lunes, 23 de noviembre de 2015

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Intimidad

Vivo, como tantas personas de este país, en un apartamento de tabiques escuálidos. Hará dos o tres meses que llegaron mis nuevos vecinos, una joven pareja con una niña pequeña y otra a punto de salir al mundo. Cuando semejante milagro sucedió yo les tramité las prestaciones de maternidad y paternidad. Les dije que éramos vecinos. Ellos me dijeron que venían de Zaragoza.

No les dije que ya les conocía por la voz alegre de su hija mayor, una niña feliz a todas luces. No les dije que escuchar involuntariamente sus gritos de gozo cuando jugaban con ella me llenaba de felicidad a mí también.

Ahora se filtra a veces el llanto de la pequeña recién llegada. La felicidad de la hermana repentinamente mayor no parece haber disminuido, su voz aguda continúa alegrando el silencio de mi casa de soltero.

¿Cómo podría explicárselo sin que pareciese una perversión? A veces, sin poder evitarlo por culpa del grosor de las paredes, escucho las canciones que la madre le canta al bebé recién nacido. Me hacen llorar. ¿Cómo podría explicárselo?

martes, 17 de noviembre de 2015

Mentiroso

Poco a poco me alejo. Siento que me alejo. Hubo un tiempo en el que pretendí escribir la verdad y nada más que la verdad. Mentiroso: sabes que la única manera de escribir la verdad es callarse. El mundo sucede y nada más. Es sólido como tú. Te arrasa. No necesita que nadie lo escriba. Pesa y huele.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Fuurin

FUURIN

La pequeña campana cuelga en el picaporte de la puerta del salón, así que cada vez que entro y salgo su sonido inocente aleja de la casa cualquier atisbo de desesperanza. Es pequeña, de bronce, muy bonita, un regalo de Paula cuando volvió de Japón. Se llama fuurin, «campanilla de viento». Existe la creencia de que allí donde suena nunca sucederán catástrofes.

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Cuando Carlos regresó a casa de madrugada, tan tarde como cualquier otro viernes, yo todavía estaba despierto. En realidad me había acostado muy pronto, hacia las diez y media o las once de la noche, pero antes de dormir había querido leer las últimas noticias y esa decisión me había mantenido despierto siguiendo los trágicos acontecimientos. Le dije: «Los yihadistas han atentado en París, han asesinado a mucha gente». Mi hijo me miró con sus ojos brillantes de viernes por la noche y rápidamente se dirigió al ordenador para informarse de lo que había sucedido.

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Por la mañana fui a buscar a Maite a la estación de autobuses. Caminaba a través de la pacífica y provinciana ciudad, mal dormido y sin dejar de pensar en lo que había sucedido en el corazón de Europa. En la plaza del Mercado, como cada sábado, se habían instalado las pintorescas paradas de verduras de los hortelanos de la zona, una costumbre mantenida milagrosamente, semana tras semana, siglo tras siglo, desde la Edad Media.

Ella llegó y la abracé como un oso, besándola y tratando de disimular inútilmente mi angustia –pero ella me conoce demasiado bien. Después volvimos a casa, bueno: a una de las dos casas que actualmente podemos considerar nuestras mientras las circunstancias nos impiden reagruparnos.

Al entrar al salón del pequeño apartamento de Barbastro la campanilla japonesa nos puso inmediatamente a salvo.

GUERRA

Hace muchos años que estamos en guerra, y lo que nos enfrenta es tan terrible, tan cruel hasta niveles caricaturescos, tan obsceno, pornográfico, sanguinario, surrealista, que nuestro sentido de la realidad se empeña en negarlo, se empeña en buscar argumentos políticos, sociológicos, económicos, antropológicos. Religiosos.

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Un hombre camina pausadamente por el centro de una calle europea disparando a diestro y siniestro, deteniéndose a rematar a los heridos. Su dios es el único dios. Si muere irá al paraíso y, mientras tanto, su deber es ejecutar al máximo número de inocentes posibles. Idólatras. Cruzados. Apóstatas.

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No ignoro las pocilgas de polvo y hormigón en las que son sometidos los palestinos. Territorios de escombro y basura. Niños disfrazados de soldados con ametralladoras de juguete y pañuelos negros en la frente. Nunca se sabrá cuántos de los muertos en París apoyaban la causa palestina. Están muertos.

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Estamos en guerra. En guerra contra los decapitadores, en guerra contra quienes venden como esclavas a las mujeres no musulmanas y, al mismo tiempo, convierten en esclavas de facto a las mujeres musulmanas que se ofrecen voluntariamente como ofrendas de la yihab. Estamos en guerra contra los que convierten el asesinato más abyecto en un vídeo de youtube, pensando que semejantes horrores harán que nos atemorizemos. Y sí, nos aterrorizan, su encarnizamiento no es de este mundo, pero es tanta la maldad, tanta la crueldad, que no provoca más intención en nuestro espíritu, tan poderoso como su odio, que combatirlo.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Qué animal tan hermoso

Después de mucho tiempo esta mañana fui a pasear por el campo antes de ir a trabajar. Cuando aparqué junto al canal de hormigón la oscuridad de la noche se retiraba del cielo. Había una niebla alta que a los pocos pasos empapó mi cabeza. Los pájaros todavía dormían en los árboles oscuros. El canal estaba vacío. Caminé a paso ligero escuchando la radio a través de los auriculares. En los márgenes arenosos del camino los animales habían dejado la huella de sus correrías nocturnas: las profundas de los jabalíes, las más livianas de zorros y garduñas, heces de pequeños frutos, cagarros caninos. Poco a poco, paso a paso, fue haciéndose de día. Cuando regresé el mundo había cambiado. Un poco más allá, en la linde de la carretera, había un pequeño zorro atropellado. Tal vez fuese uno de los que vi durante mis paseos del verano. Su cuerpo yacía de costado sobre el asfalto, inmóvil, casi intacto. Qué animal tan hermoso. No estaba allí cuando llegué, así que en algún momento debimos habernos cruzado en el camino. Lo imaginé esquivándome sigilosamente sin saber que se dirigía a la muerte. Subí al coche y volví a casa.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Y principio

