sábado, 25 de septiembre de 2010

Después del ensayo

Después de casi dos meses de vacaciones musicales me ha costado un poco vestirme y salir a la calle un viernes por la noche para ir a ensayar. Quédate en casa, idiota, deja la coral y ahórrate estos compromisos, ¿qué necesidad tienes de complicarte la existencia? ¿no ves que vivirías más tranquilo y sin obligaciones? El viento de la calle ahoga la voz de mi conciencia y camino los pocos metros que me separan del local de ensayo. Las compañeras que ya han llegado me saludan. ¡Anda, te has dejado barba! Sí, bueno, dejé de afeitarme en vacaciones y así está la cosa, ¿cómo ha ido el verano? Muy bien, ¿y tú? También, también, sí, de maravilla. La directora se sitúa de pie junto al piano y nosotros nos repartimos de izquierda a derecha en semicírculo y por cuerdas: sopranos, tenores, contraltos y bajos. Instalo un atril frente a mí y coloco en él mi carpeta negra, que no he tocado desde el uno de agosto. La abro mecánicamente, mis ojos se posan sobre los pentagramas y recuerdo por qué estoy aquí. Las partituras, todas las partituras, siempre son bellas.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Aguaceros interruptus

Despierto de la siesta aturdido y confuso. Uf, ha sido demasiado larga, profunda, impropia de un día laborable. Me siento en la cama frente al espejo del armario y contemplo un hipopótamo. Oh, dioses, qué gordo estoy. Tengo la boca seca y decido bajar a la cocina y servirme una Guinnes bien fría en uno de los vasos oficiales de la marca que compré en Dublín. ¡Servirte una Guinnes! ¿Así adelgazarás, vago de bellota? Oh, cállate, por favor, cállate y déjame en paz. La casa está desierta, ¿dónde se ha metido todo el mundo? Mientras me sirvo la pinta con el cerebro al ralentí, aunque no tan al ralentí como para no inclinar cuidadosamente el vaso, comienzo a recordar que ella tenía cita en la peluquería y él clase de inglés. Sí. Todo está bien. Fuera el cielo es oscuro. El bochorno que nos ha acompañado durante todo el día no acaba de descargar. Odio estos aguaceros interruptus.

martes, 21 de septiembre de 2010

Repiquetea

Llueve a la luz del sol. No es la primera vez que lo presencio: brilla el sol y la lluvia repiquetea sobre todas las cosas, indiferente a ellas y a mí.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Alas invisibles

Salgo de Barcelona cuando el tráfico en sentido contrario comienza a crecer, es domingo por la tarde y los viajeros del fin de semana vuelven a casa. Por la mañana llevé a Paula al colegio mayor donde residirá durante su primer curso de estudios universitarios. En el viaje no paraba de hablar, qué entusiasmada, qué feliz y radiante estaba de salir al mundo, de iniciar un nuevo camino, nuevas experiencias y exploraciones. Yo también me sentía feliz, feliz por ella. Después de dejar las maletas en la habitación hemos cruzado la ciudad y los dos nos hemos ido a comer al Port Vell. Tras dar un paseo contemplando los barcos y los turistas hemos regresado a la residencia y la he dejado en la puerta. «Cuídate mucho, cariño», le he dicho. «No te preocupes, papá, estaré bien», ha dicho ella, sonriente. Nos hemos dado un beso y me he ido.

De Innisfree [5/2004 - 5/2005]:

Viernes 17 de septiembre de 2004

SIN TÍTULO

Forro los libros del nuevo curso con plástico autoadhesivo. El proceso es semejante a una pesadilla. Si me descuido por aquí la esquina se pega sobre sí misma por allá, y cuando acudo presto a despegarla, en otro lugar del libro, que ahora parece inmenso como un continente, lo mismo vuelve a suceder. P. me observa con cara de sueño, ligeramente sorprendida de mi torpeza. Su hermano duerme desde hace un rato. Yo mascullo maldiciones en voz baja pero al cabo de lo que parecen interminables horas la pila de volúmenes ya ha sido forrada, por llamarlo de algún modo. Con las burbujas de aire que han quedado atrapadas en la chapucería podría sobrevivir durante un mes una estación espacial. Mientras me sirvo un whisky mi hija las pincha con una aguja de coser. "Lo he hecho lo mejor que he podido, cariño", le digo. "Bah, está muy bien, papá", dice ella deshaciendo las ampollas con minuciosidad de cirujana. Observo la cola de caballo de su cabeza, sus delgados codos apoyados en la mesa, los delicados omoplatos donde asoman las alas invisibles que un día la alejarán de mí.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Mahamet

Mahamet me dice que no hay trabajo porque ahora las grandes bodegas vendimian con máquinas. Cuando llegue a casa me enteraré a través de internet de que una sola vendimiadora mecánica hace en un día la faena de cien hombres, pero ahora todavía no lo sé y lo único que puedo hacer es escuchar y compadecerme. La verdad es que no sé qué solución hay para todas estas personas que cada día se sientan al otro lado de mi mesa: temporeros, peones de la construcción, empleados de almacenes y pequeñas empresas sin ningún tipo de especialización. O sí lo sé: no existe ningún futuro para ellos porque en España no se volverán a construir ochocientas mil viviendas al año, no existe ningún futuro para ellos porque las tareas del campo se mecanizarán cada vez más. El panorama es así de desolador. Conozco a Mahamet desde hace años, no tiene familia, vive en pisos patera durmiendo en colchones sobre el suelo y comiendo arroz cocido con pastillas de caldo avecrem. Es un hombre alegre de ojos brillantes y siempre un poco inyectados en sangre. Si alguna vez me ve por la calle siempre me saluda diciendo mi nombre y alzando un brazo. Todavía es bueno, todavía tiene esperanza, la realidad no ha logrado, todavía, socavar sus cimientos. Ojalá nunca lo haga. Siempre que hablo con él me fijo en unas cicatrices simétricas que adornan su rostro de ébano. Juego a imaginar que son el resultado de alguna especie de ritual mientras visualizo rechonchos baobabs, chozas de espino, tierra roja, los mugidos de vacas de cuernos inmensos bajo el cielo azul. ¿Son esas cicatrices las que le dan la fuerza necesaria para seguir adelante?

martes, 14 de septiembre de 2010

Explosiones

Espero por su propio bien que esta noche no haya supervivientes de guerra entre los habitantes de este culo del mundo. Lo digo por los fuegos artificiales que cierran las fiestas: podrían despertar en ellos ataques de pánico, episodios de estrés postraumático, reacciones inesperadas. La casa entera vibra con las explosiones. Bebo un sorbo de whisky y me pregunto si realmente es necesario todo esto.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Chernóbil

Por la mañana salgo un momento a hacer unos recados y paso por las ferias desiertas y silenciosas. Todos los puestos están cerrados, las bombillas de colores apagadas bajo el sol del día, el suelo cubierto de vasos de plástico rotos, pañuelos, basura. No se ve a nadie por ninguna parte. Pienso en Chernóbil.

Tan cascarrabias

Han comenzado las fiestas y casi todas las familias sin hijos menores ni otros compromisos han huido rumbo a la playa o la montaña, lo más lejos que podían. Desgraciadamente la mía no está entre ellas y, como cada año, tendré que soportar el bullicio de las peligrosas ferias ambulantes, el eco de la música de la carpa de las peñas a todo volumen hasta el amanecer y los inevitables botellones en el pequeño parque de atrás.

Cuando Carlos vuelve del chupinazo con la cabeza empapada cubierta de grumos de harina y camino de la ducha dice sonriente que se lo ha pasado genial no puedo evitar sentirme un poco culpable: ¿cómo puedo ser tan cascarrabias?

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Tarde o temprano

Ese vecino que lleva dos bolsas de basura hacia los contenedores de la esquina vestido con bermudas viejas, chanclas de piscina y una camiseta agujereada (su personal versión de «ropa de estar por casa», tal vez alguien debería decirle que parece un vagabundo), ese hombre que camina con la mirada en el suelo, abstraído en sus pensamientos, lloró hace unas horas viendo una película de dibujos animados, ¿puedes creerlo? La historia va de juguetes abandonados o más bien, en realidad, del paso inexorable de los años. En las secuencias finales -estaba solo frente a su ordenador, podía dejarse llevar- lloró como una magdalena, sin reparos, a moco tendido, y lo curioso es que no es la primera vez que le pasa en los últimos tiempos, sin ir más lejos hace unos días también acabó sonándose la nariz viendo el desenlace de «Las invasiones bárbaras», una película muy distinta. Pero qué desahogo le producen esas convulsiones y lágrimas: cuando han terminado se siente limpio, liberado, ligero. Quizás se está volviendo demasiado blando, ¡a este paso acabará llorando viendo anuncios en la televisión!

