martes, 23 de marzo de 2021

Cruzados

Piensas que todo puede terminar en cualquier momento, y no sucede. Las cosas de siempre fluyen un día tras otro, y eso significa que vivimos, que estamos vivos, que la muerte todavía no ha aparecido en escena. En el alto cielo azul los escasos aviones de pasajeros dibujan su recta línea blanca de combustible consumido. Me siento al otro lado de mi mesa de trabajo, al otro lado de la mampara de metacrilato que me distancia de las personas, y desfilan rostros de todas las edades y sexos ocultos por mascarillas como la que oculta mi aspecto. De pronto, desde el año pasado, los ojos se han convertido en lo que fueron siempre: hermosas ventanas al interior de nuestros pensamientos, nuestros miedos, nuestras preguntas. Todas las mujeres, independientemente de su edad, son bellas tras la mascarilla, y también ellos. Han venido desde las altas montañas donde cultivan la tierra y crían hermosos terneros; han venido desde el Somontano y sus viñedos, almendros, olivos, cebada, alfalfa, colza; lugares donde fluye el agua y los pastos comienzan a crecer alimentados por el deshielo de la nieve. Al irse suben a sus coches cuatro por cuatro y regresan a sus comarcas de nombres medievales: Sobrarbe, Ribagorza. Yo, al observarles mientras les informo y ayudo lo mejor que puedo, pienso en desiertos y austeras fortalezas templarias. Esas mascarillas los convierten durante un instante en cruzados en Siria y Jerusalén, asesinos y víctimas, sudor y sangre. No puedo evitarlo. En esos ojos sobre la máscarilla veo todo eso y mucho más, su regreso a través del mar, las pesadillas.

miércoles, 3 de marzo de 2021

Nadadores

Hoy estoy tan absolutamente agotado que me costará dormir, lo sé. Pero en el fondo todos sabemos que estos detalles dan igual porque mañana sonará el despertador y me pondré en marcha otra vez. Mi vida se cruzará con la de decenas de otras personas en momentos especiales de sus vidas, y por eso un poco de la mía se mezclará con las suyas porque no lo puedo evitar. Sigue lloviendo polvo del Sáhara sobre los coches aparcados en la calle mientras vivimos como si algo así no fuese extraordinario, algo poco menos que increíble, un suceso mágico. Pero qué no es mágico. Mi corazón palpita en su nido tras mis costillas. Respiro cada varios segundos. Llueve arena del Sáhara. Durante la noche no canta ningún pájaro. El tiempo cae a través de un agujero negro, cae en silencio sin posibilidad de retroceder, cae esta aventura nuestra tan extraña, tan rara, tan imposible de comprender, esta experiencia sin sentido alguno. Voy a intentar dormir porque mañana me espera un día duro que requerirá de toda mi posible inteligencia, de todo mi probable entusiasmo, de toda mi vocación de servir a los demás. Buenas noches, hermanas y hermanos, lo daré todo por ayudaros. Me pagan por algo que quiero hacer, y me conformo. Si vuelve a llover arena del Sáhara pensad que ha llovido polvo de cocodrilos extinguidos, rebaños de cebras que ya no pastan allí, jirafas, rinocerontes, nadadores en lagos plenos de agua pintados en cuevas del desierto. Todo cambia y todo está unido por un hilo invisible que yo siento en mi corazón. Buenas noches.