Esta es la quinta estación. Regresaron los ataques de ansiedad cuando menos lo esperaba, después de muchos meses de paz. Pero mi vida, esta vida pedestre, vulgar, diletante, parece estar hecha de guerra. Nunca tendré la paz de las hojas secas de los castaños de indias cayendo sin preguntas al otro lado del ventanal de mi lugar de trabajo. La rebeldía inflama mis venas sin ningún objetivo preciso, ciega como la furia, obscena, suicida. Es como si en estos cincuenta y dos años no hubiera aprendido nada. Nada de nada.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Fin

He perdido el don. Se apagó. Debo aceptarlo. La voz que articulaba mis pensamientos se terminó, se fue, ha desaparecido, ya no existe. Debería aceptarlo. Me cuesta tanto. Fin.

sábado, 31 de octubre de 2015

Ladra un perro

Ladra un perro en la calle mientras me desangro lentamente. Qué dato sin importancia. Pero este es el momento y nada ni nadie puede cambiarlo: ladra un perro en la calle y a continuación pasa el ruidoso camión de la basura. Después se hace este falso silencio consistente en un agudo pitido permanente en mi cerebro. Toda mi energía se consume en el esfuerzo de no volverme loco.

martes, 20 de octubre de 2015

Respuesta

En cada bocanada de oxígeno sobrevivo, y en ese pequeño gesto inconsciente sobreviven las ciclópeas pirámides egipcias y el poema más pequeño de una poeta polaca, por no hablar de las recetas navarras de mi madre o el último beso que le di a alguien a quien amaba más que a nada en el mundo.

martes, 6 de octubre de 2015

Tierra de nadie

A veces echo de menos Binéfar. Echo de menos la claraboya del techo en mi dormitorio de la buhardilla y me pregunto qué habrá sido de los hibiscos y las madreselvas de la terraza, me pregunto si los siguientes inquilinos se hicieron cargo de su supervivencia.

Echo mucho de menos los ensayos de la coral y las copas en el Chanti después, fui tan feliz aquellas noches. Pero he vivido en tantos sitios, en tantos domicilios, que mi organismo ha generado una especie de escudo protector inmune al número de años, inmune al apego, inmune al pasado.  Como los astronautas, en cada salto dejé una parte importante de mí flotando en tierra de nadie, una parte de mí que se aleja y aleja hasta desaparecer.

martes, 29 de septiembre de 2015

Identidad

Sobre la corteza en perpetuo movimiento
florecen y se marchitan religiones y naciones.

Ninguno de nuestros dientes fosilizados
dará cuenta de cuánto nos quisimos o nos odiamos.

Hojas de otoño, eclipses de luna, miles y miles
de eclipses de luna.  Miles y miles y miles.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Guerra

Hoy he ido a trabajar con pantalones largos por primera vez desde finales de junio. Llovía suavemente como si el mundo fuese un lugar pacífico y predecible.

lunes, 31 de agosto de 2015

La típica tormenta de finales de agosto

Mientras mi hijo firmaba el contrato de alquiler del piso de Huesca donde vivirá el curso que comienza, el cielo se oscureció en pocos minutos y los peatones comenzaron a correr de aquí para allá. Yo, como buen chófer, contemplaba la calle a través del cristal de la inmobiliaria, ajeno a sus asuntos. La típica tormenta de finales de agosto, pensé.

De regreso a Barbastro gigantescas nubes de color ceniza y kilómetros de altura descargaban lluvia y granizo sobre la tierra recalentada levantando una espesa capa de vapor. Golpes de viento y agua me obligaban a corregir constantemente la trayectoria del coche. Los limpiaparabrisas barrían el cristal a la máxima velocidad. Durante varios kilómetros imaginé nuestra querida Picasso roja atravesando el paisaje del Somontano bajo la tormenta a vista de pájaro, a vista de avión, a vista de satélite. Pequeña, diminuta, minúscula.

miércoles, 29 de julio de 2015

Comunión

La voz alegre de un niño pequeño rompe la noche como si el Ramadán no hubiese terminado hace pocas semanas. Me asomo a la calle y me sorprende verla desierta. Los arbolillos que en invierno eran mapas vasculares son ahora profusos animales vegetales de otro planeta a la luz artificial de las farolas, pero mi corazón no está aquí sino en la habitación de un hospital, y también a miles de kilómetros y centenares de minutos de distancia en el futuro. Jamás, ni en los momentos más patéticos de mi adolescencia, imaginé que la vida pudiera ser una experiencia tan sólidamente personal y, al mismo tiempo, la revelación de una verdad profunda que sólo soy capaz de expresar con una palabra: comunión.

sábado, 11 de julio de 2015

Cosas flotantes

Mientras yo me sumerjo en el sueño nocturno tú abres los ojos a un nuevo día en tu diminuto apartamento estudiantil de Itabashi. Allí llueve como ayer, como antes de ayer y como desde el día en que llegaste a la extraña e inmensa ciudad; aquí una terrible ola de calor africano copa todas las noticias en los medios de comunicación.

Siempre supe que los coches eran máquinas del tiempo, pero reconozco que los aviones lo son más: gracias a ellos ahora tú vives siete horas delante de nosotros, algo que, por otra parte, desde que eras pequeña se veía venir.

