Como cada fin de semana que pasamos aquí, en Barbastro, fuimos a caminar junto al canal. Los pájaros se llamaban de árbol en árbol. Los campos de cebada regalaban el verde esmeralda que pronto se apagará, igual que las amapolas y las aliagas amarillas. El cielo estaba nublado, con lo cual cualquier fotografía que hiciera sería maravillosa, pero habíamos venido a caminar vigorosamente nuestros seis kilómetros en algo menos de una hora ida y vuelta y sólo pude hacer una. Nos cruzamos con una pareja de ciclistas a quienes saludamos y nos saludaron amablemente. A veces la vida es algo sencillo.
domingo, 14 de abril de 2019
Catorce de abril
Anotado por Jesús Miramón a las 23:52 | 2019 , Diario , Fotografías
sábado, 13 de abril de 2019
Trece de abril
Hoy por la tarde he conducido a través de los Monegros en dirección al pequeño pueblo de Robres, donde se ofrecía una misa funeral por la prima de Maite que murió el viernes de la semana pasada.
Los Monegros siempre me han fascinado, aunque hacía muchos años que no los recorría y he descubierto que el regadío ha modificado el paisaje anteriormente seco y yermo en grandes campos de cereal. Pero la carretera seguía siendo la de siempre, estrecha, sin señalizar muchas veces, y con rectas de kilómetros y kilómetros entre un paisaje casi plano salpicado aquí y allá de peñas de arenisca moldeadas por el viento y pequeños bosquecillos junto a acequias y canales.
La misa ha sido larga, monótona y triste. Nos poníamos de pie. Nos sentábamos. Volvíamos a ponernos de pie, a menudo con dudas de unos y otros; volvíamos a sentarnos. El sacerdote, un hombre más joven que yo y que sabía leer, ha convertido el vino en la sangre de un judío que vivió en la Palestina de hace dos mil años y el pan en su carne, para proceder posteriormente a su deglución.
Vale: me eduqué en un colegio religioso. De Dominicos concretamente. Sé de qué va. Todos los martes teníamos misa. Y los domingos también, claro. Pero ahora que soy mayor, ahora que he podido asombrarme ante la imagen de un agujero negro en el espacio profundo, ahora que me fascinan la paleontología y la arqueología y la ciencia ficción, sólo puedo asistir a misa en esos términos.
Me ha gustado un detalle que ha dicho el cura: "Y Jesús resucitó y se presentó ante los suyos con los agujeros de los clavos en las manos -o en las muñecas- y en los pies". Lo ha dicho así, literalmente: "o en las muñecas", y mientras me levantaba y me sentaba he pensado: este hombre ve documentales. Y sin embargo cree en la resurrección, en la virginidad de la madre de aquel judío y en todo lo que vendría después y nos trajo esta tarde hasta esta pequeña iglesia de un pueblo perdido en medio de los Monegros.
Respeto las creencias de cada cual a mi manera, es decir, no diciéndoles en voz alta lo que pienso de ellas. Creo que más no se me puede pedir.
viernes, 12 de abril de 2019
Doce de abril
Hoy en el trabajo he atendido a un hombre de L'Escala, en Girona. De seguida he començat a parlar amb ell en català. Li he explicat que el meu primer destí com a funcionari va ser a Girona, al carrer Santa Eugènia, prop de l'estació del tren. Que vivíem a Banyoles, on Maite era professora, i la platja que teníem més a prop, a través de la carretera d'Orriols, era la d'Empúries, abans dels Jocs Olímpics, molt a prop del seu poble. Li he explicat que el meu millor amic és de Sant Joan les fonts. Li he dit que estimo Catalunya, encara que no l'independentisme. Hem parlat una estona i al marxar m'ha donat la mà. Mentre s'anava he recordat els meus anys a Catalunya i he sentit una barreja de nostàlgia, por i inquietud. Y mucho amor.
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Hoy en el trabajo he atendido a un hombre de La Escala, en Gerona. En seguida he comenzado a hablar con él en catalán (siempre lo hago, aprovecho cualquier situación para no perder fluidez y practicar). Le he explicado que mi primer destino como funcionario fue en Gerona, en la calle Santa Eugenia, donde estaba entonces la Seguridad Social. Le he he contado que vivíamos en Bañolas, donde Maite era profesora en el instituto, y que la playa más cercana, a través de la carretera de Orriols, una carretera preciosa llena de curvas para mi Alfa Romeo de entonces, era la de Ampurias, la antigua ciudad primero griega y luego romana, antes de los juegos olímpicos y las pasarelas de madera, peatonalización de zonas, etc. La Escala está al lado de Ampurias. Le he contado que mi mejor amigo en el mundo es de Sant Joan les Fonts, y también que amo Cataluña pero no el independentismo. Hemos hablado un rato y al irse me ha dado la mano. Mientras se iba he recordado mis años en Cataluña y he sentido una mezcla de nostalgia, miedo e inquietud. Y mucho amor.
jueves, 11 de abril de 2019
Once de abril
He salido un momento a las siete de la tarde a hacer unos recados. La luz del sol en retirada convertía en hermosos los edificios más feos, que, durante un momento, resplandecían como palacios.