domingo, 28 de febrero de 2021

Caballos

Último día de febrero, que es como decir último día de algo que no se sabe bien si es el último o no. Fue gris. Fui feliz -el año de pandemia mundial ha rebajado ampliamente los requisitos para cumplir esa definición. No he salido de casa desde el viernes ni me he duchado, me miro en el espejo y veo a algo parecido a un vagabundo de primera clase. Hoy cociné mucho: lomo a la aragonesa, pastel de brócoli con patatas y migas de bacalao al horno, lentejas, salmón al horno, empanadillas caseras. Ahora es de noche y me voy a acostar. Leeré un rato (El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu, está bien pero no para echar cohetes). Me debo amor a mí mismo, porque lo merezco. No el amor de los demás, que lo tengo en abundancia y me hace muy feliz, sino el mío propio. Este siempre lo he echado de menos. No me quiero como debería. Quiero quererme pero es complicado: conozco todos mis pecados, todos mis errores, todas mi adicciones. Si yo fuera otro me querría como quiero a mis amigos de quienes también conozco todas esas cosas, pero soy yo. Qué injusto. Cerraré los ojos. Hoy quiero soñar con caballos.

martes, 23 de febrero de 2021

Un silencio absolutamente perfecto

He apagado la música y de pronto ha aparecido el acúfeno que me acompaña desde hace muchos años, aunque eso sea el silencio para mí. Una vez leí que era el sonido de mi cerebro, un sonido que en las personas sanas el oído filtra convenientemente, pero no en mi caso. Pienso en el espacio exterior, hay multitud de páginas web que registran su sonido. Todo suena, incluso el vacío estelar. Zumbidos, crujidos, graves sostenidos a través de millones de años luz. Mi viejo acúfeno ya forma parte de mí. Pensé que nunca lo aceptaría, a pesar de lo que me decía mi doctora, pero ella sabía que lo haría: ahora forma parte de mí, soy yo. Dejaré de oírlo cuando muera. Despertaré entonces a un silencio absolutamente perfecto.

martes, 2 de febrero de 2021

Banquisa

Cada mañana atravieso caminando el patio colectivo del bloque de apartamentos donde vivo. Es un patio lo suficientemente grande como para ver el cielo, es tan grande que hay columpios para los niños y bancos y maceteros desaprovechados con tristes proyectos de plantas muertas. La noche se mezcla con el día y camino como si me dirigiese a una pirámide inexplorada. Un avión de pasajeros deja su silenciosa huella blanca en la lejanía de las nubes más altas. Algunos kilómetros más allá está el espacio donde la gravedad no existe y nuestros hermanos y hermanas flotan en el frágil interior de la estación espacial. La superficie de los coches aparcados en la acera de la calle Antonio Machado son una delicada copia de la banquisa de la Antártida. Camino cuesta arriba disfrutando del frío en mi rostro. Llevo un plátano de Canarias en el bolsillo izquierdo de mi abrigo.

sábado, 16 de enero de 2021

El último

La nieve se ha ido derritiendo muy, muy despacio debido al frío de estos días. El frío me hace feliz. Por la noche abro la ventana del dormitorio y duermo a temperaturas bajo cero en mi cálida silueta bajo la funda nórdica de color blanco. Eso me gusta, como me gustan tantas cosas que están a mi alcance.

Aunque todo está a nuestro alcance y, al mismo tiempo, a millones de kilómetros de distancia; a millones de años luz y a milímetros. Tú y yo lo sabemos. La vida es algo muy extraño, muy raro. Que yo esté escribiendo esto. Que tú me leas. Que nuestro planeta gire alrededor del sol mientras la especie a la que pertenecemos lo destruye a una velocidad nunca imaginada.

Pero la belleza inútil permanece. Pienso en el último neanderthal en Gibraltar, frente al mar. Su grupo fue muriendo y hace mucho tiempo que las reuniones de clanes desaparecieron porque ya no aparecía nadie. No recuerda la última vez que vio a alguien como él, pero sabe que seguramente más al norte los habrá a cientos, a miles, como sucedió en el pasado.

El mar golpea en las rocas. En los días claros puede contemplar el atisbo de una tierra lejana donde muere el horizonte. Las olas cubiertas de espuma vienen y se van como lo hicieron y lo harán siempre.