Cierro los ojos, pronuncio en silencio: «Buenos días, ratoncita», y a continuación me dejo llevar por el sueño como cualquier otra cosa flotante precipitándose.

viernes, 26 de junio de 2015

Calima

El ventilador gira de un lado al otro de la sala mientras el sol, antes de desaparecer, ilumina la fachada del edificio al otro lado de la calle convirtiéndolo en el último palacio de la civilización humana.

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Mi hijo, que regresó de Italia la semana pasada sin haber perdido su extraordinario poder para crear caos y entropía a su alrededor sin mover más dedos que los necesarios para jugar a la PlayStation, me vuelve un poco Abraham con el cuchillo en alto y, por extraño que parezca, también un poco Yahvé en toda su imaginaria crueldad.

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Sé que las cosas son más sencillas. El otro día fui a dar un paseo por el campo antes de trabajar y a unos veinte metros de distancia dos raposas cruzaron velozmente el camino atravesando la calima del amanecer.

domingo, 7 de junio de 2015

Interestelar

De regreso a Barbastro contemplo las lejanas y oscuras tormentas que descargan en las montañas. El termómetro exterior del coche señala treinta y dos grados mientras el aire acondicionado hace su trabajo. En algunos tramos atravieso velozmente las nubes de polvo que levantan las cosechadoras.

jueves, 4 de junio de 2015

Bienvenidas y despedidas y bienvenidas

Hablé por teléfono con mi hijo el otro día. Sus prácticas de fin de grado en Italia finalizan en dos semanas y me comentó lo mucho que iba a dolerle despedirse de quienes han sido sus compañeros de trabajo durante tres meses. Yo le dije que la vida, entre otras cosas, es una continua sucesión de bienvenidas y despedidas.

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Esta mañana decidí de pronto, no sé por qué, afeitarme la barba. Me la dejé en agosto de dos mil diez, durante nuestro viaje a Irlanda. Una mujer marroquí que suele venir por la agencia me dijo que estaba mejor así: «más joven», afirmó. Por tonto que parezca me sentí halagado.

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Siento que a medida que internet crece y crece, más pequeño se hace para mí: cada vez leo a menos personas y nunca me he sentido cómodo en las redes sociales, que me perturban con su cháchara y su ruido. De acuerdo, lo reconozco, siempre supe que acabaría siendo un cascarrabias, pero incluso yo soy capaz de darme cuenta de que seguramente todavía es demasiado pronto para ello.

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El calor ha llegado, como cada año, ajeno a esta época histórica e incluso nuestra mera existencia como especie. También los vencejos que cada tarde hacen acrobacias en el cielo sobre los edificios del barrio donde vivo.

viernes, 29 de mayo de 2015

Capuchino

Dos biscotes integrales con jamón de york y un capuchino de Tassimo. La luz de la calle es pálida. La radio habla todavía de las consecuencias del bonito resultado de las últimas elecciones en España. La sangre fluye en el interior de mi cuerpo desde los pies hasta la última neurona de mi cerebro. Estoy listo para volver a empezar.

jueves, 28 de mayo de 2015

Cincuenta y dos

Los campos que hace unos días eran verdes, tan verdes que me hacían sentir un viajero recién llegado a este mundo, ahora son amarillos. No temo al futuro: serán dorados antes de la cosecha.

martes, 14 de abril de 2015

A pesar de la muerte

Hay un verderol muerto en la acera, su cuerpecillo intacto boca arriba con las membranas de los ojos cerradas casi dulcemente. Me detengo para hacerle una fotografía pero me arrepiento de la idea y vuelvo a guardar el teléfono móvil en el bolsillo: no quiero profanar este instante anónimo, pequeño, único. Continúo mi camino rumbo al trabajo. La mañana, a pesar de la muerte, es luminosa y promisoria.

jueves, 9 de abril de 2015

Terrenales

Después de una larga conversación telefónica con Elvira me siento en una silla -soy de los que sólo saben hablar por teléfono de pie, caminando de un lado a otro de la casa- y doy gracias a internet y al día en el que se me ocurrió la idea de escribir este blog, pues sin él jamás la hubiera conocido.

Al otro lado de esta pantalla hay personas con voces potentes y llenas de vida, amigas terrenales que de improviso te ayudan a comprender muchas cosas. Hallazgos, tesoros, que nunca imaginé.

sábado, 4 de abril de 2015

Las primeras lagartijas

Mi mujer y yo caminamos junto al canal de hormigón armado. El agua clara y dulce fluye ausente de cualquier forma de vida visible, pero en el cielo sin nubes planea un águila y en las arboledas los pequeños pajarillos que tanto nos gustan cantan incansables buscando pareja. El romero, el tomillo y las aliagas están en flor. Las primeras lagartijas huyen rápidamente ante nuestra sombra.

viernes, 3 de abril de 2015

Colmenas

Levanto la cabeza y miro las paredes de mi casa, tan firmes como las de cualquier otra colmena de mi época. Viajo hacia el futuro y juego a imaginar los restos arqueológicos de todo lo que me rodea, los restos de esta ciudad, los restos de este mundo.

viernes, 27 de marzo de 2015

Contra todo pronóstico

El ruido del camión de la basura vaciando los contenedores en la calle. El acúfeno agudo que me acompaña intermitentemente desde el primer ataque de ansiedad. El tic-tac del reloj en la cocina. ¿Ya nunca conoceré el silencio verdadero? ¿Cómo es posible que lo haya olvidado de un modo tan definitivo?