Un avión cruzaba el cielo dejando su estela blanca y contaminante a diez u once kilómetros de altura sobre mí y sobre Barbastro. Sé que desde esa altura todos somos invisibles y la tierra se convierte en un puzzle de ocres, marrones y verdes tímidos, pálidos, indiscernibles. Lo he pensado cuando le hacía una fotografía imposible desde la calle.
En el parque de la plaza jugaban niños pequeños mientras los padres y madres charlaban entre ellos. Todo era pacífico, cotidiano, seguro. En los columpios había niños y niñas de origen africano jugando y chillando. Ningún peligro a la vista, sólo una tarde de jueves después del colegio, antes de volver a casa y preparar la cena.
¿Todavía hay alguien que pueda preguntarse por qué se juegan la vida huyendo de la guerra, cruzando el mar para llegar hasta aquí? Esos niños y niñas podrán ser médicos, ingenieras, policías, fontaneros, lo que quieran y alcancen a ser. ¿Quién no se jugaría la vida por algo así? ¿Quién no lo comprendería si tiene un corazón que late en su pecho?
miércoles, 10 de abril de 2019
Diez de abril
Me gusta más la expresión "ya se ha hecho de noche" que "ya es de noche". Porque hacerse y ser son cosas distintas. A mí me gusta que las cosas se hagan, incluso aunque sepa que en realidad son. Me hago mayor versus soy mayor, etcétera.
En el hacerse hay un pasado, un proceso. En el caso de la noche, todo el día anterior en el que fuimos a trabajar y cocinamos e hicimos cosas. Ser es como si lo que sucede apareciese de la nada, en un segundo, sin pasado y, por lo tanto, sin futuro.
Se ha hecho de noche. Por la tarde sonaron truenos bajo lejanas nubes oscuras, casi negras, que pasaron de largo. Ahora mismo cuece a fuego bajo en la cocina un osobuco que comeremos mañana. A las doce menos cuarto se cumplirán las tres horas de rigor para que la carne sea como mantequilla.
Mientras tanto escribo en este diario que me acompaña desde hace tanto tiempo. ¿Qué me pasó hoy? Atendí a muchos seres humanos que dejaron huella en mí. El gingko frente a una de las puertas de mi bloque de apartamentos ha creado sus primeras hojas tiernas de primavera. Desde que supe que era un árbol prácticamente fósil, superviviente de una familia ya extinguida, lo miro de otra manera. Milagros en la acera y, unos metros más allá, el río fluyendo pacíficamente hacia el mar. Nada, absolutamente nada, es normal.
martes, 9 de abril de 2019
Nueve de abril
Tras cada ser humano con quien os cruzáis en la calle hay historias inimaginables. Historias felices, tranquilamente felices, la mayoría, y también historias muy tristes e incluso traumáticas y dignas de denuncias judiciales que nunca se llevaron a cabo.
Me moriré habiendo contemplado la naturaleza humana. No la mía, que sólo la conocen los demás (nosotros somos incapaces de saber algo así). Y después de tantos años esa naturaleza de las personas que han pasado frente a mí me conmueve tan profundamente que me cuesta expresarlo con palabras.
Somos figuras rusas: unas conteniendo otras y otras pero, en nuestro caso, sin más final que el fallecimiento, la muerte, la desaparición. Aprendo mucho cada día a pesar del tiempo que llevo trabajando en este oficio. Capas de cebolla y en el centro siempre un corazón.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:17 | 2019 , Diario , Vida laboral
lunes, 8 de abril de 2019
Ocho de abril
Me siento muy cansado. Hoy me acostaré temprano a pesar de las lágrimas del proceso que la ley obligó a seguir a un marido que ayudó a morir a su compañera desde los veinticinco años, víctima de la terrible enfermedad que es la Esclerosis Múltiple Amiotrófica: ELA.
Una ley de eutanasia consensuada y justa y humana es imprescindible en nuestro país, y estoy seguro de que un día u otro llegará. Pero cuánto dolor nos ahorraríamos si fuese mañana en vez de pasado mañana.
Con la derecha sucede algo muy raro y terrible: confunden los derechos con obligaciones. Nadie está obligado a abortar si no quiere hacerlo, nadie está obligado a divorciarse si no quiere hacerlo, nadie está obligado a desear una muerte digna, anticipada, en plena consciencia de su ser. Nadie.