Cierra los ojos y, mientras muere, vienen todos a recibirle: padres, hermanos, hermanas, hijas, hijos, nietos; leones, hienas, rinocerontes, bisontes, conejos, mejillones, el hambre. Dormir tranquilamente al fin, mecido por la inútil belleza del mar azul y las nubes blancas en el cielo, tan blancas.

viernes, 15 de enero de 2021

Campañas

Hoy no fue un día normal. Hoy tampoco. Debo enfrentarme a un monstruo que habita dentro de mí. Lo hice en el pasado y en algunas campañas fui yo el vencedor. Pero siempre regresa, no se rinde, sólo espera su ocasión. Hoy, sin que nadie me viese, ni siquiera la persona más cercana a mí, he llorado cinco o seis veces, ocultándome. Tengo que volver a luchar aunque a menudo siento que me faltan las fuerzas. Voy a acostarme. Cuando duermo duerme también el monstruo y la guerra cesa hasta el amanecer. Estoy tan cansado.

domingo, 10 de enero de 2021

Mirando sonrientes desde las ventanas

La vida, como la nieve, como la muerte, sucede sin esfuerzo, cae y se disuelve sin que nada podamos hacer mirando sonrientes desde las ventanas. Siempre fue así.

martes, 5 de enero de 2021

La vida natural

Hoy es cinco de enero del año dos mil veintiuno, las temperaturas en España han caído considerablemente y se anuncian nevadas abundantes incluso en lugares donde casi nunca nieva. Tras despedirnos de nuestra hija que viajaba de vuelta a Noruega hemos conducido desde Zaragoza hasta Barbastro y todo era igual que siempre, como si todos los días de mi mundo fuesen el mismo día, todos los paisajes el mismo, el cielo azul cubierto de nubes a kilómetros de altitud el mismo, yo y mi mujer a mi lado en el coche corrigiendo trabajos de Lengua y Literatura los mismos, la vida entera la misma. Yo, en estos primeros días del nuevo año, no me siento en absoluto diferente al que era en las postrimerías del año que ya no existe en presente; tengo y siento los mismos defectos y las mismas virtudes. Soy el mismo y, lo más importante: siento que el mundo es exactamente igual que hace una o dos semanas. Y no quiero referirme a la pandemia mundial que asola el mundo y, tú y yo lo sabemos, un día se apagará como los incendios forestales. Me refiero a otra cosa que siento en las tripas, algo que siempre ha existido y existirá. La vida natural, la existencia real y simple y probablemente aburrida, el decurso de los acontecimientos humanos, casi siempre comunes, casi siempre antiguos, fluye sin cambios ni celebraciones ni calendarios. Y este pensamiento no es algo que me incomode sino que me consuela, me conmueve. Disuelve expectativas, disuelve toneladas de peso invisible en mis espaldas. Somos eslabones anónimos en una cadena, pasajeros de vuelos comerciales sobrevolando el mar del norte y sus plataformas petrolíferas bajo las estrellas de la noche, durmiendo.

jueves, 31 de diciembre de 2020

El dormitorio de mi apartamento

A veces me sucede que no siento ningún interés por el futuro. Mi existencia en este presente continuo me insinúa que no merece la pena perder el tiempo en algo que, aparentemente, ni siquiera es de mi incumbencia porque no somos propietarios de nada, no existe nada que nos pertenezca.

Estas mañanas con temperaturas bajo cero se hielan los charcos en los caminos del campo, los caminos bajo las copas de los árboles desnudos de hojas, los árboles desnudos de hojas bajo el cielo y las nubes que se transforman en nieve kilómetros arriba, curva tras curva.

