, el aire y el ruido de las personas como si el mundo de los peces y las algas estuviese a kilómetros de distancia de mis ojos, de modo semejante allí arriba pudiera suceder algo parecido. Al otro lado de un agujero negro, al final del viaje más largo del mundo. Otros sonidos, un universo entero de color melocotón poblado de estrellas negras.
sábado, 30 de noviembre de 2019
Treinta de noviembre
Sábado de recados. He ido a comprar a tres supermercados distintos, además de la panadería y la farmacia. Y antes de esos recados he cumplido disciplinadamente con mi sesión terapéutica de rayos UVA, diez minutos un día sí y otro no. De por medio he pillado capazos con varias personas, alguno de considerable duración. El cielo estaba nublado, casi turbio, y desde el actual Alcampo de la carretera, antes Sabeco, no se veían las montañas nevadas, sólo los edificios de la ciudad y la torre de la Catedral emergiendo en el centro. Como otras veces, he sentido con fuerza lo profundamente extraño que era estar allí de pie junto a la vieja Picasso observando mi pequeño mundo. Qué misterio es este.
viernes, 29 de noviembre de 2019
Veintinueve de noviembre
Finalmente este otoño ha terminado teniendo su tiempo para durar y satisfacerme. Es, de las cinco, mi estación favorita, y no deja de sorprenderme su belleza melancólica e insensible. Porque a la naturaleza no le importa nuestra sensibilidad o ausencia de ella, no le importan las fotografías tan previsibles que suelo hacer, no le importa nada. Si acaso, y lo escribo sabiendo que es mentira, la lenta retirada de la savia, la progresiva muerte de la fotosíntesis que termina con las hojas cayendo delicadamente al suelo. A veces me resulta agradable pensar y escribir mentiras así. Me parece que es como un tratamiento personal ante la dificultad de aceptar que nada tiene importancia. Por ejemplo: los árboles comienzan a dormir hasta la próxima primavera, desnudándose y dejando al descubierto los nidos vacíos. ¿En qué sueñan? Por ejemplo.
jueves, 28 de noviembre de 2019
Veintiocho de noviembre
Los días fluyen cada vez a más velocidad. Es algo imperceptible pero lo noto, lo siento a mi alrededor. Duermo, despierto, duermo, despierto. Y en medio la vida visible, la que huele y está poblada de otros cuerpos y otras mentes con las que interactúo. Duermo, despierto, y en medio las jornadas cada vez más rápidas precipitándose sin remedio hacia el futuro.
miércoles, 27 de noviembre de 2019
Veintisiete de noviembre
Esa mañana he tramitado la paternidad de un joven senegalés. El hecho no tendría nada de extraordinario porque prácticamente cada día hago paternidades y maternidades entre otras muchas cosas, pero este chico fue el protagonista, hace años, de un conmovedor acontecimiento en nuestra pequeña agencia comarcal. En aquellos tiempos los trabajadores del campo pagaban unas cuotas mensuales a la Seguridad Social, y S., apenas un chaval, extranjero con pocos rudimentos del idioma español, se había olvidado de pagar dos o tres recibos. La consecuencia de ese olvido era que en Extranjería no le renovaban la tarjeta de residencia y trabajo si en un plazo de unos pocos días no hacía frente a la deuda. Por aquella época él no tenía dinero y vivía en un piso junto a varios compañeros que le daban de comer y le ofrecían un colchón donde dormir. En un momento dado, presa de la desesperación de quedarse sin permiso de trabajo, se echó a llorar. Mi compañera le dio ánimos, le dijo que hablara con Cáritas, con los Servicios Sociales. Él se limpió el rostro con un pañuelo de tela y después salió a la calle.
Y aquí empieza la historia de esperanza en nuestra especie. Sentada en la zona de espera había una señora mayor, viuda desde no hacía mucho tiempo. Yo la conocía bien y sabía que su pensión no era ninguna fortuna, más bien lo contrario, pero al ser llamada a la misma mesa de la cual se había levantado el chico senegalés, le preguntó a la funcionaria si podía decirle el motivo de que aquel joven se hubiese ido llorando de la oficina. Mi compañera se lo explicó por encima, sin entrar en detalles, y la señora dijo: “Entonces, si no le he entendido mal, pagando esa deuda el chico podría seguir viviendo y trabajando en España, ¿verdad?”. “Sí, así es”. Fue en ese momento cuando la señora preguntó el importe, creo recordar que algo menos de trescientos euros, y nos pidió el recibo para poder pagarle la deuda a un joven extranjero a quien no conocía de nada. “Eso sí”, nos dijo, “les pido por favor que no le digan quién lo ha hecho, por favor, no quiero que se sienta en deuda conmigo ni con nadie”. Se lo prometimos, la señora fue al banco más cercano y nos trajo el resguardo del pago que nosotros, a su vez, enviamos a la Tesorería para que ésta emitiera un certificado de estar al corriente.
