Los domingos por la tarde se parecen al desierto de Atacama, a la Antártida, a la fosa de las Marianas. Parece que no fuese posible la vida allí, pero existe. Primitiva, básica, simple, pero vida viva. Células reproduciéndose y sustituyéndose una y otra vez. Nubes en el cielo a kilómetros de altura tiñéndose con las últimas luces del sol.
Los domingos por la tarde se parecen a un final del mundo que, a estas horas, ya no nos importara, que aceptásemos mansamente como tantas veces aceptamos las cosas. Los domingos por la tarde son el momento ideal para invadir un país o un planeta, el momento ideal para acunar la esperanza en vez de despertarla. Duerme, duerme, pequeña.
domingo, 10 de febrero de 2019
Diez de febrero
sábado, 9 de febrero de 2019
Nueve de febrero
No había niebla en Binéfar, y además aparqué en una zona restringida a la policía local y me pusieron una multa que pagaré el lunes en el banco (si lo hago antes de veinte días naturales pago la mitad, en este caso veintisiete euros).
Pero me lo pasé muy bien. Tengo una relación de amor con Binéfar. Viví allí entre mil novecientos noventa y siete y, no sé, ¿hace tres o cuatro años? Allí crecieron mis hijos, allí canté en un coro del que llegué a ser su presidente; allí, después de los ensayos, íbamos al Chanti a tomar unas copas. Quiero mucho a ese pequeño lugar en el mundo como quiero mucho a Cataluña, donde viví casi diez años de mi vida y donde aprendí su idioma, una lengua que me encanta practicar cada vez que tengo la mínima oportunidad.
Anoche lo pasé muy bien con tres amigas por las que siento un cariño inmenso. Cada una de ellas es absolutamente distinta de las demás; cada una tiene su personalidad, su historia familiar, sus ideas políticas, y cada una de ellas son preciosas para mí, precisamente, por eso.
Anoche, mientras regresaba a Barbastro conduciendo por la misma carretera que recorrí durante años y años cada día ida y vuelta, sólo tenía un temor: que hubiese un control de la Guardia Civil en la rotonda de entrada a Barbastro. Se ponen mucho allí y nos habíamos bebido dos botellas de vino y -yo- un gintonic.
La noche estaba preciosa, oscura, negra. Ya he dicho muchas veces que me encanta conducir de noche y es la pura verdad. Con las luces verdes de los instrumentos de mi vieja Citroen Picasso y los faros iluminando el futuro, no me cuesta nada conducir imaginándome el piloto de una nave espacial. En realidad sé que lo soy como lo sois todos vosotros y vosotras devorando kilómetros bajo la tímida luna. Kilómetros y tiempo y espacio. Si por mí fuera conduciría siempre de noche, sin interferencias, sin tráfico, sin la pesada y molesta presencia del prepotente sol, ese dios de verdad.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:06 | 2019 , Después del ensayo , Diario
viernes, 8 de febrero de 2019
Ocho de febrero
Despierto bruscamente de la siesta como si regresase de una vida paralela o hubiera sido excretado por el otro lado de un agujero negro. Durante unos segundos ni siquiera sé dónde estoy.
Pero debo darme prisa porque tengo una cita en Binéfar. Allí he quedado con tres amigas a las que hace mucho tiempo que no veo. Hace meses que no voy a Binéfar. ¿Habrá niebla? Me gustaría.
jueves, 7 de febrero de 2019
Siete de febrero
Lo que más anhelo después del amor es la paz. La paz sensorial, la paz mental, la paz como concepto de todo lo contrario a la ansiedad y la angustia, la paz como sinónimo de descanso, incluso de cierta insensibilidad controlada, si eso es posible. No sé por qué mi cerebro se empeña en sentir el amor pero no la paz, aunque vivo día a día y contemplo, y exploro, y también imagino. Imagino. Imagino.
miércoles, 6 de febrero de 2019
Seis de febrero
Estaba mal aparcado frente a la policlínica cuando ella ha salido de su consulta médica. Ha echado un vistazo alrededor y, al descubrirme, ha sonreído. Después de cruzar la calle tras mirar a un lado y otro ha entrado en el coche y se ha sentado en el asiento del copiloto. Durante esos segundos previos, ese instante en el que la he visto un poco de lejos, buscándome con la mirada, he vuelto a saber por qué me enamoré de ella hace treinta y cinco años.
martes, 5 de febrero de 2019
Cinco de febrero
Ya sabéis que los martes abrimos la agencia por la tarde, de cuatro a siete. Son muchas horas atendiendo al público y salgo reventado. Muy, muy reventado. Imagino que mi creciente edad también tiene su importancia en ello.
