El viento nos trae el frío helado de las montañas nevadas en abril. Todos lo comentamos ignorando absolutamente el futuro.
lunes, 28 de marzo de 2022
Que brilla
A pesar del cambio de hora del último fin de semana la noche cubre el campo. Los jabalíes y garduñas y zorros cuyas huellas quedarán registradas en los charcos secos de los caminos, salen de sus madrigueras mientras en el cielo oscuro navegan las nubes que cubren la luz de la luna. Un poco más lejos, en la lejana y pequeña ciudad que brilla, en uno de sus edificios, un ser humano escribe estas palabras como si supiera algo.
domingo, 27 de marzo de 2022
Mar de los sargazos
Qué verdes están los campos de cebada junto a la autovía regresando de Zaragoza. El cielo está nublado. Todos los almendros transformaron sus flores en hojas y futuros frutos. El coche devora los kilómetros prácticamente solo mientras Maite corrige exámenes a mi lado sin marearse (tiene ese superpoder, entre otros). De vez en cuando una rapaz perfila su silueta en el cielo, las alas abiertas, mi ignorancia incapaz de darle un nombre. En el otro lado de la carretera grandes coches regresan con cosas en el techo. Vienen de las montañas donde todavía hay nieve. Es el mundo, no hay más misterio. El fin de semana en Zaragoza fue bien, mi madre estuvo dulce, su agresividad desaparecida, como su memoria. Un tranquilo mar de los sargazos. Qué bien dentro de la desgracia. Cómo somos capaces de adaptarnos casi a cualquier cosa y qué poder inmenso, aunque a veces tiemble débilmente, el del amor.
jueves, 24 de marzo de 2022
Debo dejarme atrás
He abortado el proyecto de escribir cada día. Me generaba estrés y ansiedad, algo de lo que voy sobrado desde hace unos años. No sé por qué me propongo estas cosas: ni siquiera gano dinero con ellas y, respecto a lo demás, todo me importa una mierda, una mierda, en serio. Bueno, realmente todo no me importa una mierda, ¡pero sí casi todo! Debo liberarme de mí mismo, debo dejarme atrás poco a poco, debo verme cada vez más pequeño en el horizonte del pasado hasta desaparecer. --- Actualización: es al revés, todo me importa muchísimo, de ahí la ansiedad y el sufrimiento.
viernes, 18 de marzo de 2022
Plutón
El eco del ataque de ayer permanece pero se va amortiguando poco a poco. Pasé una noche terrible, apenas dormí cuatro horas, y desperté cansado, que es una de las cosas peores que le pueden pasar a uno: despertar como si toda la noche hubiera estado luchando a muerte contra un oso de humo negro. Pero aguanté bien la mañana en el trabajo, atendí a una veintena de personas y, poco a poco, fui recuperando confianza. El problema de los ataques o preataques de pánico es que pierdes confianza en tus herramientas mentales para hacer frente al estrés y el sufrimiento de los demás, y cuesta recuperarla después. Afortunadamente hoy es viernes y, a pesar de todo, podré domir un poco más y, sobre todo, serán dos días sin escuchar a decenas y decenas de personas con sus problemas y consultas individuales, todas muy importantes para cada uno de ellos y ellas, algo que comprendo perfectamente. En temporadas así no siento que vivo sino que sobrevivo. Probablemente a lo largo de la historia de mi especie no ha existido ninguna diferencia entre una y otra cosa, pero ahora sí, y es algo que todos podemos percibir, al menos en los países del llamado "primer mundo". Sobrevivo. Por otra parte soy tan feliz cuando me siento querido, y eso es algo que sucede cada día también. Mi mujer, mi hijo que vuelve de Zaragoza, mi hija a través del vídeo desde su apartamento en Bergen. Me quieren a pesar de ser quien y como soy, este nudo de emociones, contradicciones y sufrimiento por cosas que no deberían rozarme. Ya es de noche. El eco del casi ataque de pánico de ayer se disuelve poco a poco en mi cerebro, ese planeta gris tan lejano como Plutón. No sé qué quiero, no sé cómo enfrentar el día a día ni la enfermedad de mi madre. Y sé que miles y miles de personas antes que yo estuvieron en esta misma situación. Y sé que todo pasará, aunque todavía no.