Anoche soñé que caía accidentalmente desde el muelle de un puerto pesquero y me hundía cada vez más y más profundamente en las aguas oscuras y sucias de gasóleo y desperdicios. Antes de morir ahogado desperté y fui al cuarto de baño a mear. Luego bebí un vaso de agua en la cocina alumbrada por la luz de las farolas de la acera. Eran las cuatro de la madrugada. Regresé a la cama y, contra todo pronóstico, volví a dormir hasta que sonó el despertador.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Y absurdo

Ayer a las siete menos diez de la mañana mi hijo Carlos, de diecisiete años, se alejaba de Barbastro en autobús rumbo a Barcelona, de donde partía su vuelo a Pisa, Italia, país en el que va a vivir durante tres meses realizando las prácticas del final de su grado medio de agente forestal.

Alguien en el trabajo comentó, hacia las doce o doce y media, que un avión con salida desde Barcelona se había estrellado en los Alpes franceses. Mi hijo no podía viajar en él porque a esas horas su vuelo todavía no había despegado, pero antes de caer en ello mi cuerpo sufrió un vuelco, un súbito retorcimiento de tripas, un dolor perplejo del que me costó muchas horas recuperarme.

Otros hijos de otros padres murieron ayer por la mañana, y durante unos segundos, al conocer la noticia, antes del mezquino alivio de saber que el mío no era uno de ellos, sentí todo su dolor descomunal, el golpe frontal, la negación inicial, la desesperación de estar viviendo una pesadilla convertida abruptamente en realidad.

Ha pasado un día y una vez más trato de frenar mi imaginación, inútil y estéril en estas circunstancias.  Mientras escribo estas palabras desde la seguridad de un presente más frágil de lo que seguramente estamos dispuestos a aceptar,  familias destrozadas por el dolor viajan hacia las montañas donde se estrelló el avión.

Qué sólido mundo, y absurdo.

lunes, 23 de marzo de 2015

Sin título

A menudo yo también,
como tú, maldigo
la imaginación, porque
la lluvia es sólo lluvia
y nada más, igual que
el tiempo es solamente
esta velocidad que
nos precipita y
nada más.

jueves, 19 de marzo de 2015

Balizas

Las ramas de los arbolillos de mi calle son mapas vasculares a la luz de las farolas nocturnas: aquí el de un riñón, allí el de una mano y más allá el de un pulmón creciendo desde la acera hacia el cielo huyendo lentamente de la gravedad.

En el campo, sin embargo, todos los almendros están en flor, los cultivados y también los que crecen salvajes en los ribazos de las fincas y los márgenes de las carreteras. También ellos son un mapa: sus delicadas flores blancas balizan todas las encrucijadas, todos los caminos posibles.

martes, 3 de marzo de 2015

Y lluvia y nieve

Una compañera de trabajo comentó que el jueves volverían a descender las temperaturas, dijo que el hombre del tiempo había advertido de que el invierno aún no había desaparecido del horizonte, que no debíamos guardar los abrigos todavía.

Mientras la escuchaba di silenciosamente las gracias con todo mi corazón ya dañado por el atisbo de la primavera, mi corazón herido por la luz inflamada y la inminencia del gemido de placer de cada yema en las ramas de los árboles de las aceras de esta pequeña ciudad.

Nací en un lugar cálido y equivocado: mi alma debería ser de hielo, oh, sí, mi alma debería ser de hielo y lluvia y nieve y granizo y niebla, así debería ser, así la echo de menos.

martes, 24 de febrero de 2015

Shangri-La

Cinco patos volando hacia el este sobre la pequeña ciudad de provincias, sus características siluetas en el cielo despejado de la tarde. Viento que trae el frío intacto de la nieve caída kilómetros más arriba, en Shangri-La.

viernes, 13 de febrero de 2015

Un paisaje para todo

En los últimos dos o tres años he pasado por tantos estados de ánimo diferentes que mi conciencia está agotada. No rendida: sólo cansada, tumefacta.

Hace tres meses que terminé con éxito el tratamiento farmacéutico contra la depresión y las crisis agudas de ansiedad que padecía, y ahora, ya curado, me siento como el náufrago que se ha salvado del desastre pero, alcanzada la playa, apenas conserva las fuerzas necesarias para ponerse en pie sobre la tierra firme.

Metáforas, alegorías, subterfugios... Bah, seguramente he leído demasiados libros y he visto demasiadas películas. Mi cerebro es capaz de recrear una imagen para todo, un paisaje para todo. No estoy seguro de que eso sea una ventaja.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Personas comunes

Hay historias personales que no por repetidas dejan de conmoverme hasta el tuétano. El otro día conocí en el trabajo a una persona divorciada que había regresado para atender a su antiguo marido en estado terminal. Como en casos anteriores, siempre protagonizados por mujeres, me dijo que no podía permitir que él muriese solo, aunque ello significara dejar temporalmente a un lado su renovada vida personal y profesional. También lo hacía por el hijo que habían tenido en común, ya adulto: no podía consentir que fuese él quien cargase en solitario con el peso de circunstancias tan duras y penosas. Así, tras muchos años sin convivencia, cuidaba ahora cada día del hombre de quien había dejado de estar enamorada. Mientras me contaba su situación no pude evitar sentir una profunda admiración hacia aquella mujer de melena pelirroja y ojos claros tras unas gafas ligeras de montura metálica. El cansancio físico y mental asomaba en las ojeras y en la comisura de la boca, pero en su espíritu latía con fuerza aquella discreta generosidad de las personas comunes que hacen que el mundo sea un lugar más bello que el que nos muestran cada día las portadas de los periódicos.