Esta mañana, a última hora, he sentido el pitido agudo en mis oídos que precede a un ataque de pánico, pero he podido relajarme respirando despacio y controlándolo sin que la persona a la que estaba atendiendo se diera cuenta, espero. No lo creeréis pero cuando el tinnitus aparece le hablo mentalmente y le digo: suena lo que quieras, llena mi cerebro de ese La agudo y permanente, no podrás conmigo, vete a la mierda, me río de ti, me cago en ti, acúfeno de los cojones, no podrás conmigo. En serio, lo pronuncio mentalmente mientras fijo mi mente en lo que estoy haciendo. Combato fuertemente, salvajemente, sin que a mi alrededor nadie lo sepa. Y he aprendido a ganar batallas que antes perdía porque, concentrado a propósito en otras cosas mientras le insulto soezmente, de pronto el cabrón desaparece. Es tan extraño... pero no voy a perder un segundo más en él, que le den morcilla. Hasta la vista, baby.
Febrero avanza y, como sé lo rápido que desaparecerá el invierno, disfruto del frío en mi rostro caminando por la calle, esa sensación de despertar del todo en los cinco minutos que hay entre mi domicilio y mi mesa de trabajo. Amo el frío y sé que pasará. A veces voy a hacer recados y los alargo para pasear un poco más y sentirlo en mi frente, en mis pómulos, en mis patas de gallo, en mis ojeras antiguas desde la adolescencia. Febrero avanza y en nada estaremos en marzo, luego en abril y se acabó lo bueno. Volveremos a desnudarnos impúdicamente. Volveremos a sudar. Pero detente, Jesús, ¿qué cojones haces? Vive el momento. Hace frío. ¡Hace frío! ¡Goza!
Anotado por Jesús Miramón a las 20:52 | 2019 , Diario , Vida laboral
lunes, 4 de febrero de 2019
Cuatro de febrero
Otra mujer en situación de extrema vulnerabilidad por malos tratos. Sentencia de alejamiento. Un hijo de doce años y otra de cuatro. Invirtió sus ahorros en el negocio de su maltratador y ahora se ve en la miseria. Me he arruinado por un amor equivocado, me ha dicho.
A muchos políticos les pondría una silla a mi lado durante una semana. No les pediría que hicieran nada, que movieran un dedo. Su único trabajo sería escuchar a quienes se sientan al otro lado de mi mesa.
Esta joven madre va a cobrar una renta de inserción de cuatrocientos treinta euros mensuales. También bonos para comprar alimentos. He llamado a mis amigas, las trabajadoras sociales de la Comarca, y me han dicho que, mientras cumpliera los requisitos para cobrar esa ayuda, no podía optar a otras. Normas. Instrucciones. Poco dinero para la intervención social inmediata.
Hace unos pocos años me hubiese tenido que ir al almacén donde guardamos las cosas a llorar. Afortunadamente ahora sé gestionar estas situaciones: mi labor es centrarme en ella y hacer todo lo que esté en mi mano y no martirizarme por lo que no lo está. He aprendido. Le he dicho que viniese cuando tuviera cualquier duda y, sin ninguna información de primera mano, le he dicho que seguro que las cosas mejorarían. Como siempre, le he preguntado si la Guardia Civil y la Policía Local estaban al tanto de su caso y de la orden de alejamiento. Me ha dicho que sí. Le he recomendado que hiciese las gestiones para obtener un abogado de oficio gratuito y tratar de recuperar el dinero que había perdido. Me ha dicho que lo iba a hacer. Me he centrado en ella, no en el dolor que su situación podía provocar en mí. Ha dado resultado. Aunque son casi las nueve de la noche y no consigo sacármela de la cabeza.