Llamamos por teléfono a S. y le dijimos que todo estaba resuelto, que una persona anónima había pagado su deuda para que pudiera seguir viviendo y trabajando entre nosotros, que pasase por la oficina para recoger el certificado y presentarlo en Huesca. Cuando vino intentó sacarnos información sobre el ángel que le había ayudado, pero nosotros cumplimos nuestra promesa y no se lo dijimos.
Después vi a esta señora algunas veces por Barbastro, una mujer como cualquier otra, una viuda de autónomo como cualquier otra, y siempre le sonreí, todavía lo hago. Si vuelvo a encontrármela acaso me atreva a decirle que gracias a su gesto este chico pudo quedarse en España y prosperar y casarse y tener una niña preciosa que se llama Mariama Siré, una niña que podrá ir al colegio, al instituto y, si le gusta estudiar y tiene vocación, podrá ser médico, arquitecta, lo que ella quiera.
Los actos siempre tienen consecuencias a largo plazo, y a veces, sobre todo cuando provienen como en este caso de la bondad más pura, son maravillosas.
Anotado por Jesús Miramón a las 19:27 | 2019 , Diario , Vida laboral
martes, 26 de noviembre de 2019
Veintiséis de noviembre
Después de tantos años trabajando en Barbastro en contacto con la gente, conozco a decenas, a cientos de personas de la ciudad y también de las comarcas. Los veo caminar por la calle, nos saludamos, y no puedo evitar recordar sus historias, sus vicisitudes, las cosas que me contaron. Es algo que convierte a Zaragoza en un lugar extraño para mí, ya estoy acostumbrado a conocer a una de cada diez personas con las que me cruzo, y en la gran ciudad ese mar de rostros anónimos me desconcierta mucho. Jamás lo hubiera pensado.
lunes, 25 de noviembre de 2019
Veinticinco de noviembre
Hoy no me apetece escribir nada y eso es todo.
domingo, 24 de noviembre de 2019
Veinticuatro de noviembre
Si ni siquiera fuesen todavía las nueve me iría a dormir ahora mismo, pero no puedo hacerlo porque sé que a las tres de la madrugada me despertaría como si fuesen las siete de la mañana. Así que aquí estoy, haciendo hora para acostarme y sin saber muy bien por qué estoy tan cansado. He cocinado mucho, para dos o tres días, pero eso es algo que hago casi todos los domingos. ¡Y he dormido casi una hora de siesta después de comer!
Otro domingo que se apaga suavemente en este planeta. Tras las lluvias de estos días el río Vero fluye con fuerza y buen caudal de agua hacia el lejano mar. Creo que voy a ducharme y así no tendré que hacerlo mañana por la mañana. Y me voy a arreglar un poco la barba, que ya le toca. Primero barba y luego ducha, ese es el orden correcto. Ojalá tuviera tan claro el orden correcto de casi todo lo demás.
sábado, 23 de noviembre de 2019
Veintitrés de noviembre
Mi hermano J. nos recuerda en el grupo de WhatsApp que, como cada año, hay que recoger las olivas de mis padres para llevarlas a la almazara. Por un lado sí, es un día en el que nos juntamos todos con nuestras varas y trabajamos a destajo, y es bonito ver caer las olivas sobre las mantas, limpiarlas de ramas y hojas y luego cargar los sacos en el coche; por otro lado: oh, misericordia.
viernes, 22 de noviembre de 2019
Veintidós de noviembre
Días de lotería. La de mi empresa, la del Salud de Aragón, las compañeras de enfrente; la del club de futbol donde juega María, la del Alzheimer, la de la Asociación Española contra el Cáncer, la de la Cruz Roja. Como cada año, juego lo mínimo que puedo, pero al final siempre me veo con un buen puñado de boletos.
Por otro lado a veces me gusta imaginar cómo sería hacerme millonario sin ningún merecimiento, señalado únicamente por el aleatorio dedo de la fortuna. Qué dinero más absurdo. ¿Qué debe sentirse más allá del primer estupor y las primeras celebraciones? ¿Por qué yo y no otro? ¿Cómo puede ser?
jueves, 21 de noviembre de 2019
Veintiuno de noviembre
He ido a mi segunda sesión de rayos UVA y, al salir del coche, el aire olía como el de un pueblo mucho más pequeño que Barbastro: una mezcla de castañas asadas, leña en el fuego, humo de estufa antigua. Me ha sorprendido y gustado mucho al mismo tiempo. Aromas primitivos antes de entrar casi desnudo en una cabina espacial de luz radiante.
miércoles, 20 de noviembre de 2019
Veinte de noviembre
Se estropeó el horno y nos han instalado uno nuevo. En esta casa ha sido como estrenar un Ferrari, y ya lo hemos estrenado: mañana comeremos un plato tan típicamente español como los macarrones con chorizo gratinados que he guisado esta noche. Pensaré en ellos cuando esté trabajando.