El rey desnudo

Esto escribe el rey desnudo: los dones,
como todo aquello que no merecíamos,
se desvanecen y desaparecen con la edad.

lunes, 26 de enero de 2015

Trilobites

En la azotea del edificio de enfrente permanecen los adornos luminosos navideños, apagados. Caigo en la cuenta de que están allí todo el año, anónimos y grises, casi invisibles en la fachada anónima y gris. Una costumbre triste pero práctica.

Los húmedos y blandos campos de cebada tienen el tono verde del musgo. Contrastan con los árboles desnudos y las zarzamoras secas de los caminos. La cordillera, que en los días claros parece estar a un paseo de distancia, luce al fin cimas blancas -pero esta mañana el propietario de un restaurante de Cerler me dijo que el viento se estaba llevando toda la nieve.

Enero se precipita hacia adelante como si en vez de edificios con adornos luminosos navideños apagados me rodease el mar somero que cubría este lugar hace millones de años. Trilobites tan frescos como mi corazón recorren el fondo arenoso. El viento dibuja olas en la superficie, llevándoselas.

viernes, 16 de enero de 2015

Conozco ese tipo de poder

A menudo, hablando con amigos y familiares, afirmo con mi habitual desfachatez que los seres humanos somos animales esquizofrénicos. Cómo no serlo si, conociendo con absoluta certeza que nos precipitamos hacia la muerte, somos capaces de seguir adelante como si nada o, tras inventarnos tantas y tantas religiones pretéritas y presentes, como si todo.

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Los que matan en nombre de Dios, ¿saben algo del ADN, del Bing-Bang, saben que en el cosmos existen miles de millones de galaxias como la nuestra? Los que matan en nombre de Dios, ¿saben que durante las primeras siete semanas de desarrollo todos los embriones humanos son hembras sin excepción alguna? Los que matan en nombre de Dios, ¿saben que a lo largo de la historia de la humanidad aparecieron miles de religiones por las que se combatió, se murió y se asesinó, de la mayoría de las cuales ya no queda sino el eco polvoriento de tablillas de arcilla y pergaminos? Los que matan en nombre de Dios, ¿no son capaces de imaginar que la existencia humana es algo un poco menos idiota que el relato que defienden, algo un poco menos ofensivo a la inteligencia, incluso a la imaginación?

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Pero no seré yo quien diga que la religión sólo ha traído muerte y destrucción al mundo: he cantado a Bach, a Haendel, me he estremecido de la coronilla a los pies en el altar de muchas iglesias mientras la música más bella del mundo rogaba a nuestro Señor que perdonara los pecados del mundo; junto a mis compañeros del coro interpreté la música más bella del mundo expresando el indecible sufrimiento de una madre a los pies de la cruz romana donde su hijo judío agonizaba como el cordero del sacrificio. Estuve allí. Conozco aquel consuelo, su comunión inefable. Conozco ese tipo de poder. Volveré a sentirlo.

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Me llama mi hija desde Barcelona. Hablamos de los últimos sucesos en París. Me dice que algunas veces siente un poco de miedo al viajar en metro por si hay un atentado. Le digo que los islamistas radicales no vencerán, le digo que lo que debemos hacer es seguir viviendo de esta manera que tanto les saca de quicio. Generaciones enteras dejaron sus vidas en el barro por las libertades, los besos en la calle, el matrimonio entre personas del mismo sexo. No permitiremos, le digo, que nuestra imperfecta y decadente civilización retroceda cinco siglos como si nada hubiera pasado. Nos espera el espacio exterior, la colonización de otros planetas liderada por mujeres y hombres, el avance en el conocimiento de las partículas más elementales de la realidad, el avance en el conocimiento del universo entero. Es un territorio en el que no tienen cabida los decapitadores.

martes, 6 de enero de 2015

Penínsulas

Por la mañana fuimos a dar un paseo por el campo a la derecha de la carretera de Berbegal, unos cuantos kilómetros más allá del hospital de Barbastro. Hacía mucho frío y el suelo estaba blando, casi tierno. Al respirar exhalábamos humo, una de las maravillas invernales que más me gustan desde que tengo conciencia. El camino cruzaba campos de olivos en cuyas lindes crecían enebros y encinas carrascas. En el horizonte se elevaba el Monasterio del Pueyo y detrás, aparentemente cerca, la cordillera cuajada de cimas blancas. Al cabo de un rato llegamos a un gran viñedo limpio como los huesos de un cordero. Había huellas de jabalí que yo, cual un khoisan cualquiera, señalaba con mis manos envueltas en guantes de lana. En las zonas de sombra permanecía el hielo de la madrugada creando inversos mapas de penínsulas, islas y estrechos propicios para emboscar antiguos imperios que se creyeron eternos. A lo lejos se escuchaba el eco de los coches en la autovía.

domingo, 4 de enero de 2015

Felices zombis

Este impulso de seguir,
de continuar adelante
sin pensarlo demasiado.

Tener hambre y sed cada día
a pesar de los banquetes,
cerrar los ojos cada noche,
abrirlos por la mañana.

Sentir tantas dudas que,
como el deseo,
nunca se apagan.

Qué ángeles ciegos, qué
felices zombis sin espejo,
macacos miopes, futuros
astronautas valientes.

jueves, 1 de enero de 2015

Miles y miles

A las seis de la mañana Carlos me despertó con un whatsapp pidiendo que fuese a buscarle a Binéfar, donde le había dejado la tarde anterior. Gruñí para mí mismo como el viejo cascarrabias que comienzo a ser, me puse cualquier cosa encima, bajé al garaje, subí al coche y salí al exterior. Me sorprendió no ver a nadie por la calle en una madrugada tan festiva como la del primer día del año, pero el hecho es que mi barrio de Barbastro aparecía absolutamente desierto. Al salir a la carretera el termómetro marcaba tres grados bajo cero. Conduciendo a través de las viñas me sentí perplejo ante la nitidez de la miríada de estrellas que cubrían el cielo nocturno.