Los políticos detrás de mí, invisibles, escuchando las cosas que yo escucho, eso me gustaría mucho. Leyendo las sentencias que yo leo, oyendo a los pensionistas que cobran menos del salario mínimo de este año, que son miles y miles. Sobre todo los políticos que piensan que son innecesarias las leyes de violencia de género. Me hubiera gustado tener a uno de ellos sentado a mi lado esta mañana, e incluso dejarle que diera respuesta a esa mujer.
Jamás en mi vida pensé que me vería en esta situación, me ha dicho. Yo era una persona normal, me ha dicho.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:54 | 2019 , Diario , Vida laboral
domingo, 3 de febrero de 2019
Tres de febrero.
Hoy sólo he salido de casa para tirar la basura. El viento que soplaba ayer y convertía la campana extractora de la cocina en una especie de instrumento musical seguía soplando esta mañana. Un cielo azul muy alto y muy azul, despejado, abierto. Mi hija lo echa mucho de menos en Bergen.
De vuelta a casa me he encontrado con una vecina que es hermana de una becaria que hizo sus prácticas a mi lado: Laura. Sé que tuvo un bebé y le he preguntado a su hermana por ella. Convivimos laboralmente tres o cuatro meses y fue un placer, Laura es una persona muy tímida pero encantadora e inteligente.
Su hermana, esta mañana, frente a nuestra casa, llevaba un perro precioso, algo mayor, de color canela. Mientras hablábamos le he acariciado la cabeza, las orejas, el lomo, era un amor de perro. El río fluía un poco más allá, al otro lado de la valla. Mañana de un domingo casero y tranquilo. A veces las cosas son fáciles si se pone un poco, sólo un poquito, de voluntad.
Anotado por Jesús Miramón a las 18:43 | 2019 , Diario , Vida laboral
sábado, 2 de febrero de 2019
Dos de febrero
El fuerte viento se filtra a través de la campana extractora de la cocina. Ulula débilmente. Miro en la televisión las imágenes del frío glacial en Chicago y otras ciudades de Estados Unidos. ¡Cuarenta grados bajo cero! Y mi imaginación comienza a funcionar como si un niño le hubiera dado cuerda girando una pequeña llave en mi espalda.
El mundo está cambiando a una velocidad mucho mayor de lo que se pensaba hace diez o quince años. No dudo de que nuestra especie sobrevivirá temporalmente, tampoco de que el número de sus millones de habitantes disminuirá drásticamente, a menos que colonicemos otros planetas, algo que hoy por hoy parece imposible, como imposible parecía lograr pisar el suelo de la luna. Las migraciones climáticas serán todavía más dramáticas que las económicas o políticas: cuando dejemos de poder sembrar y alimentarnos iremos allí donde podamos hacerlo, y no habrá espacio para todos. Por rápido que esto suceda casi con toda seguridad yo ya habré muerto, algo que me da mucha rabia porque me impedirá seguir mirando y explorando, que es lo que más me gusta hacer (haciendo honor a mi apellido).
Limpio concienzudamente la vitrocerámica de nuestra cocina con Vitroclen y una rasqueta, y mientras lo hago escucho el viento filtrándose a través de la campana extractora. Cierro los ojos y me imagino viviendo en un refugio, algo así como un iglú de ladrillos y hormigón armado. Después abro los ojos y caigo en la cuenta de que hoy es uno de los días más importantes en Barbastro: la Feria de la Candelera. Siempre se ha celebrado a través de los siglos desde mil quinientos trece. Con lluvia, con viento, con nieve. Esa asombrosa tenacidad me hace creer, mientras limpio, que en nuestros genes están firmemente ancladas las moléculas químicas necesarias para sobrevivir como individuos y, sobre todo, como especie. Eso me gusta pensar.