Quien quiera sufrir hasta el final una terrible agonía podrá hacerlo. Quien quiera dar a luz un bebé enfermo o fruto de una violación podrá hacerlo. Quien quiera soportar un matrimonio sin futuro podrá seguir soportándolo. ¿Qué problema hay? Uno solo: obligar a toda la sociedad a cumplir las normas mentales y religiosas de una parte. La respuesta es sencilla: que les den por el culo y los ciudadanos sean libres de gobernarse sin sus prejuicios y repugnantes discriminaciones.
Estoy muy cansado y voy a acostarme pronto. Confío en que lo que pienso llegue pronto a nuestro país. Sólo soy un voto, ése es todo mi poder. Un voto y todo mi corazón. En España es imprescindible una Ley de eutanasia como ya existe en otros países europeos. Es imprescindible ya. Basta de sufrimiento inútil. Quien quiera sufrir como Jesucristo en la cruz que lo haga, nadie se lo impedirá. Quien quiera poner fin a un sinsentido que tenga una posibilidad. ¿No merecemos como seres humanos esa opción?
domingo, 7 de abril de 2019
Siete de abril
Esta mañana, como solemos hacer, hemos ido a caminar nuestros seis kilómetros junto al canal. Marcha rápida -es el único ejercicio que hacemos cada semana- y mucha conversación. En el barro de los charcos secos había huellas de fuinas, como aquí se llama a las garduñas, y también de jabalíes y raposas. Pensé en la posibilidad de hacer guardia en esos senderos una noche para verlos, pero teniendo en cuenta mis ronquidos, porque me dormiría, ningún animal salvaje osaría pasar delante de mí en un kilómetro a la redonda.
El domingo se apaga lentamente. Es en momentos así cuando agradezco que mi trabajo me guste tanto, a pesar de las cosas que a veces debo escuchar y leer. Pensar en mañana no me desespera más que el futuro de nuestra especie. Pero soy optimista. Nos adaptaremos a lo que venga, incluso lo inducido por nuestra irresponsabilidad, y saldremos adelante. Siempre ha sido así. Piensa en los inuit. Piensa en los tuareg. Somos unos de los animales de nuestro planeta más capaces de adaptarse a cualquier situación climática, y también comenzamos a viajar fuera de nuestro hogar a través del espacio estelar.
sábado, 6 de abril de 2019
Seis de abril
Nevó en cotas bajas. Las montañas relativamente cercanas se veían hermosas cubiertas de nieve bajo las nubes oscuras que hacían brillar el verde esmeralda de los campos de cebada. En qué lugar tan pequeño vivimos. En qué lugar tan bonito.
viernes, 5 de abril de 2019
Cinco de abril
La prima de Maite ha muerto hace unas horas. Tenía nuestra edad y dos hijos de la edad de los nuestros.
Lo veo a menudo en mi trabajo, pero es distinto cuando sucede en esos círculos concéntricos que las relaciones crean como pequeñas piedras al golpear en el agua.
No ha sido una muerte inesperada sino todo lo contrario, y de algún modo es un acto de misericordia ante el terrible sufrimiento que N. ha padecido en estos últimos meses. Ella, por lo que sé, nunca pidió que le ayudaran a desaparecer, tal vez tener hijos aún jóvenes le impelían a seguir luchando hasta el final.
Cada ser humano somos un milagro único, una libélula que brilla en la espesura durante algunas noches y después deja de hacerlo.
Lo he escrito muchas veces en mis blogs, también en este, creo. cuando nació mi hija Paula escribí esa misma tarde en mi cuaderno de notas: "Ha nacido mi hija. Mi hija que también morirá". Acababa de nacer pero yo, como todos nosotros, sabía. Porque sabemos. No el lugar, no la hora, no la edad ni el momento, pero sabemos. Ha nacido mi hija hace unas horas, mi hija que también morirá.
No sé qué importancia ni para quién puedan tener las palabras que escribo, pero sólo trato de dar testimonio de algo que otros escribieron antes que yo: habitamos el mundo como si fuésemos inmortales sabiendo que lo somos. Por eso cada ser humano de este planeta es poeta, filósofo, músico y explorador, cuide un rebaño de camellos en Mauritania o investigue en un laboratorio de California. Es increíble, cautivador, y además es verdad.
Iremos al funeral y compartiremos el dolor sabiendo que todo termina desapareciendo: imperios y galaxias y primas y padres y nuestra infancia y juventud. Incluso el dolor. Incluso la memoria del dolor. Todo termina desapareciendo, y, mientras vivimos como si no sucediera, como así ha de ser, creo que es bueno saberlo al mismo tiempo.
jueves, 4 de abril de 2019
Cuatro de abril
Nuestro hijo Carlos vuela en este mismo instante junto a algunos amigos a nueve mil o diez mil kilómetros de altura rumbo a la República Checa, donde otro amigo está cursando una beca Erasmus desde hace algún tiempo.