Tras depositar las bolsas de basura en sus respectivos contenedores regresa a su casa por la acera. Los nidos colgantes de los aviones comunes vuelven a estar vacíos. Corre un poco de aire fresco, ¿será verdad que van a bajar las temperaturas? Al fin y al cabo alguna vez deberá suceder, tarde o temprano vendrá el otoño, no hay nada que pueda hacerse por evitarlo.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Contacto

Entre los primeros avistamientos y la aniquilación de cualquier forma de vida sobre el planeta transcurrieron exactamente dos segundos y medio. Ellos ni siquiera se habían detenido y siguieron su camino, inocentes, a través del universo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Agujeros de gusano

El tiempo ha cambiado, incluso es posible que llueva. Conduciendo hacia el trabajo veo un Citröen Picasso gris detenido en el arcén y a su lado un hombre arrodillado tomando fotografías de las viñas a la luz de la mañana recién nacida. Si el coche hubiera sido de color rojo y el hombre hubiese tenido el pelo más largo bien pudiera haberse tratado de mí mismo en un cortocircuito espacio-temporal, uno de esos agujeros de gusano donde presente y pasado comparten durante un segundo el mismo instante.

sábado, 28 de agosto de 2010

Álbum de Connemara

LA CASA




LOS QUE SE FUERON




LUGARES










PERSONAS




IRLANDA ES UN JARDÍN



(Pasar el cursor sobre las fotografías permite leer información, así como abrirlas y ampliarlas.)

viernes, 27 de agosto de 2010

Días de Connemara

EL MERO ACTO DE VIAJAR

El de hoy ha sido un día muy largo e intenso. Comenzó en Binéfar, provincia de Huesca, Aragón, España, y acaba aquí, en Great Mans Bay, Dereen Daragh, Lettermore, Connemara, Condado de Galway, costa oeste de Irlanda. Caigo en la cuenta, por infantil que resulte pensarlo, de que el mero acto de viajar, la posibilidad de trasladarse sobre el planeta de un lugar a otro, me sigue pareciendo increíble, mágico, algo casi inexplicable.

Salimos de casa en dirección a Barcelona a las cuatro de la madrugada. En el aeropuerto del Prat, tras esperar un buen rato, tomamos un avión hacia Dublín, donde nos esperaba un Toyota Avensis con cambio automático y el volante a la derecha que conduje por el carril de la izquierda de costa a costa hasta llegar aquí, parando en Galway para comprar provisiones. Maite me avisaba cuando me aproximaba peligrosamente al arcén y lo cierto es que he disfrutado mucho, aunque al principio estaba un poco nervioso.

La casa tiene unas vistas soberbias de la bahía, pero lo que más nos ha llamado la atención es que está llena de detalles personales, fotografías y objetos de la familia McDanagh, uno de cuyos miembros, Michael, un hombre muy alto que habla inglés a golpe de glotis (estamos en territorio Gaeltacht, donde se habla gaélico), nos ha guiado desde la iglesia de Lettermore y nos ha entregado las llaves. Cuando se ha ido hemos descubierto, al ir a recoger la compra en la nevera, un regalo de bienvenida consistente en una botella de vino blanco australiano acompañada de queso cheddar rojo y un paquete de galletas saladas crackers, un detalle que me ha hecho recordar el día que pensé en la posibilidad de llevar un par de botellas de rioja bueno para obsequiárselas a los propietarios de la casa, el día que lo pensé, debo decir, y a continuación deseché por el límite de peso de los equipajes en el avión.

Antes de cenar nos hemos dedicado a explorar las habitaciones y rápidamente hemos deducido que ésta fue la casa familiar del clan, donde todo empezó. En las paredes de un pequeño salón enmoquetado hay colgadas fotografías de los abuelos, los hijos (aparece Michael en varias edades) y los nietos, incluso una felicitación de navidad insertada en la esquina de uno de los marcos. Nos ha sorprendido mucho. «Es como ocupar la casa de tu tía del pueblo», ha dicho Maite. «Bueno, dudo que exista algo más irlandés que vivir durante unos días en la casa de una verdadera familia irlandesa, con sus retratos, santos y todo», le he replicado con un vaso de carísimo whiskey irlandés en la mano. «Ya, pero es un poco raro, ¿no? Fíjate, esta fotografía es de una boda». «No sé si es raro, cariño, lo que sí sé es que estamos muy cansados y que mañana lo veremos todo con otros ojos, recuerda que esta madrugada estábamos en Binéfar y ahora estamos aquí, ¿no es increíble?».

FUNDA NÓRDICA

He dormido como un tronco toda la noche, cubierto por una funda nórdica que no me ha molestado en absoluto. Las vistas desde la cocina son preciosas. El mar es gris, como el cielo y las nubes. En los cables del tendido eléctrico se ha posado un grupo de cuervos.

NUNCA HABÍA IMAGINADO QUE LA COSTA IRLANDESA OLIESE ASÍ

Hemos ido a dar un paseo por la playa desierta. Nunca había imaginado que la costa irlandesa oliese así. Imaginaba el olor salado de las costas del norte de España, aquella mezcla de yodo, helechos y espuma de olas, pero aquí huele a melaza, a flores, a las algas cobrizas que lo cubren todo expuestas al sol que de tanto en tanto asoma entre las nubes. Es un olor dulzón que deja un persistente sabor ferruginoso en la boca, ahumado, mineral. Todavía tengo que decidir si es agradable o no. Lo que no tiene parangón es el paisaje, aún más hermoso de lo que imaginaba.

ARTEFACTOS

En esta casa nada funciona fácilmente. Hay que poner en marcha mecanismos diversos para que el agua salga caliente por la alcachofa de la ducha y también, algo insólito, para que sencillamente la corriente eléctrica fluya a través de un enchufe. Lo de la ducha es curioso: no hay grifos ni palancas sino una especie de caja con dos mandos que regulan la salida del agua y la temperatura. Para que funcione basta con accionar un interruptor situado en el pasillo después, eso sí, de haber abierto el gas en la cocina de la planta de abajo y esperar diez o quince minutos para que se caliente el agua. Estuvimos en Londres hace un par de años y detecto ciertas similitudes entre Irlanda y lo que vimos allá: casi todo es raro, antiguo, como de otro tiempo: la tetera eléctrica, el abrelatas, la tostadora, incluso el sintonizador de la televisión por cable parece haber sido fabricado en los años cuarenta del siglo pasado, me recuerda a la máquina Enigma que descifraba los mensajes secretos de los nazis.

CONDUCIR POR LA IZQUIERDA

Vine un poco preocupado por tener que conducir con el volante a la derecha y por el carril izquierdo de las carreteras, de hecho ese fue el motivo de que alquilase un coche con cambio automático, así me ahorraba tener que cambiar de velocidad con la mano izquierda, y fue una gran idea, el Toyota Avensis va de maravilla, muy fino, y sólo tengo que concentrarme en acelerar y frenar. Pero a lo que iba: me ha costado dos días cambiar los hábitos. Algo que ayuda mucho al proceso es la amabilidad y educación de los conductores irlandeses, ya puedes conducir a cuarenta donde se va a ochenta que nadie te pitará ni te presionará como sucede en mi país. Para empezar ellos no corren, algo de puro sentido común teniendo en cuenta que las carreteras de este país son bastante malas, pero es que además son muy corteses, dejan pasar en los atascos, ceden el paso, saludan, en fin, algo inaudito para un español.

REGATA DE HOOKERS

Por la mañana nos sorprendemos al ver algunos coches en el entorno de nuestra casa, normalmente desierto. Han venido para asistir a una regata de hookers, los botes a vela típicos de Connemara. Nosotros podemos contemplarla desde la cocina. No acabo de comprender, sin duda alguna por ignorancia, dónde reside la diversión de ver pasar unos bonitos barcos por la bahía una y otra vez pero los aficionados, armados con prismáticos y encaramados a las rocas y colinas junto a las playas, parecen disfrutar mucho durante horas.