viernes, 1 de febrero de 2019
Uno de febrero
Enero se despidió con lluvia y febrero comenzó con ella aunque pronto amainó. Me gusta cómo huelen las calles mojadas. El cielo gris. Un gato que pasa entre dos coches. Abrir la agencia. Encender el ordenador mientras la pequeña ciudad despierta del todo. Ordenar mi mesa de trabajo. Levantar la persiana a las nueve de la mañana para que nuestros clientes entren y todo comience.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:13 | 2019 , Diario , Vida laboral
jueves, 31 de enero de 2019
Treinta y uno de enero
Enero de dos mil diecinueve no sabe que hoy termina. Nunca volverá a existir en el universo que nuestra especie ha explorado hasta ahora. Si un vaso al borde de la mesa cae y se rompe en diminutos pedazos de vidrio no es posible hacerlo regresar al punto de partida y lograr que se mantenga intacto. El tiempo es, exactamente, eso.
Cada día publico una fotografía en Instagram y escribo aquí, en este diario. Tanto las fotografías como los textos son del día en cuestión, no son refritos ni despensa. En eso quiero ser honesto conmigo mismo.
Es, lo sé, un proyecto creativo sin ninguna importancia, una especie de tozudez típicamente aragonesa, aunque yo sea navarro de nacimiento. Mientras no caiga en el abismo de Helm intentaré mantenerme fiel a mi propósito. Mañana haré otra fotografía, mañana escribiré otra vez. Vivo, observo y escucho. Es suficiente para mí.
miércoles, 30 de enero de 2019
Treinta de enero
Son casi las nueve de la noche y pienso: "todavía no he escrito mi entrada del día". No me agobia, son tantos años escribiendo este diario. Pero de algún modo ese pensamiento me plantea la siguiente pregunta: ¿es necesario escribir? Evidentemente no. Por eso escribo, porque no es necesario.
No es necesario dar testimonio: este acto diario es producto de mi pura voluntad. Dejar estas migas de pan en el suelo mientras me adentro en el bosque, eso sí procede de mí.
martes, 29 de enero de 2019
Veintinueve de enero
Cada latido de nuestro corazón,
incluso en las más difíciles circunstancias,
trabaja mecánicamente
para que exista otro a continuación.
De ese movimiento
se alimenta la esperanza.
lunes, 28 de enero de 2019
Veintiocho de enero
Este día común muere poco a poco, aunque tú y yo sabemos que ningún día es común. Yo, por ejemplo, antes de ponerme a escribir esta noche, tuve una conversación de vídeo-llamada con mi mejor amigo. Charlábamos y reíamos mientras él luchaba con un tronco demasiado grande en su chimenea de Girona. Me maravillan estos adelantos tecnológicos: él me veía y yo lo veía a él hasta que desaparecía en dirección al fuego y regresaba a la pantalla. En diciembre estuve allí, en su casa junto al bosque, conozco sus estancias, la esquina donde está la chimenea. Era divertido. Compartimos amor desde más de la mitad de nuestras vidas, allá por nuestros veinticuatro o veinticinco años, y digo amor porque para mí la amistad es una muestra de amor tan importante como la de la pareja o la de la familia.
Poco a poco voy aprendiendo cosas. No soy demasiado inteligente pero voy aprendiendo cosas. Poco a poco voy sabiendo qué es importante y qué no lo es. El amor, por ejemplo, sé que es muy importante, yo diría que es lo más importante de todo. No puedo concebir el mundo sin amor incluso en mi trabajo diario, incluso con personas que no conozco de nada. Es un amor diferente, claro está, pero contiene algo de ese sentimiento gratuito e ilimitado. El pequeño amor de ayudar a alguien. El pequeño amor de dar los buenos días a una vecina que lleva a sus niños al colegio cuando tú te diriges al trabajo. El pequeño amor de dar las gracias a la cajera que acaba de pasar toda tu compra por el lector de códigos de barras.