jueves, 17 de marzo de 2022
Esponja
Esta mañana, en el trabajo, he sufrido el amago de un nuevo ataque de pánico. Hacía mucho tiempo que no me pasaba y ha sido terrible, aunque he podido controlarlo escondiéndome en el cuarto de baño y ejercitando los ejercicios de respiración que aprendí durante los años en los que canté en la Coral de Binéfar, los ejercicios que hacíamos antes de los ensayos y los conciertos. El día comenzó bien, pero atendí a dos personas que estaban mal, muy mal, y me contaron por qué estaban mal, todas las desgracias, una tras otra, que les habían sucedido, su impotencia, su rendición; ella se puso a llorar y yo no podía darles ninguna buena noticia, ninguna solución verdadera, sólo apaños, el ingreso mínimo vital, esa prestación tan mal diseñada y ejecutada; desde mi lado de la mesa, a pesar de la mampara de metacrilato, podía oler y sentir su desesperación y su dolor irreal, el sitio al que les había arrastrado la vida desde la crisis económica ya lejana de dos mil ocho. Pero es que antes de ellos había atendido a una mujer más joven que yo a quien le habían hecho un trasplante de médula y estaba pendiente de quién le pagaría al agotar el año de baja. Cuando, durante unos minutos, he quedado libre, me he escondido en el báter y he respirado profundamente, como aprendí a hacerlo cuando cantaba. He llorado un poco. No soporto el dolor de los inocentes, no lo soporto. Pero cuando he vuelto a mi puesto de trabajo he atendido a una mamá con su bebé de dieciséis semanas que me miraba todo al rato. Era, eran las dos, tan bonitas, pura esperanza, que mi acúfeno ha empezado a descender de volúmen y mi ansiedad se ha calmado para hablar con la joven madre sobre qué cosas verá su bebé, colonias en Marte, qué cosas que ahora no podemos ni imaginar. A la bebé le debía llamar la atención mi aspecto de vikingo con resaca y no me quitaba los ojos de encima. Yo le hacía muecas, le sonreía y entonces ella también lo hacía. Sus ojos glaucos achinados mientras reía me han salvado esta mañana, me han salvado literalmente, y me estoy dando cuenta de ello ahora mismo, mientras lo escribo. Mi compañera Esther, una mujer maravillosa que trabaja mesa con mesa a mi lado, me dice que soy una esponja y tiene razón. Afortunadamente no solamente lo soy para la tristeza sino también para la inocencia y la esperanza.
miércoles, 16 de marzo de 2022
Se aleja hacia el horizonte
Mañana me arrepentiré de irme tan tarde a la cama, lo sé. Aunque si cuando, tras escribir esto, me acuesto cerrando bien fuerte los puños, será como si durmiera el doble. Me lo dijeron hace muchos años, cuando era pequeño. Ignoro la base científica de algo semejante. Seguramente será mentira. Puedes dormirte apretando los puños pero, llegado el momento, los aflojarás como si murieses. Hoy estaba, estoy, terriblemente cansado porque los martes atendemos a la gente también por la tarde y salgo reventado de la agencia comarcal. Pero es como cuando uno tiene tanto sueño que no puede dormir. A veces el cansancio excede el momento de descansar y se aleja hacia el horizonte, indemne, dejándote a ti hecho una mierda. Y con el sueño pasa lo mismo, y probablemente con más cosas en las que no hemos reparado nunca. Voy a acostarme ahora y cerraré los ojos y, pase lo que pase, lo juro, no los abriré. Daré tiempo al tiempo. Dentro de una horas sonará el despertador. Daré tiempo al tiempo, digo, cuando es justamente al revés.
martes, 15 de marzo de 2022
Aquiles
Llovió durante casi todo el día. A mí, cuando tomo mi medicación, me gusta la lluvia porque me considero irlandés y asturiano por elección. Un día más y poco o nada puedo escribir. Atendí a personas que me hablaban y buscaban información, personas de todos los tamaños, aspectos y sexo. Siempre me conmueven, a pesar de los años que llevo ejerciendo mi profesión. De hecho cada vez me conmueven más. Somos muy poco frente a los avatares de la fortuna, me digo, y a continuación, inmediatamente, me digo que no, que podemos cambiarla. Yo soy así: como un Aquiles gordo, viejo, un Aquiles que no hubiera muerto en el fulgor de su juventud.