UN PASEO POR GALWAY

Después de la siesta nos vamos a dar un paseo por Galway, una bonita ciudad de sesenta y seis mil habitantes. En las calles peatonales del centro hay muchos pubs, restaurantes y comercios. En las terrazas la gente bebe pintas de cerveza y en algunas esquinas los músicos callejeros cantan tras el estuche de sus guitarras abiertos en el suelo. En una de ellas hay un tipo moreno y mal afeitado que canta música tradicional irlandesa con una bellísima voz de barítono. Frente a él un hombre de unos sesenta y pico años le acompaña en voz baja llevando el ritmo con una pierna. Me quedo un rato disfrutando. Tras cuatro o cinco canciones el señor del público se acerca al músico, deposita unas monedas en el estuche de la guitarra y le hace un signo levantando el pulgar de la mano izquierda. Yo también le doy dinero y le sonrío en muestra de agradecimiento. Toca y canta mejor que algunos músicos profesionales que escucho en los discos que he traído.

Regresamos de Galway cuando ya es noche cerrada y llueven ráfagas provenientes del mar. Si todavía me resulta algo complicado conducir en este país de día y con buen tiempo, en estas condiciones he de concentrarme con todos los sentidos. Para volver a casa debemos atravesar tres puentes ceñidos por muros de piedra tan estrechos que cuando se cruzan dos vehículos ambos deben frenar y avanzar casi rozándose para poder pasar. De noche y lloviendo todavía no comprendo cómo no he dañado el lateral izquierdo del Toyota. Estaba cagado de miedo y debía de ser evidente porque nadie en el interior del coche decía ni mú. Imagino que con el paso de los días acabaré tomándoles la medida a los dichosos puentes, por otra parte muy pintorescos y objetivo de fotógrafos y turistas.

ACANTILADOS DE MOHER

Conduzco hasta los acantilados de Moher, el lugar más visitado de Irlanda. Las vistas son ciertamente espectaculares, altos acantilados recortados contra el cielo sobre un mar oscuro, y ya está.

Bueno, no está, porque mientras contemplaba los precipicios he reparado en una señora de avanzada edad que tomaba el sol sentada en un banco con los ojos cerrados. Su rostro emitía tanta serenidad, tanta paz y agradecimiento, que no he podido evitar hacerle una fotografía con el teléfono móvil.

DÍAS DE DESCANSO

Tras un día de excursión nos quedamos otro en casa, que para eso la alquilamos. En todos nuestros viajes lo hacemos. Días de descanso: comemos en la cocina, dormimos la siesta, leemos, vemos la televisión, damos un paseo por los alrededores, en fin, hacemos vacaciones de las vacaciones.

WHISKY AGUADO

El agua que sale por el grifo de la casa es igual de turbia que la que riza el viento en los lagos y ríos de Connemara, del color del whisky aguado. Cuando el primer día preguntamos a Michael McDanagh si podíamos beber de ella nos comentó con una sonrisa que él no lo haría.

LAS ISLAS ARAN

Hoy hemos visitado Inis Mór, la más grande de las islas Aran, donde hemos alquilado (junto a dos mil personas más) unas bicicletas para recorrer la isla. Al principio aquello parecía la salida de la vuelta ciclista a España y se ha creado un caos casi angustioso pero luego, poco a poco, a medida que la isla iba absorbiendo carne humana, las cosas han mejorado. Lo cierto es que el paisaje, bancales divididos por cercas de piedras y estrechos caminos que desembocan en playas de aspecto salvaje, es precioso, muy intenso y fotogénico y, a decir verdad, idéntico al que tenemos alrededor de nuestra casa. Aquí y allá, como sucede en todo Connemara, pedaleábamos junto a ruinas de casas abandonadas. Me he dado cuenta de que lo más resistente son las chimeneas, que se mantienen en pie acosadas por helechos y zarzales. Yo, sin embargo, no soy resistente y he terminado con los huevos escocidos por el roce del sillín, y eso que en las cuestas desmontaba y proseguía mi camino empujando ignominiosamente la bicicleta. Maite, Paula y Carlos me adelantaban mofándose de mí y luego yo les alcanzaba cuesta abajo, ajeno al significado de palabras como dignidad, honor o vergüenza.

De la excursión de hoy me ha gustado especialmente el viaje en ferry hasta la isla, sentado cómodamente en la cubierta superior y felizmente ignorante de que regresaría con la entrepierna maltrecha. El mar estaba tranquilo y ha sido muy bonito ver aparecer las islas en el horizonte.

TODO ESTÁ CUBIERTO DE FLORES SILVESTRES

Después de la siesta vamos a dar un paseo por la carretera. Todo está cubierto de flores silvestres, hay especies que no reconozco y otras que sí, como las moras, abundantísimas. Ya hay frutos maduros y Carlos se detiene a recogerlos y comérselos. Yo también las pruebo y están muy ricas. Junto a algunas casas hay montones de turba preparada para el invierno. Los conductores de los pocos coches que se cruzan con nosotros nos saludan con un gesto de la mano posada sobre el volante. Empiezo a pensar si el gobierno irlandés no paga un salario a sus ciudadanos para que sean tan amables con los forasteros y se lo comento a mi familia. Nos reímos. Hago fotografías de todas las flores. Me siento tan feliz.

LA GRANDEZA DE IRLANDA

Irlanda tiene solamente cuatro millones de habitantes, es un país pequeño, el único de toda Europa Occidental que tiene menos población que hace un siglo y medio. ¿Qué la hace grande? Podría hablar de su música, de sus poetas, de su cerveza Guinnes, oh, Dios, qué bien la tiran, cómo la voy a echar de menos, pero hoy quiero hablar de sus preciosas carreteras locales, tan bellas como estrechas y mal asfaltadas: en ellas diez kilómetros son equivalentes a veinte o treinta y las distancias se multiplican, por eso Irlanda es tan grande, inmensa como un continente.

CONG

1.

Este viaje comienza conmigo sentado en el suelo frente a una televisión Vanguard en blanco y negro. En la película hay un regreso, una historia de amor y una pelea, pero lo que queda grabado para siempre en mi cerebro infantil son los paisajes, las canciones y una carrera de caballos en la playa. Todavía no sé que esta película volveré a verla más adelante y en color muchas, muchas veces; todavía no sé que en la edad adulta, del modo absurdo en el que suceden estas cosas, la convertiré en uno de mis mitos personales; todavía no sé que un día viajaré a Irlanda y visitaré algunos de los escenarios que ahora mismo estoy viendo en la pantalla, que beberé una pinta de Guinnes en esa misma taberna donde Sean Thornton y Willy Danaher se conceden un descanso en la pelea, que caminaré por la misma calle, girando en la misma curva junto al río que Sean y Mary Kate toman a toda velocidad pedaleando en su tándem mientras huyen de la vigilancia del pequeño Michelin. No, todavía no sé.

2.

Anoche vimos «El hombre tranquilo». Soy tan friki que la metí en el equipaje para poder verla aquí. Dispersos por el salón de los McDanagh los Miramón Puértolas vimos la película juntos, algo que, para mi sorpresa, nunca había sucedido, de hecho caí en la cuenta de que mis hijos la conocían como se conocen algunas leyendas y cuentos infantiles, por referencias.

La experiencia fue maravillosa, les gustó mucho, rieron, se conmovieron, reconocieron el paisaje y disfrutaron de las peripecias de los personajes. Al finalizar les dije: «¿Comprendéis ahora por qué me enamoré de Irlanda, por qué estoy tan emocionado de estar aquí?».

3.

Al salir de la curva he visto la calle, la cruz celta en el centro de la cuesta y a la izquierda el bar de Pat Cohan con su fachada de madera pintada de verde y, oh, dioses, mi corazón ha dado un vuelco. Todos los ocupantes del coche han fijado su vista en mí para asistir al espectáculo de mi felicidad.

MÚSICA EN LA PARROQUIA

Por la noche, avisados ayer por el encantador propietario del pequeño supermercado de la carretera de Lettermore, nos hemos acercado a un local anexo a la iglesia donde actuaba un grupo de música tradicional irlandesa. Éramos los únicos extranjeros de la sala, llena de vecinos que se saludaban entre sí en gaélico. El párroco se ha acercado, nos ha dado la bienvenida en inglés y con cierto aire detectivesco nos ha preguntado de dónde éramos. Tras comprobar con el rabillo del ojo que nadie oculto con pasamontañas nos apuntaba con metralletas le hemos contestado y, ante nuestra respuesta, nos ha felicitado por la copa del mundo de fútbol y se ha ido.