Es extraño saberlo en esta pequeña cabina junto a mi cama en la que me recluyo para poner punto y aparte al día.
Paula en Bergen, Carlos en el cielo dentro de un avión, Maite en el salón corrigiendo exámenes y trabajos, yo aquí frente a esta pantalla que amo y a veces odio por igual.
Pero todo lo que hago lo hago por mi propia voluntad. Y creo que este detalle es una tontería importantísima en la que muchas personas no caemos. Mañana podría divorciarme pero amo a mi compañera y ella me ama a mí. Mañana podría dejar mi empleo y crear una gestoría, por ejemplo, o trabajar en una ya existente pidiendo un mejor salario del que cobro ahora, o reponer estanterías en un supermercado, o conducir una furgoneta de reparto, y ser feliz.
En realidad somos más libres de lo que creemos que somos. Todo lo tenemos en nuestras manos, incluido el riesgo de perderlo todo, porque nosotros decidimos. Depende de nosotros. Esto es algo que a menudo hemos olvidado.
Nada me obliga a estar aquí, delante de mi ordenador cada noche, para dar testimonio a veces de algo y muchas veces de nada.
Supongo que quien nace con libertad no la siente ni comprende su significado. Como la salud, es algo que sólo se valora al perderla.
Nada me obliga realmente a ir a trabajar cada día a mi querida y pequeña Agencia Comarcal de la Seguridad Social de Barbastro que, si llego antes que mis compañeros, abro como quien abre una frutería, todos tenemos llave del candado.
Me siento tan afortunado que me da miedo formularlo, y no sólo acabo de hacerlo sino que, por si faltara poco, lo he escrito. Mi hijo y sus amigos están a punto de aterrizar en el aeropuerto. Mi hija no sé lo que está haciendo en Noruega. Mi compañera (me cuesta mucho decir "mi mujer", básicamente porque no es de nadie salvo de sí misma) ha dejado de trabajar y se ha ido a dormir -ella es una alondra, yo un búho.
El planeta gira sin que la fuerza de la gravedad nos permita darnos cuenta de ello. Yo escribo, como siempre, dale que te pego, palabra tras palabra como si el mundo entero me lo pidiera: ¡Jesús Miramón, escribe cada día porque lo necesitamos como el aire que respiramos! ¡Jesús Miramón, escribe, cabrón! (La rima siempre es un arma ganadora).
Somos más libres de lo que imaginamos. Sólo debemos estar dispuestos a pagar el precio.
Mi hijo vuela sobre las nubes. Su madre y su hermana duermen bajo ellas. Yo escribo.
miércoles, 3 de abril de 2019
Tres de abril
Imagino a alguien escribiendo esta noche una entrada en su diario con el siguiente título: trescientos cuarenta y tres días de invierno.
Puedo imaginarlo con varias extremidades, dictando sus palabras o sonidos a un artefacto de color azul pálido.
Fuera de su cubículo sobre la ciudad de millones de habitantes se ponen dos soles, iluminando el cielo de colores melocotón, sandía, leche, nube de algodón.
Escribe: "Un día más en este mundo. Cuando acabe el invierno ya habré cumplido doscientos trece años. No le tengo miedo a la muerte, pero los siglos pasan tan deprisa."
Después se acerca a la ventana y disfruta con sus ocho ojos de la belleza del final de un día más de seiscientas horas de duración. Siente en sus tres corazones cómo el tiempo, y con él la vida, se precipita irremediablemente.
martes, 2 de abril de 2019
Dos de abril
Estoy tan cansado que escribo por inercia. Las palabras brillan durante un segundo en mi cerebro y luego aparecen aquí. El de hoy fue un día tan largo. Leí denuncias de malos tratos en el ámbito familiar tan terribles que me costó no llorar. Atendí también a madres recientes con sus preciosos bebés durmiendo en sus carritos. Vaya, lo normal. Buenas noches, lectores y lectoras, os quiero. Buenas noches.
Anotado por Jesús Miramón a las 22:53 | 2019 , Diario , Vida laboral
lunes, 1 de abril de 2019
Uno de abril
No tengo un horario para escribir. Suele ser a partir de estas horas porque es cuando ya he descansado y se aproxima la cena, o ya ha pasado y lo que se aproxima es la hora de acostarse y cerrar los ojos al mundo.