lunes, 14 de marzo de 2022
Marcianos
Todavía no es lunes pues todavía no me he acostado, y a la vez es lunes. Tengo sueño pero me gana, como siempre sucedió, este afán tonto de estar despierto. Cuando era pequeño me pasaba lo mismo. Ahora valoro el tesoro de cerrar los ojos y desaparecer del mundo y sus problemas, y sin embargo. El río fluye con más caudal del habitual frente a nuestro apartamento. Esta mañana o, mejor dicho, ayer al mediodía, los campos de cebada lucían un color verde esmeralda fresco y hermoso tras las lluvias de la semana pasada. La tierra reacciona enseguida a los regalos. En los charcos de arcilla junto al camino había huellas de jabalíes, pero sólo pude ver una rapaz sobrevolando el cielo. Cantos de pajarillos en las encinas carrascas a nuestro paso, como avisándose mutuamente de nuestra presencia. Sé que en unas semanas volverán los abejarucos y los aviones, esos compañeros de edificio durante nuestros años en Binéfar. Había muchas nubes en el cielo, algunas blancas y otras oscuras, a miles de kilómetros de altitud. Las nubes siempre me recuerdan que soy un marciano en mi propio planeta, y la mujer que camina a mi lado también, y mis hijos, y mis padres también lo son. Todo es asombroso si te paras a pensarlo, pero fuimos sólo a caminar. Seis kilómetros en una hora.
domingo, 13 de marzo de 2022
Domingo
Domingo en Barbastro. Este fin de semana no hemos ido a Zaragoza y he podido descansar de verdad: emocionalmente. Cuando son las once menos cuarto de la mañana me tomo un capuchino de Tassimo y veo que ha dejado de llover, así que iremos a dar un paseo junto al canal, por la estrecha carretera asfaltada que utilizan los trabajadores de la CHE. A la personas verdaderamente cafeteras estos cafés de cápsula les parecen una mierda, y posiblemente lo sean, pero a mí me gusta. Antes de irnos dejaré cocida al vapor la coliflor con patatas, y cuando vuelva sólo tendré que pasar por la sartén las migas de bacalao desalado y el ajo para chafarlo todo junto y hacer el pastel de coliflor con bacalao. También haré cabezada de cerdo con tomate y pimientos de piquillo, y esta tarde, cuando se hayan descongelado, chipirones encebollados. Ya lo he dicho muchas veces, pero dos de las cosas que más me calman y me relajan son conducir por carreteras locales y cocinar. Bueno, voy a cocinar la verdura y luego nos iremos a caminar, tengo ganas de ver cómo ha cambiado el campo tras estos días de lluvia.
sábado, 12 de marzo de 2022
Tan pancho
Miro en internet vídeos de personas que viven en la naturaleza, algunas de ellas tras renunciar a puestos de trabajo bien remunerados en grandes ciudades. Personas que en Canadá construyen sus propias cabañas y viven de lo que cultivan y cazan, y en China, y también aquí, en España (estas dos hermanas hispanodanesas me tienen enamorado). Me gusta ver los vídeos sentado frente al ordenador, tan pancho. Si hago el mínimo esfuerzo de observarme desde fuera resulta algo perturbador a decir verdad, pero me gusta. Me agrada hacer, ver, comer y beber cosas que me gustan. Soy simple, y eso también me gusta.
viernes, 11 de marzo de 2022
Crudeza
Los ginkgos de la acera de mi calle junto al río ya han comenzado a despertar y las yemas se abren paso en sus ramas grises. Todo comienza a resucitar. Hoy ha vuelto a llover un buen rato durante la mañana y el mediodía. Antes de salir del trabajo he tramitado la viudedad de una mujer cuyo esposo conocía desde hace muchos años, un hombre que estuvo en nuestra agencia hace dos semanas. Ella, claramente en duelo, ha dicho: "Era muy gruñón pero era él". Esto es lo que ha dicho exactamente. Enrique era socio de una gestoría de Barbastro que venía a menudo por nuestra oficina y sí que parecía un poco gruñón, pero era él. No ha llegado a jubilarse. Todos los días asisto a historias semejantes, aunque cuando conoces al fallecido desde hace tantos años es distinto. Y sin embargo amo mi trabajo, lo amo porque es un mirador privilegiado desde donde contemplar la naturaleza humana, y siempre me ha gustado contemplar, tratar de comprender, sentir, aprender, explorar. A todos nos espera la misma crudeza, pero mientras nos acercamos a ella o nos alcanza qué mejor que mirar a nuestro alrededor y asombrarnos.