El concierto ha sido una delicia, nadie dotado de sistema nervioso podía dejar de marcar el ritmo con las rodillas o la cabeza. En un momento dado una joven ha salido a bailar y luego un señor mayor se ha sumado a ella, zapateando los dos sobre el suelo del salón de actos con ligereza élfica.

ES AUSTERO, ES ELEGANTE, ME GUSTA

En las estrechas carreteras de Connemara casi todos los conductores se saludan al cruzarse. Lo hacen levantando discretamente uno o dos dedos del volante. Yo he aprendido a hacerlo. Es austero, es elegante, me gusta.

UN NUEVO DÍA

Todavía con los ojos medio cerrados salgo al exterior. Un nuevo día comienza en este remoto lugar de Irlanda. El mar parece mercurio bajo el cielo cubierto de nubes grises. Las vacas pastan en el prado de al lado. La bandera de Irlanda flamea junto a la casa de la carretera de abajo, de cuyas ventanas abiertas escapa la música pachangera de un programa de radio.

AQUÍ LAS MAREAS SON INMENSAS

Aquí las mareas son inmensas, de cuatro o cinco metros de profundidad, si no más. En cada una de ellas el mar Atlántico deposita y eleva los barcos sobre el fango cubierto de algas. Para alcanzar nuestra casa, que aunque administrativamente pertenece a la isla de Lettermore en realidad está situada en la que hay debajo de ella, Gorumna, debemos atravesar tres brazos de mar conectados por tres estrechísimos puentes de piedra. Cuando la marea está alta los postes de luz emergen directamente del agua.

IRLANDA ES ZEN

Camino de Westport el paisaje de Connemara, duro y pedregoso, da paso suavemente a los prados verdes y las sinuosas colinas del condado de Mayo. Los ríos corren por doquier y las ovejas de caras negras pastan tranquilamente. En algunas zonas son visibles las zanjas abiertas para recolectar turba. Hay lagos donde se reflejan las montañas. Hay islas en los lagos, y en las islas pequeños bosques vírgenes. Irlanda es zen.

CERCAS DE PIEDRAS

Las cercas de piedra están por todas partes, muchas desde hace siglos. Lo que me llama la atención es que el material utilizado para mantenerlas en su sitio es la fuerza de la gravedad, sólo su propio peso, lo que les confiere un aspecto neolítico que el liquen y el musgo que crece sobre las piedras no hacen sino acrecentar.

LLUEVE SUAVEMENTE

Llueve suavemente durante todo el día. Decidimos quedarnos en casa y aprovechar para poner alguna lavadora y relajarnos. Por la tarde vamos a Galway a dar un paseo. Es la tercera vez y ya la sentimos un poco nuestra. Mientras Paula y Carlos pasan un rato en un cibercafé, ansiosos por conectarse a internet, Maite y yo tomamos unas pintas en un pub cercano. Los parroquianos también beben y el camarero tiene listos los vasos siguientes, la cerveza decantándose sobre un enrejado dispuesto para ello, porque sabe que cuando terminen le pedirán otra levantando discretamente un dedo, dos a lo más, igual que hacen al saludar desde el coche.

MADRUGAMOS PARA VISITAR DUBLÍN

Madrugamos para visitar Dublín, de la que nos separan doscientos sesenta kilómetros. El esfuerzo merece la pena. La ciudad me sorprende por su tamaño aparente, resulta difícil creer que en ella vive un millón doscientas mil personas pues todo parece estar a la vuelta de la esquina. La escasa altura de los edificios hace que el cielo siempre esté muy presente, lo que confiere a sus calles una atmósfera propia de las poblaciones pequeñas. Pasamos el día caminando de un sitio a otro, deteniéndonos de vez en cuando, como hace todo el mundo a nuestro alrededor, para consultar el plano. Visitamos el pequeño barrio de Temple Bar, así como el Trinity College, las dos catedrales y el castillo de Dublín, símbolo del poder británico sobre la ciudad durante muchos siglos. Comemos en una terraza del restaurante The Church, en el centro más comercial de la ciudad, atendidos por un simpático camarero canario que nos cuenta que trabaja todos los veranos allí para pagarse la carrera de Derecho en Valencia. Lo cierto es que se escucha hablar español por todas partes. Muy entrada la tarde regresamos a la otra costa del país, atravesando el verdor de los prados y bosques para alcanzar los bancales de Connemara azotados por el viento.

UN PRECIOSO DÍA DE VERANO

Hoy ha amanecido un día esplendoroso, sin una nube en el cielo por primera vez desde que llegamos. El mar riela plano bajo el sol y el horizonte se difumina en la calima.

DISFRUTA DE IRLANDA, IDIOTA

Los días pasan, siempre más veloces de lo que uno es capaz de imaginar, y la nostalgia comienza a hacer su nido en mi estómago. Y no es solamente porque el viaje haya superado ampliamente su ecuador, no, es porque ayer en Dublín caí en la cuenta de que probablemente ya nunca volvamos a viajar los cuatro juntos. Paula, definitivamente convertida en una mujer, se va a Barcelona en septiembre y no es fácil que a partir de ahora quiera venir con nosotros. Aunque ¿qué hago pensando en estas cosas? Aprovecha los tres días que quedan y disfruta de Irlanda, idiota.

¿DÓNDE ESTÁN LOS CAMINOS QUE LLEVABAN HASTA AQUÍ?

En nuestro día de descanso salimos a caminar por «nuestra» playa, a tres minutos de casa. A lo lejos avistamos unas ruinas -cuántas hay en este país de emigrantes- y decidimos acercarnos a ellas atravesando las rocas y el campo. Son los restos de una pequeña iglesia y una vivienda, probablemente la del cura, levantadas frente al mar. Los matorrales y las zarzas las cercan mientras sus muros se resisten a caer. ¿Dónde están los caminos que llevaban hasta aquí? Cierro los ojos y me concentro en el silencio absoluto, ni siquiera roto por los pájaros o el mar.

UN PEQUEÑO PARQUE NACIONAL

Conduzco hasta el Parque Nacional de Connemara. Tras todos estos días ya no tengo que pensar dentro del Toyota, me he convertido en un conductor irlandés a todos los efectos y circulo despacio, saludo a todo el mundo y disfruto de la vida. El parque es muy bonito y muy pequeño. Caminamos uno de los tres o cuatro recorridos, apenas cuatro kilómetros, y disfrutamos del paisaje inhóspito y absolutamente romántico de Connemara. Comemos los bocadillos en una mesa de picnic y tras un último paseo por un pequeño bosque nos vamos a Clifden, un pueblo que nuestro querido Michael McDanagh se empeñó en recomendarnos.

UNA FERIA DE CABALLOS EN CLIFDEN

¡Grande y agradable sorpresa! Resulta que justamente hoy se celebra en Clifden la Feria anual del poni de Connemara, una raza equina que prolifera en muchos de los bancales de cercados de piedra y es literalmente adorada por los habitantes de este territorio. Ellos, como yo, también aman los caballos. Mi familia no y decidimos separarnos: yo me voy a la feria y ellos se van a pasear por los mercadillos y puestos callejeros que inundan el pueblo en este día de fiesta mayor.

La Feria del poni de Connemara resulta ser todo un descubrimiento para mi infantil y mitómana inteligencia. En un campo se exhiben ejemplares de caballos frente a jurados vestidos con traje y bombín en la cabeza, y ¿a quién veo llevando del ronzal un precioso ejemplar? ¡Al hombre mayor que salió a bailar en el local de la iglesia de Lettermore la noche del concierto! En otro campo anexo al de las exhibiciones jóvenes jinetes ejecutan carruseles de monta frente a otros jueces. El ambiente es un estímulo permanente para mí. En un escenario ambulante hay un concurso de baile de música tradicional irlandesa donde niñas y niños, delante de juezas con cuadernos de calificación en las manos, bailan al son de una pareja de músicos compuesta por un anciano acordeonista y una jovencísima violinista. A mi alrededor hay puestos de hamburguesas, té, pasteles y helados «Angelito». Estoy tan emocionado que ya no distingo si la gente habla en gaélico o en inglés.