Deberíamos tomarnos más en serio lo que somos y lo que significamos para los demás. La mayoría de los mejores pequeños actos diarios no cuestan ningún esfuerzo. Este día de enero se consume. Debo acostarme si mañana quiero estar en las condiciones necesarias para trabajar. Cerraré los ojos y despertaré en otro lugar.
domingo, 27 de enero de 2019
Veintisiete de enero
Acabo de colgar el teléfono después de hablar con mi madre. Cumplirá ochenta años. A pesar de sus pequeños fallos de memoria me ha dicho: "¡Ochenta años! Todo lo que venga después es un regalo". Mi padre, de ochenta y tres, leía el Heraldo de Aragón sentado en el sofá. Lo sé porque, durante nuestra conversación, a veces le preguntaba para asegurarse de algo que me había dicho: citas médicas, revisiones, la mejoría de su última operación de cataratas, etcétera.
Le he dicho que estaba totalmente de acuerdo con ella, que a partir de los ochenta, e incluso los setenta años, cada día es un regalo. Le he dicho: "Mamá, piensa que tienes un hijo que cumplirá cincuenta y seis años, ¡cincuenta y seis años!", y se ha echado a reír, algo que me ha gustado mucho, que me ha emocionado. "¡Es verdad!", ha dicho. "¡Madre mía, tengo hijos de cincuenta y seis años!", ha dicho, (tengo un hermano gemelo).
Hemos hablado un buen rato. A veces perdía un poco el hilo de la conversación pero era ella, Natividad Arcos, mi madre. Su voz, su amor. Hemos hablado de nietos, de mi prima Nati, hija de mi tío Tomás, que murió con dieciséis años, guapa, hipi, maravillosa; hemos hablado de mi primo Bernardo Arcos, que murió en un accidente de tráfico con poco más de treinta. Si pienso en ellos todavía lloro. Tragedias.
No sé, la vida, como escribí el otro día, es algo muy raro. ¿Ochenta años? Si los alcanzo, cosa que dudo, diré como mi madre: "¡Nunca pensé que viviría tanto tiempo!". Cuatro hijos, cuatro familias compuestas por buenas personas, personas muy buenas, con principios y sin estridencias; diez nietos y nietas preciosos. A mí, si soy sincero, no me importaría morir dejando una herencia así.
sábado, 26 de enero de 2019
Veintiséis de enero
Como es sábado me he permitido una siesta tardía a las cinco que me ha devuelto a la orilla a las siete y media de la tarde. Y cuando digo orilla digo bien, porque al abrir los ojos no sabía si era por la mañana o por la noche, en una cama o tumbado en la arena de la playa como Robinson Crusoe.
El tiempo erosiona poco a poco mi cuerpo, en el exterior y en el interior, sin que me de cuenta cada minuto pero sí cada varios meses o años. Hoy estuve viendo fotografías de cuando no tenía canas ni barba y pesaba diez o quince kilos menos (aunque fumaba). Buscaba sobre todo fotos de mis hijos. Por entretenerme. Por llorar un poco -pero estoy exagerando, no he llorado. Bueno, un poco sí.
En los últimos tiempos me estoy planteando hacer cosas: volver a montar a caballo (tengo fichada una hípica en Capella, cerca de Graus), y aprender a dibujar y pintar (tengo fichada a María Maza, aquí, en Barbastro). Hacer cosas. Me da miedo enunciarlas en voz alta porque me conozco y sé de mi inveterada pereza, pero precisamente quiero luchar contra ella después de años de rendición. No sé qué pasará. Aquí queda escrito en piedra analógica, como dos diminutas tablas de la ley.
viernes, 25 de enero de 2019
Veinticinco de enero
A esta hora en la que escribo todavía no se ha podido acceder al niño de dos años que cayó en un estrecho pozo de Málaga hace ya muchos días, tal vez demasiados. Hoy en la oficina una amiga tan atea como yo me ha dicho: "Si el niño todavía vive declararé públicamente que creo en Dios". Todo el país está expectante.
Mi triste opinión es que, después de tanto tiempo, un ser humano de su edad ha fallecido, y sólo espero que lo hiciera rápidamente al caer desde setenta metros de altura, y no después. Y me adhiero a mi amiga: si todavía está vivo creeré en Dios (en todas sus versiones) y lo declararé aquí (aunque esté mintiendo). Ojalá me vea impelido a hacerlo.
Las desgracias suceden más a menudo de lo que solemos pensar cuando no suceden, y menos a menudo de lo que solemos pensar cuando suceden. Pero suceden. Accidentes de tráfico, enfermedades inesperadas, lo veo al otro lado de mi mesa cada día.