Aquí y ahora me acostaré en el dormitorio de mi apartamento, cerraré los ojos y despertaré en otro lugar al margen del futuro. Siempre fue así.

martes, 22 de diciembre de 2020

Pasos de nadie

Este invierno no es un invierno de Chéjov; este invierno no es un invierno de Jack London. La pandemia lo congeló todo en primavera. Ningún sonido se escucha en los bosques imaginados. La nieve no cruje bajo los pasos de nadie. La noche es oscura y húmeda. Escribo dentro de mi casa, a salvo de nada.

sábado, 19 de diciembre de 2020

Aunque no me conozcas

Creo en la humanidad. Participo, sólo con respirar, en su destino. Todo lo comparto con ella, mi existencia no tiene sentido sin ella, su fragilidad me conmueve hasta el tuétano. Dime, qué puedo hacer si me precipito hacia el futuro a tu lado, dame la mano aunque no me conozcas.

jueves, 26 de noviembre de 2020

Nada sabe de mí

Hace mucho tiempo que murieron las moras en los zarzales, secas y arrugadas como núcleos radioactivos, cigotos de verano, cerebros diminutos. El invierno se acerca y mi cuerpo huele a refugio abandonado, a cenizas. No recuerdo nada excepto cuando duermo. La verdad, esa manada de lobos, me rodea aproximándose cautelosamente; la verdad nunca leyó un libro, no tuvo familia; la verdad nada sabe de mí, sólo tiene hambre.

sábado, 31 de octubre de 2020

Humo de leña

No he escrito nada en un mes, absolutamente nada salvo listas de compra, menús semanales, anotaciones de trabajo, cálculos, teléfonos, recordatorios en mi calendario de sobremesa.

La segunda ola de la pandemia mundial continúa segando vidas en todos los idiomas y latitudes. La mía y la de los míos fluye lentamente de ese modo absurdo en el que suceden las existencias corrientes.

Salgo a tender la ropa de la lavadora al balcón frente al río de minúsculo caudal. El aire trae olor a vegetación húmeda y humo de leña. Es un aroma familiar y al mismo tiempo más antiguo que yo y que mis antepasados. La proximidad del invierno me hace feliz.

martes, 29 de septiembre de 2020

El amor de los cocodrilos

A menudo olvido que mi viaje no lo hago solo. Con frecuencia dejo fuera a quienes precisamente están más cerca de mí, a quienes forman parte del pequeño mundo que yo he contribuido a crear de la nada. Mis problemas mentales, mis adicciones, los dejan fuera y no creo que sea algo accidental sino una manera de protegerme de lo que más quiero.

El viernes viene Paula desde Noruega. No la vemos desde la última nochebuena. Iré a buscarla al aeropuerto y prometo no abrazarla tan fuerte como para romperla, pero qué ganas tengo de tener a mi ratoncita entre mis brazos de oso. Nadie en la juventud conoce los lazos que tendrá con nadie, ni siquiera con sus hijos. Yo digo: es mejor no saberlo, que sea una sorpresa.

Yo siento un vínculo con mis hijos primitivo, de cocodrilo, un vínculo en el que la inteligencia no existe. Moriría por ellos, y no lo digo en sentido figurado. Asesinaría por ellos, y tampoco lo digo en sentido figurado. Sé que en mis cuerdas vocales hablan mis genes utilizándome, domesticando mis neuronas y todas las células de mi gordo cuerpo en su propio interés. Me da igual. Ya dije que en este territorio la inteligencia no existe.

Conduciré a Barcelona y esta vez espero no equivocarme de Terminal del Aeropuerto, como la última vez. Soy un desastre. Siempre lo he sido: un desastre total. Pero el amor me acompaña. No es suficiente para curarme y ayudarme a vivir libre y limpio, aunque sí para seguir adelante. No veo la hora de ver aparecer a mi hija en el aeropuerto. Tanto tiempo sin sentir su cuerpecillo de pájaro entre mis brazos. Mi amor de veintisiete años, una mujer ella como un hombre su hermano de veintitrés. No, no hago el viaje solo. Qué sencillo, qué básico es el amor para los cocodrilos como yo. Maldigo mi cerebro humano.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Hermanos