jueves, 10 de marzo de 2022
La mirada de los demás
El día termina y voy a acostarme con una sonrisa en la boca. Son tonterías personales pero me ayudan a seguir adelante en medio de esta época convulsa que nos ha tocado vivir. De algún modo me siento en paz, tranquilo y muy cansado. Llovió por la tarde y el agua del río desciende más transparente de lo habitual. No quiero dejarme engullir por el horror de la guerra, no quiero dejarme arrastrar por la rabia y la infinita indignación, no al menos en este mi antiguo y pequeño rincón de Las cinco estaciones. No puedo permitírmelo por mí, por mi salud mental, porque mi tristeza no aportaría nada para solucionar tanta desgracia. El día termina y, porque la vida sigue, hoy me acostaré sintiéndome bien. No con nada exterior a mí, sólo con lo poco que día a día, lentamente, conozco de mí mismo en la mirada de los demás.
miércoles, 9 de marzo de 2022
Marea
Hace poco, no sé, cuatro o cinco años, no pensaba en la jubilación. Tengo cincuenta y ocho años y cumpliré cincuenta y nueve en mayo de este año. Durante las últimas vacaciones por primera vez he pensado que podría vivir perfectamente sin trabajar durante todo el tiempo. Me gustan tantas cosas que no me aburriría nunca, además de que poseo un secreto de mi generación que, por mi experiencia como padre, creo que ahora no tienen los jóvenes: sé aburrirme, no tengo problema en aburrirme. En mi infancia no había móviles ni entretenimientos durante las visitas a familiares en casas donde sonaba el reloj y pasaban las horas, así que aprendimos a estar allí sin más, comiendo alguna galleta del surtido de Cuétara y esperando volver a casa. Sé aburrirme perfectamente y hasta le he encontrado el gusto. Creo que ahora le llaman mindfulness. Sí, pienso en un futuro como jubilado y ya no me parece algo extraño ni raro: me veo alquilando una casita rural en Asturias durante los duros veranos de aquí y viviendo el resto del año en nuestro piso de Zaragoza, escribiendo, leyendo, viendo películas y series, dando paseos, cocinando y opinando de política en Tuiter. Tal vez muera antes, claro, de hecho si tuviese que imaginar mi futuro en atención a lo que veo en mi trabajo moriría la semana que viene: estamos rodeados de cáncer por todas partes, y por accidentes de tráfico, infartos, ictus, etcétera. Pero entonces me recuerdo a mí mismo que trabajo en una oficina de información de la Seguridad Social y que eso altera importantemente mi estadística. Sí: podría jubilarme mañana mismo, y me gusta mi trabajo. Pero son demasiados años escuchando voces distintas, problemas distintos; oliendo la pobreza, la displicencia, la ansiedad; demasiados años pasando en minutos de la alegría de una joven pareja que acaba de tener un bebé a la asombrosa serenidad de un enfermo deshauciado que viene con su mujer a preguntar cuánto le quedará de pensión de viudedad; demasiado tiempo siendo espectador de la fascinante pero a veces, muy pocas veces, decepcionante naturaleza humana. He aprendido a querernos, a quereros, a quererme: somos tan frágiles, estamos tan a merced de la fortuna. Sí, podría dejar esta marea atrás mañana mismo y volver a tierra para disfrutar de la mar desde la playa, paseando.
martes, 8 de marzo de 2022
Cinco minutos
Hoy ha llovido durante toda la mañana en Barbastro. El cielo gris como mis viejas camisetas de andar por casa acentuaba los colores de las casas, las calles, los semáforos y los coches rojos, azules, grises y negros aparcados en la acera. Me gustan los días lluviosos. He salido del trabajo sin paraguas y durante los escasos cinco minutos que he tardado en llegar a mi casa me he dejado mojar por la lluvia suave sobre mi cabeza, mis hombros, mis piernas. Sé que todo esto pasará, pero he disfrutado de cada paso mientras el cercano río Vero fluía calmadamente hacia el lejano mar.