Por otro lado hoy he llevado botellas al contenedor de vidrio y, cerca de él, en la pared, había un tablón de anuncios donde las empresas funerarias cuelgan pasquines con los datos de los fallecidos. Tenía que haber hecho una foto pero no me he acordado: un fallecido tenía exactamente cien años y el que estaba a su lado ochenta y tres.
Lo he dicho y escrito muchas veces: la vida es una cosa muy rara; muy, muy rara y, básicamente, incomprensible. Creo que escribo con la idiota ilusión de comprender algo de todo esto y poder articularlo verbalmente.
Acudo a la pestaña del navegador y leo que todavía no se ha podido acceder al pozo donde cayó Julen, pero la distancia es de centímetros. Que tu hijo de dos años, en un descuido, se precipite por un pozo con el diámetro de una sartén, es una inmensa desgracia. Sufro y, mientras consulto y actualizo las noticias, me doy cuenta de lo absurdo que es todo lo que nos sucede.
jueves, 24 de enero de 2019
Veinticuatro de enero
A veces me gusta imaginar que sería feliz viviendo en el confín del mundo en una cabaña de troncos junto a un lago. Lo disfruto tanto. Corto leña, cazo, pesco, y al regresar me tomo lentamente un whisky mientras la aurora boreal baila en el cielo.
A veces me gusta imaginar que sería feliz viviendo en el lujoso ático más alto de Nueva York o de Londres, tan robotizado que con una palabra tuviese mi música preferida, la calefacción en marcha, el horno calentándose. Me cambio de ropa para quedarme en pijama y contemplo el skyline de la megalópolis esperando que la cena esté lista y la cocina me avise verbalmente.
Suena el despertador y me despierto de mala gana: soñaba que vivía en Alaska, soñaba que vivía en Manhattan. Voy al baño a evacuar mis intestinos, me ducho, desayuno un capuchino de máquina con dos magdalenas integrales, me lavo los dientes, me visto y de pronto apareces tú, que ya vas apurada de hora al instituto donde eres profesora de Lengua y Literatura. Nueva York y Alaska desaparecen con nuestro primer beso del día. Todavía es de noche pero el sol ya comienza a resucitar el mundo.
miércoles, 23 de enero de 2019
Veintitrés de enero
Pídeme lo que quieras, lo que tu alma desea.
Yo viajaré al continente o isla donde
pueda encontrarlo, salvo si es en mi corazón.
Porque mi corazón, amor mío,
está muerto, seco, vacío,
y no sé por qué.
Me gusta pensar que si te amo
queda una brasa caliente, moribunda,
en él.
martes, 22 de enero de 2019
Veintidós de enero
Esta tarde he atendido a una mujer maltratada y con sentencia judicial de alejamiento. Le he dicho que guardase esa sentencia, que he leído y describe sucesos terribles que no puedo revelar, y le he dicho, decía, que la guardase como oro en paño porque si su exmarido muere algún día antes que ella, ese documento le asegura una pensión de viudedad al cien por cien, independientemente de cualquier circunstancia. Algo así como una reparación.
Mientras me hablaba con los ojos húmedos y las canas asomando en las raíces de su cabello teñido, he sentido lo que tantas otras veces: el dolor, la desgracia y la pobreza huelen. Es un olor mental, no físico, pero lo reconozco enseguida. Es algo que uno aprende sin darse cuenta tras muchos años atendiendo al público.
Sobrevive con un subsidio de 430 euros mensuales, y no lo hace sola, sino con un hijo de veinticinco años que no trabaja. Creo que podéis imaginar el paisaje.
La he derivado a la comarca del Somontano, y mañana llamaré a algunas de las trabajadoras sociales amigas mías para que exploren de qué modo pueden ayudar a esta mujer valiente que un día dijo basta.
Antes de irse me ha dicho que su ex había quebrantado muchas veces la orden de alejamiento. Le he preguntado si la guardia civil y la policía local estaban al tanto (en las ciudades pequeñas no tenemos policía nacional), y me ha dicho que sí. "Sobre todo, a la menor sensación de inseguridad llámales, por favor", le he rogado.