En estos tiempos duros me salvan las personas a las que atiendo en mi trabajo. Hay tanta honestidad y bondad en el mundo. La mitad de mis usuarios son inmigrantes, y la mayoría desprenden una serenidad y alegría que me reconforta al otro lado de la mampara y la mascarilla que me distancia de ellos. Cada uno es distinto: tímidos, pícaros, alegres, melancólicos, hay de todo, pero me siento tan cercano a ellos como a un familiar. Sus inquietudes, miedos y preocupaciones son las mismas que las mías. Soy incapaz de comprender siquiera básicamente el racismo: todos los seres humanos somos iguales, sólo son distintas las circunstancias. Yo me desvivo con ellos, igual que con los españoles, a conciencia, sin ahorrarme el mínimo gesto de respeto y cariño. Llevo muchos, muchos años atendiendo a personas de casi todas las nacionalides, edades y condición. He aprendido algo que quiero compartir contigo: somos lo mismo. Todos somos lo mismo, créeme y no lo olvides nunca. La única esperanza de nuestra especie, además de la exploración del espacio estelar, reside en reconocer eso: todos somos lo mismo, todos somos hermanos.

Haber sido amados

El otoño ha llegado con sus pies tan descalzos como los míos. Las aves comienzas a volar hacia el sur. Todavía voy a trabajar con pantalones cortos pero las cosas están cambiando. Siempre es la primera vez de todo y el otoño siempre fue mi estación favorita, que mamá tenga alzheimer no cambia eso. Me mantengo en pie junto a mis hermanos y mi padre: no existe la ola que pueda derribarnos a todos al mismo tiempo. La vida es un don y yo conozco su sentido: amar y ser amados. No existe otro secreto. Amar y ser amados. Haber amado, haber sido amados.

martes, 22 de septiembre de 2020

Pero no tanto

Por la tarde el cielo dejó caer truenos ruidosos y escalonados como si el mundo fuese a terminar en un apocalipsis, pero al final cayeron cuatro gotas sin más. La pequeña ciudad no se inmutó. Yo tampoco. La naturaleza es generosa, pero no tanto.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Mamá

La memoria es algo misterioso: sólo existe si existe, no como todo lo demás, no como el mundo entero con sus praderas y selvas y desiertos y ciudades y océanos casi infinitos, que existen mientras dormimos, que existen mientras ni siquiera pensamos en su existencia. La memoria no.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Pez globo

Hoy he terminado con la cortisona. Sólo eso ya me hace un poco feliz porque estoy inflado como un pez globo, y sé que en unos días me desinflaré. Mañana comienzo con un tratamiento nuevo creado para personas transplantadas, una medicación específica para impedir que mi sistema inmune se ataque a sí mismo cuando caigo en picado, como sucedió. Soy un instrumento desafinado pero aquí sigo. Debo ser fuerte ante la situación de mis padres. Yo luchando contra mí mismo y no sé quién ganará. Ni en la adolescencia lo hubiera imaginado.

sábado, 5 de septiembre de 2020

La naturaleza

Suena la sirena de una ambulancia o un coche de la policía. Estoy en Zaragoza. La brisa atraviesa el apartamento. La vida sucede al margen del entusiasmo y, afortunadamente, al margen también de la decepción. La naturaleza posee una sabiduría indiferente a los sentimientos, indiferente al lenguaje, indiferente a todo. Es bueno saberlo.

jueves, 3 de septiembre de 2020

De color melocotón

Estoy tan cansado que deliro. Selvas, desiertos, la superficie de Marte. Me dejo ir en el gran río con los brazos y las piernas abiertas como la crucifixión de San Pedro. Las nubes en el cielo. Una garza asustada huye de la rama de un árbol milenario. Estoy tan cansado que cierro los ojos pero la luz atraviesa mis párpados convirtiendo la deseable oscuridad en un mundo de color melocotón. Nada puedo hacer.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Articular

Hoy un poco mejor. M. ha vuelto al instituto, todavía sin alumnos. Me cuenta que todo es un poco caótico pero confía en que poco a poco los protocolos y nuevas obligaciones irán haciendo su labor.