lunes, 7 de marzo de 2022
Huida
Acabo de ducharme para poder estar mañana un poco más en la cama. Escribo sentado en calzoncillos oliendo a champú y gel, limpio como una patena. Recuerdo que cuando era pequeño tenía un tío que se cagaba mucho en la patena, decía como si nada: "¡Me cago en la patena!". Por aquel entonces yo estudiaba en un colegio religioso, Dominicos concretamente, y un día le pregunté no sé si a mi padre o a mi madre qué era una patena. Me dijeron que era la bandeja donde se servían las hostias durante la misa, es decir: las bandejas donde se servía la carne de Cristo, y me di cuenta del tamaño y el pecado del juramento aparentemente banal de mi tío y de tantos otros. Se cagaban en la bandeja donde se repartía la carne del hijo de dios. Fue un shock para mí. Me he acordado de eso. Días difíciles en todos los frentes: en los internacionales, en los personales también: no soporto el dolor del mundo, no soporto el sufrimiento de mis padres. Pero la noche viene a aliviar los pesares del día. Así, recién duchado, a punto de acostarme y cerrar los ojos oliendo bien, el cabello y la barba bien limpios, me hago la ilusión de que existe cierto orden o belleza, o bienestar, o huida.
domingo, 6 de marzo de 2022
Ballenas azules
Es muy tarde. La noche no habla de mí ni de ti, solamente gira despacio hacia su desaparición temporal mañana, dentro de unas horas, con los primeros rayos del sol. Y sin embargo hablamos de ella como si supiésemos algo, y escribimos bellas frases y poemas y palabras. Yo sé hacerlo, lo hago desde que tenía doce años. Nada me sirve de nada en realidad. Y está bien que así sea. Nadie está a salvo de nada ni es mejor que nadie. Creo en la justicia aunque la naturaleza de la vida no lo haga -sé que somos hermanos de hormigas y halcones y ballenas azules. Siento dolor y tristeza porque estoy vivo, lo sé, igual que en otros momentos sentí placer y alegría. No acabo de comprender nada del todo, e intuyo que moriré así. Si he de ser sincero, me duele saber que me quedaré sin conocer mucho más allá de lo que puedo alcanzar, pero nada puedo hacer al respecto.
sábado, 5 de marzo de 2022
Inexorable
Fin de semana en Zaragoza. La enfermedad de Nati avanza inexorable sin que quienes la amamos podamos hacer nada más que darle, a ella y a Jesús, su cuidador, todo el amor del que somos capaces. Maite y yo regresamos de su casa agotados emocionalmente, sin decir una palabra durante el rato que tardamos en regresar a nuestro apartamento. Luego, ya en el ascensor, nos miramos y nos abrazamos. La vida.
viernes, 4 de marzo de 2022
El tesoro
Ayer y hoy llovió un poco. No lo que necesita esta tierra de viñas y olivos y almendros donde no cae una gota desde hace meses, pero llovió un poco al menos. Madrugamos, nos duchamos, vamos al trabajo, a comprar, llevamos a los niños al colegio, los vamos a recoger, todo eso: la vida normal. Normal. Ojalá nunca sepamos el tesoro que era.
jueves, 3 de marzo de 2022
Viktor
Hoy en el trabajo he atendido a Viktor. Conozco a su madre, Olga, y también a su hermana, Svetlana, desde hace muchos años. Ha venido para tramitar una Incapacidad Permanente a instancia del Instituto Nacional de la Seguridad Social al amparo del convenio bilateral entre España y Ucrania. Hemos hablado. Su hermana ahora mismo está allí con su marido y su suegra, que está incapacitada, lo cual les impide venir a España. Los niños están aquí, con su abuela. En un momento dado de la conversación se le han humedecido los ojos y, claro, a mí me ha pasado lo mismo. Me ha enseñado fotografías que le envía su hermana: edificios destruídos totalmente, árboles arrasados por las bombas: lo que vemos cada día en las noticias, aunque esas fotos las había hecho Svetlana desde allí. "Si no estuviera enfermo estaría allí luchando, cerca de mi hermana, defendiendo mi país", me ha dicho. Y se ha puesto a llorar de impotencia y dolor. He salido de detrás de mi mesa y la mampara y le he cogido la mano y el brazo. No soy inmune al dolor de los demás. Se ha calmado poco a poco. Luego se ha ido y me he asomado a la ventana que hay tras mi silla para observarle. Cojeaba ligeramente, los hombros hundidos, un ucraniano enfermo en Barbastro, un pueblo al norte de Aragón, en España. Su hermana durmiendo y viviendo en un sótano. La vida, que hace semanas era una vida normal como la nuestra, con terrazas llenas de gente, cines, restaurantes, comercios, destruida en dos días. Me he dado cuenta de que le daba vergüenza llorar y le he cubierto un poco con mi cuerpo antes de despedirnos. Nada está escrito. Nada. Ni la paz ni la guerra ni el futuro ni nada de nada. Por eso escribo.