Recogí a mi hijo y regresamos a casa. Durante el trayecto de treinta kilómetros apenas nos cruzamos con cuatro o cinco coches. Le pregunté qué tal se lo había pasado y me contestó que no había estado del todo mal, aunque -añadió- cada vez le gustaban menos las fiestas programadas. Por alguna razón pensé que todo estaba bien. El termómetro había descendido hasta los cinco grados bajo cero y, como si el frío tuviese el poder de la claridad, miles y miles de estrellas brillaban en el espacio exterior con una limpieza nunca vista, casi más propia de un planetario que de la pura naturaleza.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Somos lo que flota, no lo que empuja

Si cuando tenía veinte años, allá por 1983, me hubieran dicho que hoy, a punto de dejar atrás 2014 y entrar en el misterioso 2015, escribiría sentado a una mesa de madera en una habitación sin ojos de buey con vistas a Marte o Júpiter, bebería bourbon en un vaso de vidrio corriente y mi cuerpo entero continuaría siendo totalmente natural, sin piezas de plástico biológico ni mejoras electrónicas implantadas en mi cerebro, no lo hubiera creído.

Debo repetir la cifra: 2015.  ¡Leí decenas de cuentos de ciencia ficción cuya acción se desarrollaba hace ya mucho tiempo! ¡Cuentos donde colonizábamos otros planetas! ¡Cuentos donde la humanidad se homogeneizaba a cambio de justicia e igualdad! Cuentos donde los androides soñaban con ovejas eléctricas, cuentos donde los condenados políticos eran enviados al mesozoico en una máquina del tiempo llamada «El martillo», cuentos que hablaban de mundos nuevos, vehículos voladores, ciudades aéreas, lunas cubiertas de hielo.

En la calle brillan las luces navideñas que el ayuntamiento instaló hace algunas semanas.  Los ciudadanos caminan encogidos sobre sí mismos para protegerse del intenso frío entre edificios que bien poco se diferencian de los que se erguían en la ciudad de Pompeya antes de ser enterrada por la violenta erupción del Vesubio. Yo escribo en una máquina de escribir con pantalla mientras escucho El Mesías de Händel con la misma maravillada estupefacción que lo escuchaba hace treinta años. Salvo las canas, la barba, el sobrepeso y la propensión a emocionarme por cualquier cosa, poco he cambiado desde entonces. Permanecen las preguntas y el ansia de respuestas, ansia inútil pues el tiempo -como los ríos, el mar o la lluvia- nos es absolutamente ajeno: no ya el futuro, ni siquiera el presente nos pertenece. Somos lo que flota, no lo que empuja.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Párpado

Como cuando sentimos
temblar el párpado
y al asomarnos al espejo
descubrimos
que no es nada, que no existe,
así sucede
con todo lo demás.

viernes, 26 de diciembre de 2014

martes, 23 de diciembre de 2014

Un cuento de Navidad

Al principio no habían querido escuchar a los vecinos y amigos que cargaban sus pertenencias en coches y carros de mulas y abandonaban la ciudad. Ellos, la familia de este cuento, siempre habían vivido allí, igual que sus padres y los padres de sus padres y los padres de los padres de sus padres. Su religión era muy antigua, más antigua que todas las que les rodeaban, y siempre, durante siglos y siglos, había sobrevivido, ¿por qué habría de ser diferente ahora? Además la esposa estaba encinta de ocho meses y no consideraban conveniente someterla a un viaje sin destino.

Cuando las primeras rancheras Toyota cargadas de milicianos enfilaron la avenida principal seguidas por los carros de combate tomados al ejército gubernamental, nuestros protagonistas se quedaron en casa, quietos, discretos, silenciosos. Aquellas banderas negras y las consignas y disparos al aire no tenían nada que ver con ellos, sólo había que aguantar las primeras semanas, pensaban, y esperar que las aguas se calmaran.

Pero pronto comenzó el terror: todos los policías y soldados que se habían rendido pretendiendo ser respetados como prisioneros fueron ejecutados tumbados unos junto a otros en sus propias fosas comunes, y cualquier comentario descuidado podía ser considerado apóstata y condenar al desgraciado a la crucifixión o la decapitación en la plaza pública. La policía moral comenzó a patrullar todos los barrios para imponer su visión de la fe y prohibir el consumo de alcohol, la libre indumentaria de las mujeres, la música occidental, las fotografías alegres, cualquier atisbo de libertad mental, y cuando, ya fuera por azar o por la denuncia de vecinos malintencionados, encontraban a miembros de otras religiones, les exigían, además de sumisión e invisibilidad, el pago de un impuesto para librarse de la muerte.

Fue a principios de diciembre cuando el padre vio con claridad que se habían equivocado quedándose. Supo de buena fuente que durante la noche grupos de asesinos compuestos por invasores y ciudadanos criminales entraban en las casas de los que ellos llamaban infieles para asesinar a los hombres, saquear todo lo que podían encontrar y esclavizar a mujeres y niños sin importarles impuestos ni humanidad alguna. Para no asustar prematuramente a su mujer embarazada planificó en secreto, ayudado por su hijo mayor, el acopio de provisiones y gasolina que les permitiera llegar a la frontera. No olvidó el dinero que sería necesario para los sobornos, ni tampoco los atuendos y pañuelos que vestirían su esposa e hijas para superar los controles de carretera.