A LA DERIVA EN LA ANTÁRTIDA

El viento ha soplado con fuerza toda la noche, silbando y ululando contra las esquinas de la casa como si fuese el fin del mundo. Si hemos podido dormir esta noche podríamos hacerlo en un velero a la deriva en la antártida. Último día en este país maravilloso. Anoche dejamos preparadas las maletas. Dentro de pocas horas volveremos a cruzar el país de costa a costa, rumbo al aeropuerto de Dublín. Vuelvo la mirada a la cama para contemplar con nostalgia anticipada el edredón nórdico con el que me he abrigado todas estas noches.

EL MERO ACTO DE REGRESAR

Aterrizamos por la noche en Barcelona y nos recibe un calor húmedo e insoportable. Allí recogemos nuestro coche, cambio el chip cerebral para volver a conducir por la derecha con el volante a la izquierda y emprendemos el último tramo hasta Binéfar, a donde llegaremos pasadas las dos de la madrugada. Calor, calor, calor, hace mucho calor. Ay, Irlanda, cuánto voy a echarte de menos.

---
Álbum de Connemara

jueves, 5 de agosto de 2010

Pasado mañana

Telefoneamos a Mrs. Cathy Molloy y quedamos con ella pasado mañana por la tarde en la iglesia de Lettermore, desde donde volveremos a llamarla para que nos guíe hasta la casa y nos entregue las llaves. En la iglesia de Lettermore, condado de Galway, Irlanda, pasado mañana. Casi no puedo creerlo.

miércoles, 28 de julio de 2010

Evolución ética

La prohibición de las corridas de toros en Cataluña, promovida por una iniciativa legislativa popular tras la necesaria recogida de firmas, desata un alud de reacciones que, en su inmensa mayoría, no tienen nada que ver con la pregunta de fondo: ¿el maltrato, sufrimiento y muerte de un animal puede ser considerado y respetado como espectáculo cultural en pleno siglo veintiuno? Yo, que no soy ni catalán ni independentista, pienso que se trata de una auténtica salvajada, por mucho que su violencia y su sofisticada liturgia logren agitar ocultos resortes de mi instinto, los mismos, imagino, que conmovían a los asistentes de los espectáculos del circo romano.

He leído el debate del diario El País en el que ha intervenido el filósofo Jesús Mosterín, a quien admiro mucho, y me identifico con casi todas sus intervenciones contestando a otros participantes. Algunos ejemplos:

Las flores no sufren, pues carecen de sistema nervioso. Respecto a las langostas, entendemos mal su psicología, pero tampoco hay razón alguna para maltratarlas. Los toros seguro que sí sufren. De todos modos, se puede vivir perfectamente sin maltratar ni torturar a nadie.

La libertad es un valor político irrenunciable. Pero la libertad se extiende a las interacciones voluntarias entre seres humanos, no al maltrato de los demás. El que a algunos les guste algo no es razón suficiente para permitirlo, si implica maltrato ajeno, como en la pederastia.

No hay razón para prohibir una afición por ser minoritaria; la razón para prohibir la tauromaquia es por ser gratuitamente cruel y sanguinaria. Todas las prácticas crueles y sanguinarias merecen ser prohibidas, con independencia de que sean mayoritarias o minoritarias.

No, todavía no se ha abolido la tauromaquia en general, pero se acabará haciendo, en todas partes y en los pocos países donde aún colea. Lo de hoy en Cataluña es un primer paso. Ojalá pronto no necesitemos darle más vueltas a este tema, como ya no lo hacemos con los gladiadores.

La cultura española (es decir, de los españoles) abarca muchas cosas, unas admirables, otras abominables, otras neutrales. Ojalá se corten menos orejas y rabos y se ganen más premios Nobel. La tauromaquia es una porción ínfima del acervo cultural español.


Me congratulo de que en Cataluña se haya dado este paso, ojalá otras regiones hagan lo mismo, y si es a través de iniciativas legislativas populares, mucho mejor.

domingo, 25 de julio de 2010

Otro no soy

Soy el padre que se despistó y dejó a su hijo sentado en su sillita dentro del coche a pleno sol durante ocho horas. Soy la novia de uno de los chicos que atropelló un tren junto a la playa cuando cruzábamos la vía. Soy el hermano mayor que jugaba a cavar un túnel en la duna donde entró mi hermano pequeño. Soy la madre del niño que se extravió en el campo y murió de sed. Soy el padre de la estudiante universitaria que falleció víctima de una avalancha durante un festival musical. Otro no soy.

jueves, 22 de julio de 2010

Kinda y Mahamadou

Conozco a Kinda desde hace mucho tiempo. Él obtuvo la nacionalidad española pero sus hijos siguen siendo gambianos. Viene con Mahamadou, que acaba de cumplir dieciséis años, para que le asigne un número de Seguridad Social y puedan darle de alta en su primer empleo como temporero en las viñas. «Ya es hora de que se ponga a trabajar», dice Kinda. «Bueno», le digo, «si no le gusta estudiar es la mejor opción, desde luego». «Ah, Jesús, pero él es un buen estudiante, sacaba muy buenas notas, ¿verdad?», dice el padre dirigiéndose al hijo, un joven de mirada inteligente que se encoge de hombros con gesto tímido. «Kinda, si es buen estudiante ¿no sería mejor que hiciese una carrera?». Me giro hacia el adolescente. «A ver, Mahamadou, ¿qué asignaturas se te daban mejor?». El chico, un poco incómodo junto a su padre, contesta: «Las de ciencias». Kinda ríe y dice: «¡Él quería ser médico! ¿Te imaginas?». Y yo me lo imagino, desde luego que me lo imagino, veo a Mahamadou estudiando en la Universidad, doctorándose en medicina y volando muy alto y muy lejos. Su padre y yo nos miramos a los ojos. Él dice: «La universidad cuesta mucho dinero, no puedo permitírmelo». «¿Y las becas?», le digo yo, que conozco perfectamente los ingresos de Kinda; «te las concederían todas». «No, no, Jesús, él tiene que trabajar y ayudar a su familia, es su obligación», dice con un gesto serio que de inmediato pasa a convertirse en una sonrisa. Kinda es un buen hombre, lo es, sucede que sencillamente no es capaz de comprender que su hijo tiene derecho a una vida mejor, que algo así es posible. Cuando se levantan para marcharse no puedo evitar sentir una mezcla de lástima y frustración.

viernes, 16 de julio de 2010

Sin título

Túmbate en la cama y permite que el aire entre y salga de tu pecho al ritmo de la luna, de pie en medio de la nieve de la antártida o en la orilla calcinada de la costa de los esqueletos. Milímetro a milímetro crecerá tu cabello sobre la almohada, náufrago.

miércoles, 14 de julio de 2010

Campeones mundiales

Han pasado dos días desde la gran hazaña y supongo que a partir de ahora la histeria colectiva se irá apagando poco a poco. Yo, a mi manera, participé de esa histeria y confieso que cuando Iniesta metió el gol de la victoria salté como un poseso. Puede haber quien, no sin sentido común, diga que todo eso son tonterías, que el fútbol es un mero negocio, una pueril distracción de los verdaderos problemas del mundo. No lo sé. Sí sé que precisamente en estos tiempos no deberíamos despreciar la más pequeña migaja de felicidad.

martes, 13 de julio de 2010

Calor extremo

El calor extremo vacía mi cerebro, espesa la sangre, paraliza el entendimiento. Mi mente sólo se preocupa de estar fresco y mover mi cuerpo del aire acondicionado del salón al del coche, del coche al trabajo, del trabajo al aire acondicionado del supermercado, del supermercado al coche en una huida permanente. En la aplicación de predicciones meteorológicas de mi teléfono móvil consulto de vez en cuando el tiempo en Lettermore y suspiro de impaciencia: hoy comunica aguaceros pasajeros, ratos soleados a última hora, clima templado, dieciocho grados.

viernes, 9 de julio de 2010

Tan fácil ahora

Flotas haciéndote el muerto. No recuerdas con exactitud cuándo lo aprendiste pero el caso es que sabes hacerlo. Piensas en ello mientras flotas con los pies por delante, subiendo y bajando a merced de las olas. El mar suena en los oídos sumergidos y el sol quema en silencio el rostro que asoma. Tu técnica, reconócelo, es un poco defectuosa y debes ayudarte discretamente con los brazos. Cierras los ojos. La playa y sus habitantes, así como el paseo marítimo y los edificios, dejan de existir. ¿Cuándo aprendiste a hacerte el muerto? Parece tan fácil ahora.

miércoles, 7 de julio de 2010

Rugido menguante

Salgo a la terraza en busca de un poco de aire fresco. Las campanadas eléctricas de la iglesia de San Pedro resuenan impertérritas en medio de la noche, ajenas a la gente que duerme y las ignora por costumbre. Hay estrellas en el cielo, las veía claramente hasta que encendí la luz. El aire fresco es escaso, por no decir inexistente: la brisa que sopla esta noche no lograría hacer bailar la llama de una cerilla. Recuerdo que en Zaragoza había personas que en noches como ésta dormían en los balcones. Yo ronco demasiado para permitírmelo, ¡despertaría rodeado por una furiosa horda de vecinos asesinos armados con antorchas y escopetas!