Siempre me han fascinado las horas que los seres humanos destinamos a dormir. Y he fantaseado, claro, cómo no hacerlo: al dormir aquí despierto en otro lado. En los sueños aparecen lugares que conocemos pero son distintos. He tenido relaciones sexuales con compañeras de trabajo mientras soñaba, y al verlas por la mañana me he sentido turbado por ello. Todo es posible allí, en el otro lado del sueño, como si nada fuese posible aquí. He volado sobre una Zaragoza abandonada hace siglos por la especie humana y cubierta de plantas salvajes rompiendo con sus raíces las fachadas de los edificios de la calle Baltasar Gracián.
Dormir y soñar es algo muy importante para los seres humanos. No hay mayor tortura, y por desgracia se ha practicado como tal, que impedir dormir a un prisionero. Se puede llegar a causarle la muerte, porque nuestro cerebro necesita descansar de la realidad, necesita purgar la basura visual y auditiva que ha ido almacenando innecesariamente a lo largo del día. Dormir es algo imprescindible. Es apagar y volver a encender nuestro cuerpo mientras éste se limpia de residuos y, a veces, también, como suele suceder con la basura, de pequeñas maravillas.
Es en este contexto en el que los diarios, los blogs o, como se llamaban al principio, los cuadernos de bitácora, una descripción que me encanta, tienen sentido todavía. Dar testimonio de la navegación real y de la imaginaria, crear una voz viva y audible. Así fui y pensé e imaginé y, también, soñé.
Voy a levantarme para preparar la cena: pan con tomate, jamón bueno, queso y vino. ¿Puede haber algo mejor? No. Ni siquiera la inmortalidad.
domingo, 31 de marzo de 2019
Treinta y uno de marzo
Esta noche perdí una hora. Llevo tanto tiempo escribiendo este diario que seguramente todo lo que diga a partir de ahora ya lo dije antes: me perturba haber perdido una hora. Ahora mismo son las diez y veinticinco de la noche pero ayer, en este momento exacto del mundo, eran las nueve y veinticinco de la noche. Me cuesta comprenderlo y a la vez me ayuda a entender que todas las medidas que nos rodean a lo largo de nuestra vida son solamente eso: acuerdos colectivos, convenios, apaños. Medimos el tiempo según nos conviene, aunque él no haga lo mismo con nosotros.
sábado, 30 de marzo de 2019
Treinta de marzo
Hemos ido a visitar a mis padres caminando. Desde nuestra casa cuesta media hora más o menos. Me ha sorprendido un poco ver lo sucias que estaban las calles de Zaragoza, o tal vez fuese efecto de la luz, que se desvanecía poco a poco mientras se encendían las farolas. La gente tomaba copas y tapas en innumerables terrazas. Hemos pasado, tanto en la ida como en la vuelta, frente a un gimnasio donde podías ver a las personas corriendo en cintas móviles pues en vez de pared había un inmenso cristal.
Al llegar a la casa donde me crié nos hemos encontrado con mi hermano Carlos y Concha, nuestra cuñada queridísima. Ellos se han ido al cabo de un rato a buscar a mi sobrino Diego, que estaba en casa de un amigo, y Maite y yo nos hemos quedado con Jesús y Nati un rato más. Ochenta y tres y casi ochenta años. Hoy mi madre estaba mejor que la última vez que fuimos a verles, así que he vuelto a casa más animado, aunque con una consciencia muy clara de que ya hemos entrado, como hijos e hija, en una etapa muy concreta de nuestras vidas y, sobre todo, de las vidas de nuestros padres amados.
Al llegar a nuestro apartamento he venido al cuarto de mi hija con un bourbon con hielo y aquí estoy, escribiendo mientras escucho una obra que descubrí hace poco y desde entonces no puedo dejar de oír. Parece mentira que tras tantos años de música no la conociera, pero cuantas más existirán. Es el precio que pagamos: vivimos fugazmente, pero tal vez por ello lo hacemos con más intensidad.
viernes, 29 de marzo de 2019
Veintinueve de marzo
Estaba duchándome con la puerta del cuarto de baño cerrada cuando he oído golpear en la puerta a nuestro robot de limpieza Roomba. Han sido tres o cuatro golpes suaves, pero durante un momento he sentido algo entre la perplejidad y el miedo.
jueves, 28 de marzo de 2019
Veintiocho de marzo
No habrá en la historia del universo otro día exactamente igual al de hoy. Hace mucho tiempo leí un artículo que explicaba el tiempo del siguiente modo: un vaso de vidrio al borde de una mesa cae y se rompe en pedazos al golpear el suelo de la cocina. Eso es el tiempo. Podríamos recoger los restos de ese vaso y pegarlos uno a uno hasta reconstruirlo, pero ya no sería el que estaba, minutos antes, intacto al borde la mesa. Sería otra cosa. Lo comprendí enseguida. El tiempo es eso.