Salieron de la ciudad una mañana fría, poco después del amanecer, pues era mejor pasar los controles a la luz del día que en la oscuridad de la noche, cuando todo resultaba sospechoso. Les ordenaron detenerse en tres ocasiones y en todas ellas los milicianos echaron un vistazo a los ocupantes del coche, tres de las cuales viajaban totalmente cubiertas por el hábito negro que sólo dejaba asomar los ojos asustados, y les dejaron pasar. Cuando hubieron dejado atrás la periferia de la ciudad donde sus antepasados habían vivido durante siglos abandonaron la autopista principal y tomaron vías alternativas que amigos ya a salvo les habían enviado por whatsapp. Las carreteras secundarias, cada vez en peor estado y con más curvas, subían y subían hacia las montañas a través de un majestuoso paisaje de bosques de cedros y cimas cubiertas de nieve, y a medida que ascendían, más y más lejos parecían quedar las plazas públicas de cabezas empaladas, las mutilaciones ejemplarizantes, las lapidaciones, las crucifixiones, toda aquella demencia casi irreal, como de otro mundo.

El puesto fronterizo se hallaba situado en la cumbre de la cordillera, y por el brillo en la mirada de los soldados el padre supo que había hecho bien reuniendo dinero en pequeños fajos de billetes. Se quedaron también la televisión de plasma y los dos teléfonos móviles que llevaban, además de los relojes y la Play Station que el hijo mayor había escondido inútilmente al fondo del maletero, pero finalmente pasaron al otro lado de la barrera metálica donde había la misma nieve, los mismos árboles, las mismas rocas, las mismas nubes atardeciendo sobre un paisaje alpino y donde, sin embargo, todo era diferente.

Fue cerca de media noche, descendiendo hacia el valle donde titilaban las luces de una ciudad, lejanas y diminutas como estrellas, cuando la madre se puso inesperadamente de parto. Había roto aguas y el tiempo se terminaba. Las niñas lloraban y el chico miraba hacia adelante con los ojos muy abiertos. Al salir de una curva apareció una cabaña de pastores junto a un prado y allí se detuvieron. El resto es sabido.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Aquella maravillosa e infundada esperanza

Salgo de la consulta médica oficialmente curado. Mi cerebro, después de diez largos meses de tratamiento pautado y sin ayuda química durante las últimas cuatro semanas, vuelve a producir por sí mismo la cantidad necesaria de serotonina que hace que los seres humanos sintamos, sin ser conscientes de ello, aquella maravillosa e infundada esperanza que nos caracteriza.

lunes, 15 de diciembre de 2014

De talleres y mercenarios

Me gustan los talleres. No los literarios, desde luego, y todavía menos los poéticos (un momento: me retiro a vomitar); no, me refiero a los de verdad: carpinterías, fábricas, obras en construcción, garajes mecánicos, etcétera.

Lo pensaba esta tarde mientras esperaba a que alinearan la dirección de mi vieja y leal Picasso. Los mecánicos del taller de Citroen en Barbastro, donde me conocen desde hace once años, me permiten deambular de aquí para allá echando un vistazo mientras no moleste demasiado. Uno llama mi atención y pregunta: «¿Llegaré a cobrar la jubilación? La cosa está jodida, jefe. ¿Sabes qué haría yo? ¡Colgar a todos los políticos de las farolas de la calle!». Desde que le conozco, bastante antes de la actual crisis económica, siempre habla en esos términos. Como suele decir, él lo veía venir.

Admiro profundamente a las personas que saben fabricar y arreglar cosas. Yo, aunque parezca mentira, provengo de su estirpe: mi padre posee la sabiduría necesaria para levantar un edificio entero desde los cimientos hasta los cuartos de motores de los ascensores: albañilería, estructura, fontanería, electricidad, todo; y cuando digo todo quiero decir absolutamente todo. Recién llegados a Marte no me cabe la menor duda de que él sería infinitamente más necesario que yo.

Observo cómo el mecánico conduce mi coche fuera de la elevadora y se lo lleva a hacer una prueba. Siempre me llama la atención lo bien que suena su motor cuando ellos lo aceleran, es casi como si ella disfrutara más en sus manos que en las mías, ¡en sus manos mercenarias que pronto pasarán a otro vehículo sin recordarla nunca más! Ah, las eternas e injustas reglas sentimentales del mundo.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Algo así

Maite y Carlos se han ido -la primera a Zaragoza, el segundo a Huesca- y un domingo más me he quedado solo. No me asusta la soledad: me gusta la soledad. De algún modo. Hasta cierto punto. Algo así.

Salgo a la galería a poner una lavadora y me asomo un momento a la calle donde brillan los adornos luminosos de navidad. No odio la navidad: sólo me aburre soberana e indeciblemente; no odio la navidad, lo que sucede es que me produce una melancolía vergonzante, indebida y culpable.

Pero hay en ella algo que a mí, ateo discreto y sin pretensiones, aún me emociona como cuando era un niño: la imagen del hijo de un dios todopoderoso naciendo furtivamente en un establo en lo más crudo del invierno.  La reflexión y la poesía que semejante relato expresa nunca dejó de conmoverme. Todavía lo hace.

jueves, 11 de diciembre de 2014

El señor Spock

Es un hombre pálido y de cabello blanco y escaso que se ayuda de un bastón; viste pantalones de tergal, jersey sobre camisa blanca y abrigo de paño de color gris.  Se acerca a mi mesa, le doy los buenos días, le pregunto en qué puedo ayudarle y se presenta formalmente antes de sentarse en una de las dos sillas amarillas: «Soy R. C. y tenía cita previa a las once y veinte».

Viene con dos propósitos, el primero informarse del importe y demás características de la probable pensión de invalidez que el tribunal médico va a valorarle próximamente, y el segundo darse de alta en el nuevo servicio de usuario y contraseña que la Seguridad Social española ha habilitado en su página de internet para que los ciudadanos puedan efectuar todo tipo de trámites desde su casa sin necesidad de acudir a nuestras agencias.