miércoles, 2 de marzo de 2022
Cosas bonitas
Hoy me siento tan cansado que creo que no esperaré a la medianoche para abandonar en el último momento del baile una de mi botas como un ceniciento cualquiera. Me acostaré temprano para lo que son mis (malas) costumbres e intentaré soñar con cosas bonitas: bosques, caballos, el mar, un río escoltado por fresnos y rosales silvestres. La primavera está a la vuelta de la esquina. Con la edad he aprendido a amarla.
martes, 1 de marzo de 2022
Los prados verdes
Sólo aspiro a una vida normal, mantener la vida normal que tengo. Hace unas semanas a una persona de Barbastro le tocaron diez millones de euros en la lotería. Mi querida compañera de trabajo Esther dijo literalmente: menudo ladrillazo en la cabeza, y le comprendí perfectamente. Una vida normal. Días buenos y días malos. Dinero suficiente para comer y beber bien, la gasolina del coche, sustituir los calzoncillos que se rompen, siempre por el mismo puñetero sitio. Amor diario, no extraordinario: amor diario y pequeño, ese que riega los humildes y hermosos prados verdes.
lunes, 28 de febrero de 2022
Como la lluvia que no llega
Trabajo en una agencia de la Seguridad Social a pie de calle informando al público, y los lunes suelen ser terribles. No sé, es como si durante el fin de semana a los ciudadanos nos diese por pensar: ¿Y si me jubilo?; ¿y si este verano me voy de vacaciones y me ha caducado la tarjeta sanitaria europea?; ¿en qué ha cambiado la ley general de la seguridad social a partir del uno de enero de este año?; ¿cuántos años cotizados tengo?; me queda un mes para dar a luz, ¿qué tendré que hacer para percibir la prestación de maternidad?; voy a contratar a una empleada de hogar, ¿cómo lo hago?. Es sin lugar a dudas, junto al martes, el día más complicado, porque la mayoría de las personas acuden sin cita previa y, como vienen desde pueblos y lugares distantes -mi agencia es comarcal y atiende a un territorio inmenso- y no tenemos corazón para no atenderles, terminamos derrengados y con un estrés tremendo. No me quejo, me gusta lo que hago, pero los lunes salimos todos sin saber ni cómo nos llamamos, con el cerebro derretido. En una trinchera como la mía se palpa muy bien cómo está la población, cuáles son sus preocupaciones. Noto intensamente que la crisis económica de dos mil ocho y después la pandemia ha dejado un rastro profundo, mucha ansiedad, muchas tragedias de salud y también económicas, mucho nerviosismo y miedo al futuro. Es algo que supongo que sucede en toda España: se respira inquietud e incertidumbre, y sólo ha faltado la invasión de Ucrania por parte del sátrapa Putin para alimentar la desesperanza. Después de tantos años trabajando en esto, en vez de endurecerme mi empatía y mis neuronas espejo se han hiperdesarrollado, con lo que a menudo salgo hecho polvo de la oficina de información no ya por la carga de trabajo, que es muy grande, sino por las cosas que me han contado, el tono de las voces, la tristeza o la desesperación. A menudo, allí o también en Zaragoza, me gustaría poder ser un ladrillo emocional, muchas veces lo he deseado y he maldecido no saber serlo. Pero estas cosas son como la lluvia que no llega, las nubes blancas a kilómetros de distancia de la superficie desde donde las miro, aunque por su tamaño parezcan más cerca; estas cosas son como el latido permanente de mi corazón o la respiración inconsciente de mis pulmones: forman parte de mi naturaleza.
domingo, 27 de febrero de 2022
Lo mejor que sé hacer
Este fin de semana, por primera vez en mucho tiempo, nos hemos quedado en Barbastro. Hemos ido a pasear por el campo. Todos los almendros estaban en flor. Hoy es domingo: el último día que me duché fue el viernes antes de ir a trabajar. Emocionalmente ha sido un masaje maravilloso (y sé cómo puede sonar esto a quien no tenga familiares enfermos cerca, pero ya me da igual, yo sé). Lo mejor es que he podido dedicarme a lo que mejor sé hacer: no hacer nada exactamente.