Cada día de nuestra vida es un vaso que cae en el sueño de la noche. En mi inútil rebelión contra la ciencia y la física estos textos podrían ser, de algún modo, un intento de recuperar lo posible sabiendo que es imposible. Es la reunión de algunos restos. Migas de pan en la oscuridad del bosque.
Puedo leer en este diario lo que sentía al ir a recoger a mi hijo al colegio cuando era pequeño y corría feliz hacia mí arrastrando la chaqueta por el suelo, y emocionarme al hacerlo. Pero aquel momento existió y murió. Nunca volverá a existir como nunca él será otra vez un niño ni yo un padre de cuarenta años. Y no pasa nada. Sólo escribo sobre ello. Todo es como debe ser. Doy testimonio nada más.
miércoles, 27 de marzo de 2019
Veintisiete de marzo
En el cercano recinto ferial de Barbastro, más allá del Palacio de Congresos al otro lado del río, las cofradías de Semana Santa ensayan con sus tambores y bombos para la próxima Semana Santa, como cada año por estas fechas.
Hoy he leído que actualmente, en España, el verano dura cinco semanas más que en mil novecientos ochenta. Son datos que me aterran porque no soporto el calor. Odio el calor, me resulta obsceno y embrutecedor.
El perro de alguna vecina ladra y ella le grita, sin éxito, que deje de hacerlo. Comprendo que algo no está funcionando bien en esa relación.
Por otro lado mi vida personal está bien. Calmada. Tranquila cuando no pienso en el calentamiento global; tranquila cuando no pienso en las guerras actuales y anónimas que matan a civiles, a mujeres y niños como sucede en Yemen; tranquila cuando no pienso en las toneladas de plástico y basura que flotan en los océanos; tranquila cuando no pienso en las próximas elecciones y la posibilidad real de que la derecha más radical gobierne en mi país; tranquila cuando no pienso.
Es difícil no pensar. A mí me cuesta mucho aunque a veces, de hecho a menudo, soy capaz de conseguirlo: mirando una película, viendo un partido de fútbol, concentrado en el plato que estoy cocinando, hablando con mi mujer de cómo le ha ido la mañana. Durmiendo la siesta como quien muere temporalmente.
A veces me siento un explorador antártico: cuanto más avanzo en la ventisca menos sé hacia donde me dirijo. Suenan los tambores y bombos que ensayan su participación en la Semana Santa que rinde tributo a la crucifixión y resurrección de Jesucristo en Palestina hace dos mil años, y yo, mientras escucho su sonido rítmico e hipnótico, me imagino avanzando entre la nieve y el hielo de la Antártida, perdido sin saber todavía que lo estoy.
martes, 26 de marzo de 2019
Veintiséis de marzo
Escribo con una tranquilidad, acaso debida al cansancio físico, que incluso me sorprende. Hace años, no demasiados, este proyecto de escribir en este diario cada noche me hubiese producido cierta ansiedad, cierta inquietud. Ahora no es así. Imagino que esto debe significar algo bueno para mí: que he madurado, tal vez; que me he dado cuenta del verdadero interés de mis cosas y mis asuntos y mis pensamientos; que en realidad ninguna de mis palabras es tan importante, que se perderán en el silencio del espacio que contempla la aparición y desaparición de galaxias y planetas. Darme cuenta de lo pequeño que soy. Es importante saberlo.
lunes, 25 de marzo de 2019
Veinticinco de marzo
A veces echo mucho de menos el mar. Hace años escribí en este mismo diario que me gustaba el mes de marzo porque contenía la palabra "mar".
Echo de menos el mar y la época en la que conducía en invierno con Maite a mi lado por la retorcida carretera de Orriols, entre Banyoles, donde vivíamos, y L'Escala, rumbo a la antigua ciudad griega de Ampurias. Nunca olvidaré el sonido del motor del Alfa Romeo apurando las curvas. Éramos jóvenes y de todo este ahora en el Somontano de Huesca no sospechábamos nada; tampoco, todavía menos, de nuestros futuros hijos.
El sonido de las olas rompiendo en la orilla. Lo escribiré mil veces, un millón de veces; lo escribiré antes de morir, si soy capaz de ello: el sonido de las olas rompiendo en la orilla una y otra vez, una y otra vez.
domingo, 24 de marzo de 2019
Veinticuatro de marzo
El día se extingue despacio,
sin prisa, a la velocidad de
la fuerza de la gravedad que
empuja mi cama, la silla y la mesa
en la que escribo hacia
el núcleo de la tierra.
Nada extraordinario
sucedió hoy, algo
que mi cerebro colmado
de voces y sucesos
a lo largo de tantos años
agradece infinitamente.