Cuando se ha ido he sentido mucha tristeza, pero otras personas esperaban su turno. De hecho lo siguiente que he hecho ha sido tramitar la prestación de paternidad de un niño que nació el dos de enero. Este es mi trabajo. Lo amo aunque a veces me duela.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:19 | 2019 , Diario , Vida laboral
lunes, 21 de enero de 2019
Veintiuno de enero
Vengo de la cocina. Después de la siesta me he puesto a cocinar para mañana y pasado mañana. Fabada asturiana y lo que en casa de mis padres, y también en la mía, siempre se ha llamado "pebre". Pebre significa pimiento en catalán, pero yo lo aprendí antes de saber catalán e incluso antes, mucho antes, de vivir en Cataluña, e ignoro por qué en la ribera de Navarra existe un plato que tiene un nombre catalán. Se trata de un guiso de cabezada de cerdo con ajos, tomate y pimientos de piquillo cortados en tiras. Está buenísimo y es muy fácil de hacer. De la fabada qué puedo decir: después de la imprenta es uno de los mejores inventos de la humanidad.
Cuando mi hija Paula viene a España le gusta que le cocine estas cosas: comida casera, comida de yaya (abuela), como solemos decir en casa con cariño. Rica, sencilla, sustanciosa y sana. A mí me gusta mucho cocinar, pero cocinar para ella es ya el no va más, porque sé que allí arriba se alimenta regular y porque en Noruega no existe la variedad de alimentos que tenemos aquí, algo que pude averiguar el verano pasado.
Siempre he pensado que cocinar es un acto de amor. Si cocinas para ti, porque vives solo o lo que sea, es algo similar a la masturbación; si cocinas para quienes viven contigo o, sobre todo, para tus invitados, es un acto de amor o... bueno, ahora que lo pienso, y siguiendo la analogía, ¡una orgía! (Y sin haberlo deseado me ha salido un pareado).
Imagino que ya lo habré escrito más de una vez, es lo que tiene escribir desde hace tanto tanto tiempo, es imposible no repetirse, pero a mí dos de las tres cosas que más me relajan y tranquilizan son conducir y cocinar. La tercera no es difícil de adivinar. Sí, justamente es esa, la que estás pensando.
domingo, 20 de enero de 2019
Veinte de enero
Noche cerrada. Son las siete menos cuarto de la tarde. Amo el invierno.
sábado, 19 de enero de 2019
Diecinueve de enero
El nuevo año, que perfectamente podría ser el que pasó, el que vendrá o el de hace cinco estaciones, fluye invisible entre la hierba.
viernes, 18 de enero de 2019
Dieciocho de enero
Último día laborable de mi semana de vacaciones pertenecientes al año pasado y, sin embargo, tengo la sensación de que dos mil dieciocho sucedió hace mucho, mucho tiempo. Tanto que casi no lo puedo recordar. Esta velocidad enloquecida.
jueves, 17 de enero de 2019
Diecisiete de enero
Pensamos que no nos pasa nada porque no somos socialmente importantes, porque no hemos logrado triunfos deportivos, industriales, culturales o políticos, o porque aparentemente no influimos en el curso del mundo. Pensamos que nuestra vida es insignificante pero, tras tantos años atendiendo a ciudadanos y escribiendo estos cuadernos puedo afirmar con absoluta certeza que ninguna vida lo es, ningún instante. Lo cual, he de añadir, no significa nada más que lo que significa.
El presente del mundo es la ingente suma de sucesos diminutos y, en muy escasas ocasiones, descomunales (pienso en Bach, pienso en Nelson Mandela, pienso, por ejemplo, en el equipo de ingenieros que diseñaron el primer viaje a la luna).
Ya lo he escrito alguna vez, pero nada me conmueve tanto como entrar, por ejemplo, en una ermita románica y contemplar la piedra del suelo de la puerta del pequeño templo hendida y gastada por miles y miles de pasos humanos a lo largo de los siglos. O las siluetas de prehistóricas manos anónimas fijadas en la roca de las paredes de cuevas recónditas descubiertas por pura casualidad.