sábado, 26 de febrero de 2022
Pajaricos
Es raro. Hay guerras -no solamente la de Ucrania, ahora mismo probablemente estén bombardeando Yemen y Damasco, y todas las que estoy olvidando sin querer- y yo estoy aquí, en este pequeño rincón de mi casa donde siempre escribo, como si no pasara nada. Mi madre duerme (¿con qué soñarán los enfermos de Alzheimer, que en este otro lado no tienen memoria?) y yo estoy aquí, sentado en esta silla de Ikea, frente a una pequeña mesa blanca junto a mi cama. Los pajaricos de esta tarde, gorriones todos en fila sobre la farola al sol que hay frente a nuestro salón, a estas horas deben estar durmiendo en alguna parte que no conozco. Los jabalíes salen a alimentarse sin tener en cuenta la propiedad de los campos de maíz. Echo mucho de menos el mar cuando jamás viví en su orilla. Echo de menos algo que no sea todo esto. Echo muchísimo de menos a alguien que sea yo y al mismo tiempo no lo sea. Echo de menos a otro Jesús Miramón distinto, mejor y más tranquilo y responsable que yo.
viernes, 25 de febrero de 2022
Guerra
En plena guerra de la extinta Yugoslavia Maite estaba embarazada de Paula, nuestra hija mayor, hace treinta años. Eran nuestros últimos días en Banyoles y recuerdo que, durante una consulta con su ginecólogo, salió el tema de aquella guerra terrible. Aquel hombre, muy agradable y profesional, torció el gesto y nos comentó que ya no podía ver las noticias en la televisión porque se sentía impotente al no poder hacer nada para evitarlo. Yo entonces lo comprendí a medias: ahora lo comprendo del todo. Él dijo, y lo recuerdo perfectamente: ¿Qué debo hacer, dejar a mi familia e ir allí a combatir contra los serbios? ¡Ni siquiera sé cómo funciona un arma de fuego, sólo soy médico! Sí, ahora le comprendo bien. Hay momentos de la vida en los que la información sólo te genera impotencia. Y no sucede sólo con las guerras, también con las hambrunas, los naufragios nocturnos y terribles de migrantes que buscan un futuro mejor, tanto dolor y desesperación en el mundo. Putin, el presidente de Rusia, dio la orden de invadir Ucrania la pasada madrugada. No las zonas supuestamente prorrusas del Donbass, no, todo el país. Ahora mismo están a treinta y cinco kilómetros de Kiev. Y yo, que ya tengo una edad, puedo comprender el marco teórico de todo: Rusia no quiere a la OTAN y su poder nuclear en sus límites fronterizos, Rusia quiere mantener su influencia en las regiones que fueron parte de su territorio, y si para ello debe romper con el derecho internacional y la soberanía de Ucrania, está dispuesta a hacerlo y, de hecho, así ha sido. Putin ha hecho lo mismo que Hitler hizo en Polonia, y me resulta profundamente desesperanzador que en este siglo se repita el horror del siglo pasado. Y todavía me parece más desesperanzador que haya personas de izquierdas que defiendan a Putin, que bien podría ser un personaje de cómic, ridículo y malo acariciando un gato, cuando es un dictador que encarcela a sus contrincantes políticos, si no les envenena antes, y niega los derechos de las personas LGTBI. He escrito que ya tengo una edad. He asistido a varias guerras. La de Yugoslavia, al suceder en Europa, fue especialmente terrible, y esta afirmación es injusta pues no fue más terrible que las que durante los últimos treinta años se han dado en Asia, África y demás lugares del mundo. En Yemen Arabia Saudí, apoyada por los Estados Unidos, bombardea y asesina a civiles, niños incluidos. Por no recordar la guerra de Irak basada en la mentira de las armas de destrucción masiva que luego trajo la de Afganistan, un triste y cruel país para las mujeres del que ya nadie se acuerda después de que los talibanes la ganaran y los países occidentales abandonaran a su población a su amarga y desgraciada suerte. Y a pesar de todo me sigo conmoviendo. Me sigo enfadando e indignando. Siempre he dicho que yo no soy pacifista sino pacífico. Asesinaría a dentelladas y con las uñas, como un animal rabioso, a quien amenazase a las personas que amo. La invasión de Ucrania es una violación a plena luz del día delante de toda la Unión Europea y la OTAN. Y Putin es el responsable, el violador, el criminal, el dictador de facto de un país inmenso que, en su día, venció al fascismo. No sé qué sucederá en los próximos días. Ahora mismo los soldados ucranianos combaten en un aeródroma cercano a la capital, Kiev, contra el intento ruso de establecer una cabeza de puente con fuerzas especiales. Es la guerra. Entre mis usuarios en el trabajo hay ciudadanos ucranianos que llevan muchos años residiendo en España, algunos prorrusos y otros lo contrario, pero creo que con lo sucedido desde ayer ya todos se sienten ucranianos. Tengo ganas de que vengan a mi agencia por cualquier otro tema y hablar con ellos sobre esto. Me voy a la cama, tarde como siempre, sin el estruendo de las bombas, sin la amenaza de la guerra, sin necesidad de recoger las cosas más importantes y salir corriendo de mi país huyendo de la violencia y la muerte. Cerraré los ojos y dormiré sin miedo, aunque con el corazón encogido.