La noche ofrece su eco a los sonidos: cerca de aquí gira una lavadora y más allá, en la carretera, algunos vehículos transportan a sus conductores dejando atrás el rugido menguante de sus motores. ¿A dónde se dirigen atravesando el canto de los grillos?

martes, 6 de julio de 2010

Hacer kilómetros

Esta semana estoy de vacaciones y ayer llevé a Paula a Segur de Calafell, donde mis padres, mi hermana y sus hijos están pasando unos días; estará con ellos hasta el viernes, cuando vayamos a buscarla. Creo que apenas pasaron cinco minutos desde que descendí del coche, besé a los yayos, mi hermana y mis sobrinas, que nos esperaban en la playa, y me lancé al agua del mediterráneo, que en esta época todavía está fresca. Ah, cuánto echaba de menos bañarme en el mar. Claro que, como cada verano, hoy me he levantado rojo cual turista germánico. Siempre me pasa lo mismo.

El caso es que estos días no paro de hacer kilómetros de un sitio a otro: si no es para ir a buscar a uno es para llevar a otra o para acudir a un compromiso o qué se yo. Suerte que me encanta conducir. De hecho las dos actividades que más me relajan, dejando aparte el sexo, son cocinar y conducir. Si estoy nervioso por cualquier motivo no existe mejor remedio para mí que ponerme a preparar comida o subirme al coche y perderme por carreteras y caminos. Y por cierto, hablando de sexo y verano... pero no, de eso mejor escribiré otro día.

domingo, 4 de julio de 2010

Una cena en Zaragoza

Anoche cenamos en un restaurante de Zaragoza, un sitio muy bonito al lado del río y frente a la basílica del Pilar. Habíamos acudido allí invitados por una amiga que se casó el viernes. Mi mujer y ella son íntimas desde que tenían siete años. Siempre me han llamado la atención estas amistades de toda la vida porque yo no guardo ninguna tan lejana. La novia estaba radiante, feliz, y me emocionó mucho volver a verla. Fue una cena un tanto especial porque nos habíamos reunido por un lado los amigos de la novia y por el otro los del novio, sin conocernos previamente, pero el ambiente fue estupendo (no negaré que, además del cariño fluyendo de aquí para allá y de allá para aquí, probablemente tuviese algo que ver la noticia que anunciaba que España se había clasificado para las semifinales del campeonato del mundo de fútbol). Comimos muy bien y después de los postres y el café subimos a la terraza del local, un lugar que ofrecía unas vistas absolutamente espectaculares del río y la basílica. Allí tomamos unas copas y charlamos a la fresca que una oportuna tormenta de verano, caída mientras cenábamos, nos había dejado como último regalo.

viernes, 2 de julio de 2010

Dos salamanquesas

Estábamos José Luis y yo hablando amigablemente en la terraza del Chanti cuando de pronto, plaf, a uno o dos metros de distancia de nuestra mesa han caído del cielo dos salamanquesas. Una se ha dirigido rápidamente hacia la cercana pared azul y la otra, algo más aturdida por el golpe, se ha quedado en la acera, recuperándose. Tras la sorpresa inicial mi amigo y yo hemos bebido un sorbo de nuestras respectivas copas, me he levantado un momento para hacer una fotografía con el móvil, y a continuación hemos seguido charlando sobre esto y sobre lo otro: fotografías, literatura, música, internet, exploración, consciencia.

lunes, 28 de junio de 2010

Un viaje inesperado

A media mañana Carlos me llama al teléfono móvil desde el hotel cercano al cámping donde pasa unos días de campamento. Me dice que se encuentra mal, que le duele la tripa, que ha vomitado durante toda la noche, que vaya a buscarlo. Salgo del trabajo, subo al coche y enfilo la carretera que lleva a las montañas. Kilómetro a kilómetro voy dejando atrás viñedos, campos de cebada y olivos. Los embalses están llenos y las copas de los árboles asoman en el agua. Pronto el verdor de los pinos y los abetos da paso a congostos de roca negra rezumante de humedad, tras los cuales se abren pequeños valles surcados por ríos a cuyas orillas florecen negocios turísticos de rafting y piragüismo. Localidades poco pobladas, algunos restaurantes a pie de carretera, bellísimas casas de piedra, prados con vacas y caballos. En algunas zonas de las cumbres todavía brilla la nieve. Atravieso Benasque, dejo atrás el desvío a Cerler y las estaciones de esquí, continúo en dirección a los Llanos del Hospital y me desvío en el Hotel Turpi, junto al cual está instalado el campamento donde mi hijo lleva una semana. Él, muy pálido y con gesto serio, me espera en la recepción. «¿Qué tal estás, cariño mío?», le digo. Se acerca a mí, sus ojos azules brillando no sé si de emoción o de fiebre, y nos abrazamos. Comunico a los monitores nuestra partida, les doy las gracias, subimos el equipaje al coche y emprendo el viaje de vuelta. El adolescente-niño de trece años se duerme enseguida, agotado por una gastroenteritis común, y yo conduzco dejando atrás los deliciosos dieciséis grados de temperatura para acercarme kilómetro a kilómetro a los treinta y tres terribles grados del lugar donde vivimos.

domingo, 27 de junio de 2010

Tormenta de verano

La tormenta que el calor presagiaba ha llegado al fin, acompañada de aparatosos truenos infantiles. Me gusta la lluvia a la luz del sol.

miércoles, 23 de junio de 2010

Casa de guardacostas

Mientras guardo las cosas de la compra en la despensa de la galería echo un vistazo al otro lado de la calle y veo a nuestra vecina de enfrente poniendo la lavadora al tiempo que habla por teléfono, el aparato sujeto entre la cabeza inclinada y el hombro derecho. Es una chica muy joven que se instaló a mediados del año pasado. Tiene la costumbre, como nosotros, de no bajar la persiana, así que es frecuente, aún sin querer, ver su mesa de la cocina dispuesta con los platos de la cena, normalmente para ella sola, en ocasiones para sus amigos, algunos de los cuales salen al balcón a fumar. Supongo que también ella nos habrá mirado sin querer alguna vez, yo en la cocina atareado entre ollas y sartenes, Maite corrigiendo exámenes y trabajos, mi hijo conectado al messenger en el ordenador del salón.

Hoy mi joven vecina estaba poniendo la lavadora mientras hablaba por teléfono; hace unos meses la sorprendí colocando en la barandilla un macetero con flores que al cabo del tiempo murieron por falta de riego; el otro día vi cómo extendía con cierta dificultad un tendedero plegable para secar la ropa, y juro que a punto estuve de llamarla para ofrecerle mi ayuda.

Es curioso pero, no sé, creo que he desarrollado cierta inexistente e invisible relación con esa chica que no me conoce. Me recuerda a mí mismo cuando con veintipocos años fui a vivir a Gerona y tuve que aprender a toda prisa los rigores cotidianos de la supervivencia: cocinar, poner lavadoras, limpiar, tratar de que creciera alguna planta a mi alrededor, ordenar los libros en unas estanterías recién compradas, colgar en la pequeña sala aquella lámina de Edward Hopper en la que aparecía una casa de guardacostas junto al mar.

sábado, 19 de junio de 2010

Descalzos

El fallecimiento de José Saramago trae un inmenso alud de epitafios, panegíricos, elegías y artículos. Entre los que he leído hay uno que narra un viaje que el escritor hizo por Portugal el año pasado. Saramago tenía ochenta y seis años y, en un momento dado, le cuenta al periodista lo siguiente:

«El recuerdo más dulce de mi vida es el del momento de volver a mi pueblo cuando se acababa el curso en Lisboa. Tomaba el tren de las 5,55 horas en el Rossio y, a mediodía, estaba en Mato do Miranda. En el mismo salto que daba para salir del tren, me descalzaba, y no volvía a ponerme los zapatos hasta que volvía a Lisboa».