Pero ahora se me cierran los ojos. Es hora de leer y quedarme dormido en la tercera página.
martes, 19 de noviembre de 2019
Diecinueve de noviembre
Al entrar en la cabina he cerrado la puerta, he pulsado un botón verde arriba a mi izquierda con la leyenda STAR, y toda la pared circular se ha encendido mientras un ventilador lanzaba aire sobre mi cabeza. Apenas podía ver nada a través de las gafas que protegían mis ojos pero pronto me he sentido relajado a pesar de los ruidos de la máquina. ¿Aparecería en una máquina similar situado al lado de la mía transformado en un hombre mosca? ¿Viajaría en el tiempo y al abrir la puerta estaría en medio de una batalla entre indígenas y romanos o, tal vez, en una tierra yerma y desierta de cualquier forma de vida, dentro de miles y miles de años? Notaba la radiación envolviendo todo mi cuerpo casi desnudo, oía mi propia respiración y me sentía bien, allí de pie en perfecto equilibrio, los brazos abiertos.
Al cabo de diez minutos la luz intensa y el ventilador se han apagado, he abierto la puerta de la cabina y todo estaba igual que antes de entrar en ella. Me he vestido, he abierto la puerta y una joven me ha dicho: "¿Qué tal tu primera sesión de rayos UVA? ¿Te has sentido cómodo? Te esperamos pasado mañana, Jesús". Espero que la idea de mi dermatóloga funcione y mi dermatitis nerviosa deje de acompañarme para siempre de una vez por todas. El plan consiste en abrasar la piel enferma poco a poco, la que pica y se ve y también las células que hay debajo esperando su ocasión, Reconozco que suena primitivo pero mi doctora me aseguró que había funcionado muy bien con pacientes como yo. Tal vez en eso, en su sencillez lógica, resida su éxito. Ojalá.
lunes, 18 de noviembre de 2019
Dieciocho de noviembre
Siento que me acerco a alguna parte. He tomado decisiones estos últimos días. Decisiones pequeñas, íntimas, invisibles fuera de mi casa, pero enormes para mí y quienes me quieren. Algo parecido a, siendo un guerrero asesino, decidir convertirte en un sacerdote budista, o al revés; algo parecido a ir en contra de mi naturaleza para regenerarla. Algo parecido a descubrir, a estas alturas, cosas sobre mí que espero que todavía estén ahí.
Oigo que Carlos ha llegado a casa. Nuestro hijo, de veintidós años, es como tifón, un toro bravo atravesando un apartamento de tamaño mediado intentando no tirar ni romper nada. Es todo pasión, vida efervescente. Ahora voy a dejar de escribir para estar con ellos y cenar, como siempre, cualquier cosa.
domingo, 17 de noviembre de 2019
Diecisiete de noviembre
Hoy no hemos salido de casa en todo el día. Me he quedado en la cama un buen rato recostado contra la almohada, el portátil en el regazo, y luego, después de desayunar, he pasado el aspirador y el polvo y me he puesto a cocinar comida para varios días. Mientras el cocido de hoy se terminaba de hacer hemos tomado un vermú, que es una de las comidas que más nos gusta tomar: mejillones en escabeche, patatas fritas, pepinillos en vinagre... guarrerías varias.
Ha sido un domingo tranquilo, de navegación sostenida y sin marejada, aunque, si pongo el oído en la pared, puedo escuchar perfectamente cómo la proa continúa abriéndose paso a través del agua.
sábado, 16 de noviembre de 2019
Dieciséis de noviembre
Están haciendo obras en el canal por el que solemos pasear y todo está hecho un desastre. Las excavadoras han arrancado mucha vegetación, incluyendo árboles. Creo que quieren ensanchar algunos tramos de la pequeña carretera y también arreglar el hormigón armado del cauce, muy deteriorado por el paso del agua y los años. En cualquier caso he caminado los seis kilómetros de rigor mientras Maite trabajaba en casa rodeada de exámenes y trabajos de sus alumnos. Los únicos pájaros que se han cruzado en mi camino han sido tres cuervos. Hoy no había nubes, sólo un cielo glauco y liso al que se asomaba un sol borroso, desvaído y sin forma, lejano, ausente. El otoño ha durado tres o cuatro semanas. No me importa porque amo el frío, pero también amaba la lentitud gradual con la que nosotros y la naturaleza pasaba del calor del verano al frío intenso del invierno tiempo atrás, hace mucho tiempo.