jueves, 24 de febrero de 2022
Playa
Otro día se acerca a la orilla para acariciarla y retirarse dejando sitio al siguiente. Yo hoy no soy el mismo que ayer y también rompo en la orilla y vuelvo a chocar contra ella. El tiempo la acaricia y yo rompo en ella porque no sé ser de otro modo. Palabras y palabras y palabras. ¿A quién quiero engañar? Todo, absolutamente todo, lo ignoro.
miércoles, 23 de febrero de 2022
Como si el mundo lo fuera todo
Siempre me he complicado mucho la vida. Desde que era un adolescente le he dado a todo muchas vueltas. Ahora estoy cansado. Me gustaría detener mi cerebro, hacerlo entrar en reposo como hacemos con los odenadores, y luego, cuando quisiera, despertarlo. La tierra gira en la galaxia y yo sobre ella sentado con mi culo gordo en una silla de Ikea. No me gusta ser como soy, esto tengo que decirlo con absoluta sinceridad. Hay muchas cosas de mí que no me gustan y podría cambiar si fuese un ser humano inteligente, pero no lo soy: soy un viejo idiota y vago, y compulsivo, y sensible sin control alguno, algo todavía peor que ser insensible. Sí, siempre he hecho de todo un mundo como si el mundo lo fuera todo.
martes, 22 de febrero de 2022
Un hurón, otra oportunidad
Un nuevo día comienza, ajeno a todo, sólo porque sí. He cagado y me he duchado. Ahora, limpio como una patena, escribo con un capuchino de Tassimo a mi lado: lo necesito para comenzar a ponerme en marcha. Me acabaré de vestir y acudiré al trabajo. Ignoro qué personas se sentarán al otro lado de mi mesa ni qué querrán preguntarme. Por no saber no sé si hoy se precipitará sobre nuestro planeta un meteorito no detectado que acabará definitivamente con cualquier forma de vida. Vale, lo sé, mi imaginación es como un hurón sin control, lo sé, vale. Un nuevo día comienza. Una nueva vida. Otra oportunidad.
lunes, 21 de febrero de 2022
Primates
Escucho a Maite, mi mujer, hablando con su mejor amiga, que se llama Raquel. Se conocen desde hace cincuenta años, han compartido toda su vida juntas y siguen ahí, la una para la otra. Es algo que me maravilla, porque a mi mejor amigo lo conocí cuando yo ya tenía veinticinco o veintiseis años, es decir: hace más de treinta. No guardo ninguna amistad anterior, nunca las tuve. Me emociona oír a mi compañera hablar con otra mujer a la que conoce desde que eran unas niñas pequeñas. Estas cosas me conmueven mucho, y pienso en lo que significa el paso del tiempo, esta experiencia tan absolutamente insólita que vivimos con la normalidad imprescindible para no volvernos locos de remate. Siempre lo he dicho y escrito: somos unos primates tan esquizofrénicos como para vivir sabiendo que moriremos como si, en realidad, no lo supiéramos. Somos poesía carnal caminando sobre la tierra. La amistad es una de las mejores y más limpias y puras manifestaciones del amor. Siempre la defenderé. No tiene nada que envidiar a las otras -y voy a confesar algo: el sexo con la edad deja de tener la importancia que tenía cuando tu novia te metía la mano en los pantalones. Amor, y amor, y amor. Con sexo, sin sexo, en la misma cama, en camas separadas, separados por dos manzanas de casas, por cientos de kilómetros. Amor. Compadezco profundamente a quien no sepa qué es, qué se siente. En este momento de mi vida es lo único que da sentido a mi existencia.