El año del coronavirus, eso será el dos mil veinte y, ojalá no mucho, el dos mil veintiuno. Algún día se hablará de cómo esta pandemia mundial ha afectado a la salud mental de los humanos. En mi trabajo atiendo a usuarios que me cuentan cómo sus padres, encerrados en residencias durante semanas sin poder ser visitados por sus familiares, han terminado demenciados, con la realidad alterada. Sé que a mi madre también le ha afectado mucho. En España muchos ancianos han muerto por culpa del virus pero también por la tristeza y el miedo.

Sé que no hay mucho que hacer: la historia de la humanidad está llena de pandemias, pestes y desastres, y aquí seguimos. Pero esta la estamos viviendo nosotros y nuestros padres, y también los niños, los nietos, para quienes, según su edad, será un año memorable o invisible.

Pero hoy un poco mejor, sí. El sonido de mis dedos en el teclado tiene la extraña virtud de calmarme. También la de articular, más o menos, mis pensamientos, tan alterados últimamente. Me adentro, junto a mi padre y mis hermanos, en un territorio nuevo, invadido por el amor pero también por el dolor y la incerteza.

martes, 1 de septiembre de 2020

Septiembre de dos mil veinte

Escúchame, septiembre de dos mil veinte, de acuerdo, me encuentras de vuelta a los antidepresivos, los ansiolíticos y hasta la puta cortisona para mi dermatitis nerviosa, que todavía me hace más gordo y ensancha mi cara como si fuese la máscara del rey griego Agamenón: escúchame, septiembre de dos mil veinte, sé que tengo la apariencia de estar a punto de morir pero no puedo hacerlo, mi madre padece de alzheimer y me necesita, por no hablar de mi familia, las pocas personas que me aman incondicionalmente. Sí, sé que todo esto pasará como pasan las nubes pero, oh, septiembre, mes de días frescos y humanos, dame un poco de esperanza, hijo de puta. Ni siquiera esperanza, dame expectativas, tú, oh, septiembre. Te necesito y lo sabes, cabrón. Te necesito.

domingo, 30 de agosto de 2020

Floresta

Las grandes, inmensas y brillantes hojas de la floresta me rodean en medio del bosque lluvioso, aquí sentado entre los dos contrafuertes de las raíces de una higuera gigante. El olor dulce y putrefacto se convierte en hielo. El viento arrasa la banquisa y estoy a punto de morir. Hace horas que me alejé de la triste tienda de campaña donde mañana o pasado mañana morirán mis compañeros. El frío es tan agudo que no puedo despegar mis labios mientras en el cristal de la nave veo acercarse el planeta al que nos dirigimos desde hace cinco años. Mis sentimientos están sepultados por la hibernación y mi responsabilidad profesional. Esta nave traslada cien mil almas. Huimos de nosotros pero lo hacemos hacia una versión mejor de nosotros. Todavía huelo el aroma ligeramente putrefacto del bosque.

sábado, 29 de agosto de 2020

Una breve lluvia

Vuelvo a escribir. Llovió hace un rato. Sé que esto que hago, vaciar mi cerebro, me hace bien, pero también me da mucho miedo. No llovió lo suficiente para refrescar el ambiente. Fue una breve lluvia de mierda que, en combinación con una superficie calcinada durante semanas, generó un vapor peor que la temperatura anterior. Pero vuelvo a escribir, y esta idiotez es importante para mí. Todo se perderá, incluso este instante y la fuerza con la que lo siento en mi corazón. Supongo que este es el gran misterio.