viernes, 15 de noviembre de 2019
Quince de noviembre
Esta mañana, al sonar el despertador, he esperado un rato y le he dicho a mi compañera que me tomaba un día libre de los siete que todavía me quedan este año. Otras semanas hubiera sido imposible porque sólo estamos tres trabajadores, y en cuanto uno coge vacaciones, somos dos y no puede quedarse sólo uno, se volvería loco. Pero hoy estábamos los tres, así que aprovechando esa circunstancia he disfrutado de un día de fiesta de los que yo llamo robados, inesperados. Me he vuelto a dormir hasta las diez y luego he hecho mis cosas tranquilamente, sin prisa, y he salido a hacer algunos recados. El aire llegaba con el frío de la nieve en las montañas. Como pasaba por delante de la Agencia comarcal he entrado a saludar y ver cómo andaban: me ha tranquilizado no ver largas colas. He vuelto a casa caminando junto al río. Los días "robados" son los que mejor saben, no sé por qué.
jueves, 14 de noviembre de 2019
Catorce de noviembre
Por la mañana, al despertar, llovía un poco. El cielo era gris y el suelo brillaba como mercurio pálido. Mientras me dirigía hacia el trabajo, las manos en los bolsillos, paso tras paso, recordé cuando días así me hacían feliz. Ahora puedo decir que me gustan mucho pero, desafortunadamente, no le vienen bien a mi química cerebral. Ahora comprendo aquel antiguo dicho: "Estoy como el día". Me gusta mucho la lluvia pero me afecta negativamente. Mi cerebro un poco enfermo necesita luz.
miércoles, 13 de noviembre de 2019
Trece de noviembre
Todo esto
es imposible.
martes, 12 de noviembre de 2019
Doce de noviembre
Estoy tan cansado que no sé ni pensar. Sólo quiero dormir pero al mismo tiempo en el cielo brilla una luna llena brillante como pocas he visto. Qué misterio el juego de la vida de no querer perderse nada y al mismo tiempo necesitar descansar, permitir que el cerebro se limpie para iniciar un nuevo día.
A veces me siento viviendo en un sueño ni siquiera mío, el sueño de alguien, de otra persona. Sé cómo suena, lo sé, tal vez estoy loco. Pero a veces me abordan ideas así.
Aunque sé cuál es mi objetivo en este planeta: la belleza, la belleza en cualquier sitio: en ruinas, en basura, en el pasado y en el futuro, en la música, en la poesía, en las relaciones sociales, en los paseos junto al canal de los fines de semana, en mi trabajo maravilloso, en todo lugar y situación. Creo que mi ADN me empuja a buscarla y articularla, darle voz y sentido, convertirla en algo que brille y se apague en la oscuridad, como así ha de ser.
lunes, 11 de noviembre de 2019
Once de noviembre
Escribo recién salido de la ducha. Huelo muy bien. He cocinado para cenar lomos de lubina a la plancha con pimientos verdes fritos, y no podía acostarme con ese aroma que, por otra parte, me encanta en una playa en verano, antes de ir a bucear.
Las segundas elecciones generales españolas no han resuelto nada, de hecho los acuerdos políticos están más difíciles que antes. No sé qué pensar. Al fin y al cabo, como sucede en el futbol con los futbolistas, en las elecciones votamos nosotros. ¿Acaso votamos mal? La ultraderecha española se ha convertido, desde la irrelevancia de anteayer, en la tercera fuerza política de España. Resulta que no somos distintos de Polonia, Hungría o Austria. El monstruo está ahí, respirando y sonriendo, sin prisa. El racismo, la homofobia, el nacionalismo español siempre estuvo allí, esperando su momento. La situación en Cataluña le ha venido que ni pintada. Cuántos miles no habrán votado a la ultraderecha pensando que defendían a España como los nacionalistas independentistas votan y cortan carreteras y autopistas pensando que defienden a Cataluña. Son, exactamente, las dos caras de la misma moneda. El nacionalismo es una mierda, atenta a la inteligencia humana y global. Atenta al único futuro posible.
Pero me centro en lo que puedo controlar, no en lo que no puedo controlar de ninguna manera. Me he duchado antes de irme a dormir en vez de esperar a mañana por la mañana porque olía a pescado a la plancha. Me he servido un whisky con hielo. Escribo exactamente lo que quiero, exactamente lo que me apetece escribir. Soy un ser humano muy afortunado por poder hacerlo. Hay países donde no podría. Después de las elecciones sigo sintiéndome un hombre libre y afortunado de, por absoluta casualidad, haber nacido aquí y no en otro lugar. El mundo -Chile, Bolivia, Siria, Afganistán, Turquía, Hong-Kong- está revuelto.
Por la mañana, camino del trabajo, miro las nubes a kilómetros de altura en el cielo y, no sé por qué, me dan calma. No sé por qué. Mucha calma.