Estas frases me han conmovido. Tengo la intuición de que en los últimos días eran ese tipo de imágenes las que resucitaban en su memoria, por encima de premios, condecoraciones y reconocimientos. He recordado algo que el abuelo Antonio comentó cuando ya estaba muy enfermo, pocos meses antes de morir, algo que escribí en «Innisfree» el 21 de agosto de 2004:

Esta semana le daban la tercera sesión al abuelo. El martes se fueron los dos, padre e hija, a Zaragoza, y el jueves fui a buscarlos después del trabajo para traerlos a casa en el coche. Regresábamos a Binéfar por la carretera a través de los campos amarillos. De vez en cuando yo echaba un vistazo al espejo interior: el hombre miraba a través de la ventanilla con ojos perdidos. Maite ponía su mano izquierda en mi pierna derecha, contenta de volver a verme, contenta de regresar. También yo estaba contento de volver a estar con ella. Junto al arcén corría el agua de una acequia. El abuelo dijo: «Cuántas veces no me habré bañado yo en una acequia». Volví a echar un vistazo al retrovisor: Antonio seguía mirando con sus ojos muy azules a través de la ventanilla. Durante unos segundos sentí que había escuchado sus pensamientos, pero abrió levemente la boca para continuar: «En verano, cuando el calor apretaba como hoy, me bañaba en las acequias, así me refrescaba. Me desnudaba y me metía en el agua». El coche ronroneaba a cien kilómetros por hora. «Yo entonces era un crío». Lo pronunció sin ninguna entonación especial, impertérrito, mientras en un segundo regresaba a su infancia de pastor, su niñez única e irrepetible, lejana, insólita, inimaginable; un tiempo anterior a la supervivencia, al festejo, al traslado a Zaragoza en busca de mejores oportunidades; un tiempo anterior a los días felices de la madurez, la paternidad, los nietos; una época anterior a los tristes días de la enfermedad y la muerte de su mujer, y ahora su propia decadencia. El agua de la acequia fluía bajo la luz del sol junto a la carretera. «Yo entonces era un crío», dijo, y no volvió a decir nada más durante el resto del viaje.

Dicen que al final de la vida recuerdas con más exactitud cómo era la cocina de tu niñez que el menú que comiste ayer. Las frases de José Saramago y Antonio Puértolas, uno escritor galardonado con el premio Nobel y otro jubilado de la Red Nacional de Ferrocarriles, enlazan directamente con la nota que se encontró en la cartera de Antonio Machado tras su muerte, aquella tan famosa que decía:

Estos días azules y este sol de la infancia.

Descansen en paz todos ellos como descansaremos nosotros, descalzos para siempre, los pies sumergidos en el agua clara de las acequias bajo el sol.

Viaje relámpago

El viernes por la tarde emprendo un viaje relámpago de ida y vuelta a Zaragoza. Los campos verdes ahora son dorados. La periferia de la gran ciudad es deprimente: paisajes posnucleares, apocalípticos. Recojo a Paula y sus amigas en la residencia y vuelvo a la carretera. Ellas duermen, agotadas tras su semana de inmersión en la facultad de ciencias. Las despierto al llegar a Binéfar, dejo en sus respectivas casas a A. y L. y al cruzar el umbral de la mía me doy cuenta de lo agotado que estoy. Me tenderé en la cama con la intención de descansar un poco y me dormiré en el acto. Cuando despierte será demasiado tarde para acudir al ensayo con el coro, noche cerrada en la claraboya del techo, los horarios echados a perder.

jueves, 17 de junio de 2010

Un patán

El otro día una compañera de trabajo me dijo lo siguiente: «Tu aspecto no tiene nada que ver con tu manera de ser». Durante un instante me quedé sin saber qué decir. «¿A qué te refieres exactamente?», le pregunté. «A que no tienes la constitución de alguien sensible», contestó. «¿Quieres decir que parezco un patán, un bruto sin sentimientos, sólo porque soy grande y fuerte?», volví a preguntar. «Exactamente», contestó ella, riendo. Entonces contemplé mi reflejo en el cristal de un armario y comprendí lo que quería decir.

sábado, 12 de junio de 2010

Antes del concierto

Despierto de la siesta, casi siempre una siesta un poco inquieta, desvelada, y vuelvo a ducharme; después me afeito, me lavo los dientes a conciencia y me aplico desodorante en las axilas y el pecho; luego me visto tranquilamente con el pantalón negro, la camisa negra, los calcetines negros y los zapatos negros; a continuación me pongo bajo el brazo la carpeta con las partituras del concierto convenientemente ordenadas y así, limpio, oliendo a aftershave, el pelo todavía húmedo, salgo a la calle.

martes, 8 de junio de 2010

La virgen de la cueva

Los medios de comunicación anuncian que las temperaturas descenderán hasta diez grados y se avecinan chubascos. Yo caigo de rodillas, levanto los brazos al cielo y, con lágrimas idénticas al sudor, doy gracias a Buda, Manitú, Yahvé, Alá, Zeus, Rá, Jesucristo, Mahoma, Pachamama, la virgen de la cueva.

domingo, 6 de junio de 2010

La luz del flexo

La estación de los insectos diversos, zumbadores, múltiples, merodeadores, ha comenzado. Alrededor de la luz del flexo encendido sobre mi mesa revolotean dos palometas de alas triangulares y un compañero de largas antenas que no sé identificar. Por fuerza han tenido que entrar a través de la puerta abierta de la terraza, superando la nube de olor del jazmín; son más valientes que las moscas, que no se atreven. Mientras escribo estas palabras el insecto de largas antenas se traslada despacio por el marco de la pantalla del MacBook. Yo continúo tecleando y la aparición de signos negros sobre fondo blanco a medio centímetro de su diminuto cuerpo no parece afectarle. ¿Qué significado tiene su indiferencia? En el exterior retumban los truenos de la tormenta que está a punto de alcanzarnos. El ventilador gira de izquierda a derecha. Comienza a llover.

jueves, 3 de junio de 2010

Encuentro con Berna

Apoyado en uno de los soportales de piedra de la plaza mayor de Graus espero a Berna, una amiga de la red a la que hoy conoceré personalmente por primera vez. Estoy nervioso y trato de calmarme mirando el vuelo de los pájaros que chillan en el espacio rectangular. Como Berna, a pesar de ser madrileña de nacimiento, es de origen chino, yo tendré ventaja a la hora de identificarla, pues ella ignora mi aspecto. ¿Por qué estoy tan nervioso? Hemos hablado varias veces por teléfono y nos hemos escrito, así que en cierto modo ya nos conocemos. Supongo que lo que me pasa, por infantil que resulte, es que temo decepcionarla.

Cuando ella aparece mira durante unos instantes a su alrededor. Me acerco, le digo: «Hola, Berna», reímos, nos damos dos besos y de pronto, como por arte de magia, la tensión desaparece. Le cuento que el corazón me latía a toda velocidad. Nos sentamos a la mesa de una terraza y pedimos unas cañas. Ella ha traído su último libro para regalármelo. Durante dos horas hablaremos de nosotros, de literatura, de familia, del campo, de la ciudad. Comprobaré una vez más que las personas que conocemos a través de internet son tan interesantes y generosas en un lado de la pantalla como en el otro, y también apasionadas, inocentes y dotadas de una genuina curiosidad.

viernes, 28 de mayo de 2010

Cuarenta y siete

Nunca imaginé que cumpliría cuarenta y siete años. Nunca imaginé que llegaría a pesar más de cien kilos, que tendría el pelo blanco, que tras veintiocho años seguiría enamorado de la misma mujer.

Imaginé que moriría joven, delgado y maldito tras recorrer medio mundo. Imaginé que me acostaría con centenares de mujeres de todas las razas. Imaginé que mi especie colonizaría el espacio y yo, antes de morir dramáticamente joven y maldito, estaría allí para verlo.