viernes, 28 de agosto de 2020

Otra cosa

El día queda atrás. Hace rato que debería dormir pero no quiero, no quiero, no quiero. Tengo sueño y no quiero dormir porque presiento que mi vida no durará mucho. Lo siento en mis huesos pero no se lo he dicho ni se lo diré a nadie. Aunque no sé qué diferencia exacta existe entre estar dormido y despierto salvo cuando escucho música. Cuando escucho música, como ahora mismo, sé que estoy efectivamente despierto. También cuando siento en la piel el aire templado del ventilador que gira mecánicamente en la habitación. Agosto termina y se acerca otra cosa a pesar de las mascarillas, a pesar de la pandemia, a pesar de nuestra fugacidad se acerca otra cosa. Otra cosa.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Tsunamis

Hago compartimentos. Aquí mis padres y mi familia en general. Aquí mi pareja. Aquí mi trabajo, que es muy importante para mí y para centenares de personas (lo es). Aquí mi fantasía. Aquí internet. Aquí mi cuerpo.

Hago compartimentos porque no puedo con todo a la vez. El compartimento de mis adicciones es incompatible con otros, y lo mismo pasa con esos respecto a mi exagerada responsabilidad profesional. Compartimento porque es el único modo de mantenerme cuerdo y no es difícil, no es complicado. En serio. Sólo hay que darse cuenta de que no podemos con toda la ola al mismo tiempo, y que sin un tsunami real delante de nuestro débil cuerpo sostenido por huesos casi transparentes somos muy fuertes, increíblemente fuertes. Esto es esto. Aquello es aquello.

viernes, 21 de agosto de 2020

Un camino de migas de pan

Me digo una y otra vez que todo está bien, me lo repito como si estuviera cuerdo. Porque nada está bien siempre y del todo, no funciona así; porque nada es demasiado algo exactamente. El sufrimiento acompaña a la alegría cuando uno se aleja un poco y lo mismo sucede al revés; la felicidad, con el tiempo, siempre acaba venciendo a la tristeza, lo sé por personas a las que amo y viven a mi lado y sufrieron mucho y ya no lo hacen. ¿Quiere decir eso que debamos engañarnos? ¡No, todo lo contrario, exactamente todo lo contrario! Si vivir -gozar y sufrir- no sirve para aprender algo; si no sirve, por ejemplo, para aprender a hacer un camino de migas de pan en el bosque, ¿de qué sirve?

Debemos llorar y debemos reír. Incluso casi siempre, durante casi todo el tiempo, no debemos hacer ninguna de las dos cosas: sólo respirar y dejarnos arrastrar por lo incontenible: el calor, la lluvia, el viento, el silencio.

jueves, 20 de agosto de 2020

Agosto

Este agosto se precipita hacia septiembre como si no pasara nada, como si no pasara nada mientras la pandemia sigue intentando sobrevivir como lo hacemos nosotros: la memoria enferma de mi madre, el ahora desaparecido optimismo innato que me caracterizaba sin ser consciente entonces de ello, la depresión que me impide leer, escribir, pensar con claridad. Respiro día a día. Volví a la medicación que tomé durante años. La tristeza inunda mi alma sabiendo que no aporta ninguna solución a nada.

Este agosto se arrastra bajo el sol hacia un otoño que ahora me parece a miles de kilómetros de distancia. No me falta el amor que recibo. No me falta el amor que era capaz de dar, pero lloro mientras escribo esto. Sé que no soy el primero. Sé que no soy el último, pero la pena me arrasa sin saber a dónde asirme. Mi madre desaparece poco a poco mientras mi padre sufre como nunca lo mereció. Sé que no es el primero, sé que no será el último marido que asiste a algo tan duro. Estoy roto, pero como mis antecesores en este mar de los sargazos continuaré navegando, en el fondo lo sé.

Odio este agosto de dos mil veinte, odio la pandemia, odio la enfermedad de mi madre, me odio a mí mismo por mi reacción ante todo esto. No puedo odiar nada más. No tengo ni el derecho ni las fuerzas para hacerlo.