Ninguna vida, ningún momento, es insignificante, lo cual no quiere decir que nuestras vidas o siquiera nuestro mundo sean la cima, el final o el principio de lo más importante en la historia del universo, este universo vastísimo, inmensurable y todavía inexplorado.
Hemos de saber esto, incluso si no tiene sentido alguno: formamos parte de esta aventura. Sin nosotros, sin cada uno de nuestros cotidianos días, por aburridos que sean, el mundo no sería como es. Somos creadores.
miércoles, 16 de enero de 2019
Dieciséis de enero
Vivo en un edificio en el que todos los vecinos tienen perros. O eso parece a partir de las seis de la mañana a juzgar por los ladridos. A mí me encantan los perros, me chiflan, los adoro: perros, gatos... fin (no comprendo que insectos y reptiles sean mascotas pero igual es culpa mía, no sería la primera vez que no comprendo algo).
Doy gracias a la legislación española que impide el acceso fácil a las armas porque ya estaría en la cárcel. Esta semana, como todo el orbe sabe, estoy de vacaciones, unos días que quedaron pendientes del año pasado, y no hay mañana en la que los preciosos perros de todo mi edificio no empiecen a ladrar, reñir, llorar y dar, básicamente, por el culo.
Pero con la bondad inconmensurable que el universo concedió a mi corazón seguiré soportando semejante atentado a mi derecho a dormir hasta cuando yo quiera y nada más: sólo queda joderse. Es una bondad que compartimos toda la familia. Si muriésemos mañana, los tres iríamos al cielo con la velocidad de un misil tierra aire, envueltos en el eco de los ladridos histéricos de decenas de perretes. Qué bonicos.
martes, 15 de enero de 2019
Quince de enero
Hoy, aprovechando las vacaciones, he ido a la peluquería. Voy cada dos o tres meses, me rapan al uno o al dos y así aguanto un montón de tiempo sin tener que ir, porque no hay nada, salvo comprarme ropa, que me aburra y odie más. Es gracioso, porque a veces llevo la barba más larga que el cabello de mi cabeza, y entonces parezco un viejo vikingo con cara de mala hostia y cuerpo de siesta. O eso me gusta creer.
Niebla todo el día sobre Barbastro. No tan cerrada como las que teníamos en Binéfar pero persistente, quieta y ajena a nuestro ir y venir y las teorías científicas y los últimos descubrimientos paleontológicos.
Algo que siempre me ha fascinado de la naturaleza es que, para empezar, no sabe que se llama naturaleza. Sí, ya sé, parezco idiota o tonto, y no descarto en absoluto que lo sea (hablo absolutamente en serio). Pero esas cosas siempre me han llamado la atención. Un tiburón jamás sabrá que los humanos le llamamos tiburón. ¿Cómo nos llamarán a nosotros los animales que han contactado con los humanos? ¿Qué opina la lluvia de que los niños salten con sus botas de agua en los charcos?
lunes, 14 de enero de 2019
Catorce de enero
Regresamos de Huesca atravesando la oscuridad. Hay personas que odian conducir de noche: yo lo amo. En mi imaginación infantil es lo que más se parece a la ciencia ficción, lo más similar a navegar a través del espacio. Y sobre nosotros las estrellas de invierno, que son las mejores: las más lejanas, las más nítidas, las que más se parecen a las estrellas heladas del cosmos que yo iba a explorar cuando fuese mayor.
domingo, 13 de enero de 2019
Trece de enero
Me levanto de la siesta. Me cruzo con mi hijo de veintiún años con el abrigo puesto, a punto de salir a la calle. Creo que ya supera mi estatura. Me da un beso.
Nuestros hijos adultos no saben el tesoro que son sus besos para nosotros. Todavía lo guardo en la mejilla. La vida tiene sentido por estas pequeñas cosas.
sábado, 12 de enero de 2019
Doce de enero
Esta mañana fuimos a caminar junto al canal, como tantos otros fines de semana. Bajaba lleno y el agua fluía con la misma indiferencia que las nubes o el sonido de nuestros pasos. Eso es todo.