Los vencejos giran sobre los tejados en el aire cargado de electricidad que precede a la tormenta. Ellos, como las hileras de hormigas que cruzan los caminos o las campanadas de la iglesia de San Pedro, son piezas imprescindibles en el mecanismo que da cuerda a este mundo. A estas alturas de mi vida, qué paradoja, me gustaría imaginar algo verdaderamente imposible: que dispondré del tiempo necesario para enumerarlas, para describirlas todas.

domingo, 23 de mayo de 2010

Vino con gaseosa

Fuimos a visitar a mis padres y volví a disfrutar de su vitalidad y su sentido del humor. Sentado a la mesa los veía reír y, cómo explicarlo, sentí que todo encajaba suavemente en mi interior.

jueves, 20 de mayo de 2010

Guijarros

En medio de la noche caminas sobre la nieve, tus botas rellenas de paja hundiéndose hasta el tobillo en cada paso. Al amanecer el hielo se derrite y crecen los bosques, las ardillas son borrones cobrizos en la corteza de los árboles, las truchas iridiscentes se funden en la corriente del río. Por la tarde disminuye la espesura, se esconden los lagartos y se levanta la tormenta de arena. El anochecer te encuentra en una playa de guijarros, de pie frente al océano. Reúnes leña arrojada por el mar, enciendes una fogata, te acuestas junto al fuego, cierras los ojos, comienzas a caminar sobre la nieve.

lunes, 17 de mayo de 2010

Primavera

Lunes radiante, luminoso. Mientras conduzco de vuelta a casa contemplo el campo verde, las flores, los caminos, las nubes blancas. ¿Cómo es posible que cada año me entusiasme como si fuese la primera vez? No lo entiendo. Y al momento de escribir «no lo entiendo» pienso: ¿eres idiota? No hay nada que entender.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Salarios

A lo largo de una mañana de trabajo especialmente intensa varias personas me han informado, algunas con media sonrisa bailando en los labios, de que iban a rebajarme el salario para hacer frente al déficit de mi país, acuciado por la crisis económica mundial. Pero lo que yo me he traído a casa son las lágrimas de Adriana, la hija de M. A., una mujer rumana enferma terminal de cáncer. En su país era veterinaria y tenía a su cargo las granjas de una región montañosa; en España trabajaba de empleada de hogar hasta que cayó enferma. Estamos tramitando para ella una pensión de Incapacidad Permanente por Reglamentos Comunitarios, a la espera tan sólo de los informes laborales de Rumanía, que no llegan. Adriana, que como cada semana me traía los partes de confirmación de la baja laboral de su madre, rompe a llorar al darse cuenta de que ésta morirá antes de que su país de origen envíe la documentación. «Allí todo funciona muy despacio», afirma, «y mi madre no aguantará demasiado», y añade: «lo peor es que no puedo hacer nada». Tampoco yo puedo hacer nada. Pongo mi mano izquierda sobre sus manos y mirándola a los ojos le digo que lo siento mucho. Ella afirma con la cabeza varias veces, se seca las lágrimas, me pide perdón y se va. Otra persona se sienta delante de mí, una anciana que necesita un certificado para presentarlo en el Ayuntamiento. Pasarán varios minutos antes de que el dolor de Adriana se disuelva lentamente en mis pulmones.

viernes, 7 de mayo de 2010

Neandertales

Leo que en el ADN de los seres humanos modernos, exceptuando las poblaciones subsaharianas, existe entre un uno y un cuatro por ciento de información genética neandertal. Así pues nuestros antecesores tuvieron relaciones sexuales con los neandertales dando a luz híbridos fértiles. Es una información que, no sé por qué, me conmueve especialmente. Qué apropiada noticia hubiera sido para el Cuaderno de un hombre de cromañón.

lunes, 3 de mayo de 2010

Y llueve

Llueve sobre el tejado de mi casa, sobre la calle, sobre la chapa de los coches aparcados junto a la acera; llueve sobre el pueblo y el asfalto de las carreteras, llueve suavemente sobre la claraboya de la buhardilla donde duermo.

Llueve también sobre este lugar antes de que existiesen casas, calles y carreteras; antes de que desapareciesen los bosques y, más atrás, antes de que apareciesen; llueve antes de los grandes rebaños y antes del blanco meteorito.

Llueve sobre el planeta desierto, un lugar en el que hace mucho tiempo que no habita la raza humana; llueve sobre sus mares poco profundos, llueve suavemente sobre la roca desnuda haciendo el mismo ruido que si pudiésemos escucharlo, llueve dentro de cien millones de años, y llueve.

viernes, 30 de abril de 2010

Oidio

Estoy podando de urgencia una de las dos enredaderas de la terraza cuando mi madre me llama por teléfono desde su hotel en O Grove. Tiene la voz alegre. Me cuenta que el viaje a Galicia, uno de esos que se organizan para los pensionistas y al que han acudido con sus amigos de toda la vida, les está gustando mucho. ¿Habéis comido marisco?, le pregunto. El martes hicimos una mariscada y esta noche haremos otra para despedirnos, me contesta. ¡Ya podéis hacer dieta cuando volváis!, le digo tomándole un poco el pelo. Qué va, dice ella, si no paramos de caminar en todo el día, mira, ayer fuimos a Santiago, dios mío qué ciudad más bonita, qué preciosidad. Recordando nuestro viaje a esos mismos lugares hace más de veinte años me muestro de acuerdo con ella y le digo que es una de las ciudades más hermosas de España. ¿Qué tal está el papá?, le pregunto. ¿Tu padre? ¡De maravilla! Cada mediodía él y A. se toman dos whiskys, y otros dos por la noche, ¿tú te crees que hay derecho? Bah, mamá, que estáis de vacaciones y, además, ¿tú no sabes que el whisky es bueno para la salud? Ya, ya, bueno, cariño, ¿Maite y los niños están bien? Todos muy bien, mamá, ¿a qué hora llegáis mañana a casa? ¿A qué hora llegamos mañana, Jesús?, escucho que le pregunta a mi padre, quien contesta que más pronto de las seis o las siete de la tarde seguro que no. Le pido que nos llamen cuando lleguen, aunque si no se acuerdan les llamaré yo. Nos enviamos besos y nos despedimos.

En el cielo el sol es un disco borroso. El tiempo ha cambiado. Va a llover. Me concentro en lo que estaba haciendo y continúo podando la madreselva, enferma de oidio. Las ramas secas y las frescas pero ya contagiadas van cayendo no sin ofrecer cierta resistencia, agarradas a la celosía. Mientras las desenredo procuro que no se agiten mucho para no esparcir el hongo, introduciéndolas enseguida en una bolsa grande de basura. Me da pena someter a la planta a semejante cirugía pero creo que es lo mejor, no quiero que la enfermedad pase a los hibiscos y el jazmín. Poco a poco la gran masa vegetal va desapareciendo hasta quedar reducida al cogollo. Durante unos segundos me planteo la posibilidad de arrancarlo pero, observando que los pequeños brotes que quedan están limpios, decido darle otra oportunidad. Antes de cerrar la gran bolsa de basura tomo en mis manos una rama infectada y observo la difusa blancura del hongo sobre las hojas. Pienso en Tolo Calafat, el alpinista mallorquín que murió ayer en el Annapurna, a siete mil seiscientos metros de altura, cubierto por la nevada nocturna.

lunes, 26 de abril de 2010

Veintisiete grados

Primeros calores de la temporada. Veintisiete grados en el termómetro del coche al salir del trabajo. Primeros ababoles, tan rojos sobre la cebada crecida. El color verde acaricia mi cerebro mientras las ruedas giran a toda velocidad sobre el asfalto. El aire acondicionado sopla suavemente a través de las rejillas de plástico. Cirros en el cielo azul.

jueves, 22 de abril de 2010

Edificios

1.

Hoy Carlos cumple trece años (oh, dios mío). ¡Y el próximo curso su hermana, de diecisiete, se va a Barcelona, a la Universidad! Claro que yo mismo cumpliré cuarenta y siete el mes que viene. ¡Cuarenta y siete! ¿Puedes creerlo?

2.

Regresaron los aviones comunes que anidan en el alero de mi casa, los pequeños vecinos que durante años confundí con vencejos. Todavía no hay muchos, son la vanguardia de los que vendrán. Sus chillidos aéreos se mezclan con los gritos de los niños que juegan en el parque de atrás, el eco aumentado por las sólidas fachadas de los edificios.

sábado, 17 de abril de 2010

Después del ensayo

Pido un gin-tonic en el Chanti. ¿Cuántos viernes hemos venido aquí después de cantar? Centenares. La música dando vueltas en la cabeza, el hielo tintineando en el vaso. Hablamos y hablamos. Miro a mis amigas y soy consciente del afecto que siento por ellas. Qué cosas. De no ser por el coro nunca nos hubiésemos conocido. Todo esto lo trajo la corriente.