Me informa de que fue diagnosticado de leucemia y ahora se encuentra en pleno proceso de recuperación tras un autotransplante de médula.  Le pregunto cómo se hace eso y me explica con todo lujo de detalles técnicos el proceso: la extracción de su propia sangre, el tratamiento y cribado de sus células, su congelación a -160 grados, el duro tratamiento de quimioterapia y la posterior reintroducción de la médula sana con la esperanza de que sustituya a la enferma .  Me cuenta que por ahora todo parece ir bien pero no se atreve a adelantar resultados concluyentes o, como él mismo expresa: «Ni siquiera me atrevo a imaginar el oso».

Para darle de alta en la oficina virtual de las administraciones públicas le pido un número de teléfono móvil y su dirección de correo electrónico, que resulta ser spock(...@.......).es.  Aparto la mirada de la pantalla y le miro con gesto de curiosidad, gesto al que mi cliente responde sonriendo con los ojos pero no con el resto de su rostro de sesenta años sobre el del ser humano de cincuenta que es en realidad.  «Esta noche emiten Stark Trek en Antena3», dice, «es la versión de 2009 de J. J. Abrams con los actores nuevos».  «La he visto», le digo, «me gustó mucho. Claro que, como sucedía en la versión original, Spock se come con patatas al capitán Kirk».  «Estoy de acuerdo con usted», dice él, y sonríe con todo su rostro por primera vez.

Cuando se levanta para irse y me ofrece la mano pienso en lo afortunado que soy de trabajar en un lugar que me permite conocer fugazmente a tantas personas distintas, únicas e irrepetibles.  He de reprimir la tentación del saludo vulcano tras sentir su mano fría en la mía, siempre tan caliente.  «Mucha suerte, señor Spock, espero que volvamos a vernos», pronuncio sólo para mí mientras otra persona se levanta de la sala de espera y se acerca a mi mesa.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Cuentas

La primera noticia hablaba del cambio climático en nuestro planeta y lo escenificaba con la emisión imaginaria de unas previsiones meteorológicas en televisión datadas el 10 de agosto de 2050.  En ellas Mónica López, la actual mujer del tiempo del telediario, predecía temperaturas de 45 grados y aún más elevadas en gran parte del territorio español: un infierno en la tierra.

La segunda noticia informaba del lanzamiento de la nave Orión, la primera diseñada para emprender largos viajes interplanetarios desde la época de la exploración lunar allá por los años 60 y 70 del siglo pasado.  Al fin, tras tanto tiempo de pasividad y cobardía, volverá a ser posible dejar atrás la estación espacial e ir más allá, explorar nuestro sistema solar, aterrizar en otros planetas, tal vez en Marte en 2030 si se cumple el calendario de la NASA.

2030, 2050...  Hice cuentas.  Me sentiría muy feliz, absolutamente conmovido y emocionado, si pudiera asistir a la llegada del ser humano a Marte a mis futuros 67 años de edad, algo que no encuentro imposible del todo, quién sabe.  En cuanto a la terrible predicción meteorológica de un futuro sahariano en este rincón de Europa, tendría ya 87, una longevidad que ahora mismo considero muy difícil de alcanzar.

Tengo 51 años y comienzo a sentir que el futuro ya no me pertenece a mí sino a mis hijos y a los posibles hijos de mis hijos, lo cual no me hace menos responsable.  Sí, sé que suena ridículo e incluso melodramático, pero en realidad es un sentimiento tan pedestre como cualquier otro.  Mi deber, mi único y gran deber, es hacer todo lo que esté en mi mano para ralentizar en lo posible el calentamiento global de nuestro mundo y, al mismo tiempo, defender con uñas y dientes la ciencia y la investigación y el afán explorador que siempre definió a lo mejor de nuestra especie; empujar en la medida de mis fuerzas para que ellos echen a andar mientras nosotros nos desvanecemos.


sábado, 6 de diciembre de 2014

Corre, insensato

Corre, insensato, corre
y no mires atrás.

Pero no, escucha, no,
mejor camina, sí,
mejor camina despacio
así, eso es, sin
llamar la atención.

Y ahora detente y
siéntate en ese banco
junto a la acacia, sí,
justamente ahí, como
quien no quiere la cosa, y

contempla las nubes
en el cielo, los peatones
que van de aquí para allá
inmersos en sus pensamientos.

Los coches. Las palomas.
Mira cómo pasan de largo.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La vida en ello

Muchas semanas sin escribir tras sobrevivir al cabo de Hornos. Semanas pacíficas y silenciosas, expectantes, en un océano vacío.

Hoy quedé a comer en Binéfar con mis amigas y compañeras de la coral más queridas. Mientras conducía de regreso a Barbastro recorriendo los kilómetros que devoré tantas y tantas veces caí en la cuenta de que, como les había sucedido a otros navegantes antes que a mí, finalmente las tormentas del fin del mundo se habían limitado a empujarme con furia al puerto de partida.

Así es como más viejo, más ignorante, más gordo, más escéptico y al mismo tiempo más grotescamente emotivo, pongo de nuevo el pie en el muelle de Las cinco estaciones. Mis botas pisan tierra firme. En lo más profundo de la noche las hojas rojas de las viñas alfombran los pasillos cuidadosamente diseñados para el paso de las vendimiadoras mecánicas y los jabalíes recorren los maizales ya cosechados en busca de las mazorcas supervivientes. Tras el edificio donde vivo el río Vero se precipita hacia el remoto Mediterráneo como si le fuera la vida en ello.

sábado, 6 de abril de 2013