Silencio y paz. Silencio
y este dejarse llevar
por la corriente sin remedio.
sábado, 23 de marzo de 2019
Veintitrés de marzo
Esta mañana, paseando con mi compañera junto al canal, he visto la primera amapola de dos mil diecinueve. Todo ha florecido antes de lo acostumbrado. Podíamos vislumbrar la nieve en la lejana cordillera, ya no en forma de cimas blancas sino en flecos rasgados descendiendo y desapareciendo en las laderas. Había mariposas y hormigas. Pájaros en un cielo sin nubes. Romero en flor. Aliagas amarillas como las primeras plantas que crecerán en Marte cuando hayamos colonizado el planeta muchos siglos después de mi muerte.
viernes, 22 de marzo de 2019
Veintidós de marzo
Es un hombre grande, alto y muy fuerte. Lo que convendríamos en llamar "un chicarrón del norte". Se levanta de noche, tan temprano que a veces desayuna cuando otros recenan. Luego sale de casa, se sube a su camión y parte rumbo a su próximo destino. Desde la cabina contempla el amanecer sobre la tierra, sobre los campos, sobre la carretera a menudo desierta, sobre paisajes de todo tipo, y a veces hace fotografías. Le gusta mucho su trabajo -creo que a mí también me gustaría.
Es un hombre grande, alto, fuerte, y su corazón y su sensibilidad son más grandes que él. En mi limitado círculo social tengo a cuatro o cinco hombres como símbolos de lo que significa ser un buen hombre, un hombre bueno, simplemente eso: bueno. Uno es él, junto a mi padre y mis hermanos y mi mejor amigo. Se llama Gustavo y es mi cuñado, el compañero de nuestra hermana pequeña. En mi familia todos le queremos muchísimo. Lo que no sé si él sabe es que, además de todo eso, es un poeta maravilloso.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:12 | 2019 , Diario , Fotografías
jueves, 21 de marzo de 2019
Veintiuno de marzo
Con la hora de la cenicienta acercándose poco a poco me asomo a la ventana y contemplo el cielo en el que brillan algunas pocas estrellas, rebeldes contra la contaminación lumínica de mi pequeña ciudad. Aún así me atrevo a hacer una fotografía donde, para mi sorpresa, tras haber eliminado el flash, aparecen. La cuelgo en instagram, lugar que complementa a Las cinco estaciones en el proyecto de hacer un diario de este año dos mil diecinueve en el que cada día doy testimonio visual y textual de mi vida cotidiana. Aviso, la mayor parte de las fotografías son terriblemente malas, como sucede aquí con los textos. Pero es mi proyecto.
En mi casa la cena es un pequeño sálvese quien pueda. Ni siquiera cenamos juntos. Cada uno se prepara algo y cena cuando le viene bien. Yo me haré una tostada caliente con gorgonzola y anchoas, probablemente, pero Maite tiene brócoli y Carlos seguramente se hará huevos fritos con longaniza o algo así. Vamos por libre. Comemos juntos, eso sí, pero la cena es como un territorio de libertinaje, lo cual me encanta porque puedo estar aquí escribiendo sin presión de ninguna clase.
Pienso que es importante que existan momentos así, en los que cada uno, pese a formar parte de una familia, pueda hacer lo que le salga de las narices sin reproches sino más bien agradecimiento. Cuando mis hijos eran pequeños no podíamos permitírnoslo, obviamente, pero ¿ahora? Campi qui pugui. Campo abierto. Y me encanta. Bona nit, amigas y amigos míos. Buenas noches también a quien pase despistado por aquí. Sólo es un diario, nada más.
miércoles, 20 de marzo de 2019
Veinte de marzo
Otra brazada
en mar abierto.
La tierra firme es un sueño
en nuestra cabeza: las cosas
que nos pasan allí, secos
bajo las nubes,
creando familias,
viendo crecer a nuestros hijos,
descubriendo nuevos amigos,
cenando en restaurantes,
leyendo libros, escribiendo
diarios, son un sueño.
Otra brazada
en mar abierto: respirar
oxígeno del aire y
expulsar en el agua
dióxido de carbono
en forma de burbujas
que quedan atrás.
martes, 19 de marzo de 2019
Diecinueve de marzo
Ahora mismo nuestro hijo de veintiún años está cocinando la cena, pollo con verduras. Lo veo en la cocina con el delantal y la tabla de picar y todo ordenado (no como su dormitorio, el centro abisal de un agujero negro) y me doy cuenta de cómo, sin darnos cuenta, ellos nos miraban cuando eran pequeños e, inconscientemente, tomaban nota.
He llamado a mi padre para felicitarle en el día del padre. Me ha preguntado si mis hijos lo habían hecho. Le he dicho que, en estas costumbres del día de tal o de cual, éramos los últimos de Filipinas. Le he dicho también que le quería muchísimo y era un ejemplo para mí, sobre todo ahora, cuando mi madre está enferma y él está ahí, al pie de todo; le he dicho que era la persona más buena que había conocido en mi vida y que me sentía orgulloso de ser hijo suyo.
No ha sido difícil porque todo era verdad. Han existido y existirán seres humanos extraordinariamente buenos sobre la tierra, y puedo afirmar sin duda alguna que mi padre, Jesús Miramón Martínez, es y será hasta el fin de los tiempos uno de ellos.
lunes, 18 de marzo de 2019
Dieciocho de marzo
Se me cierran los ojos de puro cansancio, que en mi caso es mental. No sé cuántas calorías consume el cerebro ni tengo ganas ahora de buscar esa información en internet. Las farolas de la calle junto a mi ventana tiñen las aceras de amarillo. Escucho música, bebo whisky, respiro y tecleo palabras en este cuadro en blanco de Blogger. No soy ajeno al mundo sino una partícula de él. Qué milagro. Qué responsabilidad.
domingo, 17 de marzo de 2019
Diecisiete de marzo
La tarde de domingo fluye lentamente entre altos árboles poblados por tucanes de picos de colores y monos capuchinos con el mismo peinado que yo.
Las nubes navegan a miles de kilómetros de altura sobre el sitio donde escribo, deshaciéndose y volviéndose a rehacer como nosotros no podemos. La luz languidece lentamente.
No tengo prisa, o mejor debería decir: no "siento" prisa. Ni siquiera ante el proyecto de escribir una entrada en este diario cada día.
He ido aprendiendo que da igual lo rápido o despacio que sucedan las cosas: el tiempo es algo ajeno a nosotros, impermeable a nuestras expectativas. El tiempo se ocupa de todo mientras sobre mi canoa se agitan las hojas de las palmeras y, de vez en cuando, delfines rosados de agua dulce asoman su aleta dorsal en el agua turbia.
sábado, 16 de marzo de 2019
Dieciséis de marzo
Hace un rato hemos vuelto de la casa de mi hermano gemelo, donde hemos celebrado una comilona familiar. El lugar, con todos los coches aparcados alrededor, parecía una de esas comidas italianas que salen en las películas sobre la mafia, salvo que en este caso todos éramos personas normales, hombres, mujeres, niñas, niños, y dos abuelos muy contentos de vernos a su alrededor. Mi hermano Javier es un experto haciendo paellas. La de hoy era para veinticuatro personas y estaba buenísima. También hemos comido longanizas de Graus que hemos llevado nosotros, chistorra casera de Navarra que ha traído mi hermana del pueblo, morcillas, queso, chorizo, en fin. Hemos vuelto con un táper de arroz de los que nuestra querida cuñada Ana, previsora, había comprado sabiendo que, como siempre, sobraría mucha comida.
No nos reunimos muy a menudo. La familia de mi padre y mi madre ha dado lugar a dieciocho personas y es difícil cuadrar las fechas. Creo que la última vez fue en Navidades. Eso sí, cuando lo hacemos nos lo pasamos muy bien. Maite y yo hemos sido los últimos en levantarnos de la sobremesa ¡y eran más de las nueve de la noche! Las sobremesas de mi familia son míticas. A todos nos gusta mucho opinar y hablar de lo humano y lo divino, y lo hacemos sin cortapisa alguna mientras tomamos café, comemos pasteles y bebemos whisky y gin-tonics. Hoy además estaba la pareja de mi sobrina, con la que hemos sabido que vive desde hace un mes en un piso en el pueblo de aquella, una mujer risueña, cariñosa y que nos tiene enamorados a todos. Patricia y Marta: sois maravillosas y os queremos muchísimo, ya lo sabéis. Os deseamos lo mejor para el futuro en esta nueva etapa. ¿Ya he dicho que sois maravillosas?
Ahora llega el bajón. Como hemos comido tanto no tengo hambre, aunque supongo que algo caerá antes de irnos a dormir. Me gustan estas reuniones familiares llenas de coches, mis padres ya muy mayores, mis hermanos y hermana, mi cuñado Gustavo (una de las personas más profundamente buenas que conozco), mis sobrinas y sobrinos, algunos todavía pequeños, la mayor ya con su compañera. La vida crece y el amor también. Somos una pequeña tribu, como diría Javier, unida por el amor y el respeto entre nosotros. Como alguna vez he escrito -y he escrito tantísimo que tengo la sensación de no escribir nada nuevo desde hace años-, días como hoy son los recuerdos del futuro, cuando las cosas sean distintas. Es como sembrar un huerto sin darnos cuenta. Bueno, aunque yo sí me doy cuenta, un poco, no puedo evitarlo.